domingo, 18 de enero de 2015


miércoles, 19 de noviembre de 2014

CHRISTOPHER FLEMING: ¿La HSSPX está en Cisma?



En los últimos días hemos sido testigos de como la jerarquía de la Iglesia aprieta las tuercas a la Hermandad Sacerdotal San Pío X (en adelante la HSSPX).

 Primero Monseñor Semeraro, obispo de Albano, Italia, y uno de los 9 super-obispos de Francisco, advierte que todos todos los fieles que acudan a una capilla de la HSSPX en su diócesis "rompen la comunión con la Iglesia Católica." Luego, un obispo de Argentina, Monseñor Sarlinga, anuncia la excomunión "de facto" para los que atienden sus Misas. Si fuera un tema menos serio, tendría gracia que estos obispos quisieran excomulgar a los católicos por asistir a la Misa de San Pío V, cuando en sus mismas narices están viendo una apostasía en masa. Sus seminarios y conventos están más vacíos que un colegio el día de Noche Buena, y sus templos a duras penas se mantienen; los asistentes son cada vez menos numerosos y cada vez más ancianos. ¡A estas alturas habría que darle UN PREMIO al católico que aún quiera frecuentar la Misa!

La conocida asociación, Una Voce, que promueve la liturgia tradicional pero no tiene ningún vínculo oficial con la HSSPX, ha cuestionado dichas excomunicaciones, que a su juicio son ilegales según la ley de la Iglesia. Una excomunión "de facto" nunca ha existido; es un mero invento de Monseñor Sarlinga. O este obispo busca asustar a los católicos afines a la Hermandad con amenazas que sabe que no tienen fundamento, o no debió de prestar mucha atención durante sus clases de derecho canónico en el seminario. De cualquier manera, hace el ridículo con semejante advertencia. Desde una perpectiva universal, no cabe mayor incongruencia; un día se da permiso al los obispos de la Hermandad para decir Misa en una peregrinación multitudinaria en Lourdes o en la Basílica de San Pedro en Roma, y al siguiente se comunica la excomunión de todos los que asisten a sus Misas. Además, la injusticia del trato que se dispensa a la Hermandad es especialmente sangrante, si tenemos en cuenta la amabilidad y la infinita paciencia que muestran los obispos modernistas (con Francisco a la cabeza) hacía todo tipo de herejes y cismáticos. Muchos católicos perplejos [1] nos hacemos la siguiente reflexión: si el Papa reza con musulmanes y judíos, recibe la "bendición" de herejes, y llama "hermano obispo" a un telepredicador protestante, ¿cómo se puede excomulgar a unos fieles católicos por asistir a una Misa católica?

Creo que esta charla del Padre Paul Kramer [2] podría ayudar a aclararnos las ideas en relación a supuestas excomuniones y la situación de la HSSPX. La charla se titula La HSSPX NO está en cisma. La recomiendo para cualquiera que se interese por el asunto, especialmente los que se llaman tradicionalistas, pero aún hablan mal de la Hermandad "porque son cismáticos". A estas alturas, con la Gran Apostasía en pleno auge y la viña devastada, convendría que los pocos católicos tradicionales que queden sepan quienes son sus aliados y quienes los verdaderos enemigos del Señor. Ante la catástrofe eclesial que padecemos habría que dejar de una vez las rencillas estúpidas, y unirnos para juntos luchar por las almas.

Hoy en día, con toda la desinformación y manipulación en los medios de comunicación, y tanta confusión entre los católicos, conviene volver a lo esencial: los principios. Si tenemos claros los principios filosóficos, teológicos y morales, seremos más capaces de afrontar el caos que vivimos en el mundo. El P. Kramer hace una exposición admirablemente clara de los principios relevantes en la cuestión de la Hermandad, y los aplica al caso. Para los que no entienden el inglés o no tienen el tiempo de oír la charla entera, he procurado resumir algunas ideas reseñables, con algún añadido mío.

El primer punto que clarifica el P. Kramer es la licitud de atender las Misas de la HSSPX. La regla de la Iglesia es sencilla: es lícito que un católico asista a un rito católico celebrado por un sacerdote católico. ¿Acaso alguien afirma que la Misa Tridentina, que canonizó para siempre el Papa San Pío V, no es católica? ¿Acaso alguien afirma que los sacerdotes de la HSSPX, que pese a todas las presiones guardan la fe tradicional apostólica, no son católicos? Pues, por lógica, si los sacerdotes de la Hermandad son católicos (para serlo sólo es necesario ser bautizado y profesar la fe católica íntegra), y la Misa que ofrecen es católica, debe ser lícito atender sus Misas.

Luego hace referencia al Motu Proprio de Juan Pablo II, Ecclesia Dei, del año 1988, como respuesta a las consagraciones episcopales de Monseñor Lefebvre. Este texto, como casi todo lo que sale del Vaticano desde el Concilio, es sumamente ambiguo, y está plagado de medias verdades. El que lo redactó fue muy astuto, ya que sirvió para engañar y asustar a muchos católicos de buena fe que sentían cierta simpatía por la causa del Arzobispo, pero por ignorancia del derecho canónico y los hechos relativos al caso, se dejaron intimidar. El texto dice algo extraordinario para nuestro tiempo de ecumenismo y diálogo interreligioso, algo que jamás ha dicho ni dirá ningún documento oficial posconciliar del Vaticano acerca de ninguna secta herética y cismática. Transmite la idea de que los fieles que se asocian con la HSSPX ponen en peligro su salvación. Dice:

Todos deben saber que la adhesión formal al cisma constituye una grave ofensa a Dios y lleva consigo la excomunión debidamente establecida por la ley de la Iglesia. 

¡Increíble! Debe ser que ahora hay cismas "buenos" y cismas "malos", porque con las iglesias cismáticas de Oriente el Vaticano hace piruetas ecuménicas para caerles bien. Pero dejemos esta consideración por ahora. Otra cosa llamativa es que no especifica lo que significa una "adhesión formal al cisma" en este caso. ¿Incluye a todos los sacerdotes de la Hermandad? ¿Incluye a todas las congregaciones religiosas vinculadas a la Hermandad? ¿Incluye a los laicos que colaboran y asisten a las Misas de la Hermandad? Es absurdo insinuar que todas las personas asociadas con Monseñor Lefebvre y los cuatro obispos excomulgados estén bajo alguna pena. Imaginemos que un día excomulgan al Superior de los jesuitas. Significaría que todos los jesuitas del mundo y todos los fieles que van a las Misas de los jesuitas están excomulgados?

Al calificar las consagraciones de "acto cismático" el documento se equivoca, y es de agradecer que para sacarnos de dudas el P. Kramer define la palabra "cisma". 
Un católico cae en el cisma al negar el principio de autoridad del Supremo Pastor, el Papa. No se es cismático por resistir los mandatos del Papa; ni siquiera por desobedecer abiertamente al Papa. Es realmente lamentable que la enseñanza en los seminarios haya caído tan bajo que los sacerdotes y obispos de hoy en día parecen incapaces de distinguir entre el cisma y la desobediencia. El Arzobispo Lefebvre sabía perfectamente que al consagrar a cuatro obispos sin permiso estaba desobedeciendo a Juan Pablo II, en quien reconocía al Supremo Pontífice. Mas nunca negó el principio de autoridad de éste, ni quiso crear una iglesia paralela, como tienen, por ejemplo, los cismáticos "ortodoxos" o la Iglesia Patriótica de China. Es más; sería difícil encontrar un defensor más intransigente de la autoridad universal sobre la Iglesia del Papa, un hombre que veneraba más al Papado, que Monseñor Lefebvre.

 Precisamente porque la consagración episcopal del ´88 no fue un acto cismático, los obispos de la HSSPX carecen de jurisdicción ordinaria. No son obispos de tal o tal diócesis; simplemente tienen el poder de conferir los sacramentos de la confirmación y el orden sacerdotal. No pueden tener jurisdicción ordinaria, porque el Papa es el único que puede dar esa jurisdicción, y según la Hermandad, sus sacerdotes tienen lo que se llama jurisdicción suplida. Monseñor Lefebvre dijo en varias ocasiones que él no quería romper con Roma, ni crear ninguna Iglesia paralela, y que reconocía a los Papas postconciliares como legítimos sucesores de San Pedro. Por tanto, calificar al arzobispo de cismático es incorrecto desde cualquier óptica eclesial. Te podrá gustar más o menos, pero llamarle cismático es señal de ignorancia o de mala fe.

Hay un claro precedente que deberíamos tener en mente para valorar las "excomuniones" de los obispos Semeraro y Sarlinga. En 1991 el obispo de Hawai excomulgó a seis laicos por el "delito" de recibir el sacramento de la confirmación de manos de uno de los obispos de la Hermandad. Ante un abuso tan flagrante, estos laicos recurrieron a la Congregación para la Doctrina de la Fe, y dos años más tarde el Cardenal Ratzinger, luego Benedicto XVI, les dió la razón y declaró la nulidad de dichas excomuniones. También hay que tener en cuenta que entonces, según la jerarquía, los cuatro obispos de la HSSPX estaban excomulgados, porque no fue hasta 2009 cuando Benedicto XVI levantó la excomunión (inválida) que pesaba sobre ellos. Por pura lógica, si entonces se declaró que era ilícito excomulgar a los fieles que recibían los sacramentos de unos obispos excomulgados, con mucha más razón será ilícito hacer lo mismo si los fieles reciben los sacramentos de obispos que ya no están bajo pena de excomunión.
"Satanás ha logrado verdaderamente un gol­pe maestro: logra hacer condenar a quienes conservan la fe católica por aquellos mismos que debieran defenderla y propagarla." - Monseñor Marcel Lefebvre

Es triste decirlo, pero hemo llegado al punto en que para ser buen católico a menudo hay que ignorar o directamente desobedecer al obispo del lugar. Aquí llegamos a un concepto que no se suele entender, incluso entre buenos católicos, por lo que intentaré aclarar las ideas. La obediencia es una virtud, pero no una virtud absoluta; depende de las circunstancias. Siempre es pecado la desobediencia a Dios (infringir uno de los mandamientos, por ejemplo), pero dado que los hombres son falibles y pecadores, es posible que ocurran situaciones en las que no solamente es lícito desobedecer a un superior, sino que es una obligación moral. Este es el principio; ahora pensemos en unos ejemplos. Si un padre manda a su hija que se prostituya, la hija no debe obedecer, porque le manda hacer algo pecaminoso. La ley divina que manda a los hijos obedecer a sus padres tiene sus límites. Veamos otro ejemplo. Supongamos que un padre dice tajantemente a su hijo que vuelva a casa sin entretenerse, pero por el camino el niño encuentra a una persona herida en la calle que pide socorro. ¿Haría mal el niño en parar a ayudar al herido?

Este ejemplo ilustra lo que ocurrió en el desastre postconciliar. La jerarquía dejó la Iglesia en manos de lobos, que rápidamente devoraron a la mayor parte del rebaño. Cuando los pocos católicos que conservaban la fe pidieron ayuda espiritual en medio de la hecatombe, se les ignoró, porque la jerarquía había dado órdenes de seguir hacía adelante con la Revolución. Si algún sacerdote tenía compasión de estas "ovejas sin pastor" se exponía a un severo castigo. En los terribles años ´70 y ´80 el sacerdote que quería proteger a los fieles de la desacralización de la Nueva Misa, de la falsa moral buenista y autocomplaciente de los modernistas, y de las herejías que se proferían desde los púlpitos, era considerado un apestado. Finalmente pasaba una de dos cosas: o se rendía, acataba órdenes de sus superiores, y se unía a la Revolución; o se alistaba en la resistencia, que en esa época se llamaba la HSSPX.

¡Cuánto daño ha causado en nuestro tiempo tumultuoso la actitud servil de los católicos que repiten como papagayos la frase: el que obedece no peca! Claro, es más cómodo tragar con todo lo que los obispos progresistas quieren imponer, e ir con la corriente. Sin embargo, el espíritu auténticamente católico no puede fingir que "aquí no pasa nada" cuando la fe es atacada, cuando la Misa se convierte en un espectáculo que aparentemente tiene más en común con la farándula que el Santo Sacrificio. Quedarse de brazos cruzados en medio de una Revolución contra la Tradición no es una opción posible para un católico que dice amar a la Iglesia.

Monseñor Lefebvre
amaba la Iglesia; eso lo sabe cualquiera que se haya informado mínimamente sobre su vida. En una época en que se desató una guerra diabólica contra todo lo sagrado, fue de los pocos obispos que resistieron. Pero él no sólo resistió; quiso reconstruir, hacer algo para garantizar la continuidad del sacerdocio católico y todo lo que conlleva. Por amor a la Iglesia fundó su seminario en Êcone, con todos los permisos requeridos según la ley canónica, y por el mismo amor los sacerdotes de la HSSPX hoy siguen esa labor por todo el mundo. Y si el lector asiste de vez en cuando a la Misa Tradicional y se beneficia espiritualmente de ella, sepa que tendría que darle gracias a Dios por ese hombre, porque sin él es difícil de imaginar cómo hubiera sobrevivido.
Sin embargo, pueden haber personas que piensan que, a pesar del bien que hizo, Monseñor Lefebvre se equivocó en su decisión, que no debió de consagrar obispos sin permiso del Papa. El argumento esgrimido por el Arzobispo fue el "estado de necesidad", algo contemplado en el nuevo Código de Derecho Canónico. Según este argumento, las normas que rigen en situaciones normales no rigen en una emergencia. Por ejemplo, en el Código de 1917 se establecía que normalmente un sacerdote necesitaba permiso especial para confesar fuera de su jurisdicción. Pero si un día un sacerdote está fuera de su diócesis y ve a un hombre muriéndose tras un accidente de tráfico, no tiene que pedir permiso a nadie. Es una emergencia y la norma sobre la jurisdicción queda anulada por otra norma de rango superior: la salvación de las almas. Es de sentido común. 

Según el argumento del estado de necesidad, Monseñor Lefebvre actuó bien al consagrar a los obispos, sin permiso del Papa, porque era necesario para asegurar la continuidad del auténtico sacerdocio católico, que a su vez es imprescindible para la salvación de las almas. Quizás se podía haber hecho las cosas de otra manera, pero en ese momento Monseñor Lefebvre no veía ninguna alternativa. Sabía que estaba llegando al final de su vida, igual que Monseñor Castro Mayer, y que aparte de ellos no había en el mundo entero ningún obispo dispuesto a ordenar a los sacerdotes de su seminario, o cualquier sacerdote formado según la doctrina tradicional, que celebrara exclusivamente los ritos tradicionales. Él insistió que en desobedecer a Juan Pablo II estaba obedeciendo a Dios, porque hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. (Hechos 5:29) 
A pesar de estos hechos, el argumento del estado de necesidad es una cuestión opinable. Entiendo a los que aún no aprecian la disyuntiva en la que se encontró el Arzobispo. Lo que no es de ninguna manera opinable es la invalidez de su excomunión, porque sólo hace falta saber leer el Código de Derecho Canónico para saber que no se actuó según la ley de la Iglesia. Dicho Código, promulgado en 1983 por el propio Juan Pablo II, dice en su artículo 1323:
No queda sujeto a ninguna pena quien, cuando infringió una ley o precepto por necesidad.

Como acabo de decir, es opinable que existiera tal estado de necesidad. Sin embargo, el derecho canónico también dice claramente que no hace falta que haya un estado OBJETIVO de necesidad para eximir de una pena. 
Es preciso solamente que la persona en cuestión crea SUBJETIVAMENTE y de manera no culpable que existe ese estado de necesidad, para no estar sujeto a la pena. ¿Quién puede negar que Monseñor Lefebvre creía subjetivamente que existía un estado de gravísima necesidad en la Igleisa? Se hartó de decir exactamente esto en múltiples ocasiones, incluyendo su homilía en las consagraciones episcopales, el 30 de junio de 1988.

Aunque estuviera completamente equivocado y creyera de manera culpable que existía un estado de necesidad, tampoco se aplicaría la pena de excomunión de manera automática, o latae sentenciae, como señala erróneamente Ecclesia Dei. Esto es lo que dice el artículo siguiente, 1324: 
El infractor no queda eximido de la pena, pero se debe atenuar la pena establecida en la ley... cuando el delito ha sido cometido por quien errónea pero culpablemente juzgó que concurría alguna de las circunstancias indicadas en el 1323, 4 [el ya citado caso de necesidad].

Si el Vaticano ni siquiera es capaz de aplicar correctamente su propio Código de Derecho Canónico, sinceramente no entiendo para qué sirve. Si las normas se aplican según el capricho del Papa reinante, significa en efecto que el Papa es una especie de sultán, cuya misma palabra es la ley. Cristo no quiso que Su Vicario reinara como dueño de la Iglesia, sino como un sirviente de la Verdad. El Papa no es un monarca absoluto, sino un servidor de la Tradición y del Depósito de la Fe. No puede, al estilo del rey Luis XIV, decir "la Iglesia, soy Yo". Si sus decisiones son contrarias a la máxima ley de la Iglesia, la salvación de las almas, los católicos tenemos el grave deber de resistirle, y si sus declaraciones contradicen la doctrina perenne de la Iglesia, debemos denunciarlo y rebatir sus errores con la sana doctrina tradicional.

Lamentablemente hoy en día esto no se entiende. Muchos católicos creen sinceramente que una actitud acrítica y aduladora hacía el hombre que ocupa la cátedra de San Pedro demuestra su devoción hacía la Santa Madre Iglesia. Nada más lejos de la verdad. Un verdadero patriota es el que, lejos de acatar servilmente las órdenes del gobierno que atenten contra el bien común, por el bien de su país, se levanta y protesta contra la injusticia, aunque tenga que señalar con el dedo acusador al monarca, presidente o primer ministro reinante. De la misma manera, un verdadero devoto de la Santa Iglesia Católica no es el que se queda de brazos cruzados y calla ante la destrucción sistemática de la fe, aunque se perpetre semejante crimen a órdenes del sucesor de Pedro, sino el que se resiste y lucha por defender la Verdad, cueste lo que cueste.

Algo parecido escribió el eminente teólogo dominico Melchor Cano en el siglo XVI. Sus sabias palabras se las recomiendo a todos los fans neo-católicos del Papa Francisco:
Pedro no necesita de nuestras mentiras y adulación. Los que ciega e indiscriminadamente alaban cada decisión del Supremo Pontífice son los que más contribuyen a socavar la autoridad de la Santa Sede.

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NOTAS
[1] Una referencia intencionada al libro de Monseñor Lefebvre, Católicos Perplejos
[2] Autor de libros tan interesantes como La Batalla Final del Demonio o Misterio de Iniquidad

Publicado en In novissimis diebus.

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