EL DEGÜELLO DE SARMIENTO
¡EL QUE A HIERRO MATA A HIERRO MUERE!
Ante la soberbia criminal
de los liberales “iluminados”, brilla el trato señorial y cristiano que otorgó
a los aborígenes el Restaurador, en las pampas argentinas.
¡Pobre Argentina!
¿Quién nos habrá mandado semejante maldición? ¡Históricamente todo nos salió “pa’
la zurda”! ¡Es cuestión sólo de repasar un poco de historia argentina para que
el alma se nos caiga a los pies, de pesar e indignación! Los liberales nos
traicionaron, nos envilecieron, frustraron nuestra grandeza ¡Qué desgracia,
Dios mío! Y todo parece irreversible.
Y cuando mi ánimo caía en una desesperanzadora inanición,
quizá un ángel compadecido me otorgó un ensueño fantástico, inquietante… aunque
al despertar y comprobar, lo que debería haber sido una acción militar genial
en la historia argentina, y la triste realidad, me frustré dolorosamente...
como era previsible y acostumbrado.
El ensueño se originó leyendo una narración del padre
Castellani en: “Las muertes del padre
Metri” donde trae un espeluznante y doloroso relato de la vida de los
colonos que hacían Patria, entre los aborígenes del Chaco. Protagonizado, entre
otros, por el temible comandante Ojeda, el hombre de confianza del general
Obligado, “el puño de acero, cuyo sólo
nombre hacía temblar y sosegar de un golpe a todo toba o mocoví de diez
fortines a la redonda”. En su corazón bullían la dureza e incomprensión de
las ideas de odio racial protestante que propagaban los liberales ‘iluminados’,
que lo impulsaban a tratar tan injustamente a los aborígenes, con violencia y
crímenes, seguro de su osadía irracional, que al fin provocaron la reacción de
los tobas, el degüello del mismo Ojeda, y el malón que arraso, matando y
violando, la Reducción de San Antonio de Obligado.
Fue un final de tragedia griega; una lucha épica entre la
fuerza bruta y cruel de dos titanes, un militar liberal y sarmientista, y un
cacique toba agraviado. Entre la barbarie toba y la barbarie liberal; entre el
cacique Biguá y el comandante Ojeda.
El Padre Metri, por el contrario, pretendía que se
tratase a los trabajadores aborígenes, y al pueblo en general cristianamente,
como se trataba a los blancos, ¿Hubiera sido posible evangelizar a los tobas?
Para los misioneros no había nada imposible, pero el comandante Ojeda, sin Fe,
lo negaba ferozmente, retrucando al Padre con estas palabras, que pintan de
cuerpo entero, -a él, a Sarmiento, y a sus sucesores liberales-, desencadenando
la tragedia:
“¿Ha estado en Santa Fe? –le decía al padre Metri, (pg.237)-, ¿No ha visto el rancherío que
circunda la ciudad, lo mismo que todas las de la zona, y aún Buenos Aires?...
Ese estilo es el indio; ese es el mestizo, ese es el chino. Es triste, pero es
así. Es incapaz de educación, es incapaz de trabajo y progreso. Él prefiere
vivir miseria, con tal de trabajar poco, tomar mate, dormir siesta, acostarse
entre el perrerío y el pulguerío de un rancho tuberculoso. Sólo el colono
europeo, el ingeniero norteamericano y el maestro normal salvarán la patria.
“Son las ideas de nuestro gran Sarmiento; yo mismo las he
oído de su boca. El indio nuestro tiene incapacidad biológica. Hay que
someterlo a una presión violenta, para que se asimile a la civilización o
reviente. Si el indio rojo del Norte, que tenía más potencial biológico, hubo
que exterminarlo para poder levantar una gran nación rica y progresiva… el
nuestro figúrese.
“El Cautivo y el Biguá ese, a quienes usted predica que ante
Dios todos somos iguales… ¡Cristi! ¡No les vuelva a decir eso, por favor,
padrecito!”.
Finalizada la lectura, y tratar de dormirme serenamente
fue imposible. Pues se apoderó de mi una aterradora pesadilla, increíble e imposible
de que pudiera haber sucedido, –pues son hechos que suceden sólo en los sueños-.
Imaginé que los tobas siguiendo a su cacique
Biguá, en vez de ocultarse en la espesura del monte, con sus cautivas
cristianas y sus críos, como sucedió en realidad, luego del malón, se dirigieron
a Buenos Aires con ánimo vengativo y justiciero, para eliminar al instigador de
los ultrajes que recibían. ¡El malón
toba bajó a Buenos Aires para degollar a Sarmiento! Y al ver su espantosa jeta
clavada en una tacuara me desperté de la pesadilla sudando frío. ¡Al contemplar
esa ‘faccia bruta’ hasta el demonio se
hubiera espantado! Pero, ¡qué horror necesario para salvar la Patria!
A fines del siglo 19, sobreviviendo en el monte
impenetrable, en la miseria material y espiritual, dominados por ritos
demoníacos… los tobas comenzaban a
degustar preferentemente la carne de chivito a la de los colonos. Pero no fue
suficiente esa elección gastronómica para que realicen el acto de inteligencia
estratégica bélica que yo ansiaba en mi ensueño. Degollaron al ejecutor, al
comandante Ojeda, y no fueron capaces de buscar y degollar al entrañablemente perverso,
al auténtico salvaje de frac, al envenenador de las mentes argentinas, que nos
dejó esta herencia de incomprensión y de maldad, en el problema indígena, que
aún la nación argentina liberal no ha podido resolver.
Durante su presidencia, Sarmiento negó la posibilidad que
el Gobierno trate a los aborígenes, -aunque salvajes y feroces- como a seres
humanos; alentando al menos el envío de misioneros, y facilitándoles los recursos
indispensables para su apostolado… que al Padre Metri nunca le llegaban. Pero
su odio lo llevó también a agredir a los patriotas, a gauchos y a federales,
inclusive a los de pro. La Rémington era su divisa; infamar, eliminar y asesinar
adversarios su método. Degollado, hubiera
muerto en su ley. ¡El que a hierro mata a hierro debería haber muerto! ¡Pero en
la Historia argentina, luego de Caseros, todo nos salió pa’ la zurda!
Peor aún, dio oportunidad a sus admirados piratas
ingleses para exacerbar actualmente el problema aborigen, con ánimo
secesionista;…política imperialista que está en plena efervescencia con el
apoyo del periodismo y los políticos de la ‘democracia y la libertad’.+
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