martes, 3 de noviembre de 2015

Comentarios escritos por  Julio Camba  de su estadía en  EEUU, hacia la década del ’30,  tan verdaderos que permiten  actualmente conocer  ciertas características de ese país pese a los años transcurridos. (“La Ciudad Automática” ed. Espasa, 1944). Tanto es así que anticipan algunos aspectos que muchos años después escribiría Tomas Molnar en sus obras sobre los EEUU, principalmente respecto al manipuleo,  al conformismo  y al desprecio de las elites intelectuales. También Camba critica  al  desordenante  enciclopedismo de la instrucción liberal,  que tanto degradó la inteligencia de nuestros egresados universitarios en nuestro país, alterando inclusive  su  sentido común,  salvo las excepciones resistentes; tal como lo denunció siempre el padre Castellani;   de quien, a continuación del de Camba, cada  uno con su estilo inconfundible, reproduzco su artículo: “Lectores analfabetos”, escrito en París,  día de Reyes de 1933, cuando se acercaba a su cenit el embrutecimiento  popular por el periodismo. (publicado en su libro “Reforma de la Enseñanza, ed. Difusión, 1939).


Julio Camba
EL EMBRUTECIMIENTO POR LA CULTURA
-I- LA INSTRUCCIÓN, CANTIDAD NEGATIVA

En la antigua América de Manco Capac, cuando nacía un niño se le metía el cráneo en una prensa, y con esas prensas a guisa de sombreros, los ciudadanos conservaban hasta el fin de sus días una mentalidad completamente infantil. El objeto de las autoridades era lograr la uniformidad ideológica del pueblo por medio de la uniformidad craneana. Suponiendo que las ideas se adaptan siempre  a las cabezas en donde cuecen, y que con una cabeza periforme no se pueden concebir más que pensamientos igualmente periformes; pero en la América moderna del presidente Roosevelt se sigue un procedimiento enteramente opuesto. Aquí le cogen a usted el cráneo cuando está todavía tiernecito, lo llevan a una escuela, y se lo atiborran a usted de Historia, Moral, Derecho, etc., etc. Lo probable es que salga usted de la escuela con el cerebro tan atrofiado como si lo hubiese tenido en la propia prensa de los incas; pero si la escuela no ha conseguido idiotizarle a usted del todo, la Universidad se encargará del resto. Luego vendrán los periódicos, las conferencias y los clubes de lecturas, y a los veinticuatro o veinticinco años no tan sólo estaré  usted incapacitado para pensar de un modo distinto al de los demás, sino que hasta su misma cabeza, al adaptarse a las cuatro o cinco ideas generales que el Estado metió dentro de ella, habrá tomado la forma y el aspecto de todas las otras.

Como digo, el procedimiento de la América moderna es enteramente opuesto al de la antigua; pero el resultado viene a ser el mismo. Si en la antigua América el pensamiento individual constituía un peligro para la seguridad del Estado, en la América moderna se va deliberadamente a substituir la inteligencia con la mecánica. La inteligencia yerra y la mecánica no. El tipógrafo y el contable se equivocan, y se equivocan porque tienen inteligencia. La linotipia y la máquina de calcular, en cambio, como carecen de inteligencia, no se equivocan nunca. Hay un libro muy interesante del profesor Pitkins, The Twilight of the american Mind, donde se sostiene la tesis  de que si América quiere seguir adelante, tiene que reducir su porcentaje de hombres inteligentes al uno por mil. “Con ciento veinte o ciento treinta mil hombres inteligentes -dice Putkins, en resumen- tenemos bastante. Los demás nos estorban”.

Yo no sé si quedan ciento veinte o ciento treinta mil hombres inteligentes en América, porque, aún suponiendo que queden, estarán trabajando en la Radio City, o vendiendo manzanas por las esquinas, y prácticamente será igual que si no quedasen. El hombre inteligente no tiene aplicación posible en esta civilización, que lo rechaza de modo automático. Para hablar de la industria americana más conocida en Europa, la industria cinematográfica, ¿cuántos hombres inteligentes han tenido éxito en ella? Únicamente los que han renunciado a su inteligencia y se han adaptado. Todos los demás fracasaron, y era natural. Las grandes corporaciones funcionan siempre aquí de un modo puramente mecánico, y la inteligencia es esencialmente contraria a la mecánica. En Europa, donde toda la civilización está basada en la inteligencia ,un hombre inteligente es un hombre defectuoso; pero esta civilización tiene otros principios, y aquí el hombre defectuoso es precisamente el hombre inteligente.

Aquí, en fin, la inteligencia se considera como una cosa anticuada, como un instrumento de trabajo rudimentario y torpe. ¿No se han reído ustedes nunca del pobre analfabeto que hace una operación matemática con los dedos? Con su tabla de Pitágoras en la cabeza, ustedes se creían superiores a él, pero la tabla de Pitágoras no es, en último término, más que una máquina de calcular, y al reírse del analfabeta se ríes ustedes con una risa típicamente americana: la risa de la mecánica infalible por la débil y vacilante inteligencia que la ha creado.


-II-  EL ANALFABETISMO, CANTIDAD POSITIVA.

Parecer que la joven República española va a tomarla con el analfabetismo. El analfabetismo, como cosa de atraso y de barbarie, es una superstición de nuestras izquierdas.  “Hay que leer,”, se dice; pero “¿qué es lo que hay que leer?”, preguntaría yo. Para mi este punto es de una importancia capital, y mientras alguien no me lo aclare de un modo satisfactorio, votaré por el analfabetismo. Yo creo, en efecto, que si España quiere conservar la originalidad de su carácter y de su inteligencia, tiene que poner a salvo de las pamplinas periodísticas y los lugares comunes literarios un 50 por 100, cuando menos, de su población. Muy bien que en los Estados Unidos, el país de los trajes hechos y las sopas hechas, la gente utilice también pensamientos de fábrica. En este país el desarrollo de la instrucción primaria está justificado por la necesidad de destruir el pensamiento individual, pero España es el país más individualista del mundo, y no se puede ir así como así contra el genio de una raza. Ahí cada cual quiere pensar por su cuenta, y hace bien. Un pensamiento propio, por modesto que sea, vale más para uno que todo Pascal o Rochefoucauld.

No se puede homologar el analfabetismo a la estupidez. Al contrario, Sin hablar de Homero, que era un analfabeto, ni de las sagas norsas, que fueron hechas por analfabetos, ¿en donde hay una literatura comparable a la de nuestro refranero y nuestra poesía popular? La cultura no aminora la estupidez de nadie. Puede aminorar el entendimiento, eso sí, pero nunca la estupidez, para la que constituye, en cambio, un instrumento precioso. Por mi parte opino que en España sólo los analfabetos conservan íntegra la inteligencia, y si algunas conversaciones españolas me han producido un placer verdaderamente intelectual, no han sido  tanto  las del Ateneo o la Revista de Occidente como la de esos marineros y labradores que, no sabiendo leer ni escribir, enjuician todos los asuntos  de un modo personal y directo, sin lugares comunes ni ideas de segunda mano.

Convendría dejar ya de considerar el analfabetismo español como una cantidad negativa y empezar a estimularlo en su aspecto positivo de afirmación individual contra la estandarización del pensamiento. Pizarro firmó con una cruz el acta notarial en que se comprometía a descubrir un imperio llamado Birú o Pirú, que quizás estuviese bastante al sur del Darien, y terminó la conquista con otra cruz; que trazó con su propia sangre sobre las baldosas de su palacio de Lima, al caer en él acribillado a estocadas. Y no es que Pizarro haya descubierto el Perú a pesar de ser un analfabeto. Es que probablemente sólo muy lejos de las letras de molde se pueden forjar caracteres de tanto temple.

Claro que ningún país puede mantenerse en pleno analfabetismo. Alguien tiene en él que saber de letras y de números, como alguien tiene que saber  de leyes, alguien de ingeniería, alguien de medicina, etc.; pero mi ideal con respecto a España es éste: mientras no se descubra un procedimiento para que sean los analfabetos quienes escriban, que el arte de leer se convierta en un profesión y que sólo puedan ejercerlo algunos hombres debidamente autorizados al efecto por el Estado.+


Padre Leonardo Castellani

LECTORES  ANALFABETOS.
(Acerca de si saber leer es un bien absoluto)

La vera Universidad de hoy es la 8iblioteca ¿Quién dijo esto? Carlyle. Es macana en parte y en parte cierto. Es macana de derecho porque nada puede sustituir la enseñanza directa y viva; es cierto de hecho, por desgracia, y de esto es una prueba el mismo Carlyle, formidable autodidacta. Paro lo que es aún más exacto, de hecho, es que la vera escuela de hoy es el diario.

El diario es un invento moderno, es una cosa buena o por lo menos necesaria o digamos inevitable. Sus más formidables enemigos (si los hubiera) tendría que leerlo Hasta los mismos cartujos creo que tienen permiso hoy para leer el diario, al menos algunos. ¿Cómo sabríamos sin eso la hora del tren, el cambio del peso, cuando se abren los cursos y cuándo son los exámenes? ¿Cómo sabría el colono en el último rincón de Misiones o Río Negro, la caída del Ministerio Herriot, y eso a los dos o tres días, y lo que es más admirable, todos los retratos de los nuevos Ministros, empezando por Boncour y acabando por Cherón? Nuestros abuelos, si les hubiesen prenunciado esto, hubiesen gritado a la brujería. Y con razón. Pues eso es hoy un hecho gracias a “La Nación”.

Pero hay que confesar nomás que este progreso tiene su tara. La tara consiste en que el periódico, aumentando el radio de nuestra información, disminuyó el de nuestro conocimiento. Llamo conocer, el saber una cosa con certidumbre. La certidumbre es el acto supremo de la inteligencia, es su fin, su dicha y su descanso, es la CIENCIA (con todas mayúsculas) por las que estuvo chiflado Platón. Todos los otros actos anteriores a éste (aprehensión, comprensión y opinión) no son sino camino para éste y tienen precio sólo en función de él. Llamo aprehensión el entender los términos (por ejemplo “alma”), y comprensión el entender las cuestiones (“¿tengo alma?”) y opinión asentir inclinándose (“creo que tengo alma”), a los cual cotona el triunfo de la certidumbre, que se formula así: “Veo que tengo alma”, o lo que es más alto y maravilloso aún “Veo mi alma”. Ahora bien, esta noticia, visión o agarre, o llamémosle con un nombre que empleó mal Rubén Darío, este “supremo contacto”, es un tesoro sin precio y no hay palabras en la lengua para ponderarlo. Ahora mal, este tesoro me parece que es quien se va haciendo más inaccesible, culpa que el periódico dispersa nuestras energías en los tres actos anteriores.

Tengo miedo que mi diario aumentándome las noticias me disminuya las verdades, llenándome de ideas, cuestiones y opiniones que no me deje lugar para convicciones. Esta es la noción que me voy formando desde una famosa experiencia que tuve hace tres meses, me refiero al hallazgo increíble y monstruoso del lector analfabeto.  ¡Qué megaterio ni que ictiosaurio, estas sí que son cosas antidiluvianas y tremendas, los lectores analfabetos! Cómo lo encontré, fue una suerte.

Tuve ocasión de deber pasar quince días en un asilo gratuito de viejos en Amiens, departamento de la Somme: y para matar el tiempo sobrante me entretuve en hacer una encuesta, que están de moda, acerca del nivel intelectual de los ochenta paisanos picardos que después de una vida de rudo trabajo, arribaban allí para vegetar plácidamente a los cuidados soroales de esa especie  de ángeles vivos, que son las Hermanitas de los Pobres. Estudiante de Psicología, la cosa era interesante y no muy difícil: ninguna necesidad de “test” ni de psiconometría, puesto que buscaba conversar  familiarmente con ellos (eso si hablaban dialecto los tipos) hacerles preguntas y observar sus discusiones y ocupaciones.  Esta nación es la más culta del mundo o cerca, la Francia; y esta región picarda es famosa en el mundo por su sentido común, que por eso la deben llamar Picardía:  y este pueblo es el primero que implantó en el mundo la soberanía  del pueblo; y en el siglo en que estamos, de las luces, este Estado Moderno cuya capital se llama la Ciudad Luz, ha hecho del desarrollo de la luz inteligencia una especie de manía por decirlo así y una especie de industria. ¿Qué mejor material para  experimento verdaderamente serio?

Pues bien, cuando publique mi encuesta, si lo hago,  los comentarios serán un poco desoladores. Dan la impresión estas inteligencias-pueblo, como si su nutrimento diario, el diario, las hubiera simplemente embrutecido. Hasta el sentido común nativo y atávico, que es una cosa en ellos casi animal y hereditaria como el instinto, ha sido atacado y mellado en partes por el torrente de nuevas venidas de las treinta y dos puntas de la rosa de los vientos absorbidas diariamente en el diario, para apagar la sed insufrible de conocer que según Aristóteles, es en el hombre la madre de la Filosofía. Y conste que los diario franceses son menos “informados” y menos diletantes que los nuestros.

El plato del día era el arreglo de la cuestión diplomática de las deudas y las reparaciones. Estos decrépitos, estos a-un-paso-de-la-tumba, nulos de estudio, pelados de plata y casi tonsos de vida, discurrían apasionadamente todo el día acerca de las cuestiones financieras y diplomáticas más enredadas, acerca de cosas lejanísimas, de cosas que estaban a cien leguas de ellos, o mejor dicho en otro mundo.  Yo tomaba tímidamente la parte de los Estados Unidos para hacerles hablar. Ahora bien, los tipos tenían una superioridad enorme y manifiesta sobre mí del lado de la información, que es lo que da municiones en una discusión, y habiendo devorado día a día su diario calentito, disponían memorialmente de una suma enorme de hechos, que los convertía veramente en mis maestros, y no me dejaba a mí, universitario y hombre de estudios, más que la pequeña superioridad inconfesable de comprender que todo  lo que decía era perfectamente exacto y perfectamente imbécil. Sacando un 20%, los demás hacían surgir en mi alma la visión monstruosa y desolada, el retrato  trágico y ridículo del peor y más abandonado de los analfabetos: el analfabeto que sabe leer (ojo, cajista, no me meta aquí un “no”). ¡El analfabeto a fuerza de leer!

Esto es injusto. Es injusto lo que la sociedad ha hecho o  dejado hacer  con estos hombres. Es injusto que al fin de una vida larga y dura de trabajo y de honradez, el hombre nacido para pensar o por lo menos para entender, tenga la inteligencia, que es todo su ser  (porque no es   el ser del hombre estas piltrafas lamentables que se deshacen aquí enfundadas en bombachas caídas) tenga la de pensar convertida en esta especie de mazacote o papilla absurda. Hay algo que falla monstruosamente en la organización de esta sociedad, para que pueda darse esta  teratología desolante.

¿Y las ideas morales y religiosas, que son el refugio de la inteligencia pobre? Porque el pobre no puede saber la fórmula del dimetilamina de calcio y magnesio (ni tampoco comprarlo cuando está enfermo) pero podría al menos saber si hay Dios, si o no. Y bien, estos viejos obreros son católicos los más, y saben de religión la mayoría… lo necesario para recibir los sacramentos válidamente a la hora de la muerte. Tradúzcales usted una de las admirables homilías al pueblo de Winfrido (San Bonifacio) o de Paulo Diácono, de allá los tiempos bárbaros de Carlomagno, lo que llamaban el siglo de hierro: es u n chiste ruso. ¡Qué van a entender! De Wulf, el dicto historiógrafo de la filosofía medieval, ha hecho notar el poderoso instrumento de educación popular que fue en otrora la instrucción religiosa. Porque partiendo de cosas concretas y vividas, de la realidad moral y psicológica y social que cada cual lleva en la panza, y entrando por todos los sentidos con la liturgia, el culto y la práctica de la vida, puede llevarse por la enseñanza oral (que es la genuina enseñanza) recibida constantemente años y años , rumiada y vivida, hasta el alcance de las más altas verdades psicológicas y ontológicas. Y esto sin decirle al así educado que él es un tipo profundo, sin ponderarle: “Esto es Psicología, esto es ontología, esto es lógica y ciencia pura”. La viejecita de San Buenaventura, si le hubiesen dicho que ella   al  lado de muchos cultos de hoy, era una sabiaza,  hubiera exclamado: “¿Yo? Yo no se nada de nada. El que sabe es el Obispo. Ca, yo no so letrada por fablar en latino.  Yo no se nada, nada nada”. No sabe más que las homilías del Obispo, las homilías de San Buenaventura. Hoy hemos sustituido las homilías por el diario. Los resultados son inferiores.

Y conste que todo esto lo hablo del diario bueno, del diario serio, del diario imparcial y ponderado.

¿Qué diríamos, pues, del diario logrero y aprovechador, del pasquín, fenómeno no desconocido en la Argentina? (Yo creo que el día que en Europa se conozca Crítica, van a ir por allá los doctos en comisiones a estudiar ese fenómeno de patología social: en Europa no he visto cosa igual). Del pasquinismo diremos que psicológicamente y socialmente, es una pura y limpia peste. Como acaba de  definirla Chesterton, la libertad desenfrenada de prensa, no es más en puridad que la “patente del sofista”, el autorizar a los fuertes (intelectualmente) que abusen de los débiles. Un obrero puede pagar un níquel por un pasquín, pero ni de lejos los largos estudios precisos para inmunizarse  de sus mistificaciones. ¿Qué rectitud y qué justicia es permitir que el bachiller fracasado que lo escribe, abuse talmente de la poca instrucción del pobre? Es literalmente el abuso del más fuerte, la trompeadura del muchachote al pibe, el “aprovecharse”, el “sobrarse”, las cosas que nuestros maestros castigaban y llamaban la más vil del mundo y la menos argentina, el despotismo cobarde.

La función del diario no es la cátedra. No es función periodística el definir. No es del periodista el  solventar los problemas políticos, morales o filosóficos de la sociedad, ni gobernar, ni desgobernar, ni controlar los gobiernos; para lo cual no es competente. La función del diario, la esencial, sería informar lo más fielmente posible sobre los hechos que valgan ser conocidos.

Suma sumarum, el diario no es (no debería ser) ni para averiguar, ni para enseñar, ni para discutir, ni para dirigir. No sirve para eso. El diario es para noticiar. (Yo soy periodista, hijo de periodista). Su objeto son los hechos averiguados.+

París, día de Reyes de 1933.