SOCIOLOGÍA
DEL PROTESTANTISMO.
LA IDEOLOGÍA JUDEO-CALVINISTA QUE DETERMINA
LA POLÍTICA INTERNACIONAL INGLESA Y YANQUI, ES EL FUNDAMENTO TEOLÓGICO DEL
IMPERIALISMO CAPITALISTA ATEO; POR LO CUAL, SU AGRESIÓN CONTRA LA INDEPENDENCIA Y SOBERANÍA
DE TODAS LAS NACIONES DE RAÍCES LATINAS, SÓLO PODRÍA ENFRENTARLA Y BATIRLA LA
DOCTRINA CATÓLICA SECULAR Y TRADICIONAL, O SEA, EL REINADO ESPIRITUAL, MORAL Y
SOCIAL DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO; INSPIRANDO, ORDENANDO Y FORTALECIENDO LAS
POLÍTICAS NACIONALES. ANTE TAN FIERA INVASIÓN DE LOS
JUDEO/CALVINISTAS, QUE SE CONSIDERAN PREDESTINADOS PARA GOBERNAR EL MUNDO, SÓLO
EXISTEN DOS SOLUCIONES: O SE LA ENFRENTA VIRILMENTE APELANDO AL ESFUERZO
HEROICO NACIONAL, COMO EN LAS ÉPOCAS GLORIOSAS DE DON JUAN MANUEL, O SE
CONTINÚA SOLICITANDOLE PRÉSTAMOS, ALIMENTANDO SU ESCANDALOSA USURA, QUE ES EL
ARMA DE LA DOMINACIÓN MUNDIAL. MIENTRAS TANTO SUBSISTIRÁ LA VERGONZOSA LA POSTRACIÓN COLONIAL DE LA PATRIA. AFIRMÓ ANDRE SIEGFRIED: A COMIENZOS DE LA DÉCADA DEL SIGLO XX, EN
ESTADOS UNIDOS SE ENFRENTARON LA MENTALIDAD PURITANA CON LA JUDÍA, MILLONES DE
CUYOS MIEMBROS INVADIERON USA, CON EL PREDOMINIO DE LA IDEOLOGÍA JUDÍA SOBRE LA
PURITANA. ANTES DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, CUANDO HITLER ASTUTAMENTE SE
DESEMBARAZÓ DE MUCHOS INTELECTUALES JUDÍOS ENVIÁNDOLOS A USA, SE ACENTUÓ MÁS
AÚN.
MIENTRAS QUE, EN TODO EL MUNDO, INGLATERRA ARRASÓ CON POBLACIONES
ABORÍGENES ENTERAS Y SUS TRADICIONES, EN NUESTRO PAÍS NOS COLONIZÓ
PACÍFICAMENTE, LUEGO DE CASEROS, POR MEDIO DE LA MASONERÍA. FUE UNA POLÍTICA ESCANDALOSAMENTE
PERJUDICIAL Y DESVASTADORA, ABANDONÁNDONOS YA EXPRIMIDOS, EN MANOS DE LOS
NUEVOS PLUTONES, LOS JUDEO-YANQUIS, MÁS PÉRFIDOS Y USUREROS ES UN NUEVO IMPERIALISMO, EN OCASIONES PACÍFICAMENTE COMERCIAL. Y EN
OTRAS INVASOR Y PREPORTENTE; SIEMPRE DOBLEGANDO, MANDANDO Y DOMINANDO CON EL
RESPALDO AMENAZADOR DE LOS MARINES; ELLOS SE CONSIDERAN PREDESTINADOS POR
JEHOVÁ PARA IMPONER EN EL MUNDO LA “DEMOCRACIA” Y LA ”LIBERTAD”, QUE SON
NOMBRES DE BATALLA PARA JUSTIFICAR LA DOMINACIÓN MUNDIAL.
(Capítulo IV
del artículo “Sociología del protestantismo”, publicado en Verbo Nº 188, 1978.
Titulado:)
ANTE EL
CONCEPTO JUDAICO DE DIOS
Miguel Poradowski
EL
PROTESTANTISMO COMO JUDAIZACIÓN DEL CRISTIANISMO.
C
|
uando se reprocha al protestantismo la judaización del
cristianismo, ante todo conviene aclarar qué se entiende por judaísmo. Sin
embargo, los límites del presente ensayo no permiten aquí hacer un análisis más
detallado del judaísmo y, por eso, sólo nos limitamos a recordar, primero, la
diferencia entre el judaísmo y el mosaísmo, en seguida señalar algunos
elementos mosaicos y judaicos presentes en el protestantismo, como también
demostrar que en el protestantismo lo judaico predomina sobre lo cristiano y,
al fin, explicar de qué manera el protestantismo se judaizó.
¿Cuál es, pues la diferencia entre el judaísmo y el
mosaísmo?
Por el mosaísmo entendemos aquí la religión revelada, es
decir comunicada a la humanidad por Dios, por intermedio de los dirigentes del
pueblo judío y especialmente por intermedio de Moisés (de ahí su nombre; el
mosaísmo). Los esencial en el mosaísmo
es que sus conocimientos sobre Dios (la teología) y también sus preceptos de la
vida moral (la ética) son expresa y categóricamente comunicados por Dios.
Parece que al principio esta religión revelada era
practicada sólo por los judíos, el “pueblo escogido” por Dios precisamente para
este fin, es decir, para recibir y practicar esta religión verdadera, revelada
por el mismo Dios. El contenido de esta Revelación comunica al hombre no sólo
la verdad respecto a Dios, como un Ser Supremo y Único, Creador y Señor de todo
el universo, sino también lo referente al comienzo de la vida del hombre en la tierra,
su creación directa por Dios, su caída por el pecado original y, ante todo, la
promesa de su Redención por el anunciado Mesías. De ahí que la vida del pueblo
judío, en comparación con los otros pueblos, todos paganos, tiene un sentido
especial, excepcional, pues tiene una misión, vive de la esperanza, de su vocación,
con el permanente contacto con Dios, bajo su mirada, en continua espera de la
llegada del Mesías. Muchas de estas ideas, poco a poco, llegan al conocimiento
también de otros pueblos, de manera que, durante largos siglos el mosaísmo
prepara a toda la humanidad para la llegada del Mesías-Redentor, quien debía
salvar a toda la humanidad, enseñarla sobre Dios e indicarle el camino a la
felicidad eterna. El mosaísmo, pues, es una religión revelada por Dios, viene
desde arriba, desde el Cielo; es una obra divina y no humana, mientras que el
judaísmo es una religión judía, siendo síntesis de las creencias del pueblo
judío, durante siglos elaborada por el mismo pueblo judío. Por tanto, el
judaísmo es una obra humana, es un producto de la mentalidad humana, de su historia,
de sus experiencias y vivencias a lo largo de los siglos, como una parte de la
cultura judía y como tal es una religión tribal y después nacional. Incluso el
judaísmo es algo más que una religión,
pues es también la cosmovisión judía (Weltanschauung) y, fundada sobre esta
cosmovisión, es la civilización judía. La civilización judía está vinculada con
la religión judía, con el judaísmo (lo que no excluye la presencia también de
la influencia mosaica), siendo una civilización sacral. El judaísmo es la
civilización judía pagana
El mosaísmo, como otras religiones, ha tenido gran
influencia sobre el desarrollo del judaísmo. En efecto, el judaísmo asimiló
muchos elementos del mosaísmo, pero nunca se identificó con él; al contrario,
siempre estuvo y está en permanente conflicto con él. Los judíos siempre
confesaban ambas religiones: unos se identificaban más con el judaísmo,
mientras que los otros con el mosaísmo. Hubo períodos durante los cuales el
mosaísmo se imponía en el pueblo judío, pero también hubo otros en que ocurría
lo contrario, es decir, cuando el judaísmo se imponía esforzándose por asimilar
el mosaísmo, transformándolo en una religión tribal, quitándole su carácter
monoteísta y reduciéndolo a la monolatría. Nunca lo alcanzó, porque el mosaísmo
recibía permanentemente una ayuda y defensa de parte de Dios, por intermedio de
los profetas (Moisés es uno de ellos). La Divina Providencia velaba sobre la
pureza de la Revelación y la autenticidad de la fe, inspirando a los santos
varones, los profetas. Además, por intermedio de ellos, la Divina Providencia
completaba la Revelación, poco a poco, dosificándola didácticamente durante los
siglos y preparando al “pueblo escogido” a la llegada del Mesías y al
recibimiento, por intermedio de Él, de la plenitud dela Revelación, en la misma
persona de Jesucristo.
Pero durante todo el tiempo de la Antigua Alianza se está
librando una dura lucha entre el mosaísmo y el judaísmo, entre el monoteísmo y la
monolatría. El judaísmo se esfuerza en interpretar las ideas y los dogmas de
mosaísmo según los intereses temporales, contingentes e históricos del pueblo
judío. Como un ejemplo muy elocuente, se puede mencionar el caso de las
idea-dogma del Mesías. El Mesías del mosaísmo –anunciado como Hijo del Hombre y
como Hijo de Dios, como una persona individual, un descendiente de la estirpe
real de David, que nacerá de la Virgen y que con sus sufrimientos y pasión redimirá
a toda la humanidad, bajo la influencia del judaísmo y dentro de su
interpretación se transformará, primero,
en un líder político y después, incluso, en una persona colectiva, moral pues
se identificará con el mismo pueblo judío. Cuando, por fin viene Cristo, sólo
una parte del pueblo judío sigue confesando la auténtica fe mosaica, mientras
que la mayoría de la población es judaica. Incluso entre los mosaísta predomina
una falsa idea del Mesías, como consta de las opiniones al respecto de los
mismos discípulos de Cristo. ¿Acaso es ahora que vas a liberar a Israel?, con
frecuencia le preguntan a Cristo sus discípulos, siempre pensando en una
liberación de la dominación política romana. Este hecho (el de la falsificación
del mosaísmo por el judaísmo) explica la enemiga actitud de una parte del
pueblo judío frente a Cristo; no lo entendían, lo encontraban extraño,
incomprensible, pues no correspondía a la idea que ellos se formaron sobre la
persona del Mesías, y por eso lo crucificaron.
El Antiguo Testamento (A.T.) es un libro religioso,
sagrado, pues contiene una importante parte de la Revelación. Está escrito por
los autores inspirados por Dios. Sin embargo, estos autores nos comunican no
solamente los mismos preceptos divinos, no solamente las ideas básicas del
mosaísmo, las prescripciones morales y todo lo relacionado con el culto, sino
al mismo tiempo también describen la vida diaria de la gente a la cual esta
religión revelada es dada. Pues bien, la vida del pueblo judío no siempre y no
en todo corresponde a los principios de la fe revelada, no solamente por la
sencilla razón que esta gente confiesa también otras religiones, especialmente
el judaísmo, como ya lo hemos visto, sino también porque los judíos –igual que
ocurre con otros pueblos, incluso con nosotros los cristianos- no siempre, en
su vida diaria, son completamente fieles a su fe. El pueblo judío ha recibido
la Revelación; sabían, pues, cuál es la voluntad de Dios y cómo debería
comportarse, pero no siempre respetaba esta voluntad divina. El mismo A.T.,
describiendo la vida del pueblo judío, nos proporciona los datos concretos y
los testimonios, de los cuales consta que solamente una parte del pueblo judío
respetaba los preceptos de la religión revelada, mientras que los demás cayeron
en el formalismo, con el cual tranquilizaban sus conciencias. además, el A.T.
nos describe no solamente a los que vivían según las exigencias del mosaísmo,
sino también a los que guardaban los principios del judaísmo; de hecho, pues,
contiene ambas religiones mezcladas, hasta el punto de que no todos los
lectores de la Biblia están en condiciones de distinguirlas; de ahí que, para
un lector común y corriente, no todo lo que hay en el A.T. es edificante.
El A.T. siendo un libro religioso que contiene una
importante parte de la Revelación, es una fuente singular de los conocimientos
humanos sobre Dios y por esta razón el cristianismo lo reconoce como un libro
suyo. Además, este libro “introduce” al Nuevo Testamento. Sin el A.T., muchos
dogmas de la fe cristiana serían incomprensibles. El A.T. no solamente prepara
a los judíos para la llegada de Cristo, sino que también prepara a todos los
hombres de todos los tiempos.
El protestantismo da la prioridad al A.T. frente al
Nuevo. En el protestantismo predominan las ideas, principios y el “espíritu”
del A.T. sobre el Nuevo y en este hecho vemos la judaización del cristianismo
por el protestantismo.
Veamos algunos ejemplos ilustrativos.
En la teología protestante predomina el concepto de Dios
según el A.T. Dios cristiano, Dios-Padre de todos los hombres, misericordioso,
tierno, cordial, cercano al hombre, Dios-Amor, que quiere al hombre y espera el
amor humano, que crea al hombre por el amor y para el amor. Dios-Hermano,
Jesucristo, uno de los hombres, quien se acerca al hombre hasta el extremo por
la Encarnación y por la Eucaristía, haciéndose el alimento del hombre, en el
protestantismo toma de nuevo, como en el judaísmo, el aspecto de un Dios judío,
un Jehová inaccesible, lejano; un legislador severo y un Juez terrible y, ante
todo un Dios tribal (pues los protestantes, como los judíos, muy a menudo
confunden el monoteísmo de Moisés con la monolatría pagana del pueblo judío, ya
que ambas religiones están, de hecho mezcladas en el A.T.), protector sólo de
su “pueblo escogido” y preocupado por la felicidad temporal sólo de su pueblo,
protegiéndolo de sus enemigos, de los infortunios, de las calamidades y
apoyándolo en sus conquistas temporales, históricas, incluso en las< no
siempre justas, honestas y morales. Los soldados alemanes, llevados por el protestantismo
a asimilar el judaico concepto de Dios, van a poner en los broches de sus
cinturones la inscripción “Gott mit uns”, pensando en un Dios tribal, un Dios
pagano de la monolatría, a la cual reducen el cristianismo.
La aceptación por el protestantismo del judaico concepto
de Dios trae consigo, también, la asimilación de la actitud judaica frente a
Dios. Desaparece la anterior actitud, profundamente cristiana, cordial,
desinteresada, “infantil”, llena de confianza y amor.
La reemplaza el respeto frío, el temor y, ante todo, una
relación “comercial” calculada. Si Dios es el Ser Supremo, el Señor y Dueño del
mundo, el Todopoderoso, conviene estar con Él, servirle por la recompensa, la que
viene en forma de sus bendiciones, de asegurada prosperidad y el éxito
terrenal, temporal. En la prosperidad económica, en el bienestar y en la riqueza,
el protestantismo (el calvinismo) ve la prueba de la bendición divina, la
protección y la “elección” por Dios, exactamente como el judaísmo.
Otra manifestación de la judaización del cristianismo por
el protestantismo la constituye el rechazo de la institución del sacerdocio.
Históricamente el protestantismo rechaza el sacerdocio de Cristo por la ruptura
con Roma, es decir, en romper el entroncamiento con la jerarquía eclesiástica.
Pero esto no explica todavía el porqué de la desaparición completa del
sacerdocio en el protestantismo , pues, rompiendo con Roma y con la continuación
del sacerdocio de Cristo y de los Apóstoles, el protestantismo podría conservar
la institución sociológica del sacerdocio (lo que ha ocurrido en el anglicanismo),
mientras que él rechaza la misma institución de los “pastores”, la que es casi
igual a la de los rabinos en el judaísmo.
Desde el punto de vista sociológico, lo esencial en la
institución del sacerdocio es que la sociedad aparta un grupo de personas con
la finalidad propia y exclusiva de interceder por ella ante Dios. La persona
que pertenece a este grupo está “consagrada”, según un rito prescrito, para
subrayar su carácter singular. El concepto de la “consagración”, como un acto
por el cual una persona o un objeto está dedicado exclusivamente al culto, a
servir a Dios, se encuentra en casi todas las religiones. El sacerdote es una
persona “consagrada”, es decir excluida de la vida profana y dedicada
exclusivamente al papel de intermediario entre la sociedad y Dios, lo que
cumple por la oración y la ofrenda-sacrificio.
La institución del sacerdocio, conocida por casi todas
las religiones, incluso el mosaísmo, solamente en el cristianismo llega a su
pleno y verdadero significado. El sacerdote, en la plenitud de la palabra, el
único Sumo y Eterno Sacerdote, como un perfecto intermediario entre la
humanidad entera y Dios, es Jesucristo. Él, uniendo en su persona el papel de
la víctima-ofrenda con el de victimario-sacrificador, en el altar de la Cruz,
presenta a Dios la única ofrenda verdadera y plenamente efectiva, redimiendo
con su sangre a toda la humanidad, de una vez para siempre.
La institución mosaica del sacrificio del A.T. es la
figura, el símbolo y el anuncio del sacerdocio de Cristo, como lo es también el
sacerdocio de Melquisedec. Cristo, instituyendo durante la última Cena la
Eucaristía, como un perpetuo sacrificio, en el cual se perpetúa su sacrificio
en la Cruz, al mismo tiempo instituyó el nuevo sacerdocio, como participación
en el suyo. Es el mismo Cristo quien –misteriosamente presente en la Iglesia,
en cada sacrificio de la Santa Misa, sirviéndose de la persona del sacerdote
sacrificante que por la ordenación recibida está entroncado en el sacerdocio de
Cristo- convierte el pan y el vino en su cuerpo y su sangre. Cada Santa Misa no
es un nuevo sacrificio, ni la repetición de la Última Cena, sino su
continuación, su perpetuación, simbolizada en el milagro de la multiplicación de
los peces, que ya, en la Eucaristía, no son solamente el alimento del cuerpo,
sino ante todo el alimento del alma, siendo misteriosamente transformados en el
Cuerpo de Cristo.
Según el cristianismo el hombre no puede salvarse
exclusivamente con sus propias fuerzas, no puede vivir plenamente la fe y
modular su personalidad a imagen de la de Cristo sin la ayuda de Cristo, es
decir, sin la Gracia la cual Dios se la proporciona por los sacramentos. Los
sacerdotes, injertados por la ordenación en el sacerdocio de Cristo, son
distribuidores de los sacramentos y, con ellos, de la Gracia. La función intermediaria del sacerdocio
cristiano entre el hombre y Dios es, pues, muy distinta de la de otras
religiones. Siendo el sacerdocio lo esencial en el cristianismo, no hay
cristianismo sin sacerdocio de Cristo
El judaísmo no conoce la institución del sacerdocio, pues
los rabinos no son sacerdotes, sino los ”doctos en las escrituras”, o más bien los
especialistas, los peritos en la legislación mosaica y tradicional judía, es
decir, los expertos en la Tora y en el Talmud. La institución mosaica del
sacerdocio se terminó con la llegada del Sumo Sacerdote Jesucristo y con el sacrificio
de la Cruz. Después del sacrificio de la Cruz perdieron su significado los
sacrificios en el Templo, y es muy significativo que, una vez destruido el
Templo, los judíos nunca se preocuparon de reedificarlo o de continuar sus
ritos en otros lugares. Ya no tienen más ni el Templo, ni sacrificios, ni
sacerdotes activos; sólo tienen las sinagogas y los rabinos, pero las sinagogas
no son templos y los rabinos no tienen nada que ver con el sacerdocio. En
el judaísmo cada uno es su propio
“sacerdote” y prácticamente algunas funciones sacerdotales las cumplen los
padres de familia, presidiendo las oraciones y algunos ritos tradicionales.
El protestantismo abandonó el sacerdocio de Cristo (salvo
algunas sectas), pues prescindió del sacrificio de la Santa Misa. Algunas
sectas protestantes conservaron algo al respecto, pero sus ceremonias y
celebraciones no tienen carácter de sacrificio, sino de memorial de la Última
Cena, donde se conmemora este histórico evento. El protestantismo también
prescindió de la Gracia y, por ende, de los sacramentos (prácticamente
guardando sólo el bautismo), pues considera que el hombre no se salva por sus
acciones y su vida llevada en el estado de Gracia, sino por la fe. No teniendo
el sacrificio y no preocupándose por la Gracia, el protestantismo no necesita
el sacerdocio. En su lugar introduce la institución de los “pastores”, muy
semejante, como se ha dicho, a la institución judaica de los rabinos. El pastor
es solamente una persona instruida, algo más que otras, en los conocimientos de
la moral, a base de la Biblia. No hay ninguna diferencia esencial entre el
papel del pastor y el del rabino en sus respectivas comunidades religiosas.
Junto con el rechazo del sacerdocio vino también el
rechazo de la Iglesia. Las Iglesias protestantes, fuera del término “Iglesia”,
no tienen nada en común con la Iglesia como institución
jurídico-religioso-mística. Las Iglesias protestantes son solamente
“comunidades religiosas” o agrupaciones de ellas, es decir, organizaciones o
asociaciones de ellas, mientras que la Iglesia de Cristo se considera como una
institución de origen divino, siendo fundada por Cristo, indispensable y absolutamente
necesaria para mediar entre los hombres y Dios, y cumple esta misión
precisamente por el sacerdocio de Cristo, que le es intrínseco, de manera que
“fuera de la Iglesia no hay salvación posible”.
En el protestantismo la relación entre hombre y Dios es
individual y directa, mientras que en el catolicismo, es decir, en la Iglesia
Católica, esta relación es “social” e indirecta, pues sólo por intermedio de la
Iglesia, concebida no solamente como una “comunidad de los fieles”, sino ante
todo como el Cuerpo Místico de Cristo, del cual los fieles, es decir los
bautizados, son miembros y del cual sólo una pequeña parte es visible, la que
constituye la ”Iglesia militante”, mientras que las otras partes de ella, las
invisibles, pero principales, son la “Iglesia triunfante” en el Cielo,
encabezada por Cristo mismo y compuesta por la Santísima Virgen y los
innumerables (según el Apocalipsis) Santos, y la “Iglesia sufriente” en el
Purgatorio.
El protestantismo, al reducir la misteriosa realidad de
la Iglesia sólo a la ”comunidad de los
fieles”, una comunidad de fe y de culto, se asemeja a la sinagoga del
judaísmo.
También la ética protestante contiene muchos elementos
judaicos. Del judaísmo viene el principio de “la doble moralidad”; una
moralidad en las relaciones con sus correligionarios y otra con los demás. A
pesar de que no son tan extremados al respecto como los judíos, los
protestantes distinguen entre los correligionarios y los que no lo son, y si en
las relaciones con los suyos demuestran una moralidad muy severa y escrupulosa,
en las relaciones con los demás poco se preocupan por las exigencias del
Decálogo y del Evangelio.
El principio típicamente judío de que el “fin justifica
los medios” también pasó el protestantismo ya en los tiempos de Lutero (1).
Según el judaísmo, moralmente es bueno todo lo que sirve al bien del pueblo
judío, pues este pueblo es un “pueblo escogido” por Dios y en consecuencia es
un “pueblo santo”. La cruel exterminación de varios pueblos, habitantes de la ”tierra prometida”, con ocasión de la
ocupación de estos terrenos por el “pueblo escogido” bajo la dirección de
Josué, encontró plena justificación en las descripciones de la Biblia. La
aceptación de este principio por los pueblos protestantes viene junto con la
asimilación por ellos dela idea de “pueblo escogido”.
Es sabido que lo más típico en la moral judaica es el
formalismo. Eso es también lo que Cristo reprocha a los judíos de su tiempo.
Los Evangelios están llenos de ejemplos concretos del rechazo del formalismo
fariseo por Cristo, según el cual el cumplimiento exterior de los preceptos era
lo único que importaba (2). Esta actitud pasa al protestantismo y se manifiesta
principalmente en el puritanismo (3), en el cual los elementos judíos son muy
evidentes.
También por intermedio del protestantismo pasó a la
sociedad cristiana el concepto judaico del trabajo como maldición o castigo de
Dios, algo como malum neccessarium.
El concepto cristiano del trabajo, ya elaborado en la temprana Edad Media, como
acción llena de dignidad, pues facilita al hombre su propio desarrollo,
comprometiendo sus capacidades y facultades físicas y espirituales; como acción
asociada con la oración (ora et labora), pues también glorifica a Dios; como
acción en la cual el cristiano ve su consciente participación en la obra
creadora de Dios, en el protestantismo está abandonada, pues el protestantismo,
otorgando en todo la prioridad al A.T. sobre el Nuevo, vuelve al concepto del
trabajo como consecuencia del pecado original y como castigo de Dios. En vez de
buscar por el trabajo el perfeccionamiento del hombre, se empieza a buscar el
enriquecimiento y el bienestar, con lo cual el protestantismo contribuye al
nacimiento del capitalismo y del materialismo práctico, económico. Dentro de la
sociedad protestante aparece un nuevo ideal: el hombre económico, “homo oeconomicus”; el hombre dedicado
al enriquecimiento, a la acumulación de los bienes económicos, especialmente a
la acumulación del dinero. Como los
judíos en el desierto en los tiempos de Moisés, los paganizados y judaizados
pueblos protestantes empiezan a adorar el oro, símbolo de la riqueza y del
bienestar. El culto del dinero, tan característico para los judíos (4), pasa a las
sociedades protestantes y lleva a la deshumanización de la economía (5).
El síntoma más importante, por las consecuencias, de la
judaización del pueblo alemán por el protestantismo es la asimilación del
concepto de “pueblo elegido” (6). En general no se aprecia adecuadamente el
papel de la Biblia en la formación de las naciones europeas. Sin embargo, la
Biblia es el primer libro en el cual aparece en una forma elocuente el concepto
de nación. El pueblo judío, el protagonista principal de los acontecimientos
relatados por la Biblia, según el testimonio bíblico, es una nación en el pleno
sentido de esta palabra. En todos los relatos bíblicos, el pueblo judío está
presentado no solamente como una comunidad tribal y racial, lo que está allí
frecuentemente subrayado, sino también como una comunidad histórica, es decir,
como sujeto de la historia. Además, los judíos forman una comunidad cultural y
religiosa personificada (una persona moral), con un profundo sentido de la
responsabilidad colectiva frente a Dios y a su propio destino. El pueblo
bíblico, judío, desde su más remota antigüedad, tiene conciencia de su unidad y
de las diferencias entre él y los otros pueblos. Existe también el sentido de
la unidad de las generaciones pasadas, presentes y futuras, vinculadas entre sí
por la común responsabilidad en el cumplimiento de su misión histórica,
encomendada por Dios, una misión mesiánica. Como una entidad histórica recibe
de Dios bendiciones y castigos. Parece que nunca en la historia antigua se da
un concepto más claro e indiscutible de la nación como lo es el caso del pueblo
judío.
Desde el punto de vista sociológico, hay que reconocer
que el pueblo judío es una nación por excelencia. Y lo es ante todo por la
influencia de la imagen bíblica de esta nación por lo que los pueblos europeos
se transforman en naciones. Cuando el
cristianismo llega a los pueblos de Europa, la Iglesia empieza su labor educadora
y el clero, en sus enseñanzas, usará con frecuencia los textos bíblicos que
hablan de la nación judía. Antes de que estos pueblos adquieran el carácter de
personas jurídicas, como sujetos de la ley, se hacen personas morales, como
sujetos de la responsabilidad ante Dios, y este proceso de la “personificación”
se presenta como uno de los factores de la maduración de los pueblos en
naciones. La prudente lectura de la Biblia, introducida por la Iglesia
contribuye a la transformación de los pueblos cristianos en naciones, pero una
imprudente asimilación de los conceptos e imágenes bíblicos, practicada por el
protestantismo, termina con la aceptación por los pueblos protestantes del
judaico concepto del “pueblo escogido”.
Los judíos aparecen en la Biblia como un pueblo escogido
por Dios entre los pueblos paganos para conservar y preservar de cualquier
deterioro la Revelación y, ante todo, para que de ellos salga el prometido
Mesías, el Redentor de toda la humanidad. De esta manera los judíos han
recibido de Dios una misión religiosa, en favor de toda la familia humana, y
para esta misión fueron escogidos de entre todos los pueblos descendientes de Adán
y Eva, la primera pareja humana. Esta misión se terminó con la llegada de Jesucristo
y con la realización por Él de la redención en la Cruz.
La idea del “pueblo escogido” aparece a lo largo de la
Biblia de una manera extraordinariamente sugestiva e impresionante, lo que hace
que no solamente los mismos judíos quedaron para siempre impregnados durante
toda su historia por ella, sino que también otros pueblos asiduos lectores de
la Biblia, la aplique así mismos, sea por la vía de la analogía, sea por considerarse,
a su vez, escogidos por la Providencia para cumplir algina misión
histórica en favor de la humanidad. Como
el protestantismo otorgaba a la lectura del A.T. mayor importancia que a la
lectura del Nuevo –contrariamente al catolicismo-, la influencia de la idea
bíblica de “pueblo escogido” se notaba mucho más entre los pueblos protestantes
que en los católicos.
Pero hay también otro aspecto de este problema, a saber:
la enorme diferencia entre las ideas mesiánicas del “pueblo escogido” mosaica y
judaica. La idea mosaica del “pueblo escogido”, relativa al Mesías, con toda
claridad y evidencia se refiere a la persona individual, concreta; y, poco a
poco, especialmente en los escritos de los profetas, la individualiza y hasta
identifica con el futuro descendiente de la familia real de David, presentado
muy detalladamente (especialmente es el caso de Isaías) su vida, su carácter,
sus obras y milagros y, ante todo, describiendo minuciosamente su misión
redentora. En resumen: el concepto mosaico del mesianismo y del “pueblo
escogido” es exclusivamente religiosa; la misión del pueblo judío como un
“pueblo escogido” es rigurosamente religiosa: guardar la Revelación y dar de su
seno al Mesías-Redentor de la humanidad; el cual, por su pasión y muerte, va a
reconciliar a todos los hombres con Dios.
No es así el concepto judaico del “pueblo escogido” y su
mesianismo. El judaísmo coge la idea mosaica del “pueblo escogido”, y las
transforma adaptándola a las exigencias políticas del pueblo judío. En primer
lugar, la seculariza y la temporaliza, y en segundo lugar la politiza.
La seculariza, pues le quita su carácter religioso y
sagrado. Según el judaísmo, el pueblo judío es un pueblo “escogido” por Dios en
el sentido de ser un pueblo privilegiado frente a los demás, no por la misión
religiosa que debería cumplir, sino por la situación especial de la cual va a
gozar durante toda la historia de la humanidad, siendo un pueblo gobernante sobre
los demás pueblos, es decir una casta superior, destinada por Dios a gobernar a
todos los pueblos del mundo, gozando de los efectos del trabajo de los pueblos
gobernados. De esta manera, la misión del pueblo judío como un “pueblo escogido”
se seculariza, desacraliza y temporaliza, pues es una misión “temporal”, es
decir, en este mundo y para fines temporales, para la grandeza y bienestar del
pueblo judío en este mundo. También se la politiza, pues se trata ante todo de
una misión política: gobernar a otros pueblos, llegar a ser una casta
gobernante, una clase superior en todos los países y en todos los pueblos.
Además, respecto al mismo Mesías, esta deformación
judaica llega a concebirlo primero como a un líder político, quien va a liberar
al pueblo judío de la opresión política del imperio romano; lo que esperaban de
sus varios personajes históricos todavía antes de Cristo, lo mismo esperaban de
Cristo, incluso sus discípulos, como lo leemos en los Evangelios, y esto
también esperaban de otro después de Cristo. Después, cuando el pueblo judío
quedó desilusionado con esta interpretación judaica del mesianismo mosaico,
aparece la otra interpretación judaica, todavía más deforme, pue ve al Mesías
en el mismo pueblo judío. El Mesías mosaico, concebido como una persona
individual, es concebido por el judaísmo como una persona colectiva: es el
mismo pueblo judío. Ahora, a él, como pueblo, se aplican las profecías de
Isaías, insistiendo, en que es el mismo pueblo judío quien por sus
sufrimientos, siendo perseguido por otros pueblos, está redimiendo a la
humanidad. Este concepto de “pueblo escogido” identificado con el Mesías, con
un Mesías ya colectivo, se divulga después de la destrucción del Templo y de
Jerusalén (año 70), y la consiguiente diáspora (7). Este concepto del Mesías
colectivo y del “pueblo escogido”, que debe sufrir disperso entre los pueblos
no judíos, se afirma en la doctrina rabínica después del advenimiento del
cristianismo y se manifiesta en el Talmud. Cuando vienen los tiempos de la
Cábala, la mística judía va a llegar hasta un nuevo concepto horroroso de la
redención por el pecado (8), pero esto ya no tiene nada que ver con lo aquí
tratado.
Hubo que recordar estos distintos conceptos del “pueblo
escogido”, pues ellos pasan, a través del protestantismo, de nuevo deformados,
a los pueblos protestantes, especialmente a los alemanes e ingleses. Por la
lectura de la Biblia pasa a los pueblos protestante no solamente el concepto
mosaico del “pueblo escogido”, sino también el judaico. Según Wells (6), tanto
los ingleses como los alemanes quedan profundamente impresionados por el
concepto de “pueblo escogido” y lo aplican a sí mismos. Lo más importante es
que estas dos naciones toman el concepto ya judaizado, es decir secularizado,
temporalizado y politizado. Los ingleses
se van a considerar un “pueblo escogido” para gobernar a otras naciones y
pueblos (especialmente en la época de la reina Victoria, según Wells),
llevándoles la cultura occidental, civilizando a los pueblos bárbaros y
salvajes e incorporándoles a la civilización occidental europea, admitiéndoles
a la comunidad Británica de las Naciones. Así ven los ingleses, según Wells, su
misión como un “pueblo escogido”, prácticamente hasta la Segunda Guerra
Mundial, la cual pone fin al colonialismo y al Imperio británico. Se puede
observar que en este caso la judaización del pueblo británico por el
protestantismo anglicano es muy superficial, suave, y no perjudicial ni para
los mismos británicos ni para los pueblos coloniales, y se manifiesta sólo en
un corto período de la historia de Inglaterra.
No es así en el caso de Alemania, pues el protestantismo
alemán, siendo profundamente judaizado, transforma el alma alemana,
impregnándola con el concepto judaico del “pueblo escogido”, como un pueblo
destinado por Dios para dominar, subyugar y gobernar a otros pueblos e incluso
a todo el mundo. Más todavía: los
alemanes, asimilando el concepto judío del “pueblo escogido”, lo interpretan
según sus propias tradiciones y antiguos anhelos, concibiéndose como una raza
superior. no tanto por un destino providencial, sino más bien por su
superioridad racial, biológica, por su sangre aria, nórdica, alemana; es que
están destinados a ser un “pueblo de señores” del mundo, un Herrenvolk. En Alemania, por la
influencia protestante, las antiguas tradiciones germánicas de carácter
panteístas se mezclan con las ideas mesiánicas judaicas, llegando a una
síntesis del pensamiento germánico-judío que encuentra una presentación
simplificada, pero sumamente atrayente y peligrosa en el hitlerismo.
Recordemos al respecto que el concepto judaico del Mesías
colectivo, en algunas doctrinas rabínicas, fieles al misticismo religioso y
alimentados por los conceptos mosaicos de la Biblia respecto al Mesías-Hijo de
Dios, al identificar al Mesías con el pueblo judío, llegan a la divinización
del mismo pueblo judío, pues si éste es el Mesías y el Mesías es el Hijo de
Dios, el pueblo judío es el Hijo de Dios. En otras palabras: es Dios mismo
quien se manifiesta en el pueblo judío y por eso este es su “pueblo escogido”.
Cuando la mística alemana, nutrida por las antiguas
creencias germánicas de carácter panteísta, asimila el concepto judaico del
“pueblo escogido” identificado con el Mesías, también llega a considerar el suyo
como un pueblo divinizado, un pueblo en el cual se manifiesta lo divino. El
pensamiento alemán, preparado ya desde siglos tanto por sus propias y tradiciones
germánicas, paganas y panteístas, como también por el pensamiento panteísta
filosófico judío de Espinosa y después por el pensamiento inmanentista-panteista
de Hegel, quien –recordemos- en el Estado prusiano ve la manifestación del Absoluto, con facilidad llega a una síntesis
de estos elementos y se considera
un “pueblo escogido”, por su naturaleza superior a otros y destinado a gobernar a todo el mundo,
lo que lo lleva después hasta el fanatismo hitlerista. De ahí que el
nacionalismo alemán en el siglo XX, confundido por sus propios líderes con el racismo
de inspiración judaica del “pueblo escogido” y penetrado por la mística
panteísta germánica y por la filosofía inmanentista, será el objeto de la
severa condenación por parte del Papa Pío XI, en su encíclica Mit Brennender Sorge.
Veamos ahora las causas de esta judaización del protestantismo.
Parece que la causa principal y más importante es la lectura
sin criterio de la Biblia.
La aparición del protestantismo coincide con la época del
humanismo y del entusiasmo por la antigua cultura griega y latina. En la clase
culta se difunde la costumbre de leer las obras clásicas en originales, es
decir, en griego y en latín, y este entusiasmo se extiende también a la lectura
de la Biblia. Pero los protestantes se dedican a la lectura de la Biblia mucho
más que los católicos por una razón muy especial, pues al rechazar la autoridad
del Papa en los asuntos de fe, tenían que buscar otra autoridad, y la encontraron
en la Biblia. La Biblia, una vez tomada por los protestantes no solamente como
la única fuente de la Revelación –pues rechazaron la Tradición (9)-, sino
también la única autoridad en materia de fe, llega a ser un libro absolutamente
indispensable, y su lectura y estudio se hace, para los protestantes,
imprescindible. Además, rechazando el sacerdocio y aplicando el principio de
que cada cual es su propia autoridad en materia de religión, recurriendo sólo a
su propia razón, hicieron de la lectura de la Biblia una necesidad diaria. Cada
protestante se sentía obligado a buscar personalmente en los versículos de la
Biblia las directrices concretas para su conducta y para la orientación de su
conciencia. Mientras los católicos, en casos de duda, seguían recurriendo al
consejo de sus sacerdotes u obispos, los protestantes podrían recurrir sólo a
la lectura de la Biblia. Esta lectura es facilitada por el hecho de que en la misma
época viene el invento de la imprenta y el primer libro que se imprime es
precisamente la Biblia. Por otra parte, el protestantismo es el primero que
insiste en la introducción de los idiomas vernáculos en el culto, especialmente
en la lectura de la Biblia.
Aparecen muchas traducciones de las Escrituras Santas, y
antes de que se imprima toda la Biblia en alemán, salen algunas de sus partes,
como el Salterio, etc. También la necesidad de leer personalmente la Biblia
urge a muchos a aprender el arte de leer. El protestantismo introduce poco a
poco la costumbre de la lectura familiar de la Biblia, de manera que, en poco
tiempo, esta lectura entre los protestantes se generaliza. Una vez introducida
esta costumbre, deviene una práctica, si no diaria, al menos dominical, y el
hombre protestante, desde su más tierna niñez, queda bajo la influencia de estas
lecturas. Hay que tener presente, también que, en estos tiempos, la Biblia es
prácticamente el único libro difundido y la suya es la única lectura; de ahí su
extraordinaria influencia sobre la mentalidad del hombre protestante, pues los
otros libros son escasos y raras veces leídos, mientras que la Biblia se encuentra
después de algún tiempo en casi cada hogar y es permanentemente leída.
Esta influencia delas lecturas bíblicas aumenta también
por otras razones, como, por ejemplo, por el respeto por el cual se la lee y se
la escucha como “la palabra de Dios”, como un libro sagrado, que contiene la
Revelación. Bajo esta influencia, los protestantes empiezan a rezar con el
lenguaje bíblico, a pensar con las categorías bíblicas, a meditar los acontecimientos
narrados por sus libros sagrados e impresionarse con las historias de sus
personajes. Durante varios siglos esta lectura, estas meditaciones y estos
ejemplos de los protagonistas de los acontecimientos bíblicos son, para los
protestantes, casi los únicos conocidos y vividos.
El hombre de hoy, quien durante toda su vida tal vez ni
siquiera una vez ha leído toda la Biblia, no está capacitado para imaginarse
esta extraordinaria influencia sobre el hombre protestante de los siglos XVI,
XVII, XVIII y hasta la mitad del siglo XIX. Pero los que leen los escritos,
memorias, discursos, etc. de los protestantes de estos siglos quedan asombrados
que el lenguaje, las expresiones, el estilo y a veces hasta las frases –sin
hablar de las ideas- son bíblicos. Incluso los discursos políticos de esta
época son casi idénticos a los sermones y homilías (10).
La Biblia es un libro extraordinariamente sugestivo, pues
contiene no solamente algunos preceptos, recomendaciones y reglas de la vida
(como por ejemplo el Corán), sino también la detallada descripción de la vida
de las personas y de los pueblos a los cuales estas prescripciones están dadas.
Algunas partes de la Biblia son de carácter épico incluso de un género
literario muy parecido al de las novelas, escritas con excepcional talento
literario y extraordinaria belleza, y por eso hablan no solamente a la razón,
sino también a la imaginación del lector. Cada lector de la Biblia encuentra en
ella personajes a los que se asemeja en distintas ocasiones y situaciones de la
vida individual, social y nacional. Tal vez no existe ningún problema humano
que no esté en alguna forma tratado por la Biblia; de ahí que los griegos
antiguos la llamaron “biblión”, es decir, el libro por excelencia. Casi cada
lector de la Biblia encuentra en ella un ejemplo concreto de comportamiento en
una situación dada, pero… este ejemplo no siempre es edificante, pues la Biblia
contiene no solamente la Revelación, sino también las descripciones de la vida
diaria de la gente a la cual este Revelación es dada. Los pueblos bíblicos no
siempre se comportaban según las reglas de la moral revelada, no siempre en su
vida respetaban los diez Mandamientos y otras prescripciones de Dios; al
contrario, muy a menudo llevan una vida completamente opuesta a lo exigido por
la Revelación, pues viven no según el mosaísmo (la religión revelada), sino
según el judaísmo, es decir según sus religiones paganas.
No todo lector de la Biblia es capaz de entender estas
diferencias, de ahí que algunos lectores tomen las descripciones de la vida
inmoral de la gente de los relatos bíblicos como modelo, o al menos, como algo
autorizado o sugerido por la Biblia. Para una persona de poca cultura y sin
previos estudios bíblicos, no es fácil discernir en los relatos bíblicos lo
revelado y recomendado de lo no revelado pero realmente vivido, entre el ideal
bíblico y la vida diaria de los pueblos
bíblicos, y por eso la influencia de estas lecturas no siempre es positiva,
edificante y moralizante. Más todavía si se toma en cuenta que la Biblia es un
libro muy voluminoso; a muchos lectores falta tiempo para llegar a la lectura
del Nuevo Testamento y sólo alcanzan a leer el Antiguo. Por otra parte, también los que llegan a leer
toda la Biblia quedan más impresionados por la lectura del A.T. que por la
lectura del Nuevo, por la sencilla razón de que la primera dura mucho más
tiempo, pues el Nuevo Testamento ni siquiera ocupa la quinta parte del espacio.
Además hay que recordar que muchas ediciones de la Biblia ni siquiera incluyen
el Nuevo Testamento, siendo ediciones judías, pero muy divulgadas entre los
cristianos. Es lógico que los judíos publiquen la Biblia sin el Nuevo
Testamento, pues no lo consideran como parte “canónica”, pero estas ediciones
del Nuevo testamento están especialmente difundidas entre los cristianos por
las distintas sectas protestantes.
La moral del Nuevo Testamento es muy distinta de la del
Antiguo, no solamente porque es más exigente, sino ante todo porque es
universal, es decir que se extiende por igual a las relaciones entre todos los
seres humanos. Según la enseñanza de
Cristo, expresada en la parábola sobre el buen Samaritano, para el cristiano el
prójimo es cada persona, cada hombre y no solamente el correligionario, como lo
entendían los judíos. Algunos lectores de la Biblia podrían sentirse
dispensados de las severas exigencias morales del Nuevo Testamento por los
ejemplos de vida presentados por el Antiguo, más todavía cuando el Antiguo se
ponía en primer lugar. El hombre que lleva una vida muy alejada de las exigencias
morales del Nuevo Testamento encuentra en el Antiguo la justificación de su
conducta. Prácticamente, cuando se habla de la influencia de la Biblia, se
piensa en el A.T.
La Iglesia acogió el A.T. como una parte integral de las
Escrituras Santas, pues en él se encuentra una importante parte de la
Revelación y, además, el A.T. introduce al Nuevo, facilitando su entendimiento.
Pero la Iglesia siempre se hadado cuenta de la inconveniencia de la lectura del
A.T. por las personas sin adecuada preparación y también siempre ha exigido que
las ediciones de la Biblia tengan la debida autorización eclesiástica, tanto
para que el lector tenga la seguridad de que los textos sagrados son
auténticos, completos y no deformados por las traducciones, como también para
que estén acompañados de los adecuados
comentarios y explicaciones, sin los cuales podrían presentarse malentendidos.
La Iglesia siempre ha estado principalmente preocupada por la difusión del
Nuevo Testamento, mientras que el Antiguo prácticamente quedaba reservado a la
lectura del clero y de los estudiosos.
De ahí que entre los católicos no se produjera el fenómeno de la tan
extraordinaria influencia del A.T., como entre los protestantes. Incluso,
cuando se extiende la costumbre protestante de la lectura de la Biblia, la Iglesia
recuerda a los fieles que los cristianos deben vivir según la moral del Nuevo Testamento y no
según la del Antiguo, .lo que expresa con claridad el Concilio de Trento: praecepta Veteri Testamenti sunt mortua et
mortífera, lo que quiere decir que ya no obligan y que a los que quisieran
observarlos podrían ser dañinos. Sin
embargo, la Iglesia nunca puede permitir que se tilde al A.T. con el nombre
de “libro judío”, pues él contiene una
parte de la Revelación. (11).
Se puede suponer que en los primeros siglos la influencia
del A.T. era casi nula. Pues, probablemente sólo se leía en las Sinagogas,
durante los primeros decenios, cuando el cristianismo se propagaba casi exclusivamente entre los
judíos dispersos en el Imperio romano. Pero a medida que el cristianismo toma
el carácter de una religión universal y se extiende a todos los pueblos, son
las Cartas de los Apóstoles las que son leídas y comentadas con fervor, y en
seguida, los Evangelios. La lectura del A.T. tal vez reaparece en las
comunidades cristianas sólo cuando viene del oriente el movimiento monástico,
lo que ocurre al final del siglo IV. Sólo los conventos y lo monasterios podían
permitirse el lujo de los larguísimos textos del A.T. y de tener la gente
dedicada a estudiarlos, y esta situación se prolonga prácticamente hasta el final
del siglo XV, cuando se empieza a imprimir la Biblia. Esto explica el porqué de
la nula influencia del A.T. entre los católicos. Mientras que los protestantes,
tomando la Bibli como la única fuente de la Revelación y la única
autoridad en materia de fe, quedan bajo la profunda influencia del A.T., influencia
no tanto mosaizante como judaizante.
Otra causa dela judaización del protestantismo es el
hecho de que los primeros “estudiosos de las Escrituras Santas” son los judíos
o los protestantes de origen judío. Hay una analogía entre el proceso de la
paganización del cristianismo en la época del Renacimiento y del proceso de su
judaización en la época de la aparición del protestantismo. Si, como ya lo
hemos visto, la vuelta al estudio de los clásicos de la literatura resulta ser
uno de los factores de la vuelta del antiguo paganismo greco-romano, la asidua
lectura del A.T., introducida por el protestantismo provoca la judaización del
cristianismo protestante. Ahora bien, así como los emigrantes de Bizancio, ya
muy paganizados, muy a menudo son los maestros de los que desean estudiar las
antiguas obras de la literatura clásica griega, del mismo modo los emigrantes
de España, es decir los judíos sefardíes, expulsados en este tiempo de España
por los Reyes Católicos, Fernando e Isabel (1468-1516), y que son recibidos con
entusiasmo en Alemania son los maestros de los que quieren dedicarse a los
estudios del A.T. en hebreo. Y así como a los emigrantes griegos de Bizancio se
ofrecen las cátedras en las Universidades del idioma griego y de la literatura
clásica griega, a los emigrantes judíos de España se ofrecen las cátedras del
idioma hebreo y de la exégesis del A.T. Pues los protestantes querían estudiar
la Biblia, especialmente el A.T., pero les faltaban los especialistas en esta
materia, pues la Iglesia, desde hacía muchos siglos, se servía de la traducción
latina, llamada Vulgata, atribuida principalmente a San Jerónimo. Los
protestantes alemanes odiaban el latín, como todo lo romano, mediterráneo,
italiano; querían estudiar el A.T. en sus originales, en arameo y en hebreo.
Casi los únicos especialistas en estos idiomas, en esta época, eran los judíos;
por eso se recurre a ellos, se les ofrece las cátedras en las universidades.
Los marranos y los judíos son los primeros maestros de los protestantes. Ellos
les enseñan no solamente el idioma bíblico, sino también les interpretan la
Biblia y los inician en los estudios bíblicos judíos: en la crítica del texto,
de su originalidad, de su procedencia, autoría etc. Siendo los marranos y los
judíos los maestros de los primeros líderes del protestantismo, tenían una
extraordinaria influencia sobre la formación “teológica” de ellos. Huelga decir
que estos maestros no siguen la enseñanza mosaica, sino la judaica; de ahí que
sean uno de los factores de la judaización del protestantismo.
La influencia de los marranos y judíos sobre los protestantes
tenía que ser mucho más importante que la de los maestros griegos-bizantinos
sobre sus alumnos, pues aquí entra en juego el problema de la extraordinaria
diferencia entre el idioma griego y el hebreo (o arameo). El idioma griego
expresa la mentalidad y la cultura griega: la clara y desinteresada búsqueda de
la verdad, abierta para todos. Otro es el caso del idioma hebreo, el que
también refleja la mentalidad y carácter de la cultura hebrea: la iniciación en
lo misterios sólo reservados para algunos privilegiados. En efecto, el idioma
hebreo (o el arameo) es un idioma de los iniciados, es misterioso. Teniendo
sólo las consonantes, no expresa el pensamiento plena y claramente, sino
parcial y simbólicamente; supone y exige una iniciación. Casi cada palabra de
este idioma puede ser leída de distintas maneras; según las vocales que se le
agrega, en cada caso puede expresar otra idea, otro pensamiento y tener otro
sentido. Cuáles vocales es preciso agregar y cómo leerlas sólo se puede saber
por iniciación, lo que supone una ciencia esotérica misteriosa, reservada sólo
para los iniciados y transmitida por la Tradición.
De ahí la autoridad de los “estudiosos de las Escrituras Santas”, como personas
que conocen no solamente el idioma hebreo (o el arameo), sino que también saben
leer la Biblia, escrita en este idioma.
Las monografías sobre la historia de las Universidades
europeas de los siglos XVI y XVII proporcionan muy interesante material
informativo sobre la presencia en ellas de emigrantes de España, marranos y
judíos (12).
La judaización del protestantismo es también efecto de la
presencia de una cantidad muy importante de judíos en las comunidades
protestantes convertidos al protestantismo. Es un hecho muy destacable que, precisamente
al mismo tiempo que aparece el protestantismo, muchos judíos se convierten al
cristianismo protestante, engordando sus filas. El carácter masivo de estas
conversiones justifica las dudas sobre la sinceridad de ellas y la sospecha de
que no se trata de pura coincidencia. Es curioso que estas “conversiones”
masivas ocurren precisamente pocos años antes de la rebelión de Lutero e
inmediatamente después de ella (13). Estos judíos, recién convertidos, entrando
en masa en la Iglesia, introducen en ella sus costumbres, sus tradiciones, su
mentalidad. Esta gran masa de conversos no
podía ser inmediatamente asimilada por el ambiente cristiano, y más aún si se
tiene en cuenta la profunda crisis por la cual pasa la Iglesia en esta época, a
raíz del Renacimiento. De esta masa de neófitos salen los principales líderes
del protestantismo, especialmente en el campo de la teología y de la exégesis
de la Biblia. Por esta razón se puede sospechar que el mismo protestantismo,
como reforma y como rebelión contra Roma, es, hasta cierto punto, una
manifestación del afán de adaptación del cristianismo al judaísmo que
espontáneamente sale de las filas de los neófitos, pues ellos constituyen, en
esta época, dentro de la Iglesia, un elemento culturalmente muy distinto. Desde
este punto de vista se puede considerar el protestantismo, un judaísmo no
completamente “digerido” por el cristianismo.
Que el protestantismo, hasta cierto punto es un
cristianismo judaizado se confirma por el hecho innegable de que son al
protestantismo, desde su aparición, casi todas las conversiones de judíos,
especialmente las masivas, lo que es muy comprensible, pues la vida de un judío
que se convierta al protestantismo poco cambia. Prácticamente, entrando en la
comunidad protestante, un converso se encuentra entre los suyos y, al mismo
tiempo, sale del “ghetto” y entra en la sociedad cristiana, sacando todas las
ventajas de este hecho. Por otra parte, es bien conocida la simpatía que las
sectas protestantes gozan entre los judíos.
Estas conversiones de los judíos que abrazaron el
protestantismo en distintas ocasiones también explican el porqué del
relativamente pequeño porcentaje de judíos en las sociedades protestantes, pues
en las estadísticas ellos figuran como protestantes, mientras en realidad ellos
siguen siendo judíos, conservando su cultura, su sentimiento nacional y, muy a
menudo, también su fidelidad al judaísmo.
Esto explica también, al menos parcialmente el fenómeno
de la judaización de la cultura de las sociedades protestantes. En las sociedades católicas, a pesar de su
gran cantidad numérica, los judíos tienen muy poca influencia sobre la cultura
y las costumbres, pues presionan sólo desde fuera mientras que en las
sociedades protestantes esta presión se efectúa dentro de la misma sociedad. En
las sociedades protestantes, los judíos constituyen un elemento integrado,
asimilado, esencial, característico. El cristianismo protestante es judaizado
no solamente por la asimilación de las ideas judías, sino también por la
asimilación de los elementos biológicos judíos, de la raza judía.
Completamente distinto es el problema de la permanente
presencia dentro del cristianismo de los así llamados ”judaizantes” (término
latino). Este movimiento se manifiesta dentro de la Iglesia desde los primeros
días de la existencia del cristianismo, lo que consta en varias Cartas de los Apóstoles y en los Hechos de los Apóstoles. Los ”judaizantes”
son auténticos cristianos, en la mayoría de los casos de origen judío, que
consideran la previa conversión de un pagano al mosaísmo como condición
indispensable para su posterior al cristianismo. Según ellos un pagano puede
entrar en la Iglesia sólo pasando por la sinagoga. Prácticamente exigían, antes
del bautismo, la circuncisión. Esta actitud, muchísimas veces condenada por los
mismos Apóstoles, especialmente por San Pablo, reaparece a lo largo de la
historia de la Iglesia, pero ya no como exigencia del previo paso por el
mosaísmo, sino por el judaísmo. Más todavía, desde los tiempos del
protestantismo, los “judaizantes” presentan sus exigencias en una nueva forma,
a saber, que el cristianismo, según ellos, no es una religión nueva, fundada
por Cristo, sino el pleno desarrollo de la antigua religión judía, la de
Abraham y la de Moisés, que es la plenitud del judaísmo. Los “judaizantes”,
siempre presentes en la Iglesia, dentro del protestantismo encontraron
condiciones muy favorables para su actividad y manifiestan su actitud ante todo
en la teología protestante. Algunas
sectas protestantes casi se identifican con los “judaizantes” y la práctica de la circuncisión la consideran como
el signo externo de esta actitud. De ahí que pretendan imponer esta práctica
incluso a los demás e incluso contra la voluntad de los padres, circuncidando
en los hospitales a los niños recién nacidos sin el conocimiento de sus padres,
lo que ocurre actualmente con frecuencia en los Estados Unidos e Inglaterra.
La judaización del protestantismo se debe también en
algunos casos a la imprudente enseñanza de la religión cristiana. Me refiero
aquí al caso de no hacer distinción entre la historia de la Revelación y la
historia del pueblo judío. Es evidente que los que enseñan la religión cristiana
tienen que tomar en cuenta la historia del pueblo al cual la Revelación está dada,
pero la historia del pueblo judío no debería ser confundida o identificada con
la historia de la Revelación. Desgraciadamente, no ocurre muy a menudo, y los
niños, que reciben esta enseñanza tan confusa, careciendo todavía no solamente
de la madurez intelectual, sino también de los indispensables conocimientos
históricos, quedan, a veces para toda la vida, bajo la influencia de esta
enseñanza, confundiendo para siempre la historia de la Revelación con la
historia del pueblo judío, identificando lo uno con lo otro, los que les
predispone a las futuras simpatías en favor de los “judaizantes”. Más todavía,
si eso ocurre no solamente por falta de prudencia por parte de los catequistas,
sino también por la actitud consciente de ellos, cuando los mismos, siendo de
origen judío o de tendencias de los “judaizantes”,
lo hacen a sabiendas y con el propósito de judaizar al máximo al cristianismo.
El pueblo alemán, adaptando en su vida un cristianismo
protestante, es decir, judaizado, encontró en él lo que le gustaba, pues éste
estimulaba una de las antiguas pasiones germánicas, talvez la peor de todas, la
libido dominandi. Judaizándose, por
el protestantismo, los alemanes encontraron la justificación de esta pasión,
que les autorizaba, por motivos bíblicos, a sentirse predestinados a ser un
nuevo “pueblo escogido” para dominar al mundo y gobernar a todos los demás.
En el protestantismo hay no solamente la primacía del
A.T. sobre el Nuevo, sino también la primacía de los judaico sobre lo
cristiano. Tal vez esto podría explicar el odio del protestantismo contra Roma,
contra la Roma aeterna, pues
solamente lo judíos tienen razones para odiarla; para odiar a la Roma antigua,
la del Imperio romano, que destruyó el Estado judío y el Templo, condenando a
este pueblo a vivir en la diáspora, y a la Roma cristiana, la de los Papas,
como un doloroso testimonio de la Verdad y un permanente reproche para la
conciencia judía por el crimen del Deicidio.+
NOTAS:
(1)
Véase, al respecto, los Sermones de Lutero;
Maritain, en Tres Reformadores, cita muchos ejemplos.
(2)
El judaísmo confunde la norma moral con la norma jurídica e incluso llega,
en el Talmud, a identificarlas, de ahí viene el minucioso formalismo ético y la
casuística.
(3)
El puritaniamo es un fenómeno muy complicado y, fuera del protestantismo,
tiene también otras raíces. Véase Barcker, The
National Character.
(4)
Karl Marx, nacido de una familia rabínica, en su ensayo Zur judenfrage escribe un texto en
alemás que no transcribo. Pg. 57.
(5)
Las obras que destaca la influencia del protestantismo sobre el nacimiento
del capitalismo moderno son muiy abundantes: empiezan con MaxWebwe, y Werner
Sombart, Ernst Troeltsch, Georges O`Brien y P. Bernard.
(6)
Véase al respecto, la obra de Wells, The
fate of homo Sapiens. Recordemos que Wells pertenecía a Godless Society. El
autor destaca también la judaización de Inglaterra por la lectura de la Biblia.
(7)
Los judíos vivían en la Diáspora ya antes, pero la Diáspora anterior a la
destrucción del Templo y de Jerusalén era voluntaria, mientras que la siguiente
ya tenía en los ojos de los judíos el carácter de un destino impuesto por Dios
a través de los acontecimientos políticos.
(8)
Véase G. Scholem, Le messianisme
juif, 139-217.
(9)
Actualmente algunos teólogos protestantes aceptan la Tradición, (pero
concebida de una manera distinta de los
católicos), pues los estudios bíblicos les demostraron que una parte de la
Biblia es la descripción de la Tradición prebíblica.
(10)
Véase, por
ejemplo, Carlyle, Cromwell´s Letters and
Speeches.
(11)
Véase Cardenal Faulhaber
(12)
Véase K. Eschweller
(13)
Véase Thataud, Historia de los judíos.
+ Crítica
nacionalista del Blog: me permito, y pido disculpas, por
pretender aclarar unos conceptos de tan excelente artículo, que me parecen algo
confusos. Pues me resultó sorprendente que
el Padre Poradowski apele a un inglés - Wells-, cuando trata las tropelías del
imperialismo inglés; y también la lenidad cuando debería describir la pérfida y
terrible política imperialista inglesa por medio de la masonería; de ninguna
manera fútil; y la actual más demoledora y prepotente aún del imperialismo
judeo-calvinista yanqui.
Además,
parecería decir que la predestinación bíblica judía de los pueblos para dominar
el mundo, arraigó más en la Alemania nacionalista; pero el “cuco” ya murió, es
historia, y mencionarlo confunde; y es como relegar al verdadero y único
peligro: el imperialismo anglo-yanqui. Parecería una visión política que se
entrevera con la histórica.
El peligro
globalizador del imperialismo no es el germano, es netamente el anglo-yanqui,
único vivo, donde ejerce su predominio el judeo-calvinismo. Porque el imperialismo está fundado en la
alianza judeo-calvinista y no en fábulas de la mitología germana. Debe
recordarse que, históricamente, la convivencia entre Cromwell y los judíos
holandeses, además que fue atada con intereses comunes financieros y usurarios,
base y origen del imperialismo judaizante, fue, desde ese entonces, una
coexistencia entrañable, cultural, política y religiosa.
También,
evidentemente, el Padre Poradowski relega o desconoce la trágica historia
argentina, cuando en pocos años los latrocinios ingleses, con el cómplice
Régimen demo-liberal, nos devastaron. Esto quizá se explica considerando que el
Padre Poradowski era polaco, nacionalizado chileno.
“Regalan Biblias y se roban el petróleo” como
advertía el padre Castellani, ¡y la dignidad nacional
No hay comentarios:
Publicar un comentario