Reproduzco parte del artículo publicado
en la Revista
del Instituto de Investigaciones
Históricas Juan Manuel de Rosas, (Nº 11; 1943) que luego publicaría el autor en
“Nos los Representantes del Pueblo”, con algunas modificaciones de redacción.
EN ESTOS PÁRRAFOS ALBERDI EXPONE FIELMENTE
EL PENSAMIENTO POLÍTICO LIBERAL QUE HA VENIDO DOMINANDO
ININTERRUMPIDAMENTE EL PAÍS HASTA
NUESTROS DÍAS. INCLUSIVE FORMANDO EL LAMENTABLE PENSAMIENTO POLÍTICO DE LA GENERALIDAD DE
LOS ARGENTINOS.
Alberdi y las ideas
constitucionales del 53.
JOSÉ MARÍA ROSA (h)
II
L
|
a
Biblioteca del Congreso Constituyente no era muy nutrida. Por confesión del
propio Gutiérrez la formaba solamente un libro: una edición del federalista que
había pertenecido a Rivera Indarte, y que Dios sabe como había ido a parar a
Santa Fe. Aún este sólo libro, siguiendo el destino señalado en su ex-libtis, acabó por desaparecer
misteriosamente de su anaquel.
La falta de oxígeno constitucional habría
sido angustiosa , si Alberdi no tomara la precaución de hacer llegar un cajón
con ejemplares de sus Bases,
publicada poco antes en Valparaíso, (la primera edición de las Bases fue tirada
el 1ºº de mayo de 1852, con anterioridad, pues, a la inauguración del Congreso,
20 de noviembre). El especialista en derecho político entre los jóvenes mayos de 1837 se hacía presente en el
Congreso, sin abandonar su remunerado bufete chileno, y con algo más eficaz que
un acta de “representante del pueblo” lograda después del consabido “he dispuesto que sea elegido” del Libertador.
En contradicción absoluta con el
pensamiento historicista expuesto en su Fragmento de 1837, (Bases 138) Alberdi sostenía en las Bases que la organización política
liberal solamente podría hacerse eliminando o rebajando la raza argentina. La
antinomia entre un pueblo hispánico de naturaleza guerrera con instituciones
anglosajonas de índole comercial, la resolvía dando preferencia a éstas sobre
aquél: “Es utopía, es sueño y paralogismo puro –decía en Bases- el pensar que nuestra raza hispanoamericana, tal como salió
formada de su tenebroso pasado colonial, pueda realizar hoy la república
representativa”. Y con el mismo pensamiento agregaba: “No son las leyes las que
necesitamos cambiar, son los hombres, las cosas”. Necesitamos cambiar nuestras
gentes incapaces de libertad por otras gentes hábiles para ella”.
El error de Rivadavia había consistido en
hacer reformas liberales para un pueblo naturalmente antiliberal; por eso
fracasó. No era con reformas superficiales que se lograría el amoldamiento de un pueblo hispánico y
católico a constituciones y leyes sajonas y protestantes. “A Rosas le bastó agitar la pampa –había dicho
Sarmiento en Facundo- para echar por
tierra el edificio hecho en la arena”.
Era necesario introducir el liberalismo de manera más firme, más radicalmente
firme. Reemplazar la arena natural por dura argamasa importada; expulsar al
criollo tan entusiasta por su tierra y sus caudillos y tan despegado hacia los
valores liberales fundados en el comercio y la industria.
“Con tres millones de indígenas,
cristianos y católicos, no realizaréis la República ciertamente” decían las Bases con evidente lógica dando a república el significado de “república a
la norteamericana”. “No la realizaréis tampoco con cuatro millones de españoles
peninsulares, porque el español puro es incapaz de realizarla, allá o acá. Si
hemos de componer nuestra población para
nuestro sistema de gobierno, si ha de sernos más posible hacer la población
para el sistema proclamado que el sistema para la población, es necesario
fomentar en nuestro suelo la población anglosajona”, raciocinio perfectamente
encuadrado en el pensamiento liberal que antepone las formas, las apariencias a
la misma realidad. La sola manera de lograr una civilización anglosajona
consistía, claro está, en reemplazar la población católica por otra de índole
protestante: “Ella está identificada al vapor, al comercio, a la libertad, y
nos será imposible radicar esta cosas entre nosotros sin la cooperación activa
de esta raza de progreso y de civilización”.[idénticas palabras a las de
Sarmiento; ver “La sombra del masón” en este blog].
¿Podría acaso lograrse, mediante la “educación” el cambio total del espíritu
hispanoamericano? Eso había sido el dueño utópico de Rivadavia: “¿Podrá el
clero dar a nuestra juventud los instintos mercantiles e industriales, que
deben distinguir al hombre de Sud
América? ¿Sacará de sus manos esa fiebre de actividad y de empresa que lo haga
ser el yanquee hispanoamericano?” [Bases]. Imposible.
El pensamiento fundamental consistía en
implantar la libertad; la libertad liberal, se entiende –es decir entendida a
lo protestante-, libertad de los individuos para obrar sin trabas, que no
libertad de los individuos para oponer el interés general a la gravitación de
otros individuos más fuertes. La libertad como autolimitación de la sociedad para no intervenir en el despotismo de los fuertes contra los
débiles: de hacer a los individuos de tutelas sociales para que el struggle for life jugara plenamente la eliminación de los menos aptos en la lucha
por la vida. Y los menos aptos, en esa civilización materialista que alborea
eran los criollos que no tenían aficiones mercantiles: “La libertad es una
máquina que, como el vapor, requiere maquinistas ingleses de origen. Sin la
cooperación de esa raza es imposible aclimatar la libertad en parte alguna de
la tierra”, confesaban las Bases. La
libertad individual había sido el medio para imponer el dominio de las razas protestantes.
Y alucinado por el medio, Alberdi aconsejaba la entrega total de la Argentina a esas razas
comerciales.
EL RACISMO DE LAS “BASES”.
Racista, fuerte y ardientemente racista,
era el escrito de Alberdi. Como lo eran también los escritos de su rival
Sarmiento, y de los hombres todos de su generación. Racismo a contrario sensu, para lograr la
prevalencia de las razas de afuera
contra las razas de adentro. Admiración a lo foráneo y desprecio a lo propio:
“hacer pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas
populares por todas las transformaciones
del mejor sistema de instrucción: en cien años no haréis de él un obrero inglés que trabaja, consume, vive
digna y confortablemente” (Bases).
¡Cómo desconocería las condiciones de la
vida obrera en Inglaterra por ese entonces, para estampar semejante afirmación! ¡Cómo comparar la
modesta pero digna, vida de un gaucho argentino en 1852, con las del
proletariado londinense en ese primero y sórdido período del capitalismo industrial!
. (“No es raro encontrar a un hombre con
su mujer y cuatro o cinco niños, y algunas veces también los abuelos, viviendo
todos en un cuarto redondo de diez a doce pies de lado, donde comen, duermen o
trabajan. El arreglo interior de estas habitaciones revela grados diversos de
miseria, que llega con frecuencia hasta la falta completa de los muebles más
indispensables, y la sustitución de las camas por harapos sucios”, decía F.
Engels de las condiciones obreras de Londres en 1860 (c. por A. Efimov,
Historia del capitalismo industrial). Un funcionario inglés informaba en la
misma fecha sobre las casas para obreros de Glasgow: “son generalmente tan
sucias que no sirven ni para establos”)
No se eliminaba al gaucho por su posible
poca instrucción. No era eso, no; se lo eliminaba sencillamente por ser
extranjero o, mejor dicho, por ser extranjero a la nueva Argentina: “En Chiloé
y en el Paraguay saben leer todos los hombres del pueblo y, sin embargo, son
incultos y selváticos al lado de un obrero inglés o francés que muchas veces no
conoce ni la o”. (Bases). No era,
pues, una preferencia por grado más o menos de cultura: era porque la raza no les daba aptitudes marcadamente
comerciales, haciéndolos incultos y
selváticos, al lado de hombres que sabían atesorar y manejar el dinero.
Así el criollo sería extranjero en su
propia tierra. La nueva patria no estaría en la raza, en la historia, en la
gloria vivida en común. “La patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la
civilización organizada en el suelo nativo bajo su enseña y su nombre” ,
enseñaban las Bases definiendo a la
nueva Argentina materialista y sin tradiciones que comenzaba.
Lograr una Argentina sin argentinos: he
aquí el propósito de gobernar es poblar.
“Poblar” como despoblar de criollos y repoblar con “razas superiores”; toda la filosofía de la organización se
centraría en esa máxima.
EL CAPITAL FORÁNEO.
No era fácil la tarea de desarraigar nada
menos que una raza. De allí que el apoyo extranjero se hiciera imprescindible
para lograr la completa desargentinización de la Argentina. “Los
tratados de amistad y comercio son el medio honorable de colocar la
civilización sudamericana bajo el protectorado de la civilización del mundo”
(ésta y las siguientes hasta el final son citas de las Bases), reclama Alberdi, iniciando la civilización mercantilista bajo la lógica protección de las naciones mercantilistas favorecidas.
Las cuatro frases sonoras que habrían de reconocer en la futura Constitución
los derechos y garantías del hombre extranjero y del capital extranjero,
quedarían inviolables bajo la protección del cañón de todos los pueblos”.
Abdicar la soberanía nacional en cambio de unos derechos constitucionales en
exclusivo beneficio del foráneo era la gestión más patriótica –en el nuevo concepto- que podía pedirse. Frente a esos
cañones, ¿qué derechos, qué garantías podrían reivindicar a su vez los nativos,
desarmados, disminuidos, ahuyentados?
El medio de lograr el apoyo del “cañón extranjero” consistía en hacerlo defender
intereses propios. “Proteged al mismo tiempo empresas particulares (fiscales
¡jamás!) para la construcción de ferrocarriles. Colmadlas de
ventajas, de privilegios, de todo favor imaginable sin deteneros en medios.
Preferido este expediente a cualquier otro”. ¡Consejo seguido al pié de la
letra y del cual pueden dar fe las
posteriores leyes de concesiones ferroviarias! El capital foráneo era el gran
factor de civilización. “Entregad
todo a capitales extranjeros. Dejad que los tesoros de fuera , como los
hombres, se domicilien en nuestro suelo. Rodead de inmunidades y de privilegios
el tesoro extranjero para que se naturalice entre nosotros”.
LIBRE NAVEGACIÓN.
La entrega total de la Argentina debía
completarse con la absoluta entrega de sus ríos navegables. Era preciso
renunciar a la soberanía argentina sobre ellos, porque “Dios no los ha
hecho grandes como mares para que sólo se naveguen por una familia”.
Rosas había guerreado –y triunfado-
sosteniendo contra Inglaterra y Francia la soberanía argentina de los ríos. Por
los tratados de 1849 y 1850, esta soberanía había sido reconocida formalmente , aunque no faltaran
entre los propios argentinos corifeos de la “libre navegación” –Varela,
Valentín Alsina, etc- que sostuvieron la tesis colonial. La libre
navegación de los ríos –que es decir: la renuncia a la soberanía argentina
de los ríos -había sido una de las
cláusulas impuestas por el Brasil en su tratado con Urquiza, y acababa de
estamparla el Libertador en el
Acuerdo de San Nicolás. Ahora Alberdi daba la explicación económica a este
desgarramiento político :era conveniente esa libertad, para que “penetrara por los ríos la civilización europea”. Había
que hacer de los ríos mares; y mares libres, mares de “alta mar”. “Es necesario
entregarlos a la ley de los mares”, clamaba renunciando a todas pretensión
soberana. Que “cada afluente navegable
reciba los reflejos civilizadores de la
bandera de Albión; que en las márgenes del Bermejo y del Pilcomayo brillen
confundidas las mismas banderas de todas
partes que alegran las aguas del Támesis, río de Inglaterra y del universo”,
demostrando con ello no conocer el Támesis, donde no alegra sus aguas otra
bandera que la inglesa. Y demostrando ignorar el “Acta de Navegación” de
Cromwell, origen del poderío marítimo inglés.
MORAL ALBERDIANA.
Vivir sin honor, pero con dinero: ahíto,
conforme, sin Dios y sin Patria: he aquí el ideal de las Bases. “La gloria es la
plaga de nuestra pobre América del Sur”, dicen por ahí; “el laurel es planta
estéril en América”, por otro lado; “nuestros patriotas de la primera época (la Independencia ) no
son los que poseen ideas más acertadas sobre el modo de hacer prosperar esta
América… Las ficciones del patriotismo, el artificio de una causa puramente
americana de que se valieron como medio de guerra, los dominan y poseen hasta
hoy mismo. Así hemos visto a Bolívar hasta 1826, provocar, ligar, para contener
a la Europa , y
al general San Martín aplaudir en 1844 la resistencia de Rosas a reclamaciones accidentales de algunos
estados europeos… La gloria militar que absorbió sus vidas, los preocupa
todavía más que el progreso… Pero nosotros, más fijos en la obra de la
civilización que en la del patriotismo de cierta época, vemos venir sin pavor
todo cuanto la América
puede producir en acontecimientos grandes”.
La gloria, en efecto ¿para qué sirve?.
“La paz nos vale el doble que la gloria”, con la paz habría dinero, aunque
fuera en manos foráneas; pero algunas migajas podrían recoger los nativos que facilitaron la libre
entrada de los extranjeros.
En estas complacencias llegaba Alberdi a
los extremos más lamentables. Hasta
ofrecer a los extranjeros “el encanto que nuestras hermosas y amables mujeres
recibieron de su origen andaluz”, convencido que los foráneos las fecundarían
mejor que los naturales. Filosofía de marido complaciente que engorda y medra entregando a otro su
casa y su mujer; que, por otra parte, es
el gran fundamento moral de nuestro
liberalismo.
Esta moral tuvo su lógico corolario. El
de afuera tomó la casa y la mujer, poniendo al dócil marido a la puerta. Y
éste, convencido que la “paz vale el doble que la gloria”, ni siquiera
protestó, esperando que el nuevo dueño de casa le hiciera de cuando en cuando
la limosna de algún producto de su propia huerta; y admitiendo, en total
envilecimiento, dar su nombre –que en otro tiempo fuera glorioso- a los hijos
espúreos que no llevaban su sangre ni amaban sus tradiciones. ¿Para qué
reaccionar? “La gloria es la plaga de nuestra
pobre América del Sur”.*
Comentario nacionalista: El liberalismo extremo, totalitario,
racista, expuesto en el pensamiento desquiciado
de Alberdi, prendió tan
hondamente en sus actuales secuaces liberales, que aun subsiste rozagante, pero disimulado, en nuestros días.
Como en toda ideología desnaturalizada, se trata de anteponer las formas a lo
fundamental, lo accidental a lo trascendente, las apariencias a la moral, el
protestantismo al catolicismo, lo extranjero a lo nacional, capitales foráneos
sobre los argentinos, el anglosajón al
criollo hispanoamericano. Esto es fariseísmo político; es democracia liberal,
es cipayismo.
Esta ideología liberal, que triunfó con
Caseros, la expone continuamente el
periodismo y la ‘cultura’ oficial; y ya se hizo carne en los televidentes. Por ejemplo, Nelson Castro, y otros varios
sesudos pensadores políticos de la
TV , la tienen a flor de labios. Cuando Macri designó dos jueces, apremiado por la necesidad. sin el
visto bueno de la honorable Cámara de diputados, puso los ojos en blanco
primorosamente, indignadísimo por el
pecado imperdonable contra la democracia; y él, que lo había mirado con buenos
ojos al Presidente, lo excomulgó, aunque la
decisión de éste estaba bien
tomada, sólo por no respetar la división de poderes. Legalidad
antes que legitimidad. Es el culto al legalismo liberal, porque de él viven y
lucran los honorables, representantes de su propio partido. El tan meneado constitucionalismo unitario;
que si no lo interpreta correctamente gente correcta, es letra perniciosa.
No valían excusas, no valía la urgencia en tratar de limpiar esa cueva de ladrones,
había infringido la forma, el trámite burocrático… y si ese horror se llegase a
generalizar ¡Se echaría sobre los ‘honorables’
el monstruo execrable; la Dictadura !
Sin embargo, durante el ‘probo’ gobierno
KK, la división de poderes prácticamente no existía, pues los diputados y ciertos periodistas –que ahora claman por la
división de poderes- parecían loritos que repetían lo que les enseñaba la mamá
lora, agitando las alitas: ¡pla, pla,
pla!; sometidos a la tutela materna, abastecedora del ‘alpiste’, oyendo sentaditos mansamente los mandatos de
la lora, sin que estos honorables
loritos den alguna muestra de libertad
para volar dignamente con criterio propio.
O sea, como siempre ocurre, los
‘demócratas’ se escandalizan cuando algo
afecta sus intereses; o el de su ‘partido’
El escándalo de la sometida Cámara KK
nunca los escandalizó porque
sucedía de acuerdo a apariencias legales.
El liberalismo puede encanallar
impunemente un país, mientras lo haga guardando la ‘formas’ burocráticas; tal
como se emputeció durante el despotismo KK; y viene sucediendo desde Caseros. Según
hemos leído, el país se hunde de acuerdo
a la plena pedagogía alberdiana, ¡y
sarmientista!, por supuesto.[sobre este último personaje leer:”La sombra del
masón”,en este blog].
(Destaco, por último, el fraude histórico, nada insólito viniendo
de liberales, de Ricardo Rojas, omitiendo descaradamente en su edición sobre
Alberdi, para proteger su imagen prócer, todo el capítulo XXX, “tal vez
el más importante del libro”, ofreciéndonos
un Alberdi maquillado y algo cuerdo. Es el método histórico que emplea
inescrupulosamente el liberalismo para escribir la Historia oficial)