EL PAPEL POLÍTICO Y
SOCIAL DEL DEMONIO.
(por Fray Mario Agustín Pinto O.P.)
Artículo publicado en la revista “Dinámica Social”.
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entro de la desorientación general que caracteriza al
pensamiento católico francés contemporáneo, donde los más generosos esfuerzos
se esterilizan y malogran por la ausencia de sólidos principios y por un excesivo afán de modernismo, un
pequeño libro titulado “Satan Dans la Cité ” publicado por Les
editions du Cédre, (París, 1951), nos ha llamado poderosamente la atención por
el vigorosamente planteamiento que en él se hace de un problema de singular
trascendencia teológica, política y social. Es su autor un distinguido jurista
y sociólogo, Marcel de la Bigne
de Villenueve.
Ya que abundan por desdicha entre nosotros revistas y
católicos afrancesados que propagan los productos menos recomendables de un
pensamiento inseguro, librado a todo viento de doctrina, con lo que solo se
logra transponer a nuestro ambiente el confusionismo doctrinal allí imperante
consideramos útil y saludable dar a conocer el contenido substancial de obras
como ésta inspiradas en la doctrina tradicional, política y social del
catolicismo, doctrina que ha tenido en Francia representantes tan eximios como
el Cardenal Pie, obispo de Poitiers, el marqués de la Tour du Pin y el grande y
desconocido filósofo lionés Blanc de Saint-Bonnet sobre el cual ha escrito
precisamente un libro el autor que venimos comentando.
“Satan Dans le cité” está concebido bajo la forma de un
diálogo entre un sociólogo que representa al propio autor y un teólogo, a quien
se designa con el nombre de Padre Multi y cuya verdadera identidad –si se trata
de un personaje real- merecería ser
conocida, a tal punto son justas, precisas y profundas sus respuestas a los
arduos problemas que le plantea su interlocutor. El libro se divide en siete
diálogos realizados en siete noches sucesivas, el último de ellos subdividido
en dos secciones. En los tres primeros se condensa con mucho vigor la doctrina
tradicional acerca de la naturaleza del demonio, de la posesión diabólica y de
los exorcismos, a los cuales la
Iglesia nunca ha renunciado aunque los emplea con todas las
cautelas que exigen las circunstancias y que el propio ritual impone. Al
finalizar el tercer diálogo se plantea categóricamente el problema cuya
dilucidación se ha propuesto el sociólogo francés.
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s indudable que ,los hechos contemporáneos no hacen más que
desarrollar las últimas consecuencias de un proceso cuyas raíces hay que
buscarlas principalmente en la Revolución
Francesa que conmovió los cimientos del orden social
tradicional. Pero detrás de todo ese proceso ¿No se podrá discernir una
presencia invisible, de un orden sobrehumano y siniestro, que constituiría en
última instancia, la explicación de su violencia destructora, verdaderamente
pavorosa, que sobrepuja todo lo que el hombre, librado a sus solas fuerzas naturales, hubiese podido
alcanzar? Tal es la tesis que el autor desarrolla y demuestra a lo largo de la
obra.
¿Cómo puede ser –comienza preguntándose nuestro sociólogo-
que en una época de tan grande decadencia religiosa cual la nuestra, en una
época donde el mal alcanza los más amplios y duraderos triunfos, la
intervención visible del demonio haya llegado a ser más excepcional que nunca?
¿No es en verdad un hecho extraño y paradójico que la eliminación cada vez más
radical de la influencia cristiana en la vida pública, y consiguientemente en
la vida privada de los ciudadanos, venga a coincidir precisamente con una
regresión correlativa de las manifestaciones diabólicas, mucho más raras a no
dudarlo que en los grandes siglos de la fe?
Parecería lógico, en efecto, que Satanás tratara de
aprovechar las circunstancias favorables para intensificar sus ataques a fin de
alcanzar una victoria más rápida y segura. Ante este enigma el autor acaba por
preguntarse si no tendrán razón quienes lo explican, sosteniendo que aquellas
manifestaciones, atribuidas antes a Lucifer, no eran nada más que fenómenos
puramente naturales que las modernas ciencias positivas han logrado explicar y
eliminar.
Pero el interlocutor de nuestro sociólogo, el teólogo Multi,
rechaza absolutamente una solución tan deleznable y propone en su lugar la hipótesis de la posesión demoníaca colectiva
que viene a iluminar tantos hechos de la historia moderna que de otro modo
difícilmente podrían explicarse.
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uando se trata de caracterizar e individualizar la acción de
Satanás es necesario –dice el autor-, desembarazarse antes que nada de aquella
tendencia instintiva del espíritu humano que consiste en edificarlo todo en el
dominio de las concepciones
antropológicas. Pues bien, eso es lo que ocurre generalmente con
respecto a Satanás. La mayor parte de los hombres son incapaces de figurárselo
de otro modo que bajo una forma humana, o se les ocurre la idea de que pueda
adoptar otro disfraz que el de un cuerpo orgánico. Sin embargo es indudable que
el demonio puede adoptar esas formas y
que de hecho, históricamente las ha adoptado, no es en manera alguna
imposible que se oculte también en objetos, materiales o inmateriales. La Iglesia así lo reconoce
desde el momento que tiene exorcismos especiales destinados a cosas materiales
como la sal y el agua. Pero lo que aquí más nos interesa es la constatación de
que el Príncipe de las Tinieblas se oculta preferentemente en aquella categoría
de personas morales que llamamos instituciones.
Parece como si se amoldara mejor a la
vida de estos seres de segundo plano que se asemeja, sin duda, a la de los
hombres sin llegar nunca a asimilarse a
ella y que ofrece posibilidades de influencia mucho mayores que la de una
acción meramente individual. Permite, en efecto trabajar en gran escala, en
serie, por decirlo así en lugar de fragmentar indefinidamente los esfuerzos
sobre individuos aislados.
Idea es ésta por cierto muy antigua, cuya paternidad de
ningún modo pretende reivindicar el autor, pero es preciso convenir en que suele ser muy
mal entendida y muy raramente utilizada, no obstante su importancia capital. Si
bien se piensa en efecto ¿con qué fin el demonio vendría a apoderarse del
cuerpo de un desdichado ‘quidam’ cuando por medio de las instituciones
políticas y gubernamentales, por medio de las leyes y las costumbres, donde
insinúa su espíritu perverso, puede orientar tan fácilmente a los hombres, con un impulso tanto más irresistible cuanto más
disimulado, por decenas y centenares de millares, más aún por millones, a lo
largo de los caminos de perdición que son los suyos? Nada más lógico en una
inteligencia tan lúcida como la del demonio que la idea de utilizar para sus fines el gregarismo propio de la
época moderna y aquellos famosos progresos de la ciencia con los cuales
precisamente se había creído poder eliminarlo. En lugar de proceder como un
pequeño artesano Lucifer trabaja ahora como un gran industrial y realiza en
serie su obra infernal valiéndose de los instrumentos más perfeccionados que el
mundo moderno puede brindarle.
Pues bien, esta idea de una obsesión general oculta e
invisible, de una ocupación colectiva, política y social, explica luminosamente
el hecho extraño antes señalado que la disminución de las posesiones diabólicas
individuales en nuestra descristianizada sociedad contemporánea coincida con
una intensificación evidente de la acción diabólica personal en el mundo.
Es que la inhabitación física violenta –anota el autor- está
resultando cada vez más innecesaria al Enemigo del género humano. Esta otra
forma de ocupación de los espíritus y de las almas, por carecer del carácter
espectacular de las posesiones individuales, es mucho más insinuante y tranquila
y por lo tanto más segura prestándose por su mismo disimulo a un contagio mucho
más rápido y a una enorme difusión.
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a idea desarrollada por el teólogo Multi no deja de seducir
a su interlocutor pero en su mente surge una dificultad que no carece ciertamente
de fuerza. ¿Acaso el mal –objeta el teólogo- no ha existido en rodas las
sociedades, de cualquier índole que sean, antes y después de la era cristiana?
¿Acaso el demonio no se ha infiltrado en todas ellas inoculándoles gérmenes de
corrupción y de muerte? En este caso la
tesis del P. Multi implicaría una generalización harto banal; significaría una
diferencia meramente de grado pero no de naturaleza entre nuestras sociedades
actuales y las pasadas.
El padre Multi resuelve esta objeción con una distinción de
importancia capital para la recta inteligencia del mal que afecta al mundo
contemporáneo, o se trata ciertamente de caer en el error opuesto de aquel que
sólo admite posesiones individuales, dando a la idea de la posesión colectiva
una extensión abusiva, como lo ha hecho, por ejemplo, hace muy poco la famosa
Simone Weil, según lo cual lo social es irreductiblemente el dominio del
Diablo, llegando hasta el extremo de afirmar que “el diablo es lo colectivo” o bien
“que el Diablo es el padre de la mentira, y que la mentira es social”.
No, ésta es una doctrina anárquica, de raíz maniquea o
gnóstica pero no católica. Lo social, no más que lo individual, no es irreductiblemente el dominio de
Satanás. Pero tampoco está inmune, como lo está lo individual, de las
posesiones diabólicas. Por el contrario, tal vez este más sujeto a ellas, sobre
todo en las circunstancias actuales que le brindan un ambiente social
convenientemente propicio para la infestación demoníaca y le proporcionan, como
hemos dicho, los medios más eficaces de difusión.
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n todo tiempo, a no dudarlo, las aglomeraciones humanas lo
mismo que sus miembros, individualmente considerados han estado expuestos a los
asaltos del Padre de todo mal que exaltando con ciencia sutil los vicios de nuestra
naturaleza caída a logrado obtener con frecuencia las más apreciables
victorias. Bajo su influencia los abusos se deslizan insidiosamente, como la
serpiente del Génesis en las mejores organizaciones, llegando a veces a
derruirlas. Ni siquiera las instituciones religiosas, las Órdenes, las
Congregaciones, están exentas de estas desviaciones como la misma historia
ampliamente lo demuestra. Con cuanta mayor razón no lo estarán las
instituciones laicas y temporales de que aquí nos ocupamos ¡sobre todo como es
lógico en el mundo moderno paganizado! Se impone por lo tanto una distinción
que puede formularse así: Cuando las instituciones son en sí mismo buenas,
cuando su estructura esencial es sana, pueden surgir en ellas, a no dudarlo,
defectos y vicios en razón de la fragilidad inherente a la naturaleza humana.
Pero aún en ese caso no se puede hablar con propiedad de satanismo puesto que
la acción normal del Espíritu del Mal y nuestras deficiencias personales chocan
con la resistencia de los sanos principios establecidos por la Razón y ulteriormente por la Fe , principios que han sido
oficialmente consagrados por la autoridad o la costumbre.
Cosa muy distinta ocurre si las bases fundamentales de una
sociedad se nos presenta desde sus orígenes y en su misma esencia gangrenadas por graves errores, por mentiras
evidentes, por el vicio o por el crimen; si su perversión intrínseca es tal que
orientan necesariamente a los hombres en una dirección contraria a los fines
propios de su naturaleza racional y de la misma sociedad, y en función de los
cuales existe precisamente en nosotros la tendencia social. Tal es el caso de
aquellas sociedades cuyos principios fundamentales orientan al hombre a la
práctica del error y del mal, a las discordias internas, a la guerra civil o a
la guerra internacional. Mediante esta corrupción sistemática de los fines
verdaderos y racionales del hombre es como Satanás realiza su obra y le pone,
por decirlo así, su sello propio.
Pues bien, tal es el hecho que caracteriza y define al mundo
contemporáneo. El mérito de la
Bigne de Villenueve
consiste en haberlo afirmado categóricamente y sin ambages, en un momento en
que los católicos solo parecen pensar en transacciones y pactos con el mal. Se
podrá objetar a esto que muchas personas
honestas, que muchos católicos sinceros afirman lo contrario y se dedican a
exaltar las excelencias del fin que
persiguen y de los medios que emplean las modernas instituciones democráticas.
Pero esas afirmaciones vienen antes bien a corroborar nuestra tesis, ya que el
demonio es un experto en fabricar ilusiones con apariencias de sabiduría y de
verdad; más aún, es ese el procedimiento
más común de su actividad
obsesiva. Y la persistencia naturalmente inconcebible, con que tantas y tantas
almas cristianas se obstinan en defender los errores de la democracia liberal,
no obstante las reiteradas condenaciones de la Iglesia , no obstante las
trágicas lecciones que se derivan de la experiencia histórica de estos últimos
tiempos, esa persistencia, decíamos, constituye a nuestro modo de ver un signo
manifiesto de la influencia negativa que hoy ejercen los prestigios diabólicos.
Gracias a esa colaboración, imprudente y culpable, de los buenos, la obsesión
corriente evoluciona con mayor o menor rapidez hacia las formas de la ocupación
o aun de la posesión diabólica, que son numerosas en nuestros días y de la que nos dan claros ejemplos los horrores cometidos por los rojos
españoles en la reciente guerra civil, la persecución implacable de los
‘colaboracionistas’ en Francia y el
régimen político que impera en los países que se hallan tras la cortina de
hierro.
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stas consideraciones vienen a constituir una adecuada
respuesta a la interrogación que se formulaba ansiosamente el noble Peguy:
¡Dios mío, Dios mío! –gemia el gran escritor- ¿Qué es lo que está ocurriendo
ahora? En todo tiempo ¡Ay de mí! En
todos los tiempos ha habido almas que se perdían… Antes era la tierra la que
preparaba para el infierno. Ahora es el mismo infierno el que parece
haberse volcado sobre la tierra. ¿Qué
es, Dios mío, qué es lo que ha cambiado?
Pues bien, podemos responder al gran Peguy, lo que ha
cambiado es lo siguiente: Es que las instituciones, en vez de ser concebidas
como lo era antes, “en aquel tiempo en
que mal que mal la filosofía del Evangelio gobernaba a los Estados” como
establecida para refrenar la malicia
eterna de los hombres, son concebidas ahora como ordenadas a excitarla y a
exaltarla.
Es que ahora las instituciones en lugar de remediar en
cuanto sea posible, de acuerdo a su auténtico destino, las faltas y los pecados
de las sociedades, vienen a multiplicarlos y a agravar sus consecuencias. Ya lo
decía, magistralmente el cardenal Pie, obispo de Poitiers en su panegírico de
San Luis Rey de Francia, “La sociedad de San Luis tuvo ciertamente sus vicios y
los hombres que la componían no pudieron ser del todo transformados hasta el
punto de quedar despojados de la herencia del primer Adán. Pero lo que podemos
afirmar es que todo lo que hubo entonces de nobles sentimientos y de grandes
hazañas –y que las hubo en gran escala nadie se atrevería a negarlo- todo eso
era el fruto de las doctrinas y de las instituciones de la época. Si el corazón
humano siguió siendo débil por las inclinaciones de la naturaleza caída, la
sociedad en cambio fue fuerte por sus instituciones y sus creencias; en una palabra, el vicio no provenía entonces
como ahora de la misma ley, y la virtud
no constituía entonces como ahora, la inconsecuencia y la excepción”
En eso precisamente consiste el cambio que acongojaba a
Peguy. ¿Es que entonces la sociedad, las instituciones y las leyes estaban
animadas por el espíritu de Cristo, y ahora en cambio, como lo demuestra
concluyentemente nuestro autor, es Satanás quien ha encontrado acceso a ellas,
es él quien ha logrado incorporarse a su espíritu y aún a su letra, colocando
el mal en la misma raíz y logrando con trágica perfidia presentarlo como el
Bien, decorando el desorden con los colores del Orden y lo Falso con las
apariencias de la Verdad ?
La obra maestra del demonio consiste en ofrecernos el espectáculo desolador y
absurdo de un mundo que grita su dolor y
su desdicha y que mezcla sin embargo sus gemidos y sus quejas con juramentos de
fidelidad, con actos de amor enloquecido e invocaciones ardientes a todo lo que
constituye la causa misma de sus males: a la Democracia , a la Libertad , a la Igualdad , a los Derechos
del Hombre.
Hace más de siglo y medio que el mundo se debate en las convulsiones engendradas por los
‘inmortales’ principios de la Revolución.
Puede que sean inmortales, advertía ya en el siglo pasado el
cardenal Pie.
Pero es indudable que
no tienen el don de comunicar esa inmortalidad a los gobiernos y a las
instituciones que en ellos se inspiran. Jamás el mundo asistió en efecto a
tanta inestabilidad y a tantas y tan horribles
convulsiones, y cuando han terminado estas siniestras hecatombes, al
lado de las cuales las de los pueblos salvajes parecen juegos de niños ya que
ahora se inmolan a los ídolos modernos las vidas humanas por decenas de millones;
cuando podría esperarse una saludable reacción y un retorno al orden
tradicional, cristiano y humano cuyo olvido es causa de las mismas, he aquí que
los inmortales principios` y los mismos hombres que en su nombre provocaron las
catástrofes renacen como el Fénix de la leyenda de sus propias cenizas o mejor
aún de su propia corrupción.`
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sí como el perro de la Sagrada escritura vuelve siempre a su vómito, así
también, en la ocurrencia, las modernas sociedades vuelven a los principios que
las intoxican y que son la causa precipua de sus males, sin que pueda advertirse, salvo en
casos aislados, un ensayo real de comprensión un propósito serio y radical de
mejoramiento y de reacción. Y así vemos que hoy el mundo se encamina ciegamente
a la tercera y tal vez definitiva hecatombe invocando los mismos principios y
las mismas doctrinas que determinaron
las hecatombes anteriores. ¿Cómo no ver en esa ceguera y ese engaño
incomprensible, la influencia sutil del Padre de la mentira, del Enemigo del
género humano que persigue obstinadamente su aniquilación a fin de dar de esta
manera una adecuada respuesta a la obra divina de la Creación ?
Tales son los temas que de la Bigne de Villenueve
magistralmente desarrolla en “Satan Dans la Cité ”. Entre los libros últimamente publicados en
Francia, pocos hay a nuestro modo de ver que merezcan una consideración tan
atenta como éste, ya que nos ofrece, actualizadas y renovadas, las doctrinas de
los grandes teorizadores franceses de la Contrarrevolución ,
de un cardenal Pie, de un De Maistre, de un Blanc de Saint-Bonnet, doctrinas
que el demonio ha sabido neutralizar y sepultar en el olvido haciéndolas pasar
por ‘oscurantistas’, ‘integristas’, ‘reaccionarias’ cuando en rigor en ellas se
contienen las únicas posibilidades para el mundo de restauración y de salud.+