LA AUSENCIA DEL PODER.
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resuponemos que el poder de destruir no es
un verdadero poder: no tratamos de él. Presuponemos también que el trabajo de
los peones (por ejemplo el trabajo humilde y necesario, sublime a veces, dentro
de su rutina, de los curas rurales) no es poder
religioso, sino aquello que debe ser dirigido por el poder religioso.
La carencia de poderes temporales trae el “pretorianismo”
o sea el poder político del militar. La
milicia es un cuerpo organizado y que tiene poder; el poder más bajo de todos,
las armas, pero que en ausencia de los otros, por necesidad se levanta y se
entroniza. La necesidad consiste en que un organismo social sin autoridad no
puede subsistir. Así que tiene razón Amadeo…si es que faltan los otros poderes.
La milicia está hecha para defender la
sociedad contra el enemigo exterior; para eso se le da la fuerza exterior, el
poder de infligir violencia. Este poder puede ser dirigido al interior. En este
caso se construye en el interior un “enemigo” (“los cristianos, o los arrianos,
o los donatistas, etc”) que suple al enemigo exterior. Una parte del país se
“exterioriza”, puesto que el objeto formal específico de la acción militar es
el enemigo exterior, y su poder es meramente exterior. Es un poder que no puede
obrar sobre los espíritus, como obran las fuerzas morales.
Cuando este caso se verifica, comienza a
relajarse en el Ejército la disciplina; como se ve en el caso arquetípico del
Romano y en todas partes por lo demás . El Ejército se pone a hacer “política”,
incluso los sargentos y los cabos—y la política esencialmente divide.
Una de las fuerzas del Ejército es la
disciplina. Es la fuerza principal (o sea el factor formal o estructural de la
fuerza), pues las armas más perfeccionadas de nada servirían a un Ejército
indisciplinado. Cuando la disciplina perece del todo, el Ejército como Ejército
ha perecido; abandonando allí su cadáver “una cosa que no tiene nombre en
ninguna lengua”, diría Bossuet; pero que en realidad tiene un nombre en latín,
inventado por Anilius Manlius Sevetinus Boethius, “pretorianismo”.
Desaparecido el último poder de una nación,
esta nación está adobada para colonia, sea manifiesta, sea no manifiesta
vasalla –lo cual segundo es quizá peor (Vico).
¿El último poder? ¿Y el poder religioso?
El poder religioso es poder espiritual; por tanto
los que lo ejercen han de tener espíritu. No se puede tener vida espiritual sin
tener vida intelectual; excepto en caso del “santo”, el cual · tiene vida
intelectual “infusa”, como hablan los teólogos. Caso excepcional. El Cura de
Ars fue aplazado en teología, pero tenía una intensa vida intelectual lo mismo.
La Iglesia Católica posee una jerarquía legal y visible, la cual
debe ser obedecida en todo caso; si no por obediencia propiamente tal, por
disciplina; excepto en el caso de pecado o absurdo, por supuesto. En el caso
posible de corrupción de esa Jerarquía legal y visible (que se ha visto) la
Iglesia de Cristo pasa a través de esa corrupción a manera de cisne o paloma…
paloma degollada. Pero las naciones no pasan; las naciones se hunden. Es lo que
le dije al Nuncio, incluso por escrito e impreso.
La Iglesia como sociedad espiritual atraviesa
la corrupción de sus autoridades legales en virtud de los hombres espirituales;
es decir, de los que tienen en ella autoridad real. Algunos de ellos pagan esa
autoridad con la vida: Juana de Arco, Savonarola, Bartolomé Carranza, el
cardenal Petrucci, San Atanasio, San Policarpo, San Juan Francisco de Légis…
sin nombrar al primero de los mártires de nuestra religión, cuyo nombre sea
loado.
San Basilio decía: “A mi me persiguen, pero
no puedo decirlo a nadie, porque los que me persiguen llevan mi mismo nombre…”,
que es una graciosa manera de no decirlo a nadie.
El fariseísmo es la más grave de todas las
corrupciones humanas, y el fariseísmo siempre reclama víctimas; y generalmente
no puede ser afrontado sino con mártires.
La autoridad se divide en legal y real; por
ejemplo un médico que no cura, como “curador” tiene autoridad legal pero no
real; un curandero que cura tiene autoridad real como “curador”.
La autoridad ¿Qué es en definitiva? La
autoridad es que le crean a uno,
decía el canónigo don Claudio del Rey. Cuanto más altas y difíciles son las cosas
creídas, más sube el grado de la autoridad; y a esto se llama “Jerarquía”. Las
verdades supremas se le creen al Apóstol y al Testigo, presuponiendo que no todos
son Apóstoles lo que se llaman “apóstoles… y no son”, como dice San Juan.
(Un diarito al cual la gente cree tiene más poder real que una cadena
de diarazos a quien la gente no cree; a no ser poder para mentir, extraviar,
confundir, y en una palabra, estorbar;
lo cual no es poder real).
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uando se da de hecho el divorcio de la
autoridad legal y la real, la obediencia queda suspendida y la disciplina (la
única obediencia del Ejército) comienza a quebrantarse como en el Ejército. La
obediencia queda suspendida para los obedientes, que no tienen ya a qué
obedecer; no para los sumisos o abyectos, que siguen practicando ostentosamente
una obediencia de oropel, que es un vicio y no una virtud, el “servilismo”.
¡Desgraciada la sociedad que tiene que
progresar por medio de un vicio! Que es lo que le dije, si no me equivoco a
Jannssenes.
Un eclesiástico amigo mío y de Dinámica me pide hace tiempo que
escriba sobre la “Jerarquía”, y que defina cuál es la verdadera y cuál la falsa
jerarquía. Ya está hecho. Jerarquía es
el orden entre las diversas autoridades, y entre lo diversos grados de
autoridad o “carismas”, la cual jerarquía puede ser real o meramente legal,
pudiendo llegar en este caso a lo puramente aparente o espúreo; o “jerarquía
desjerarquizada”. En este caso extremo se produce una crisis social sumamente
seria, sangrienta incluso.
Los que aman confirman la sociología por la
historia (la cual no prueba propiamente sino simplemente ilustra, como las
buenas novelas de “tesis”) pueden ver todo lo arriba dicho en la imagen de la
Iglesia Francesa en el siglo XVIII, antes de la Revolución; en cualquier
historiador pasable, hasta en Michelet –o en Guizot, o en Taine, o en Gaxotte— incluso
en la Historia de la Literatura Francesa de A. Thibaudet. La Iglesia de Francia
no estaba propiamente “corrompida”, en el sentido en que lo estaba la de
Germania en el siglo XV; “y sin embargo fenecía” dice Pierre Gaxotte
(“Revolución Francesa”, cap. VIII) ¿Porqué? “Por la crisis de la autoridad” (cap.
IV).
Bajo Obispos como lo que fueron después el
Príncipe de Talleyrand y el “Director” Siéyès (fabricante de Constituciones
nuevas 7 en 15 años), bajo curas como los
que fueron después el regicida Chavot y el Jefe de Policía Fouché –muy vivos,
muy astutos, muy políticos, pero sin religión – (“Francia era prácticamente una
nación de ateos” (Belloc) – bautizados y que iban a las procesiones y a los
congresos eucarísticos.).
Nunca clero alguno en alguna época y región
tuvo más número de “vocaciones” (667 obispos establecidos y algunos en trámite,
155.900 clérigos y religiosos, de los cuales 11.400 canónigos y prebendados.
Según el cálculo de Taine) nunca más bienes ni más poder político; y nunca
estuvo peor la religión tomada como cuerpo social y dejada aparte la santidad
de algunas almas individuales.
¿Cómo debe llamarse la “Jerarquía” que por
un lado hace fiestas al Papa “gloriosamente reinante”, dice que es el Papa más
grande que ha habido en la historia, pone su retrato en el comedor e incluso en el
altar, le compone poesías líricas que declaman las niñas de los colegios, lo
cubre de flores de papel, que a veces huelen mal… y a otra mano no cumple lo
principal que él manda, tomando de sus Encíclicas,
Bulas, Prescriptos y Breves solamente lo que conviene a su (pobre) prestigio
personal o cabe en sus (pobres) entendederas? ¿Incluso engañándolo a veces con
falsos informes? Esta “Jerarquía” separa en realidad de verdad a los fieles de
su Cabeza (incluso de su cabeza invisible) por traerlos (vanamente) hacia sus
personas. El resultado no es que los fieles los sigan a ellos (tienen el
Evangelio, tienen el sentido moral, tienen otras cosas) ni mucho menos que la Iglesia perezca
como hemos dicho. El resultado es que la Iglesia se paraliza momentáneamente.
La persecución estalla entonces por ley
natural. Es irritante sentirse paralizado, es exacerbante tropezar en cuanto
uno quiere caminar con estos pedruzcos o ir a dar de nariz contra un alcornoque; y este irrigación general, en los enemigos de
la Iglesia se vuelve paroxismo. La Iglesia aparece como una cosa que estorba,
como una sociedad creada para crear dificultades, a veces, espantosas; y sus
beneficios reales desaparecen de la percepción popular.
“Uno no desprecia a un fraile gordo cuando
emplea su gordura en ayudarlo a uno”, decía mi tío el canónigo; que era bien gordo. El pueblo acepta o
aguanta al poder obeso adicto al bien común; pero es necesari que vea ese bien común conectado de alguna
manera a su propio bien. Si se pregunta porqué el pueblo francés deshizo la
Monarquía francesa la respuesta inmediata y segura es “porque se había puesto
irritante”, no la respuesta estrafalaria que da la mitología creada por los
Muchelet, Quinet, Hugo, Julllian…(ver todos los manuales de historia de este
adelantado país). L’Ancien Règimen tenía legitimidad, cuidaba el bien común
nacional, el paisano francés no estaba peor- que el paisano europeo en general,
quizá mejor, como ha demostrado Tocqueville en su obra epónima; pero el Régimen
se había puesto “irritante”. Si se pregunta las causas de esa irritancia la
respuesta es y más difícil y discutible. Había fuertes núcleos de resentimiento por las medidas poco suaves o equivocadas de
Luis XIV en su lucha contra el poder del Gran Dinero: resentimiento religioso
en los hugonotes y Jansenistas aplastados, político en los nobles rurales y en
el bajo clero, social en la clase burguesa enriquecida y celosa del poder de
los nobles, y finalmente la monarquía cristiana
había dejado de ser cristiana, incluso a los ojos del pueblo, o
principalmente a esos ojos, quizá.
Cuando el sexagenario sifilítico Luis XV fue a recibir a la novia del
Delfín, María Antonieta de Austria a
Compiègne y le presentó como una” parienta” a la marquesa Du Barry ( the woman
was a prostitute”) entonces comenzó la Revolución francesa…”, comenzó incluso
en el alma inocente y orgullosa de la hija de María Teresa, “irritada” desde un
comienzo. “Comienza la tragedia en cinco actos”, nota Belloc.
U |
n amigo cripto-comunista y judío (de la
revista Contorno) me dice: “Los católicos, que son los más inteligentes y
tienen encima al Espíritu Santo, divergen acerca de la Revolución Francesa: los
católicos franceses la abominan y los católicos ingleses la loan y se les hace
agua la boca… Eso prueba la utilidad de la Historia, y que la religión es un
epifenómeno de la economía. Si se tratara de un suceso remoto… Pero es el suceso
más cercano, y hay sobre él montones de documentación… (L.R.).
Yo le respondo: “La Revolución Francesa fue
mala en cuanto Revolución y buena en cuanto fue Francesa”. Mi amigo no entendió
el distingo. Puede que yo tampoco. Pero cualquier francés lo entenderá.
De modo que ésta es “la crisis de la
autoridad”; preludio de la “Constitución
Civil del Clero”, preludio a su vez de la guillotina.
Mucho podríamos continuar, pero con lo dicho
basta y sobra Al buen entendedor, salud.
La última corrupción de la Iglesia (es decir
el fariseísmo generalizado y entronizado) traerá consigo lo que San Pablo llama
la Gran Apostasía y la Gran Tribulación.
La crisis de la autoridad real en la
Argentina tiene raíces múltiples y profundas, que todavía no han sido puestas
en limpio, ni empezando siquiera por nuestros historiadores; esa crisis de la autoridad se debe el hecho
fragante de la carencia actual de poderes espirituales y de poderes temporales
(reales).
Maldecir de la nación y la época en que uno
ha nacido, es en el fondo maldecir de la Providencia.
Dios me libre, Pero sin embargo yo soy
devoto y celebro muy especialmente la fiesta de San Policarpo, el cual santo
varón y notable escritor cada vez que veía un grupo de hombres de Esmirna salía
disparando y rezando a Dios a grandes
voces: “Dios mío porqué me haberás
hecho nacer en esta época!”+
PADRE
LEONARDO CASTELLANI
Publicado en “Dinámica Social”, 1º de marzo de l957.
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