CRIANDO CRISTIANAMENTE A LOS
HIJOS:
Viene a cuento
debido a la amplia difusión, cada vez más extensa, y promovida por los
‘medios’. de la obra “El Señor de los anillos”“escrita para “entretenimiento”
de la niñez y la juventud A continuación el artículo mencionado:
¿Y
si hablamos de literatura…?
ME
PREGUNTA USTED, REVERENDO PADRE, SI ES NECESARIO QUE LOS NIÑOS Y LOS
ADOLESCENTES LEAN LITERATURA…
Hoy asistimos a un fenómeno particularísimo: todo,
absolutamente todo, está escrito. Desde las indicaciones para abrir una lata de
gaseosa, el recorrido del colectivo que debo tomar para no terminar en la antípoda, pasando por ese inmenso stock cultural que es Internet,
hasta, obviamente, los libros: de todas clases y especies, buenos, malos y
peores.
Es decir, que hoy los chicos (niños y jóvenes) leen mucho,
demasiado, diría yo. Y, a la vez que leen están invadidos por sonidos, “música”
de alguna manera, y por imágenes: el boom
del diseño -que no es otra cosa que el dibujo al servicio del “consumo”- ha
venido a ocupar el lugar de las tradicionales artes plásticas, arrinconadas
entre la frivolidad y el lujo.
El problema está entonces, no en cuánto leen, sino en qué y
cómo se lee
Ahora bien, este cúmulo de lecturas que hoy los jóvenes
hacen tiene, como finalidad primera, “recabar” información, “adquirir” información,, “bajar” (¿?)
información, De tal formas que se lee con el propósito de “obtener
información”, tal como viene preparada por el “informante”: de esta manera se indica como abrir una lata, que es la
democracia, quién era Mussolini, donde hallar el “eslabón perdido”, en fin,
todo está resuelto y explicado en las redes de información: “vox informaticae
vox dei”. Por tanto la literartura actual, que se escribe para consumo del gran
público “infanto-juvenil”, tiene también, y por su compromiso con el consumo,
el “complejo” de la información: si se cuentan las vacaciones de los niños,
estos encuentran un OVNI o un dinosaurio y, entonces, el material acumulado
sobre este tipo de “información” supera ampliamente la materia narrativa que se
reduce a unas pocas líneas, obvias, previsibles o simplemente estúpidas. Porque
el escritor también está “informado”. Por otra parte, la supuesta “información”
de la que gusta informarse la actual Literatura es más ficticia que el relato
mismo: a los platos voladores y a los bichos antidiluvianos, suelen agregarse
los problemas de la evolución: el big-bang, el hombre mono tanto como la vida
en los otros planetas y todo en un tono de científica seriedad “informada”.
Otro esquema de esta literatura de mercado es el que
representa un germen de novela, con texto escrito y todo dibujado y, cuando la
narración tiene que entrar a
complicarse, se le propone al pequeño lector que “construya su propia
aventura”: esto es sencillamente una estafa
ya que equivale a vender un tarro vacío con la etiqueta “dulce de leche”
y que tiene adentro una serie de elementales indicaciones para fabricarlo “a
gusto”.
Hay otra novelitas que describen e informan sobre el
problema (¿?) de la sexualidad, de la discriminación en todas sus versiones:
racial, económica , moral , sanitaria: que tratan sobre el final del milenio y
las profecías correspondientes en toda la gama New Age , o simplemente describen, más que cuentan los avatares de
Juancito que va o viene de shopping o
sale de vacaciones con su papá y una señorita muy buena, porque su mamá se va
con otro señor, también muy bueno. Se me dirá que son problemas de “hoy”, pero
precisamente la literatura actual al insistir en el “hoy”, ha dejado de
plantearse los problemas de siempre y se ha vuelto light, es decir irresponsable, radicalmente inútil, y demasiado
frecuentemente idiota.
Los temas son muchos, y rodos tienen una fuente común, el
periodismo, la prensa escrita y televisiva , esa gran “inteligencia colectiva”
que se ha venido a convertir en el único espacio detector y generador de
conflictos, tanto como el gran censor, el único juez capaz de distinguir los
buenos de los malos, intercambiar sus roles “a
piacere” y establecer como único eje
fijo de reflexión lo relativo (¡!).
De esta manera no
hay un lector propiamente dicho sino un decodificador dispuesto a recibir,
rendidamente y sin protestar, toda la información que se le vomita.
Si esta es la literatura que hay para leer, pues bien, mi querido
Padre, es preferible, es mejor, es necesario, que los niños y los jóvenes no
lean.
El problema está en que esto no es literatura
ENTONCES…¿QUÉ
ES
Vamos a entender por literatura el libro. Pero no
cualquier libro sino aquel que leemos “con placer”. Así
Ese placer que ensancha nuestro espíritu, que eleva
nuestro pensamiento a cosas más sublimes y que es, en definitiva, el fin propio
de toda obra de arte. Por eso decimos que es bella, porque nos place. Claro que
también nos place comernos un chinchulín o un helado. Pero ese placer se siente
con el estómago y tiene un fin secreto que no es precisamente ensanchar el
alma. Volvamos, pues, a los libros.
La literatura place, y esto es así, aun cuando los libros
contengan elementos de diversa índole: teológicos, históricos, morales. Puede
ocurrir que casi sin advertirlo, aprendamos mucho de teología y nos olvidemos
por momentos qué ocasiona el dolor del errabundo Dante. Y eso está muy bien,
porque la literatura, más que ningún
otro arte es el placere del docere: es decir es la encargada de
enseña deleitando.
Acá aparece otro fin de la literatura que no es el propio.
Se puede afirmar que los siglos XVI y XVII propusieron a
la historia de la literatura y del arte en especial, el último gran clasicismo.
Fue Torcuato Tasso, sin duda, quien mejor
reflejó la lectura que, desde ese humanismo cristiano, se hizo de
Para el pensamiento clásico o el tradicional, la
contemplación, como acto supremo de la inteligencia siempre,
y en todas las circunstancias, el valor supremo, y la contemplación
estética, sea por la vista o por el oído, es un valor superior al mismo trabajo
creador del artista. No era el teknites
sino el theatés el tipo humano en
absoluto superior: no es el artista que trabaja para otros y para su obra, sino
el espectador que goza para sí, la norma y patrón de la excelencia artística.
Otra cosa es naturalmente cuando el artista se complace en su propia obra, sólo
que en ese momento no actúa como
artista, sino como espectador. Lo mismo
aquí que en todos los demás campos del quehacer humano, para la cosmovisión clásica,
los actos inmanentes de la persona son
preferibles a los actos transitivos, y
los que es en sí y para sí a lo que es para otro y por causa de otra cosa.
Libertad y contemplación: esta es la meta final y la pareja de conceptos de
mutua y necesaria implicación, cuya
simbiosis constituye el valor humano más alto que pueda concebirse. Así, puede afirmarse que la finalidad y la
utilidad de la literatura se apoya en la prioridad de la recepción sobre la creación de
las obra.
El pensamiento cristiano y, sobre todo aquel derivado de
la teología de Trento, subordinó al aprecio de la poesía a la adquisición de
las virtud. Confirmando esta idea, decía Tasso en sus Discorsi: “No debe el poeta proponerse como único fin el placer (…)
sino la utilidad: porque la poesía es
una primer filosofía.
Si la poesía –la litratura- es, como, al mismo tiempo, una
filosofía, se debe, precisamente a que es capaz de configurarse como una ética
paradigmática y hallar en esta dimensión , su utilidad propia. Que la
literatura adoctrina es así, ya sea buena o mala. Porque también la mala
literatura produce su enseñanza y la literatura vacía también deja la suya. Y no se cuál es peor
porque, como decía Chesterton, “lo malo de las ideas es no tener ninguna”.
Las literaturas occidentales, es decir, las que hoy
conocemos, tienen como madre la literatura latina, medieval, y están formadas
en la escuela del clasicismo antiguo y en la tradición cristiana. Si el
Renacimiento no destruyó pero atenuó y aun alteró las fuentes cristianas utilizándolas
como verdaderos motivos ornamentales, como ficciones más pacíficas que terribles,
a las que se le atribuyeron nuevas e impensadas significaciones, fue
Este último clasicismo reivindicó en clave cristiana, a
través del Dante a Virgilio y a los poetas latinos en general y además, hubo
una coincidencia epocal con los tiempos de Augusto:
En el siglo XIX, cuando, por efecto del individualismo
racionalista se privilegia al acto creador y al poeta por sobre las otras
causas, el arte pierde ese sentido didascálico que tenía en aquella cosmovisión
tradicional
Bajo los auspicios del positivismo se produjo la muerte de
la metafísica, y con ella toda reflexión posible sobre el ser y las cosas.
La poesía ocupó así el lugar de una nueva ontología
estética que no se cuestionó el problema de las causas tanto como el del
lenguaje concebido como una suerte de ilusión o de disfraz.
Si no hay realidad, no hay significación y el lenguaje, en
este esquema tiene como única finalidad la inclusión y como efecto el repliegue
del sentido sobre sí mismo. En esta partida el símbolo jugó la peor parte. Eliminada
toda referencia de su significado con la naturaleza creada, refirió su código a
sistemas clausos, privilegio de grupos de iniciados y, en este orden,
esotéricos.
La literatura tiene, como se ve, su código, como lo tiene
¿y… QUÉ
SE PUEDE LEER?
Pero la literatura, la gran literatura no es un
“entretenimiento”, como ya hemos visto: su fin está ligado a los más profundos
planteos del hombre. ¿Ser o no ser?
se pregunta Hamlet, y en qué alma que se haya asomado al dilema del melancólico
príncipe no ha resonado para siempre, y en esos términos, la terrible pregunta.
Leer literatura es un trabajo, implica un trabajo y hasta
una cierta organización del tiempo. Es como la música ,.La buena música no es,
al principio, fácil de escuchar, pero el que se acostumbra no tolera luego
la “música disco” o “pop”, porque el
arte en general y la literatura muy especialmente, insistimos, es una
pedagogía. Supone, cierto, una
preparación inicial para entrar en cada obra, pero luego forma, y no sólo el
gusto, sino que imprime un cierto carácter.
La literatura que hay que leer es la que se da, o se
debería dar en las escuelas >Puede
ser que al principio les moleste que en
Teresa es un ser vulgar y lo que no entiende no son sólo
los términos , sino ese sentido del honor que el lenguaje de Sancho transmite y
que éste ha aprendido por el hecho de estar al lado de don Quijote.
Así es la buena literatura, como don Quijote: a fuerza de
frecuentarla uno termina adquiriendo una manera “hidalga” de ver y responder a la realidad. No en vano los griegos sacaron
su Paideia de Homero y los romanos
construyeron al piadoso Eneas para cantar en él las glorias de su Imperio.
La literatura es arte, y a juicio de muchos, el más grande
de todos, ya que es Dios mismo quien nos manda “Santificar las fiestas”, y,
¿quién entiende de una fiesta su poesía y su canto? ¿No nos dice el rey David,
el más grande de todos los poetas:
“Quiero alabarte,
Yahvé
Con todo mi corazón
Voy a cantar todas tus maravillas.
En Ti me alegraré
Y saltaré de gozo,
Cantaré salmos a Tu nombre,
¡Oh Altísimo! (Salmo 9
FINALMENTE, USTED ME PREGUNTA:
¿QUÉ PASA
CON TOLKIEN?
Yo me preguntaba, entonces ¿a qué se debía este éxito?
¿Qué podía interpretar esa gran masa de lectores frívolos, más o menos izquierdosos,
hippies, democráticos, de ese canto a la aristocracia del espíritu, al sentido sagrado
del universo, al sentido sobrenatural de nuestra existencia y que no se cansaba
de advertirnos que “lo esencial es
invisible a los ojos”? Tenía a su
favor un aspecto, probablemente atractivo para el gran público: era
corto.
Desde un punto d vista aparentemente ingenuo, un narrador,
terriblemente omnisciente a la vez, cuenta un cuento de hadas con algo de novela de caballerías, poco diría yo, ya que
sus héroes sonesos Hobbits: seres cuasi humanos, dedicados al “dolce far niente” pero que tienen en
sus manos –leteralmente porque Frodo es quien tiene el anillo- la salvación del
mundo (¿¿de qué mundo senos habla cuando
la novela no parece tener un solo pie en la realidad?), Gandalf, el mago, y el
que sabe qué es lo que hay que hacer para salvarse del poder de
En última instancia no creo que El Señor de los anillos reemplace nuestra buena literatura y, por
último, el que tenga ganas, y mucho tiempo,
que lo lea.
Yo vuelvo a mis libros como Sancho a su rucio después de
salir de las ficciones y enredos en que lo tenían preso el gobierno de la
ínsula, y les digo, como aquel:
“Venid vos acá,
compañero mío y amigo mío y conllevador de mis trabajos y miserias: cuando yo
me avenía a vos y no tenía otros pensamientos que los que me daban tus cuidados
(…) dichosas eran mis horas, mis días y mis años; pero después que os dejé y me
subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el
alma dentro mil miserias, mil trabajos y cuatro mil desasociegos”.
Elena
Calderón de Cuervo.
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