viernes, 20 de septiembre de 2019


Esta arenga fue escrita por un camarada nacionalista, F. Revilo, en 1938, ¡hace más de 80 años!, en la revista “Renovación. Por una Argentina Fuerte, Unida y Soberana”. Si en ese entonces la situación moral y política era grave, hoy día es apocalíptica, tomado el país por un cáncer de corrupción y entrega que pudre todo el cuerpo nacional.  Luego el camarada Revilo desenmascara la infamia judía/liberal/marxista , entre  otras tantas,  que el Nacionalismo Argentino era fascista o nazi.            El Nacionalismo fue y será la esencia política de la Argentinidad.                                                                                                                                        
 La lucha humanamente desesperanzada debe continuar. Ante el aumento de las insidias, fraudes y traiciones, debe crecer nuestro patriotismo, alentando mayor esperanza en la victoria contra el Régimen liberal.                                                                                                                                                                                      ¡LOS MILAGROS EXISTEN! ¡PERO HAY QUE PEDIRLOS!
¡Centinela! … ¿Qué ves en la noche?

Frente a los males de todo orden que aquejan al país provocando una total subversión de valores en la sociedad argentina, cabe exclamar con un viejo estadista europeo: ¡Centinela!...¿Qué ves en la noche?
Entre tantas sombras que nos rodean, en medio de ese afán electoralista de una época de falsas ideas y pasiones bastardas, preguntamos si aquella luz de renovación que ardió en septiembre, que no venía “a cambiar nombres sino sistemas”, es un hecho oscuro en la historia o una esperanza que alienta aún nuestra fiebre de inquietud nacionalista.
Durante ocho años el Nacionalismo ha trabajado con tesón, pero no lo ha hecho todo, pudiendo hacerlo.
¿Bastará acaso, repetir que la democracia, las instituciones, la Universidad, la política están en quiebra? Absolutamente, no. Con su virus corrosivo lo han infectado y amenazan destruirlo todo. Todo está minado, todo se encarrila por senderos tortuosos de indecisión al vértigo precursor de las grandes caídas. Ya sabemos ¡vaya si lo sabemos! Que el liberalismo caduco, base de nuestro sistema democrático ha desatado la furia de su cobardía y egoísmo. Sabemos todo eso y mucho más. Sabemos que hay guerra. Guerra de los de adentro y de los que llegan haciendo del país su cómoda guarida. Guerra de la inmoralidad contra la decencia. Guerra del analfabeto contra la inteligencia.

Todo ello lo hemos repetido por centésima vez. Pero no basta repetirlo. Las crisis agudas de los pueblos se resuelven encarándolas con toda premura y valentía.

El mal avanza paulatinamente. En medio de ese tembladeral que nos atrae poco a poco y que ha de arrastrarnos irremediablemente en su caída, nos preguntamos angustiados: ¿cuándo llegará lo que tanto esperamos?...  cuándo llegue… ¿lo hará a tiempo?... ¿Resistirá el país este proceso de descomposición que los políticos, indiferentes y cobardes no presienten, atolondrados como están, por la musiquita del vago sentimentalismo de nuestras instituciones democráticas?...

¡Centinela! ¿Qué ves en la noche?... La duda, duda terrible se apodera de nosotros… ¡Ah!, pero aún nos queda una esperanza y es que aquella luz que irradió el calor de una gran verdad argentina, palideciendo luego en manos de políticos audaces, arda otra vez como una tea hasta marcar al rojo vivo a sus apóstatas, iluminando el camino de nuestra anhelada redención política y social, suprema aspiración del Nacionalismo Argentino.

El Nacionalismo tiene el deber de encarar resueltamente la situación del país, dando ritmo acelerado a su acción pública. Es urgente abrir el debate y ocupar posiciones: llegar al pueblo, agitarlo por sus grandes ideales y hablarle en el rudo lenguaje de la verdad. No se concibe nacionalismo sin acción y sin perfecta solidaridad y unión. Por eso deben desaparecer tendencias o grupos, unificando principios y voluntades, hacia el fin común: honrar la Patria, engrandeciéndola.


El pueblo argentino, aunque nos duela hay que decirlo, no nos comprende, no nos valora, no nos conoce. Nada sabe, o sabe muy poco de la doctrina que es la razón de ser del Nacionalismo, ignora que queremos y cuál es nuestro rumbo. Por eso las calumnias más tremendas se lanzan de continuo. Desde todos los sectores y en todos los tonos. Unos por incomprensión, otros por maldad.

Gran parte de culpa nos corresponde. Confiando demasiado en las reservas espirituales y materiales del país nos mantuvimos en actividad expectante, olvidando que la crisis política que no pudo aventar la Revolución de septiembre arrastraría en su desborde a los  enunciados de reformas institucionales que preconizaba y que fue lo único que quedó a salvo de aquel movimiento junto con la moral y el patriotismo de su ilustre jefe el General Uriburu. Y no olvidemos que el Nacionalismo al nacer recogió en su ideario esos enunciados de reformas como una herencia de honor y de lucha.

El Nacionalismo debe entonces, hacer sentir su presencia en la vida activa de la Nación, desvirtuando asi las críticas injustas y colaborando con empeño en la formación del Estado Nacionalista.

Antes que nada debe responder a una mentira muy frecuente que hace aparecer al Nacionalismo como un movimiento calcado de sistemas similares que gobiernan algunos países de Europa. Nada más incierto. El fascismo Italiano, como el nazismo alemán y aún los nacionalistas españoles, responden a una individualidad  propia, a las necesidades, al alma, a la mentalidad peculiar, al espíritu inconfundible de cada uno de esos países. No podríamos pues, sentir como ellos, medir con el mismo metro sus problemas, angustias sociales o económicas, su pasado y su porvenir, como no podríamos identificar nuestros ideales con el integralismo brasileño o el francismo francés.

El Nacionalismo, sea dicho para quienes nos desconocen o nos injurian, es esencialmente espiritualista en su orientación filosófica; pretende en su orientación política y social ser auténticamente argentino. Argentino en su pensamiento, en su acción, en las masas que lo animan y en los hombres que lo dirigen. Vale decir, identificar a todos los argentinos en una fecunda aspiración: formar la conciencia argentina por su origen y su destino.

Los tiempos nuevos traen aparejados nuevos principios y dogmas. Varios sistemas políticos caen despedazados; viejas legislaciones ceden paso a paso a otras más justas y equilibradas. Casi un siglo de liberalismo ha carcomido el edificio institucional argentino, ha echado a rodar la vieja tradición nacional, aletargando su alma, enfriando su fe en Dios y quebrando el vigor del espíritu criollo.

El Nacionalismo debe decirle al pueblo que quiere resolver todos esos problemas con criterio profundamente argentino, crear una modalidad que transforme el espíritu y la mentalidad actual a fin de que nuestra Patria sea dueña de su casa, de su destino y de su alma, bajo la égida  de la Nueva Argentina.

Por eso el Nacionalismo quiere el país gobernado por argentinos y la tierra para sus hijos;  quiere que la escuela sea lección permanente de argentinidad; quiere resolver los grandes y jamás abordados problemas sociales y económicos de la ciudad y el campo, haciendo caso omiso de las influencias exteriores y los capitalismos internacionales dueños de nuestra tierra y riquezas;  quiere abordar, no por afán demagógico que no cabe en el nacionalismo, el problema social del hijo del país, físicamente disminuido que sufre privaciones y hambre y es presa de la explotación de  una burguesía avara y acomodaticia; quiere hacer de cada argentino un valor positivo, vigoroso, en el complejo engranaje que regula la vida de la Nación, exaltando las virtudes del trabajo, la  probidad y el talento que junto con las virtudes heroicas son en definitiva las que dan colorido y belleza a la vida.

Borrando fronteras ideológicas y pasando sobre la división estéril de los partidos políticos, el nacionalismo tiende a formar en cada argentino el concepto de que la Nación está por encima del interés individual o sectario.

Como se ve el Nacionalismo no es una vaguedad, ni una quimera ni “algo” importado. A pesar de ello hay quienes nos llaman antiargentinos, reaccionarios, opresores y mil cosas más. Cuando al Nacionalismo se decida a afrontar resueltamente el combate habrá menos incomprensión y se nos escuchará más y mejor.

Por eso al Nacionalismo debe abandonar su actitud teórica y expectante afrontando la responsabilidad plena de la lucha. Debe llegar, lo repetimos, al pueblo para mostrarle la nobleza de sus intenciones y la humana verdad de su doctrina. Cuando así lo haga, quienes nos niegan o nos injurian, sabrán del porqué de nuestro tesón y de nuestro afán de servir al país.

La hora es propicia. Miles de argentinos desengañados lo piden; miles de argentinos que ansían soluciones patrióticas. Basta de vacilaciones. El Nacionalismo es un gran ideal reivindicador sostenido por legiones ardorosas, desinteresadas de juventud y … ¿Qué más se necesita para triunfar!

A la lucha, pues. A la lucha limpia, varonil. La inacción es mala consejera, ella nos ha traído el enervamiento que padecemos: hace vacilar los mejores propósitos e infunde el tedio que desanima y la angustia que devora.

Mientras tanto: ¡Centinela” ¿Qué ves en la noche?... Y el eco se pierde en las sombras, pero  allá en el fondo de nuestro corazón nacionalista clama una protesta y vive una esperanza. Esperanza de que llegue la lucha, protesta de seguir en la espera… +





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