viernes, 19 de agosto de 2022

 

 

CRIANDO CRISTIANAMENTE A LOS HIJOS:

 Artículo sobre literatura para  niños y adolescentes, escrita por la señora Elena Calderón de  Cuervo, y publicada en  la revista IESUS CHRISTUS, de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, en su número 96, de noviembre 1999.

Viene a cuento debido a la amplia difusión, cada vez más extensa, y promovida por los ‘medios’. de la obra “El Señor de los anillos”“escrita para “entretenimiento” de la niñez y la juventud A continuación el artículo mencionado:

 

¿Y si hablamos de literatura…?

 

ME PREGUNTA USTED, REVERENDO PADRE, SI ES NECESARIO QUE LOS NIÑOS Y LOS ADOLESCENTES LEAN LITERATURA…

             La respuesta es fácil, pero hay que ponerla en su contexto. En este sentido, voy a hacerlo con la mayor claridad.

Hoy asistimos a un fenómeno particularísimo: todo, absolutamente todo, está escrito. Desde las indicaciones para abrir una lata de gaseosa, el recorrido del colectivo que debo tomar para  no terminar en la antípoda, pasando por  ese inmenso stock cultural que es Internet, hasta, obviamente, los libros: de todas clases y especies, buenos, malos y peores.

Es decir, que hoy los chicos (niños y jóvenes) leen mucho, demasiado, diría yo. Y, a la vez que leen están invadidos por sonidos, “música” de alguna manera, y por imágenes: el boom del diseño -que no es otra cosa que el dibujo al servicio del “consumo”- ha venido a ocupar el lugar de las tradicionales artes plásticas, arrinconadas entre la frivolidad y el lujo.

El problema está entonces, no en cuánto leen, sino en qué y cómo se lee

Ahora bien, este cúmulo de lecturas que hoy los jóvenes hacen tiene, como finalidad primera, “recabar” información,  “adquirir” información,, “bajar” (¿?) información, De tal formas que se lee con el propósito de “obtener información”, tal como viene preparada por el “informante”: de esta manera  se indica como abrir una lata, que es la democracia, quién era Mussolini, donde hallar el “eslabón perdido”, en fin, todo está resuelto y explicado en las redes de información: “vox informaticae vox dei”. Por tanto la literartura actual, que se escribe para consumo del gran público “infanto-juvenil”, tiene también, y por su compromiso con el consumo, el “complejo” de la información: si se cuentan las vacaciones de los niños, estos encuentran un OVNI o un dinosaurio y, entonces, el material acumulado sobre este tipo de “información” supera ampliamente la materia narrativa que se reduce a unas pocas líneas, obvias, previsibles o simplemente estúpidas. Porque el escritor también está “informado”. Por otra parte, la supuesta “información” de la que gusta informarse la actual Literatura es más ficticia que el relato mismo: a los platos voladores y a los bichos antidiluvianos, suelen agregarse los problemas de la evolución: el big-bang, el hombre mono tanto como la vida en los otros planetas y todo en un tono de científica seriedad “informada”.

Otro esquema de esta literatura de mercado es el que representa un germen de novela, con texto escrito y todo dibujado y, cuando la narración  tiene que entrar a complicarse, se le propone al pequeño lector que “construya su propia aventura”: esto es sencillamente una estafa  ya que equivale a vender un tarro vacío con la etiqueta “dulce de leche” y que tiene adentro una serie de elementales indicaciones para fabricarlo “a gusto”.

Hay otra novelitas que describen e informan sobre el problema (¿?) de la sexualidad, de la discriminación en todas sus versiones: racial, económica , moral , sanitaria: que tratan sobre el final del milenio y las profecías correspondientes en toda la gama New Age , o simplemente describen, más que cuentan los avatares de Juancito que va o viene de shopping o sale de vacaciones con su papá y una señorita muy buena, porque su mamá se va con otro señor, también muy bueno. Se me dirá que son problemas de “hoy”, pero precisamente la literatura actual al insistir en el “hoy”, ha dejado de plantearse los problemas de siempre y se ha vuelto light, es decir irresponsable, radicalmente inútil, y demasiado frecuentemente idiota.

Los temas son muchos, y rodos tienen una fuente común, el periodismo, la prensa escrita y televisiva , esa gran “inteligencia colectiva” que se ha venido a convertir en el único espacio detector y generador de conflictos, tanto como el gran censor, el único juez capaz de distinguir los buenos de los malos, intercambiar sus roles “a piacere”  y establecer como único eje fijo de reflexión lo relativo (¡!).

 De esta manera no hay un lector propiamente dicho sino un decodificador dispuesto a recibir, rendidamente y sin protestar, toda la información que se le vomita.

Si esta es la literatura que hay para leer, pues bien, mi querido Padre, es preferible, es mejor, es necesario, que los niños y los jóvenes no lean.

El problema está en que esto no es literatura

 

ENTONCES…¿QUÉ ES LA LITERATUA?

Vamos a entender por literatura el libro. Pero no cualquier libro sino aquel que leemos “con placer”. Así la Divina Comedia, o el Quijote o el Martín Fierro son obras literarias porque entramos en ellas  con un gran placer, un placer parecido a aquel que sentimos cuando escuchamos una sinfonía de Beethoven  o cuando contemplamos la Pietá de Miguel  Ángel.

Ese placer que ensancha nuestro espíritu, que eleva nuestro pensamiento a cosas más sublimes y que es, en definitiva, el fin propio de toda obra de arte. Por eso decimos que es bella, porque nos place. Claro que también nos place comernos un chinchulín o un helado. Pero ese placer se siente con el estómago y tiene un fin secreto que no es precisamente ensanchar el alma. Volvamos, pues, a los libros.

La literatura place, y esto es así, aun cuando los libros contengan elementos de diversa índole: teológicos, históricos, morales. Puede ocurrir que casi sin advertirlo, aprendamos mucho de teología y nos olvidemos por momentos qué ocasiona el dolor del errabundo Dante. Y eso está muy bien, porque la literatura, más  que ningún otro arte es el placere del docere: es decir es la encargada de enseña deleitando.

Acá aparece otro fin de la literatura que no es el propio.

Se puede afirmar que los siglos XVI y XVII propusieron a la historia de la literatura y del arte en especial, el último gran clasicismo. Fue Torcuato Tasso, sin duda, quien mejor  reflejó la lectura que, desde ese humanismo cristiano, se hizo de la Poética de Aristóteles. Tasso,  hacia1594, señalaba a modo de introducción,  el in y la  utilidad de la poesía y del arte en general tanto como la necesidad de discurrir filosóficamente sobre el sentido de las entidades poéticas. Fiel al  espíritu del aristotelismo, Tasso colocaba la virtud del arte en la capacidad de contemplación y provecho del receptor: “aquellos que leen con buena voluntad”: de buen grado, diríamos nosotros.

Para el pensamiento clásico o el tradicional, la contemplación, como acto supremo de la inteligencia  siempre,  y en todas las circunstancias, el valor supremo, y la contemplación estética, sea por la vista o por el oído, es un valor superior al mismo trabajo creador del artista. No era el teknites sino el theatés el tipo humano en absoluto superior: no es el artista que trabaja para otros y para su obra, sino el espectador que goza para sí, la norma y patrón de la excelencia artística. Otra cosa es naturalmente cuando el artista se complace en su propia obra, sólo que  en ese momento no actúa como artista, sino  como espectador. Lo mismo aquí que en todos los demás campos del quehacer humano, para la cosmovisión clásica, los actos inmanentes de  la persona son preferibles a los actos  transitivos, y los que es en sí y para sí a lo que es para otro y por causa de otra cosa. Libertad y contemplación: esta es la meta final y la pareja de conceptos de mutua y  necesaria implicación, cuya simbiosis constituye el valor humano más alto que pueda concebirse.  Así, puede afirmarse que la finalidad y la utilidad de la literatura se apoya en la  prioridad de la recepción sobre la creación de las obra.

El pensamiento cristiano y, sobre todo aquel derivado de la teología de Trento, subordinó al aprecio de la poesía a la adquisición de las virtud. Confirmando esta idea, decía Tasso en sus Discorsi: “No debe el poeta proponerse como único fin el placer (…) sino la  utilidad: porque la poesía es una primer filosofía.

Si la poesía –la litratura- es, como, al mismo tiempo, una filosofía, se debe, precisamente a que es capaz de configurarse como una ética paradigmática y hallar en esta dimensión , su utilidad propia. Que la literatura adoctrina es así, ya sea buena o mala. Porque también la mala literatura produce su enseñanza y la literatura vacía  también deja la suya. Y no se cuál es peor porque, como decía Chesterton, “lo malo de las ideas es no tener ninguna”.

Las literaturas occidentales, es decir, las que hoy conocemos, tienen como madre la literatura latina, medieval, y están formadas en la escuela del clasicismo antiguo y en la tradición cristiana. Si el Renacimiento no destruyó pero atenuó y aun alteró las fuentes cristianas utilizándolas como verdaderos motivos ornamentales, como ficciones más pacíficas que terribles, a las que se le atribuyeron nuevas e impensadas significaciones, fue la Contrarreforma, con esa prodigiosa expansión espiritual que significó el concilio de Trento, la que dejó establecida las pautas y modelos para una literatura moderna.

Este último clasicismo reivindicó en clave cristiana, a través del Dante a Virgilio y a los poetas latinos en general y además, hubo una coincidencia epocal con los tiempos de Augusto: la Contrarreforma había traído la paz a la vieja Europa y el Nuevo Mundo reclamaba desde el Poniente, una nueva romanización, bajo el signo de la Cruz del Imperio español. Pero en el mismo período en que se produce este último clasicismo, los tiempos presagian la Modernidad.

En el siglo XIX, cuando, por efecto del individualismo racionalista se privilegia al acto creador y al poeta por sobre las otras causas, el arte pierde ese sentido didascálico que tenía en aquella cosmovisión tradicional

Bajo los auspicios del positivismo se produjo la muerte de la metafísica, y con ella toda reflexión posible sobre el ser y las cosas.

La poesía ocupó así el lugar de una nueva ontología estética que no se cuestionó el problema de las causas tanto como el del lenguaje concebido como una suerte de ilusión o de disfraz.

Si no hay realidad, no hay significación y el lenguaje, en este esquema tiene como única finalidad la inclusión y como efecto el repliegue del sentido sobre sí mismo. En esta partida el símbolo jugó la peor parte. Eliminada toda referencia de su significado con la naturaleza creada, refirió su código a sistemas clausos, privilegio de grupos de iniciados y, en este orden, esotéricos.

La literatura tiene, como se ve, su código, como lo tiene la Historia o la Matemática. Si yo miento en un acto, no hago Historia, hago daño; y si me obstino en que dos y dos son cinco, ahí termino mis incursiones matemáticas. Es obvio que para la Literatura las cosas no son tan fáciles. O mejor dicho, han dejado de serlo. Porque las letras, y las artes en general, dependen demasiado de la “espiritualidad ambiente” y hoy asistimos a un  mundo de espiritualidad invertida responsable de un arte de signo negativo: o dice muchas cosas que no se entienden, o caen en el vicio contrario: se entiende, pero no nos dice nada

 

¿y… QUÉ SE PUEDE LEER?

 Hagamos aca una división en los doce años, más o menos.  Hasta los doce años los niños pueden leer la Historia Sagrada en versiones adaptadas (no destruída), Sandokan, las Historias de Annie, de Heidi, Peter >Pan, Alicia, Los Caballeros del Rey  Arturo, los cuentos tradicionales o folclóricos, cuentos con caballeros, princesas, ogros y dragones. Obras en que predomina lo narrativo pero que tienen una  definición del juicio moral. Se podría hacer una lista e inclusive distinguir los gustos por edades y sexo. Pero después de los doce años tienen que leer literatura: los clásicos Homero y Virgilio, el Quijote, Martín Fierro; Chesterton, las novelas Hispano americanas llamadas “de la tierra”: don segundo Sombra, doña Bárbara, el Gaucho Florido; la poesía española: San Juan de la Cruz, Quevedo, Calderón, Lope de Vega; los romances de Lugones, Bernardez: el teatro pañol del Siglo de Oro, el teatro de Racine. Es decir, la Literatura.  Se me podrá dcir que es árida, difícil, que no les gusta: que en tiempos de la “virtual reality” no puede competir con las entretensiones que proporcionan las pantallas. Si se trata sólo de entretener a los jóvenes las ficciones literarias estan peredidas, ya que al estar construidas con el lenguaje exigen una activa participación del lector, un vigor de la imaginación y, muchas veces, complejas operaciones de la inteligencia.

Pero la literatura, la gran literatura no es un “entretenimiento”, como ya hemos visto: su fin está ligado a los más profundos planteos del hombre. ¿Ser o no ser? se pregunta Hamlet, y en qué alma que se haya asomado al dilema del melancólico príncipe no ha resonado para siempre, y en esos términos, la terrible pregunta.

Leer literatura es un trabajo, implica un trabajo y hasta una cierta organización del tiempo. Es como la música ,.La buena música no es, al principio, fácil de escuchar, pero el que se acostumbra no tolera luego la  “música disco” o “pop”, porque el arte en general y la literatura muy especialmente, insistimos, es una pedagogía. Supone,  cierto, una preparación inicial para entrar en cada obra, pero luego forma, y no sólo el gusto, sino que imprime un cierto carácter.

La literatura que hay que leer es la que se da, o se debería  dar en las escuelas >Puede ser que al principio les moleste que en La Ilíada se repita tantas veces  cuantas se  marca un amanecer: “salió la aurora, la de rosáceos dedos” o que al referirse a Atenea diga siempre “la de los ojos de lechuza”, o que les pase como a la pobre Teresa que le reclama a Sancho Panza que “después que o hicisteis caballero andante habláis de tan rodeada manera que no hay quien os entienda”.

Teresa es un ser vulgar y lo que no entiende no son sólo los términos , sino ese sentido del honor que el lenguaje de Sancho transmite y que éste ha aprendido por el hecho de estar al lado de don Quijote.

Así es la buena literatura, como don Quijote: a fuerza de frecuentarla uno termina adquiriendo una manera “hidalga” de ver y responder  a la realidad. No en vano los griegos sacaron su Paideia de Homero y los romanos construyeron al piadoso Eneas para cantar en él las glorias de su Imperio.

La literatura es arte, y a juicio de muchos, el más grande de todos, ya que es Dios mismo quien nos manda “Santificar las fiestas”, y, ¿quién entiende de una fiesta su poesía y su canto? ¿No nos dice el rey David, el más grande de todos los poetas:

“Quiero alabarte, Yahvé

Con todo mi corazón

Voy a  cantar todas tus maravillas.

En Ti me alegraré

Y saltaré de gozo,

Cantaré salmos a Tu nombre,

¡Oh Altísimo! (Salmo 9                                                                                              


FINALMENTE, USTED ME PREGUNTA:

 ¿QUÉ PASA CON TOLKIEN?

 Y yo  le contesto ¿qué pasa con Tolkien? Con Tolkien parece ocurrir algo semejante a lo ocurrió conEl Principito hace  más de veinte años. Cuando yo era estudiante todo el mundo leía esta obrita, todas las tarjetas en lasque se podía desear felicidad (Navidad, Año Nuevo, cumpleaños, amor, viajes, nacimientos) tenían la imagen del pequeño personaje y alguna frase extraída del texto.

Yo me preguntaba, entonces ¿a qué se debía este éxito? ¿Qué podía interpretar esa gran masa de lectores frívolos, más o menos izquierdosos, hippies, democráticos, de ese canto a la aristocracia del espíritu, al sentido sagrado del universo, al sentido sobrenatural de nuestra existencia y que no se cansaba de advertirnos que “lo esencial es invisible a los ojos”? Tenía a su  favor un aspecto, probablemente atractivo para el gran público: era corto.

 Ahora me pregunto: ¿qué pasa en los círculos católicos que  El Señor de los anillos se ha convertido en una lectura “indispensable”, tratándose de un texto absolutamente ficticio, “literatura de evasión” cien por cien y para más, largo?  Y a demás dicen que para terminar de entenderlo hay que leer otro tomo más que se llama El Silmarilion, al que confieso no haber leído y hago firme propósito de no leer.

Desde un punto d vista aparentemente ingenuo, un narrador, terriblemente omnisciente a la vez, cuenta un cuento de hadas con algo  de novela de caballerías, poco diría yo, ya que sus héroes sonesos Hobbits: seres cuasi humanos, dedicados al “dolce far niente” pero que tienen en sus manos –leteralmente porque Frodo es quien tiene el anillo- la salvación del mundo (¿¿de qué mundo senos  habla cuando la novela no parece tener un solo pie en la realidad?), Gandalf, el mago, y el que sabe qué es lo que hay que hacer para salvarse del poder de la Sombra, es una especie de druida y, como Merlín, pasa un tiempo atrapado junto con otros magos tentados por la “curiosidad”. La Smbra, es decir el mal, tiene un poder muy superior al del bien, representado por ese pequeño grupo de peregrinos que deben esconder el anillo en la montaña sagrada. Aragonr , el “hombre” es un  héroe romántico, solitario y enamorado, pero poco eficiente ya que la batalla final la gana la naturaleza, entendida como paisaje: una especie de ecologismo avant–la-lettre. Una máquina mitológica extraña, ajena, en la que llama la atención la ausencia de la mujer, de la madre más concretamente, con una decodificación nada clara de su simbolismo y de sus contenidos morales. Y, aunque “el pescado huele mal” en muchos aspectos, no quiero hacer conjeturas porque no sería más que eso.

En última instancia no creo que El Señor de los anillos reemplace nuestra buena literatura y, por último, el que tenga ganas, y  mucho tiempo, que lo lea.

Yo vuelvo a mis libros como Sancho a su rucio después de salir de las ficciones y enredos en que lo tenían preso el gobierno de la ínsula, y les digo, como aquel:

“Venid vos acá, compañero mío y amigo mío y conllevador de mis trabajos y miserias: cuando yo me avenía a vos y no tenía otros pensamientos que los que me daban tus cuidados (…) dichosas eran mis horas, mis días y mis años; pero después que os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el alma dentro mil miserias, mil trabajos y cuatro mil desasociegos”.

 

Elena Calderón de Cuervo.

 

 

 


 

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