,CON ESTE EMOCIONANTE RELATO, HOMENAJEAMOS A LOS SANTOS MISIONEROS QUE OFRECIERON SUS VIDAS PARA RESCATAR A LOS
PRIMITIVOS AMERICANOS DE LAS GARRAS DEL DEMONIO. OFRECIÉNDOLES LA VERDAD ÍNTEGRA DEL
CATOLICISMO, ACEPTADA ALBOROZADAMENTE
POR LA MAYORÍA DE
ELLOS. LOS OTROS, HIJOS DEL DEMONIO, HENCHIDOS DE ODIO
HOMICIDA AL ESCUCHAR LA VERDAD , LOS MARTIRIZARON. (San
Juan 8). EL MISMO ODIO QUE SE EJERCIÖ EN INGLATERRA , ESPAÑA Y MÉXICO; HOY DÍA
EN ASIA; Y SOLAPADAMENTE EN TODOS LOS PAÍSES LIBERALES Y MARXISTAS....
(Imaginé que Juan Pablo ii es muy probable haya
querido ubicar a los descendientes de los asesinos del santo
mártir para invitarlos al ágape de Asís. Fumar la pipa de la paz y rezarle a un
tótem, como con los pieles rojas. No lo logró, pero con la intención bastó para
“santificarlo” .Por el contrario, el Padre Roque González no será santificado
por el Vati 2, pues tuvo la osadía de
querer convertir a los aborígenes a la fe de Cristo; el mayor bien que se le
puede ofrecer a un ser humano. Y no admitió fumar la pipa de la paz con los
hechiceros de las tribus. Los “indigenistas” actuales , manipuleados desde el mundo “progresista”, se
disfrazan para el sainete “ancestral”, en
el que participan las altas autoridades nacionales y provinciales, todos
fumando la pipa y ofreciendo dones, en adoración a Gaia, la madre Tierra, repudiando
al padre Roque, pues prefieren la lujuria
burbujeante de la esclavitud
anglosajona, para volver todos hermanados y disfrazados a la degradación neo pagana).
PADRE ROQUE
GONZÁLEZ DE LA SANTA CRUZ
Y COMPAÑEROS
Mártires
de la Compañía
de Jesús.
SEGÚN DOCUMENTOS CONTEMPORÁNEOS
(1628 -15 Y 17 DE NOVIEMBRE -1928)
(PUBLICADO
EN LA REVISTA
“ESTUDIOS”, noviembre de 1928).
E
|
l
Padre Roque González de la Santa Cruz ,
nacido en tierras americanas, apóstol infatigable de sus compatricios, por cuya
cristiana civilización dio generoso su sangre, debe ser mirado como el
protomártir de la Compañía
de Jesús, en las regiones del Río de la Plata.
Cúmplense tres siglos, en este año y mes,
de su glorioso martirio que tuvo lugar en el Caaró, paraje que pertenecía
entonces a la Gobernación y Obispado
de Buenos Aires, y forma hoy parte del estado brasileño del Río Grande do Sul.
Con él santificaron nuestra bendita
tierra otros dos jesuitas venidos de tierras de España: el PADRE ALONSO
RODRÍGUEZ y el PADRE JUAN DEL CASTILLO, el uno fue martirizado en el mismo
lugar y en el mismo día que el Padre Roque, 15 de noviembre, el otro, dos días
más tarde, en la reducción de Ijuhí, en sitio no muy apartado del primero.
+
Nació el Padre Roque González, según
todas las probabilidades en 1576, en la Asunción del Paraguay, unida su familia con
vínculos de sangre con la del célebre gobernador del Río de la Plata , Hernandarias.
Ordenado de sacerdote, pronto sus
relevantes prendas de virtud y saber llamaron sobre él la atención de las
autoridades eclesiásticas que pensaron confiarle el cargo de Vicario General del Obispado de la Asunción. Más no
bien llegó tal propósito a noticia del elegido, nada dejó de hacer su humildad
para evitarlo: al fin fue con medida tan
radical, que en 1609 pidió y logró ser admitido en la Compañía de Jesús, que
hacía poco había llegado al Paraguay.
Fundaban a la sazón sus ,misioneros las
famosas reducciones guaraníticas, y a su consolidación y desarrollo, por
especial voluntad de Dios, contribuyó más que nadie este jesuíta americano,
distinguido providencialmente con dotes excepcionales.
Diólas a conocer, primeramente en la
reducción de los salvajes guaycurúes,
que habían establecido hacía poco los
jesuitas frente a la Asunción ,
al otro lado del río Paraguay. Por el mismo tiempo el Padre Maciel Lorenzana
había fundado otra reducción pata los
guaraníes, al sur de la
Asunción , entre los ríos Tebicuarí y el Alto Paraná, con el
nombre de San Ignacio Guazú, para distinguirla de la otra reducción de San Ignacio a que por aquel mismo tiempo dieron origen en
el Guayrá, Paraná arriba, en el actual estado brasileño de Paraná.
Al ser nombrado, en 1613, el Padre
Lorenzana, rector del Colegio de la
Asunción , recibió el Padre Roque González cargo de la
reducción de San Ignacio, que aquél dejaba. Echóse de ver, desde luego, cuán
acertada había sido la elección de los superiores, en el talento organizador,
adiestrado con larga experiencia de que dio pruebas el nuevo misionero. Como
criollo, sabia la lengua guaraní cual ningún otro de los misioneros
extranjeros, a los cuales adiestró. Hecho al país y a sus habitante desde niño,
sabía como aclimatarse y tratar a las gentes según su carácter; conocía el arte
de echar los fundamentes de los pueblos de la manera más a propósito, el
cultivo más ventajoso de los campos
nativos y en general los menesteres y recursos de primera necesidad. Persuadido
de la conveniencia de dar al culto el mayor esplendor según las circunstancias,
valíase de él para enseñar intuitivamente las ideas religiosas a los indios;
echó mano hábilmente del teatro y de la música para apartarlos de su salvaje
inmoralidad, y de otros defectos de la vida incivil. Mil pruebas de esto
aparecen en las narraciones contemporáneas, donde se ve claramente como se debe
en su mayor parte al Protomártir de la América latina el sistema
llamado jesuítico, aplicado con tanto éxito en las célebres reducciones paraguayas.
No ha sido, como se dan a fantasear algunos, un
procedimiento apriorístico, elaborado e impuesto a la luz de teorías exóticas por los jesuitas europeos
venidos al país, sino que lo ideó en muchos de sus puntos y lo acomodó un misionero criollo, de gran
tino práctico, que conocía y, si vale el dicho, sentía las características de
la tierra y sus indígenas. Por esto, aún
descontando los méritos del martirio, el Padre Roque González es signo de perdurable memoria por su talento
organizador y sentido práctico
avalorados por la insigne santidad, que
se manifiesta desde su más tierna infancia y le acompaña indeficiente hasta los
postreros años de su vida.
Adelantamos algunas de las muchas pruebas
que hay, para confirmación de lo dicho.
En
el primer proceso canónico, hecho en Buenos Aires en 1629, que se conserva hay
manuscrito en el Archivo de la
Nación , de la Capital
Federal , atestigua aquel celebérrimo santo franciscano Fray Luis de Bolaños de su
íntimo amigo:
“Dijo que él conoció al dicho Padre Roque
González de Santa Cruz desde niño en el mundo y después en religión, y le ha
comunicado muy familiarmente, siendo sacerdote clérigo, y después en dicha
religión. Dijo, en la comunicación que tuvo con el dicho Padre Roque González de
la Santa Cruz ,
y por lo que a otras personas en común
oyó y ha oído decir, así en la ciudad de
la Asunción ,
como en otras partes destas provincias, cree y tiene por muy cierto que las
virtudes y demás cosas, que contiene la dicha pregunta, las tuvo el dicho Padre
Roque González con grande ejemplo de los fieles: y sabe este testigo que siendo el dicho Padre Roque González
de edad de doce años, poco más o menos, estando en casa de sus padres en
la ciudad de la Asunción ,
percudió a los muchachos amigos suyos a que se fuesen al desierto a una hermita,
algunas leguas apartadas de la dicha ciudad, a hacer penitencia; y después de
haber estado algunos días por allá, salieron en su busca sus deudos, y los
hallaron en un monte, y preguntando a él dicho Padre Roque González, por qué causa
se había ausentado, él y sus compañeros, respondió que por apartarse del mundo,
y servir a Dios con más quietud; y los volvieron a casa de sus padres. Y
después, teniendo edad, fué ordenado de
sacerdote clérigo, perseverando en sus virtudes: y que siendo clérigo, salió de
la dicha ciudad de la Asunción a los pueblos de
indios a visitarlos y doctrinarlos en tiempo en que no tenían doctrina, e hizo
mucho fruto en ellos. Y ha oído decir
que eligiéndole el señor Obispo de aquella provincia por su provisor y vicario
general, no lo aceptó. Y no pudiendo resistir con libertad , entró religioso de
la Compañía ,
donde perseveró siempre en opinión de virtud y santidad.
“Y después, estando en la dicha religión,
con orden de su prelado, fue al río grande del Paraná, y corrió desde las
Corrientes o San Juan de Vera sesenta leguas el río arriba, buscando
indios, reduciéndolos, doctrinándolos y
asentándolos en poblaciones: en que padeció muchos trabajos, desnudez,
necesidades y hambre. Particularmente a los principios de la reducción de
Itapúa. Y dello dio cuente por cartas a
este testigo a la reducción de Yutí, donde asistía, manifestando en las dichas cartas cómo había mucho tiempo que no comía otra
cosa sino unas hojas cocidas de mandioca, que es manjar y comida, que los
dichos indios usan a la mayor necesidad: y que sabiendo la que pasaba el dicho
Padre, este testigo le envió desde la dicha reducción de Yutí muchos indios
cargados de harina de raíces de mandioca, para ayuda de su sustento y de los
dichos indios.
“Y que después de asentada esta
reducción, pasó a otro río que llaman Uruguay, con otros religiosos de dicha
Compañía de Jesús, siendo el Padre prelado y maestro de todos, donde padeció
con los dichos compañeros muchos trabajos y necesidades, hasta llegar río
arriba, donde estaba la última reducción, en la cual, asistiendo algún tiempo,
le mataron los dichos indios y a dos compañeros…”
+
Q
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ue
el Padre Roque González aprovechábase, en la traza de los nuevos pueblos, de la
experiencia de los conquistadores al fundar sus nuevas ciudades americanas, lo
prueba una carta del Padre a su Superior, reproducida por éste en las Cartas Anuas de 1613. Escribe así:
(A fija 17, vta.). “Fue necesario
construir este pueblo (de San Ignacio Guazú) desde sus fundamentos. Para cortar
la acostumbrada ocasión para el pecado, me resolví a construirlo a la manera de
los pueblos españoles, para que cada uno tenga su casa, con sus límites
determinados y su correspondiente cerca, para impedir el fácil acceso de una a
la otra, como era antes, proporcionando
inevitable ocasión para las borracheras y otros crímenes.
“Para nuestro servicio se construye la
habitación y el templo; muy cómodo todo, cerrado con tapia, los edificios con
viguería de cedro, muy abundante en estas regiones. Mucho hemos trabajado en el
arreglo de todo esto, pero con mucho más entusiasmo y aplicación, y con todas
nuestras fuerzas, en construir a Dios nuestro Señor templos no hechos a mano,
sino espirituales, cuales son las almas de estos indígenas…” Que asi fuera verdad lo atestigua su
compañero, el Padre Francisco del Valle, en carta escrita al Padre provincial,
Diego de Torres, reproducida igualmente
en las siguientes Cartas Anuas
de 1614 (a foja 12). Dice así:
“Todo esto se ha levantado mediante
los increíbles trabajos del Padre Roque
González. Él mismo en persona es carpintero, arquitecto y albañil: maneja el
hacha y labra la madera, y la acarrea al sitio de construcción, enganchando él
mismo, por falta de otro capaz, la yunta de bueyes. Él hace todo sólo.”
Algunas líneas adelante se habla de los famosos
viajes de exploración del Padre Roque González, los primeros que se han hecho
allá:
“El Padre Roque González ha hecho varias
excursiones desde esta reducción a las tierras de los infieles, los cuales
están pidiendo Padres. Envióme el Padre una relación de su viaje, de la cual
voy a sacar sólo algunos párrafos. Halló a muchos indios, bien dispuestos para
ser instruidos en la religión, los cuales han recibido al Padre con el más
grande regocijo, prometiéndoles docilidad en el caso que les enviasen
misioneros. Es muy a propósito aquella región para reducciones de indios y
abunda en víveres, y los mismos indios prometen, más que en otras partes, reducirse
a pueblos, donde aprendan el camino al cielo. Esta misma región será la puerta
a otros muchos indios infieles y proporcionará una incalculable cosecha de
almas. El Padre Roque ha ganado ya la voluntad de estos indios, hasta ahora
intratables…”
Indica aquí el Padre Torres, en este su
relato anual al Padre General aquella habilidad, del Padre Roque, de saber mejor que nadie, ganarse la voluntad
de la gente, por hablar su idioma y conocer a fondo su genio. No se crea que le
era siempre muy fácil vencer la primera resistencia de los indios, muy enemigos
del nombre español. Las cuentan
en adelante diferentes encuentros sumamente críticos entre el Padre
Roque y los indios del Alto Paraná, del actual territorio de Misiones y de la
parte oriental del Uruguay. Dicen que el Padre Roque se imponía por su
inquebrantable calma.
En la Historia del Paraguay, del Padre Francisco Javier
Charlevoix (t. II, pg. 125) cuéntase la industria de que se valió el Padre
González para deshacer un ejército de infieles. Aprovechóse de las preocupaciones supersticiosas de los
indios. “Tomó de la mano un libro , y en la otra una especie de sierra que
llevaba siempre consigo para mondar un árbol, cuando quería plantar la Cruz , y avanzó hasta la
primera fila. La vista de aquellos dos objetos deslumbró a los bárbaros;
imaginándose que con la sierra iba a despedazarlos, y que las palabras que
pronunciaba leyendo en el libro tenían
alguna virtud secreta a la que nunca
habían de poder resistir; y emprendieron la fuga con tal precipitación,
que casi en un momento desaparecieron” (Conf. Ps. 157, 158,163, 189, 191).
Sobre el método pedagógico con que meter
las ideas espirituales de la religión a una gente tan sensual y de tan corto
alcance, como los indios infieles, tenemos varias pruebas preciosas, recogidas
de los primeros años de su vida de misionero. Él mismo dice en su carta citada,
reproducida en las Cartas Anuas de
1613, al fin (a fija 18 vta.): “Por lo demás son estos indios de buena
disposición y fácilmente se les puede dirigir por buen camino. Las funciones
sagradas son su gran afición, especialmente las festividades de los santos; así
tienen gran devoción a nuestro santo Padre Ignacio, el cual es el Santo Patrono
de su pueblo, por lo cual celebran ellos su fiesta con los más grandes
preparativos y regocijos que permite la industria de estos neófitos, por lo
demás muy pobres…”
Más pormenores sobre esta materia, y en
especial sobre la manera cómo introdujo la música y el teatro entre los indios,
tráelos el Padre Provincial Torres en la misma Carta Anua, un poco más adelante (a f. 19), con ocasión de referir
su primera visita en la nueva reducción:
“Entre los objetos sagrados había yo traído
una imagen de la Virgen Santísima ,
pintada, para que fuera colocada en el templo. Al saber esto, resolvieron los
indios en su alegría recibirla con la más grande solemnidad posible. El templo
destinado para ellos fue adornado con sus acostumbradas flores y guirnaldas;
las calles, plaza y acceso, por donde tenía que venir, con arcos triunfales.
Todavía no habíamos llegado al pueblo cuando todos en solemne procesión
salieron al encuentro de la imagen,
saludándola, los niños y las niñas cantando, los demás a son de música, tocando
flautas y timbales a su usanza, y el sacerdote rezando las preces del ritual;
puesta la imagen bajo palio de seda, la sostuvieron cuatro caciques hasta llegar al pueblo; quedando todos los
aldeanos con gran admiración al ver cosas tan nuevas e insólitas. No se puede
decir cuanto consuelo sacaron de estos misterios de nuestra fe”.
Añade Lozano, al referir este suceso en
su Historia (t.II, ps. 617 y 766):”Las danzas, a la moda de la nación,
regocijaban los circunstantes”. (Conf. Anuas , 1614. a f. 11 y 12).
Consolidada ya la primera reducción
guaranítica de San Ignacio Guazú, fundó el Padre Roque González, con no menos
trabajos y privaciones, la de Itapuá, en el paraje de la moderna ciudad
paraguaya de Villa Encarnación, en 1614. Al año siguiente , tenía dos
fundaciones transitorias al lado izquierdo del Alto Paraná: en la actual
Provincia argentina de Corrientes la reducción de Santa Ana, cerca de la laguna
de Iberá, y en el actual territorio de Misiones , “en frente de Itapua”, como
dicen los correspondientes documentos, y en el mismísimo lugar de la actual
capital de Posadas, la reducción de la Anunciación.
Más consistencia y celebridad tuvo la
fundación de la reducción de Concepción, en el mismo lugar de la actual ciudad
de Concepción de la Sierra ,
en la cuenca del río Uruguay. Seis largos años empleó el Padre Roque
González en cimentar y adelantar esta
famosa reducción, que desde entonces quedó como capital y centro de toda la
actividad misional en el alto río Uruguay; fue esta la reducción madre de las
reducciones de San Javier y Yapeyú, al lado derecho y argentino del río
Uruguay, y el de San Nicolás, de la primitiva Candelaria y de otras muchas
reducciones de la llamada Sierra del Tape, en el actual estado brasileño de Río
Grande do Sul, pero trasladadas en gran parte, más tarde (después de 1635) al
lado occidental del río Uruguay, para defenderlas mejor contra las invasiones
de los paulistas brasileños, los crueles mamelucos, cazadores de esclavos.
Todas estas vastas regiones, desconocidas
hasta aquella fecha, e inaccesibles para los españoles, explorólas en
diferentes viajes el Padre Roque González, hasta pocos meses antes de su
gloriosa muerte. Sus relaciones de viajes se conservan en las Cartas Anuas de aquellos tiempos, y hay
copias manuscritas en el Archivo de Historia de Madrid.
El Padre Roque González fue el primero
que navegó desde la reducción de la Concepción , río Uruguay abajo, en 1626, para
presentar sus indios reducidos al gobernador Francisco de Céspedes en Buenos
Aires.
+
No hay que sorprenderse de que, después
de tan prósperos sucesos, con tanta habilidad del Padre Roque en tratar a los
indios, de repente oigamos la noticia de su muerte sangrienta, en medio de su
actividad asombrosa. Refieren las relaciones contemporáneas, como ya hemos
indicado, que más de una vez el Padre Roque estuvo en inminente peligro de
muerte, y sólo su intrepidez los salvó de los manifiestos ataques. Había, empero
también otros encubiertos con disimulo, que provenían de unos embaucadores
hechiceros, que sabían imponerse a los indios supersticiosos. Estos hechiceros
veían con desagrado que el misionero destruyese el funesto influjo de sus
embustes y, al mismo tiempo, les quitase de las manos las sórdidas ganancias y
la ocasión de sus inmoralidades. Disimulaban los hechiceros a veces su
hostilidad, estimulándose, empero, en secreto mutuamente, a deshacerse, cuando
se les presentase la ocasión, de este freno de su licencia, impuesto por los
misioneros.
Buen pretexto para excitar la pasión y
animarse a la venganza era la idea de que los misioneros les quitaban sus
costumbres antiguas y querían entregarlos a la esclavitud de los españoles.
Precisamente la libertad política de los naturales y su sujeción al rey era la
condición primordial estipulada entre los indios y los misioneros. Y con esta
condición admitían en sus tierras los indios a los misioneros para que les
predicasen el Evangelio. Por esta libertad
de los indios, tan conformes a la ley de Dios y a las Leyes de Indias, lucharon
los misioneros jesuitas contra los que a despecho de toda ley se empeñaban en
esclavizar a los indios reducidos a vida civil y cristiana. Esta lucha secular
por la libertad de sus amados indios costó a los misioneros jesuitas afanes y
vejaciones sin cuento, hasta ser desterrados de las misiones.
En las Cartas Anuas de 1626 a 1627, conservadas en manuscrito, en su
lengua original castellana, parece al fin un largo capítulo (fojas CXI-CXV) con
el título: Reducción de Nuestra Señora de
la Candelaria. Es esta la Candelaria
primitiva fundada por el Padre Roque González en las márgenes del río Ibicuy, y
después cerca del Caaró, ambos lugares en el actual estado brasileño de Río
Grande do Sul. En este capítulo cuenta el Padre Roque González extensamente, en
carta a su superior, el viaje de exploración que hizo por aquellos pasajes, una
de sus últimas hazañas. Al fin hace un resumen
del resultado de la exploración y dice: “Puedo decir con verdad que mis
trabajuelos y peregrinaciones no han sido tan apretados como en esta del Ibicuy
y Tape. Pero todo es nada en comparación de lo que se le debe al Señor, por
quien se hace, y cuando no fuera más que
habernos desengañado del encantamiento del Ibicuy, y visto todo el Tape, y por
donde hemos de llevar nuestra derrota para la fundación de las reducciones, y
héchome capaz de toda la provincia, lo diera todo por bien empleado, cuanto
más, habiendo sido por la santa obediencias…
“Ahora podré hacer relación cierta de
toda esta provincia. Digo lo primero que toda la tierra del Uruguay no en más
que una provincia, pero muy lata, que por lo menos tiene de largo 300 leguas, y
de ancho, en partes, más de ciento; porque desde el puerto de Buenos Aires
hasta nuestra primera reducción de los Reyes (Yapeyú), hay cien leguas. De
ésta, a la cordillera, que está 10 leguas más arriba de la reducción de San
Nicolás, que es la última, hay 50 leguas, y es la mejor de toda la provincia.
Luego se siguen otras 50 leguas de monte
cerrado, hasta salir o los llanos de hacia Guayrá, y de aquí a los confines del
Brasil hay otras cien leguas, que todas cumplen el número de 300. Todas están
pobladas de indios, pero muy esparcidos y así en toda la provincia habrá veinte
mil familias, poco más o menos… Vienen a ser 100.000 almas, todos labradores…”.
El Padre Roque González, en esta
exploración, se había escogido el lugar de su cercano martirio. Estaba no lejos
de la primitiva Candelaria, trasladada desde el río Ibicuy, al este de San
Nicolás, en el triángulo de las posteriores reducciones de San Luis, San Miguel y Santo Ángel. Cuenta
el Padre provincial Nicolás Mastrilli Durán, en las últimas líneas de esta su Carta Anua, la fundación de aquella
primitiva Candelaria, (trasladada en tiempos posteriores, otra vez a las
orillas del Paraná). “Halló el Padre Roque que se rodeaba mucho camino sin
necesidad, porque entrando por la reducción de San Nicolás, cinco a seis leguas
tierra adentro, salió casi al mismo puesto, que andando más de 80 por el río
Ibicuy, y se acercaba mucho al Tape que es el que sale al Brasil; de suerte que
se viene a ahorrar por tierra más de 80 leguas; porque desde la reducción de
Concepción, para llegar al puesto, donde fundó la primera vez esta reducción de
Candelaria, se andaba más de 100 leguas; y al puesto donde ahora está fundada,
hay menos de 20.
“Fundóse a los principios de este año de
1628… Me escriben los Padres que, demás que llegará presto esta reducción a 500
familias; a dos y tres leguas más adelante hay puestos y gente dispuesta, para
fundar otras muchas, como lo hicieran luego con mucha facilidad, si tuvieran
Padres para poner en ellas. Ahora, con los que yo les envié del puerto de
Buenos Aires, de los sujetos escogidos que Vuestra Paternidad se sirvió
concedernos, se acudirá en parte a remediar esta necesidad”.
En realidad, llegaron los nuevos
misioneros Alonso Rodríguez y Juan del Castillo para asistir al Padre Roque
González, el cual, como superior de misiones, los trajo, poco después, desde el
Paraná al Uruguay; así que, el 1º de
noviembre de este mismo año de 1628, se pudo fundar la reducción de Todos los
Santos del cercano Caaró, entre los afluentes del Uruguay: Piratini e Ijuhí, y
al margen de éste último, la de la Asunción. En frente de esta última púsose el
Padre Juan del Castillo, quedando en Caaró el Padre Alonso Rodriguez con el
Padre Roque. (Charlevoix 2,248).
+
Firmó
el Padre Nicolás Mastrilli Durán este su relato optimista, dirigido al Padre
General Mucio Vitelleschi, poco días después: el 12 de noviembre de 1628, casi
en vísperas de la catástrofe. Mientras tanto se le había encargado al Padre Jaime
Rançonier la redacción latina de la misma Carta
Anua de 1626 a 1627 (impresa en Amberes, 1636), cuando de improviso llegó
la noticia de la muerte de los tres misioneros del Caaró, Padres Roque
González, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo. El primer aviso, en el cual
todavía no se dice nada de la muerte del Padre del Castillo, acaecida 2 días
después de la de los Padres González y Rodríguez, diólo el Padre misionero,
Tomás Ureña, al Padre Rector de Santa Fe. Traen las Anuas latinas esta carta como apéndice, la cual dice: “Mi Padre:
Desde la reducción de la
Concepción , me fui a marcha forzada a Itapua, sin comer ni
dormir, para dar inmediatamente noticia al Padre Provincial, de que los santos
Padres Roque González y Alonso Rodríguez, los cuales estaban fundando una nueva reducción hacia la región del mar,
donde moraban ya 15 días en buena armonía con los indios, han sido muertos por varios indios alborotados diabólicamente.
Primero asaltaron éstos al Padre Roque
González, el cual en este momento había
acabado el sacrificio de la misa, y lo mataron. Sobrevino el Padre Alonso
Rodríguez, para ver lo que significaba aquel alboroto, y los mataron igualmente
de una manera muy cruel, despojándole de su ropa, y partiéndole bárbaramente en
dos partes. Después destrozaron las sagradas imágenes y los libros, prendieron
fuego en la capilla, y arrojaron los
santos cuerpos de los dos a las llamas, quedando así algo chamuscados.
Inmediatamente mandé que se me los trajesen, para asegurar así su veneración venidera de parte
de todos, siendo ellos reliquias de unos santos mártires. Pues, les quitaron la
vida los bárbaros no por otro motivo, sino en odio de nuestra fe, y por la
razón principal de no querer admitir el santo Evangelio de Jesucristo”.
La noticia de este cruel a la vez que
glorioso martirio, corrió luego por todas las tierras platenses, y llegó muy
pronto a oídos de las autoridades eclesiásticas y civiles. Todos se dieron
cuenta del alcance de estas muertes, y se hicieron al instante todas las
diligencias, para averiguar los pormenores de los hechos. Acudieron al lugar
del siniestro las fuerzas armadas, compuestas de españoles e indios, para
impedir la propagación de la sublevación de los indígenas y recoger los restos
de los misioneros asesinados.
Dio cuenta el gobernador Francisco de
Céspedes del suceso al Rey, en carta del 15 de julio de 1629, en la cual dice:
“En la muerte de tres Padres de la
Compañía , que estos días sucedió en las provincias del Uruguay,
pudieron ser socorridos desde San Juan de Vera (o Corrientes) por un capitán y
ocho soldados, e indios amigos, como constará a vuestra majestad de la relación
particular que envió en esta ocasión, y porque acertó a estar 45 leguas del
pueblo y reducción de la Limpia Concepción , que está en
cabeza de vuestra majestad”.
Esta relación de aquel capitán correntino,
no otro que don Manuel Cabral, se hallará en el Archivo de Indias. Tenemos,
además, manuscrita en Buenos Aires, en el primer proceso canónico, que se hizo
sin demora, su declaración en la cual
dice: “Estando (este testigo) en esta ciudad –de Corrientes-, llegó el padre
Francisco Clavijo a pedir socorro de la provincia del Uruguay, después de la
muerte y martirio de los dichos santos Padres; entre los cuales se averiguó lo mismo que comúnmente
todos los indios cristianos decían: y fue que un indio hechicero Nezú, que se
hacía dios entre ellos, viendo que lo que los Padres predicaban, era tan
contrario de sus malas costumbres, y evitaban de tener muchas mujeres, y los
demás pecados; y pareciéndole que con aquello perdería el ser adorado de los
indios, como hasta allí; hizo convocación
de los indios infieles y caciques; a los cuales les dijo convenía matar
a todos los Padres religiosos de la
Compañía que estaban en aquella provincia, porque predicaban
cosas contra lo que el predicaba y era su ser antiguo y de sus antepasados; y
que él les ayudaría y favorecería y le tendrían propicio y contento con esto. Y
si no, se iría al cielo y destruiría a todos; el Caaró y luego todos los demás
de la provincia; y de allí se proseguiría luego a las provincias del Paraná, a
matar a todos los Padres, y destruir la fe de Cristo; y que a los que estaban
bautizados, él los desbautizaría y lavaría y borraría el bautismo, y los
tornaría gentiles a su ser antiguo, con otros disparates; diciendo que siendo
él dios, a él sólo pertenecía bautizar; y así hizo ciertas ceremonias en los
niños, lavándoles la cabeza y pechos; rayéndoles la lengua, y decía les quitaba
el ser cristianos y bautizados; y todos le creían y tenían por tal su dios,
porque con ciertas invenciones y embustes sacaba agua y bautizaba a los niños.
Y este hechicero Nezú envió sus mensajeros al Caaró, a otro semejante como él,
llamado Carupé, que matase al santo Padre Roque y su compañero, y luego le
avisase, para proseguir con los demás de
la misma suerte. Y el dicho Carupé fue con su gente, adonde el dicho
Padre estaba aderezando una campana, poniéndole una cuerda en la lengüeta, para
colgarla en la capilla que allí tenía hecho
y llevando industriado a su cautivo, llamado Maraguá, para que luego el
Padre se bajase o descuidase, le matase con una porra de piedra desbastada. Y
el dicho indio Maraguá le dio en la cabeza con loa dicha porra un tan gran
golpe, hasta que se la deshizo toda.
“Y allí mismo salió el Padre Alonso
Rodríguez de la iglesia, o capilla, donde estaba, al ruido y vocería; y le mataron asimismo e hicieron pedazos los
cuerpos, y robaron los ornamentos y vasos sagrados; rompieron y
quebraron las imágenes y metieron arrastrando los cuerpos, y les pegaron fuego
y quemaron.
Desde donde al cuerpo del santo Padre les
habló y dijo:
“Habéis muerto mi cuerpo; más no mi alma. Hános de venir muchos trabajos
por esto que habéis hecho, porque han de venir mis hijos a vengarlo; y otras cosas que les fue profecía propia de todas
las cosas que les iba sucediendo, y sucedió después, según los mismos matadores después, conociéndolo, lo decían.
“Y visto aquello, el dicho cacique Carupé
mandó a su esclavo o cautivo abriese el cuerpo, para ver lo que hablaba en él;
pues, por la boca no podía, pues, la tenía hecha pedazos, así abrieron el
cuerpo, y hallando que era el corazón, el que hablaba, le sacó fuera el dicho
Maraguá, y con una flecha atravesado, le
tornó al fuego, para que se quemase. Y hecho esto, avisaron al
dicho Nezú, el cual, habiendo hecho sus
ceremonias acostumbradas de falso dios aquella noche antes, a diez y siete de
noviembre de mil seiscientos y veinte ocho años, envió la gente a matar al Padre Juan del
Castillo, que estaba en el pueblo de Ijuhí; porque las muertes de los santos
Padres Roque González y Alonso Rodríguez fue a quince del dicho mes de
Noviembre.
“Llegados que fueron los dichos indios a
casa del dicho Padre Juan del Castillo, adonde, habiéndole dicho algunas
palabras injuriosas le asieron y ataron de manos, y dieron de bofetadas y
porrazos, quitándole algunas de sus vestiduras; le echaron un bejuco a la
garganta; y habíéndole dado algunos flechazos en los hijares, dándole muchos
porrazos, con gran vocería lo llevaron arrastrando por unos cerros de piedra, y
le mataron a palos, porradas y piedras; y luego le pegaron fuego.
“Y robaron asimismo la iglesia, quebraron
las cruces, rompieron las imágenes, breviarios y misales.
“Y después vinieron a querer hacer lo
mismo en la reducción de San Nicolás de Piratiní, adonde estaba el Padre Alonso
de Aragón y el Padre Francisco Clavijo, los cuales al ruido de la vocería y
trompetería de guerra se metieron al monte. Y quisieron quemar la iglesia de
San Nicolás, que era de paja, echándole tizones, y no pudieron; con que esto es
lo que luego que llegó este testigo se averiguó, como dicho tiene, en la Concepción del Uruguay.
“Y de allí prosiguió su viaje este
testigo y su compañía al pueblo de la Candelaria , donde era el mayor peligro, por estar
más cerca de los enemigos. Adonde luego otro día siguiente que este testigo
llegó, parecieron muy de mañana los enemigos en gran cantidad cerca del pueblo,
que de hecho venían a matar a los Padres que en él estaban, y hacer lo mismo
con los demás. Y este testigo y su
compañía y demás gente que allí estaban, les salieron a resistir; y habiendo
tenido batalla con ellos, por la mayor parte del día, y vencídolos sin que de
nuestra parte peligrase, aunque hubo algunos heridos, se capturaron muchos
indios, entre los cuales los principales matadores del Santo Padre Roque, como
fue el cacique Carupé y su esclavo Maraguá, Caburé y otros. Entre los cuales todos se hizo nueva
averiguación de lo que había pasado; y todos conformaron en lo mismo que
estaba averiguado; y aún añadieron los matadores, diciendo: Esto es el suceso
que nos profetizó el corazón del Padre Roque desde el fuego; porque lo sacamos
y lo quemamos segunda vez.
“Y confesó el mismo Maraguá haber sido
él. El que sacó el dicho corazón por
mandato del dicho Carupé, porque les hablaba. Y el mismo Carupé y otros lo
confesaron así, antes de hacerse justicia con ellos.
“Y este testigo los mandó ahorcar y
asaetar. Y sabe y vió, que los que pusieron mano en el dicho santo Padre Roque,
se les hincharon y empollaron las manos; y más en particular al dicho Maraguá.
Le dijeron a este testigo los soldados, las tenía como podridas; de que no poco
admiración causó a todos y miedo a los naturales ver aquello.
“Y este testigo otro día siguiente fue
personalmente con su compañía al Caaró, adonde habían martirizado a los santos
Padres Roque y Alonso Rodríguez, y halló la sangre del dicho Padre Roque, en
donde le mataron; y asimismo las imágenes rompidas y las cruces derribadas y
cortadas, y la iglesia o capilla quemada. Y entre las cenizas hallaron
muchas reliquias y huesos, que todos
recogieron con grande veneración.
“Y corrió la tierra este testigo hasta
llegar al pueblo del Ujuhí que estaba desolado; adonde el santo Padre Juan del Castillo
fue martirizado. Y de allí por la parte y lugar, por donde le llevaron
arrastrando; y se hallaron algunos pedazos de su ropa y medias; y vieron por el
rastro sangre; y vió asimismo adonde
pararon con él y lo apedrearon, y después, adonde lo llevaron a quemar
últimamente; que todos serían tres cuartos de legua, más o menos, y allí entre
las cenizas se recogieron algunos huesos; por donde vió, (este testigo) ser
cierta toda la averiguación que se había hecho; además de que hubo muchos
testigos de este martirio.
“Y después vino este testigo a la reducción
de la limpia Concepción del Uruguay,
donde los Padres de la
Compañía de Jesús tenían los cuerpos del santo Padre Roque y Alonso Rodríguez, o
la mayor parte de ellos que no se quemó.
“Y allí, para ver, si era cierto lo de
haberse sacado el corazón, el Padre Diego de Boroa lo busco en el pecho del
Padre Roque, que estaba abierto, y no hallándolo, buscaron asimismo en el
cuerpo del Padre Alonso Rodríguez su corazón y lo hallaron. Y visto que no
estaba en el del santo Padre Roque, creyeron ser cierta la averiguación. Y
después, en esta misma ocasión, mirando un Padre una talega de reliquias del
uno y de otro cuerpo, que entre cenizas habían recogido, donde se quemaron los
dichos cuerpos, hallaron el corazón del santo Padre Roque, chamuscado, más no
quemado. Y estaba atravesado con una flecha de casquillo, según y de la manera que el mismo indio matador y los demás habían
declarado. Por donde se acabó de persuadirse este testigo y los demás que lo
vieron, ser ciertísima la averiguación que se había hecho del martirio de los
Padres; y que no había que dudar en todas las circunstancias que tiene
declarado…”
Sigue don Manuel Cabral en dar testimonio
de la santa vida de los tres mártires, y lo firma.
Del mismo o semejante tenor son los
muchos testimonios que anteceden y siguen esta citada declaración, por donde se
ve que todos se daban cuenta de la importancia del caso, y no querían que quedase
la menor duda de la santidad y del martirio de los Padre Roque González, Alonso
Rodríguez y Juan del Castillo.
Todo este proceso se ha hecho por intervención de la autoridad
eclesiástica correspondiente de Buenos Aires, y las declaraciones se depusieron
allí mismo y en Corrientes.
Intervinieron por supuesto en el caso
también los superiores de la
Compañía de Jesús; en primer lugar el inmediato superior del
Padre Roque, el superior de misiones Padre Diego de Boroa, y el Padre
provincial Francisco Vázquez Trujillo, cuyas informaciones se conservan aún.
En 1632 fue elegido procurador a Roma y
España el Padre Juan Bautista Ferrufino, el cual presentó al Rey aquel conocido
informe impreso+
Carlos
Leonhardt, S. J.