miércoles, 17 de diciembre de 2025

 

Presento una OBRA MAESTRA DEL REVISIONISMO HISTÓRICO, escrita por el  profesor JORDAN BRUNO GENTA, publicada por ediciones del Restaurador en 1950, y muy difícil de adquirir actualmente en librerías.                             

Aconsejo fervientemente su lectura completa. Más aún, el futuro Estado nacional federalista y soberano –que resurgirá algún día por la misericordia de Dios-- deberá incluir su lectura obligatoria en las escuelas, pues es un epítome de patriotismo. Indispensable para contrarrestar las falsedades de la historia oficial impuestas, durante muchas generaciones de argentinos incautos, por el Estado liberal.                                                                                                                                         

Es muy oportuna su publicación considerándola un rotundo y clamoroso mentís a las acostumbradas patrañas históricas del liberalismo; inclusive las de ciertos ”historiadores” actuales, discípulos de los masones  Mitre y Sarmiento, ensañados con la figura del Libertador, acusándolo de anglofilia; para denigrar libremente a Rosas; y justificar la entrega de los unitarios a los imperialistas.                                                                                                                                

Hoy día ofrece una vigencia total. Milei consagró descarada y cínicamente como paradigma de su gobierno a Alberdi, tan infame traidor como él; y como su numen a la Lubabich.  El programa de su gobierno es evidente: hacer de la Argentina una factoría del imperialismo; con el consentimiento entusiasta de gran parte del emputecido pueblo argentino, ablandado por una prédica incansable, sin Dios ni Patria, que lo decretó con su voto. La suma de votos, individualidades sin enlaces sociales, así lo decidieron alegre y democráticamente: Argentina desaparecerá políticamente por obra de un desquiciado. 

La Patria es la Historia verdadera de la Patria: conociendo su verdadera Historia se la ama hasta el sacrificio. Cuando el liberalismo masónico o el marxismo falsifican la Historia argentina es para crear una imagen degradada de la patria como factoría, que les permita usufructuarla; aman una ficción, que encubre sus propios intereses bastardos, tal como ocurre desde Caseros.                                                                                                                                          

Nunca perderemos la esperanza del surgimiento de un Caudillo nacionalista por la misericordia de Dios; que imponga una Dictadura patriótica, popular y antiimperialista, como aconsejó el Libertador y ejerció don Juan Manuel de Rosas, el Restaurador de las Leyes y de las tradiciones.

SAN MARTÍN                                                                                 DOCTRINARIO DE LA POLÍTICA DE ROSAS.                            

LA LEYENDA DE LA TIRANÍA.

CASEROS  es el primer triunfo decisivo de la política liberal en la Historia  Argentina; no sólo extiende su influencia a todas las manifestaciones de la vida nacional, sino que logra imponer una gran falsificación de nuestra conciencia histórica para encubrir con  la LEYENDA DEL TIRANO ROSAS, la conducta desleal y oportunista de los emigrados convictos y confesos de haber alentado la intervención extranjera y de haber negociado la desmembración del territorio; lo cual unido al oro que han recibido de los agentes imperialistas, en pago  de su inapreciable colaboración , configura la imagen siniestra de los “reos de lesa Patria”, con los que ellos pretenden confundir a Rosas ante la posteridad.                                                                               Y esta falsificación de nuestra Historia nos engaña acerca de lo que somos y tenemos que ser; nos extravía irremediablemente el juicio sobre las cosas que debemos esperar y las que debemos temer. La Patria es  la Historia de la Patria. ¿ Qué sentido del patriotismo y de sus deberes pueden tener los jóvenes argentinos que frecuentan el magisterio de los doctrinarios de la traición? Leed y volved a leer esta respuesta de Alberdi a la pregunta sobre el deber argentino, con motivo del bloqueo francés en el Río dela Plata, publicada en “El Nacional” de Montevideo, el 28 de noviembre de 1838:   ¿Estará el deshonor, entonces, en entregarse al extranjero para batir al hermano? Sofisma miserable. Todo extranjero es hombre y todo hombre es nuestro hermano”.                                                                                                                  O esta apología de la traición de la Patria que Sarmiento hace en “Facundo”, el más celebrado y difundido de sus libros; lectura obligatoria en nuestras escuelas públicas: “… los que cometieron aquel delito de leso americanismo, los que se echaron en brazos de Francia para salvar la civilización europea, sus instituciones, hábitos e ideas en las orillas del Plata fueron los jóvenes; en una palabra, fuimos nosotros” (IIIª parte  cap.2).

Y la verdad es que estos doctrinarios de la traición los jóvenes esclarecidos de la brillante generación de Mayo, son mentores oficiales de la juventud argentina, que los reverencia como a personalidades próceres y maestros de conducta civil, mientras Rosas continúa siendo  “un reo de lesa Patria” y un monstruo moral.

Es necesario que el defensor de la soberanía nacional, sea execrado por los siglos de los siglos, a fin de que Urquiza, López, Mitre, Sarmiento y Alberdi, aparezcan revestidos con las acrisoladas virtudes del patriotismo y de fidelidad. Se trata de un fallo inapelable, de una sentencia definitiva. De un dogma secular que debe ser acatado en nuestras interpretaciones y valoraciones históricas. Nadie puede intentar la más leve modificación de este prejuicio, consagrado por los más celosos partidarios de la variabilidad de todas las cosas. No hay como los declamadores democráticos de la Evolución Universal, para decretar inmutabilidades en el seno mismo de lo que cambia indefectiblemente.

Dudar de la divinidad de Cristo es signo inequívoco de una mentalidad evolucionada y progresista; pero poner en duda la monstruosidad de Rosas es una aberración mental y un crimen inexcusable. Tal es el criterio de liberales y de masones.

Los medios que se emplean para asegurar y mantener esta gran falsificación de nuestra Historia, superan en vileza y en cobardía a los que se usaron para combatir a Rosas en el poder. El ensañamiento contra Rosas muerto es todavía mayor que el mostrado hacia Rosas vivo. No se retrocede ante ninguna valla; si es necesario se oculta o se tergiversa la misma evidencia. No se respeta ni se considera en absoluto, el juicio más autorizado, si ese juicio reconoce el patriotismo, la prudencia y la honestidad de Rosas; ni siquiera si es San Martín quien lo dice.

Los mismos que estiman insuficiente la medida humana para exaltar a nuestro Gran Capitán y levantar altares laicos (grotesco intento de entronizar la ideología del héroe por odio a Dios), no le escatiman agravios toda vez que declara su adhesión o le testimonia su gratitud argentina a Rosas. El panegírico se cambia en vituperio: San Martín es un viejo obcecado y reblandecido, un necio que habla con suficiencia de lo que no sabe o un padre agradecido por los favores dispensados a sus hijos.

Sarmiento en su biografía del general San Martín que figura en la galería de hombres célebres de Chile –Santiago 1854--, no vacila  en mentir con su impavidez habitual, además de atribuir a la debilidad senil de San Martín su adhesión a la causa de Rosas: “Nada de particular presentan los últimos años de San Martín, sino es el ofrecimiento hecho al dictador de Buenos Aires de sus servicios en defensa de la independencia americana que creía amenazada por las potencias europeas en el Río de la Platas. El poder absoluto del General Rosas sobre los pueblos argentinos no era parte a distraerle de la antigua y gloriosa preocupación de la independencia, idea única, absoluta y constante de toda su visa. A ella había consagrado sus días felices, a ella consagraba toda otra consideración, la libertad misma. Pocos meses antes de morir escribió a un amigo algunas palabras exagerando las dificultades de una intervención francesa en el Río de la Plata, con el conocido intento de apartar de la Asamblea Nacional de Francia, el pensamiento de hacer justicia a sus reclamaciones por medio de la guerra. A la hora de su muerte, acordándose que tenía una espada histórica, o creyendo o deseando legársela a su Patria, se la dedicó al General Rosas, como defensor de la independencia americana… No murmuremos de este error de rótulo en la misiva, que en su abono tiene su disculpa en la inexacta suapreciación de los hechos y de los hombres que puede tener una ausencia de treinta y seis años del teatro de los acontecimientos, y de las debilidades del juicio en el período septuagenario” (tomo III, pg.296).

En otra página de su vastísima obra comentando su visita a Grand Bourg, en el verano de 1845, emplea el mismo argumento para excusar a San Martín:  “San Martín es el ariete desmontado ya, que sirvió a la destrucción de los españoles; hombre de una pieza, anciano batido y ajado por las revoluciones americanas, ve en Rosas al defensor de la independencia americana, y su ánimo noble se exalta y ofusca…”. “San Martín era un hombre viejo, con debilidades terrenales, con enfermedades de espíritu adquiridas en la vejez…” (tomo V, pg. 114).

El subrayado nos pertenece y abarca casi todo el texto porque queremos destacar los recursos innobles de que se vale Sarmiento para desautorizar la actitud de San Martín hacia Rosas, y al mismo tiempo, para reducir la agresión imperialista a un fantasma engendrado por el delirio obsesivo de un pobre viejo. Y también porque es un testimonio de la falta de escrúpulos de que hace gala Sarmiento, toda vez que estima oportuno mentir para lograr un determinado efecto. Si escribe una historia de San Martín para hacer el elogio del héroe de la independencia, no conviene en absoluto que el legado de su sable aparezca como una decisión lúcida y serena ; nada más fácil para el llamado Maestro de América, que es un consumado maestro en estas habilidades:

“A la hora de su muerte, acordóse que tenía una espada histórica, o creyendo y deseando legársela a su patria, se la dedicó al General Rosas… No murmuremos de este error de rótulo en la misiva que en su abono tiene su disculpa en la inexacta apreciación de los hechos y de los hombres que puede traer una ausencia de treinta y seis años (suponemos que esta cifra es un error tipográfico) del teatro de los acontecimientos y de las debilidades de juicio en el período septuagenario”.

Hemos repetido esta parte del texto para mostrar que solamente un impostor de oficio puede incurrir en esta burda falsificación y en esta inexcusable irreverencia. Si Sarmiento ignora en 1854 que San Martín había redactado su testamento seis años antes de morir, en estado de plena lucidez y dominio de sí, no puede ignorar que está inventando las circunstancias de la muerte del héroe para que el legado a Rosas, aparezca como el acto irresponsable de un anciano moribundo que no sabe lo que hace.

El presidente de la Comisión Argentina en Montevideo, Dr. Valentín Alsina, le escribe a su amigo D. Félix Frías con motivo de la muerte de San Martín que acaba de conocerse en el Río de la Plata. El rencor que ha tenido que disimular en la obligada nota necrológica, lo desahoga en la discreta intimidad de la carta que está fechada en Montevideo, el 9 de noviembre de 1850:

 “…Como militar fue intachable, un héroe; pero en lo demás era muy mal mirado por los enemigos de Rosas. Ha hecho un gran daño a nuestra causa con sus prevenciones, casi agrestes y serviles contra el extranjero… Nos ha dañado mucho fortificando allá y aquí la causa de Rosas, con sus opiniones y con su nombre; y todavía lega a un Rosas, tan luego su espada. Esto aturde, humilla e indigna y …pero mejor es no hablar de esto…”

La verdad es que todavía “aturde, humilla e indigna” a los abogados de la Democracia. Dicen venerar al héroe nacional, pero descalifican sus juicios en cuanto se oponen a sus intereses creados. Prefieren las mentiras de Sarmiento a las verdades de San Martín porque son discípulos aprovechados de la escuela histórica que Salvador María del Carril inaugura en nuestra Patria, con sus recomendaciones a Lavalle después de la ejecución de Dorrego, en diciembre de 1828:

“… si para llegar siendo dignos de un alma noble, es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos…”

Los empresarios de la falsificación metódica y sistemática de nuestra Historia, con aparato documental y crítica científica o sin estas formalidades aparentes, se sienten plenamente justificados por esta doctrina de la mentira patriótica, gemela de la que auspicia la mentira piadosa a fin de que el hombre muera como una vaca y no como un hombre.,

Claro está que esta doctrina suele revestirse con las denominaciones propias de las filosofías a la moda; y por esto es que en los días que corren, se llaman lo mismo existencialismo que pragmatismo.

La mentira patriótica es la “verdad existencial” o la “verdad pragmática”; algo así como una ficción consoladora, confortable y estimulante para la vida de las naciones y que debe administrarse de acuerdo con las necesidades de cada momento y al hilo de la existencia histórica.

Los pueblos, se dice, tienen necesidad de “mitos” o de “mística” para vivir.  La confrontación existencial de la última guerra ha confirmado que el mito de la Democracia y de la Libertad continúa siendo la razón vital de la humanidad, frente a los caducos nacionalismos autoritarios.  Esto significa para los vigías de la dialéctica existencial que el mito saludable, la mística vivificante de las naciones, es todavía la Democracia made in USA, o made in URSS.

Y el resurgimiento democrático de post-guerra, en nuestra Patria, exige mantener la leyenda de la Tiranía, más un obligado complemento que es

LA LEYENDA DEL SANTO LAICO O DEL SANTO CIVIL. 

Mitre en su Historia de San Martín, no propone al héroe nacional como paradigma y ejemplo de la juventud, como su maestro de conducta civil; prefiere a Washington a pesar de que su obra parece un monumento levantado al Gran Capitán de los Andes. En el tomo Iº, cap.1º dice:

“Washington es la más elevada potencia de la democracia natural. Y en el tomo IIIº, cap. 46 agrega: “Washington dio al mundo la nueva medida del gobierno humano según la vara de la justicia, y le legó el modelo del carácter más bien equilibrado  en la grandeza que los hombres  hayan admirado y bendecido”.

Mitre falta notoriamente a la justicia, al patriotismo y a la discreción en esta temeraria declaración. No discutimos la personalidad de Washington, pero los argentinos no tenemos necesidad de acudir al extranjero para encontrar “el modelo del carácter más bien equilibrado en la grandeza”, el arquetipo civil y maestro de conducta a quien admirar e imitar: San Martín es para nosotros, por lo menos tanto como puede ser Washington para los yanquis.

Por otra parte las diferencias entre las dos personalidades son mucho más importantes que sus analogías. Son distintos por el espíritu y por la sangre; esto es, en lo sustancial para la vida de las naciones.

No debe sorprendernos este juicio de Mitre, si tenemos en cuenta que es un conspicuo representante de la Democracia y un grado 33 de la Masonería Internacional, en la época que escribe su Historia de San Martín.

Historiadores y biógrafos más recientes—Otero, Barcia, Rojas—a pesar de su afinidad ideológica con Mitre, no posponen a San Martín, pero completan la desinformación liberal de su personalidad y  lo exhiben como un paladín de la Democracia y la Libertad.

En estas versiones sucesivas, San Martín se parece cada vez menos a sí mismo, al héroe nacional en la imagen de un hombre de guerra, hecho para obedecer y mandar, enamorado de la gloria y del peligro; y se parecer cada vez más a un buen demócrata, paladín de las libertades individuales que lucha por una vida segura y confortable para todo el género humano, sin irritantes exclusiones. Y estas virtudes burguesas alcanzan en su personalidad, la más completa perfección, el grado de la santidad laica como dice Rojas, o de la santidad civil como dice Barcia.

Otero, por su parte encuadra los hechos del Libertador en un esquema dialéctico de la más pura inspiración democrática, cuyos lineamientos generales expone en el capítulo X de su voluminosa obra:

“El siglo 19 se caracteriza por dos grandes acontecimientos y éstos los más opuestos y contradictorios. Mientras por un lado el despotismo hace el esfuerzo más grande que recuerda la historia para imponerse a la civilización en el viejo mundo, en el nuevo la libertad rompe en eclosiones indígenas y ocasiona así el nacimiento de nuevas nacionalidades. En el primero de los casos el hombre es el árbitro de los sucesos, pero en el segundo, doctrinariamente hablando, las personalidades desaparecen y el instinto plebeyo triunfa de todo jefe o caudillo”.

Y por esto es que en el espíritu de tan peregrina doctrina, nos dice un poco más adelante que la vitalidad económica es ”la fuerza expansiva y natural que es la primera razón de ser de los pueblos”; tal como diría un materialista burgués o marxista.

Ocurre que Rojas, Barcia y Otero, como antes Alberdi, Sarmiento, López, y Mitre, confunden la idea de Patria con la idea de la Democracia; y, en consecuencia, identifican la historia de las nuevas nacionalidades con la historia de las instituciones democráticas y la libertad de la Patria con las libertades democráticas.

He aquí el sofismo más peligroso y de mayor arraigo en la mentalidad de los modernos; su falta de consistencia no le impide ser universalmente usado para ensayar la justificación de las diversas formas de deslealtad hacia la Patria. Veamos una de sus derivaciones dialécticas:

Si en un momento dado se plante la Dictadura como solución política, se discurre, supuesto el falso principio, que la crisis del régimen democrático es la crisis misma de la Patria. Si los ciudadanos que no pueden soportar el avasallamiento de las libertades públicas, emigran al extranjero, es la Patria que se va con ellos. Si los emigrados solicitan y obtienen la intervención violenta de los poderosos de la tierra para abatir al tirano y reponer la Democracia, es la Patria que vuelve triunfante a la zaga de los invasores extranjeros, bajo cuya benévola protección reviven las sagradas libertades.

Son muchas las páginas de Alberdi y de Sarmiento que ilustran esta página de la traición; los textos que se citan al comienzo de este estudio, son irreprochables como ejemplos.

Claro está que San Martín no participa en absoluto de semejante criterio liberal, democrático y progresista. Tan sólo el arte de Merlín aplicado a la Historia y a sus protagonistas, puede hacer pasar al héroe nacional como un buen demócrata, un santo laico o un santo de la espada. Los encantadores del mandil están en la obra y a punto de conseguir su objeto, según todas las apariencias.

San Martín no es un paladín de la democracia, ni menos un “santo laico” ni mucho menos un “santo de la espada”. Tampoco su gloria radica en el buen esposo, ni en el buen padre, ni en el abuelo inmortal. Son dos maneras de desvirtuar su personalidad histórica y su ejemplaridad ética, con el propósito de confundir el verdadero significado de su grandeza ante la posteridad.

Es lamentable que tanto D. Ricardo Rojas como D. Augusto Barcia pasen por alto una de las más discretas razones y una de las más saludables recomendaciones de su admirado Cervantes en el prólogo del ”Quijote”: “…no tiene para que predicar mezclando  lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento”.”

 Y a ese género de mezcla pertenecen expresiones tan irreverentes y bárbaras como “Santo laico”, “Santo civil” o “Santo de la espada”. Claro está que es propio de masones, espiritistas, teósofos y orientalistas afines, confundirlo que es del cielo con lo que es de la tierra, lo sagrado con lo profano; esto es mezclar todo con todo para que el espíritu de las tinieblas se adentre en las almas y en las naciones.

En cuanto al recurso de las virtudes domésticas, es también un procedimiento típicamente masónico, para ocultar el sentido militar de la vida que San Martín encarna con la plenitud del héroe, detrás de un buen jefe de familia y ciudadano de honradez ejemplar.

No falta siquiera la ilustración pictórica de esta santo laico y premio a la virtud: “San Martín en Boulogne Sur Mer” de Antonio Alice.

El ilustre y poderoso hermano Joaquín V. González, fundador de la Universidad Nacional de La Plata, interpreta con la fidelidad de una común inspiración, el famoso cuadro: Debo hacer la confidencia de que Alice es casi un hermano espiritual mío… y este San Martín ha surgido un poco de nuestras amistosas conversaciones sobre arte”… “Alice llegó a penetrar, tras prolijo estudio, la vida de San Martín bajo su faz civil… ha hecho en San Martín-civil, un San Martín-alma, un San Martín-sentimiento, inspirado en la vida real y en las descripciones que del héroe nos han transmitido Alberdi y Sarmiento, quienes lo visitaron más o menos a los sesenta y cinco años…”. (El silencio de San Martín: conversación histórica en el salón del Museo escolar Sarmiento, el 13 de noviembre de 1920).

Es oportuno recordar que Alberdi y Sarmiento son dos detractores del héroe; sus respectivos testimonios más que de San Martín hablan de su propio resentimiento frente al patriota insobornable. No hay un silencio de San Martín en el destierro, sino un ocultamiento deliberado de sus ideas y de sus actitudes respecto a los sucesos de la Patria, por parte de los enemigos de Rosas, liberales y masones.

El cuadro del pintor Alice carece de objetividad y de sinceridad, lo mismo que las descripciones de Alberdi y de Sarmiento. Es una obra de tesis, una pintura ideológica, realizada con gran dominio técnico pero sin realidad ni verdad; esto es, sin belleza. Las ideologías son antiestéticas porque consisten en ficciones intelectuales inspiradas por interés y por pasiones inferiores. Tan sólo la realidad es estética; tan sólo lo que es, puede ser expresado con belleza.

Ni santo ni premio a la virtud; San Martín es un soldado a la española forjado en la dura disciplina de los tercios imperiales y con el temple de veinte años de vida peligrosa y con el sólo temor de Dios. En la hora de crisis de la Metrópoli, acude al terruño para servir a la regeneración política de su pueblo y fundar una Patria en soberanía. Después, la prueba del largo destierro, más severa que la muerte para el glorioso soldado ; su reclamo de la Dictadura para salvar a la Patria anarquizada ;  su apoyo moral y su colaboración decisiva a la Política de Rosas que mantiene hasta su muerte en el año 1850, fiel a la consigna de la Independencia: Patriotismo sobre todo.

La verdad es que en su frecuentación de las logias masónicas de Cadiz y de Londres, sufre la influencia del liberalismo; pero sólo dura un momento hasta que la confrontación de los hechos, le revela la incompatibilidad entre la ideología y la milicia, entre las libertades burguesas  y la disciplina militar .

El Libertador sabe que la libertad política de una nación nada tiene que ver con las libertades democráticas que se otorgan a los ciudadanos y a los residentes extranjeros; un Estado nacional soberano puede regirse por un estatuto antidemocrático y una Colonia puede tener un régimen democrático.

San Martín sabe después de su experiencia americana de la política y a la vista de los acontecimientos europeos que la Patria no es la Democracia;  y que no nace suscribiendo un  contrato ante escribano público ni por el ejercicio pleno del sufragio universal. El Libertador sabe que surge de sus manos en la forma de un Ejército y que se la merece en una justa guerra: el Ejército de los Andes es la Patria misma en su primera existencia, es la certidumbre de su ser y el ingreso a la Historia Universal.

El Ejército de los Andes es la Patria misma, porque es la conjunción disciplinadas de todas las energías vitales, la unidad jerarquizada de todas sus partes, la suma de sus generosidades, de sus devociones y de sus sacrificios.

La Declaración de la Independencia por el Congreso de Tucumán, el 9 de julio de 1816,  no es más  que la afirmación jurídica de la Patria: se proclama porque es.

Antes de que el Libertador le de forma y objetividad en el Ejército, la Patria no es más que una inquietud, algo puramente objetivo como un sentimiento o una aspiración.  Y es el Gran Capitán que exige la Declaración de la Independencia antes de ponerse en marcha: el mundo entero debe saber que el Ejército de los Andes es la Patria misma en procura de su liberación definitiva.

Es obvio que esta lucha por la libertad de la Patria nada tiene que ver de suyo, con las luchas por las libertades democráticas: en la primera se trata del derecho de vivir en soberanía; en la segunda se trata del derecho de vivir a gusto.

La Patria nace a la libertad política como un Ejército. Y el ciudadano que está en filas, no es un sujeto de derechos sino de deberes; doblega su yo egoísta y se trasciende en acto de servicio, encuadrado en la doble disciplina de la subordinación y del valor. La Patria es obra de sus soldados antes que de burgueses o de proletarios: nace como Ejército y se sostiene finalmente como Ejército en la confrontación de su derecho a la existencia. Y el Ejército no es principalmente el Jefe que lo crea y lo conduce por los caminos de la gloria que son los de la Patria misma.

DEFINICIÓN POLÍTICA DE SAN MARTÍN.

La disciplina militar sobre la cual se estructura la Patria, es el fundamento de las otras disciplinas sociales: gobierno, escuela, trabajo, administración, etc.

Por extraño que pueda parecer, la verdad es que la espada que se desenvaina por una causa justa, surge para restablecer y preservar. Los reformadores liberales y declamadores de la paz perpetua en cambio, no hacen más que edificar en las nubes y destruir en la tierra. Nada más fácil que proyectar “una Constitución que tenga el poder de las Hadas que construían palacios en una noche”  (Alberdi, Bases, cap. 18) y nada más difícil que pretender imponerla “a palos,  violentando la realidad histórica y   tradicional. San Martín es el fundador de la Patria y Rivadavia uno de sus más eficaces demoledores.”

San Martín comprende que lo más urgente, una vez triunfante la revolución libertadora, es restaurar la disciplina social profundamente desquiciada. Y en conformidad con este criterio escribe a su amigo D. Vicente Chilavert, en carta fechada en Bruselas, el 1º de febrero de 1825: “Ya tiene Vd. reconocida nuestra independencia por Inglaterra; la obra es concluida, y los americanos comenzarán ahora el fruto de sus trabajos y sacrificios; esto es, si tenemos juicio y si doce años de revolución nos han enseñado a obedecer, si señor, a obedecer, pues sin esta circunstancia no se puede saber mandar”.

Pero Rivadavia y sus satélites están empeñados en su aventura constitucional; se proponen nada menos que cambiar todo de raíz:  arrasar con el antiguo régimen y con los vínculos de la tradición, para levantar sobre ruinas un régimen totalmente nuevo, de acuerdo con los planes trazados por Juan  Jacobo. Los resultados de esta política utópica son conocidos: pérdida definitiva de la Banda Oriental, el país entero empeñado a la banca inglesa de los Baring Brothers y el recrudecimiento de la anarquía en las Provincias desunidas del Río de la Plata.

Desplazados por su ruinoso fracaso, no se resignan a dejar el poder. Se valen de Lavalle para derrocar al Gobernador Dorrego, el 1º de diciembre de 1828: pocos días después consiguen hacerlo fusilar por medio de las más viles adulaciones al jefe de la revolución. Las cartas de Salvador María del Carril  y de Juan Cruz Varela dirigidas a Lavalle con ese fin, son documentos irrecusables para medir el grado de resentimiento, de cobardía y la bajeza que acusan los ilustrados doctores de la “casaca negra”. Y también nos ilustran acerca de la violencia y ferocidad que asume la lucha entre federales y unitarios en la época de Rosas.

La verdad es que estos doctores de la Democracia y de la Libertad, herederos del Siglo de las Luces no saben ni son capaces de respetar. No soportan la presencia de una real superioridad porque ellos son los doctrinarios del gobierno impersonal. Odian a San Martín tanto como van a odiar a Rosas. No le perdonan que no se haya convertido con su Ejército Libertador en instrumento de sus bastardas ambiciones; tampoco le perdonan su gloria intacta. Y ahora después de obligarlo a expatriarse  y  de presentarlo dentro y fuera del país como un tirano, ladrón y ambicioso al enterarse de que San Martín está en la rada del Puerto de Buenos Aires, hacen público anuncios como el siguiente:

“Ambigüedades: el General San Martín ha vuelto al país a los cinco años de ausencia, pero después de haber sabido que se han hecho las paces con el emperador del Brasil”.

 Así se expresan los rivadavianos vueltos al poder con la revolución del 1º de diciembre. San Martín no desembarca y solicita pasar a Montevideo, para regresar a Europa después de una breve estadía, habiendo rechazado la propuesta de Lavalle para que asumiera el Gobierno de Buenos Aires y la dirección política del país, por las razones que expone a su amigo O’Higgins:

“Las agitaciones consecuentes a 19 años de ensayos en busca de una libertad que no ha existido, y más que todo la difícil situación en que se haya en el día Buenos Aires, hacen clamar a lo general de los hombres que ven sus fortunas al borde del precipicio y su futura suerte cubierta de una funesta incertidumbre, no por los cambios de los principios que nos rigen, sino por un gobierno riguroso, en una palabra, militar, porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra. Igualmente convienen (y en esto ambos partidos) que para que el país pueda subsistir, es de absoluta necesidad que uno de los dos desaparezca. Al respecto se trata de buscar un salvador que, reuniendo el prestigio de la victoria, y más que todo un brazo vigoroso salve a la Patria de los males que la amenazan. La opinión, o mejor decir la necesidad presenta este candidato: es el general San Martín…¿será posible que sea yo el escogido para ser verdugo de mis conciudadanos y, cual otro Sila, cubrir mi Patria de prescripciones?...mi amigo, es necesario le hable la verdad: la situación de este país es tal que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una facción o dejar de ser hombre público; este último partido es el que yo adopto… Si sentimientos menos nobles que los que yo poseo en favor de este suelo fuese mi norte, yo aprovecharía la coyuntura para engañar a este heroico pero desgraciado suelo, como lo han hecho unos cuantos demagogos, que con sus locas teorías lo han precipitado en los males que lo afligen”.

Y pocos días más tarde, en una segunda carta a O’Higgins, fechada el 13 de abril, agrega: “El objeto de Lavalle era que yo me encargase del Mando del Ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantir por mi parte y garantir la de los demás gobernadores, a los autores del movimiento del 1º de diciembre”.

La claridad del texto nos exime el comentario; tan sólo hemos subrayado en que San Martín señala a los reformadores liberales como a los verdaderos responsables de la anarquía que devora el país. Rivadavia y sus doctores progresistas son los portadores de esas ”locas teorías” que están comprometiendo gravemente la obra de la espada; la tiránica imposición de las libertades democráticas atenta contra la  libertad real de la  Patria, amenazando con completar su disgregación en insignificantes republiquetas.

Se comprende la respuesta negativa de San Martín, El Libertador no puede ser un instrumento de partido y menos ponerse al servicio de los decembristas que acaban de inaugurar con el asesinato del Gobernador Dorrego una época de arbitrariedad y de violencia extremas. Y a pesar de las dificultades económicas que lo aguardan, regresa a Bruselas junto a su Mercedes, que está terminando su educación y pronto se casará con D. Mariano Balcarce.

Llegan tiempos amargos y difíciles para el héroe que se prolongan hasta su encuentro con Aguado. Un solo testimonio basta para apreciar sus apuros económicos: en carta a O’Hoggins, fechada en Bruselas el 12 de enero de 1830  le urge: “…para remitirme algún socorro lo más pronto que le sea posible. Si, mi buen amigo, lo más pronto que pueda, pues mi situación a pesar de la más rigurosa economía, cada día es más embarazosa…”.

Pero estos apremios demasiado humanos no pueden interferir sus obligados pasos. No regresa a Buenos Aires porque no debe: su misión histórica culminará en el destierro y es en Europa donde ha de prestar todavía nuevos y decisivos servicios a la Patria.

La misión del héroe es única e intransferible y tiene que cumplirse hasta el fin, en contra de lo que opinan Alberdi y Mitre. Los accidentes, incluso los azarosos y negativos, no hacen más que concurrir a la realización de su destino. El obstáculo que a la mirada superficial parece interrumpir su marcha, no significan más que un nuevo giro de sus previstos caminos. El héroe es el más libre de los hombres y por esto es que todos sus pasos son necesarios e inevitables. Así como el pensamiento más libre es el más sujeto a la identidad, el más coherente en su desarrollo y el más ceñido a la disciplina lógica; la voluntad más libre es la más sujeta por sí misma a la fidelidad de un compromiso, la más ceñida por la necesidad de un fin querido y aceptado.

El resentimiento no consigue ni siquiera rozar su alma de soldado, revestida por el acero de las antiguas virtudes de la estirpe que nadie explica mejor que el español Séneca; “…así tampoco trastorna el ánimo del varón fuerte la avenida de las adversidades, siempre se queda en su ser; y todo lo que sucede lo convierte en propia sustancia, porque es más poderoso que todas las cosas externas” (De la Divina Providencia).

Por todo esto es que las apreturas de la vida cotidiana entre los años 1830 y 1835, no le impiden seguir con la más noble y desinteresada pasión argentina, los acontecimientos de la Patria. Las cartas políticas de San Martín en estos años adversos, evidencian tanto la grandeza de su alma como la ponderación de su juicio.

  

 Se ha librado definitivamente de la sofística demoliberal y tiene los ojos puestos en la dura realidad; ahora sabe que: “la causa o el agente que dirige  (los males) no penden tanto de los hombres como de las instituciones –en una palabra—las cuales no ofrecen a los gobiernos las garantías necesarias –me explicaré—que no están en armonía con sus necesidades… veinte años de duras y espantosas experiencias y veinte años en  busca de una libertad que no ha existido, deben hacer pensar a nuestros compatriotas con alguna más solidez y lo dificulto… el mal está en las instituciones y sí sólo en las instituciones”. (carta dirigida a D. Vicente López y Planes- Bruselas, 12 de mayo de 1830).

San Martín comprende que el ensayo jacobino de cambiar la ciudad histórica por una ciudad nueva y enteramente prefabricada, es una verdadera locura y su resultado efectivo, la anarquía y el relajamiento de las costumbres. No se quebranta impunemente los antiguos vínculos espirituales y sociales; ni se cultiva en vano la duda y el escepticismo en las almas. El liberalismo es antirreligioso, antinatural y antiheroico; es un principio extranjero allí donde Dios y la Patria son fuertes en las almas y los pilares que sostienen las instituciones de la República.

El liberalismo no se descubre jamás en sus últimas intenciones, participa de la estrategia del disimulo tan grata a los masones que son sus portavoces y ejecutores: “sed dulces como la miel, suaves como la seda y prudentes y cautelosos como nuestra serpiente sagrada, cuya cola veréis siempre enroscarse en torno a su presa con la suavidad de una caricia amorosa”.

Humanidad, Democracia, Paz perpetua, Civilización, Progreso, Libertad, Igualdad, Fraternidad, tolerancia y respeto a todas las creencias, de todas las ideas y de todas las costumbres: he aquí algunas expresiones rituales del liberalismo con su característica dulzura, suavidad, prudencia y cautela para ir envolviendo a las almas hasta quebrar sus resistencias interiores y ahogarlas en la confusión de todo con todo.

El héroe se zafa de la sutil influencia envolvente y permanece     en su ser; nada extraño a su espíritu puede doblegarlo jamás; de ahí el odio que le profesan los hijos de la serpiente sagrada, tan grande como va a ser la amistad y la admiración del héroe por el Restaurador y Defensor de la Patria.

Rosas acaba de llegar al gobierno por primera vez; pero no puede o no juzga oportuno todavía romper con los métodos liberales que se vienen declamando desde 1810. A pesar de la obra constructiva que se realiza en este período – recordemos que es uno de los principales gestores del Pacto del Litoral del 4 de enero de 1831, fundamento de la unidad nacional--, lo cierto es que termina por ceder al criterio político de la clase dirigente porteña, integrada por federales y unitarios ilustrados en las mismas fuentes ideológicas del Siglo de las Luces; esto aparte de su hermandad masónica que antaño y hogaño, congrega a los dirigentes de los partidos políticos antagónicos, según es norma en la Democracia.

Rosas devuelve a la Legislatura de Buenos Aires las facultades extraordinarias, cuyo ejercicio por la autoridad personal se estima improcedente prolongar y entrega el gobierno a Balcarce a fines del año 1832.

No hay estabilidad en las relaciones sociales ni paz interior; pero los logistas de uno y de otro lado necesitan alejar la sombra de César que se cierne sobre la República anarquizada. Necesitan cortarle las alas al Dictador para que no pueda remontar su vuelo de águila. Fingen horror a la autoridad personal,  aunque saben que la autoridad no puede ser más que personal. Prefieren la apariencia democráticas de los Congresos y de los Parlamentos, donde se juega a las libres discusiones y a las votaciones libres; pero en general, después que los “Hermanos” de los diversos partidos  han preparado hábilmente la solución logista.  Y cuando el resultado es adverso a la decisión de la autoridad invisible, se disponen las medidas necesarias para anularlo prácticamente.

Claro está que las gentes honestas y patriotas ignoran este juego de ficciones; y finalmente no queda más que una reacción extrema –si todavía hay tiempo—para evitar la destrucción de la República. Y por eso es que San Martín frente a los sucesos de Buenos Aires, le anticipa a O’Higgins en  carta fechada en París, el 20 de marzo de 1831: “… A la verdad que cuando uno considera que tanta sangre y sacrificios no han sido empleados sino para perpetuar el desorden y la anarquía, se llena el alma de un cruel desconsuelo. Las noticias últimas de Buenos Aires no dejan la menor esperanza de transacción entre federales y unitarios y la cuestión debe decidirse con ríos de sangre americana…”.

Las logias secretas que actúan en la Revolución de Mayo, sirven para minar políticamente a la autoridad española y cumplen un importante papel en ese sentido, como lo reconoce el mismo San Martín refiriéndose especialmente a la Logia Lautaro; pero no sólo se rebelan incapaces para estabilizar la nueva autoridad política, sino que precipitan al país por la pendiente de la anarquía y de la disolución social. La razón es, a nuestro juicio, que muchos de sus  miembros no están inspirados como el Libertador por un designio exclusivamente político (como lo prueba los hechos todos de su vida pública, tanto en América como en Europa), sino que son masones de alta vara, de esos que participan  en los designios más altos de la Masonería internacional: su misión es aprovechar el movimiento emancipador para  hacer su revolución ideológica profunda, absoluta, total; esto es para arrasar de las almas la Fe católica y las antiguas virtudes, para deshacer los vínculos sociales y las instituciones de la Tradición.

En otros términos, la Masonería pretende utilizar la Revolución de Mayo para destruir en los pueblos del Plata, la formidable valla espiritual levantada por la Contrarreforma en todo el mundo romano y que resistía desde hacía casi tres siglos, los embates del liberalismo religioso y filosóficos.

La situación incierta y oscura de Buenos Aires que San Martín describe en su carta a O’Higgins se hace mucho más sombría e insegura cuando Rosas deja el poder en diciembre de 1832. Los logistas unitarios y liberales aprovechan su alejamiento con motivo de su expedición al Desierto para, bajo la sombra propicia de Balcarce primero y de Viamonte después; su preponderancia política cada vez más decisiva, se  traduce en un recrudecimiento de la anarquía y  de la violencia en todo el país que va a culminar con el asesinato de Quiroga a comienzos del año 1835.

Rosas, por su parte, dedica todo el año 33 a su memorable expedición que completa la obra civilizadora iniciada en su mocedad y que exalta su prestigio personal como indiscutible Señor de la Pampa. Tiene sumo interés para apreciar el grado de comprensión del problema político nacional, alcanzado por Rosas a esta altura de los acontecimientos, reproducir algunos pasajes de su proclama a los valerosos y sufridos expedicionarios del ala izquierda, dada  en Río Colorado el 23 de julio de 1833: “ El primer deber de los argentinos es respetar la religión del Estado… En vano la corrupción de los tiempos y la prevaricación de ilustrados, supersticiosos y rudos, con presunciones de sabiduría, han querido negar el infinito poder de su grandeza… Nuestra religión engendra virtudes cristianas y cívicas que constituyen la felicidad de los Estado . Ella enseña el respeto y la sumisión a la Ley, tan necesaria para la felicidad común”.

Esta visión certera y justa de las causas de ese estado de revolución en permanencia, como dice San Martín, se completa con la carta que envía a Quiroga el 20 de diciembre de 1834, cuyo contenido son las instrucciones para el mejor cumplimiento de su misión ante los gobiernos de Tucumán y Salta: “… obsérvese que el  haber predominado en el país una facción… que ha descarriado las opiniones, puesto en choque las intereses particulares, propagado la inmoralidad y la intriga, y fraccionado en bandos de tal modo  la sociedad, que no ha dejado casi reliquias de ningún vínculo, extendiéndose su furor hasta romper el más sagrado de todos y el único que podía servir para restablecer los demás, cual es el de la religión;  y que en este lastimoso estado es preciso crearlo todo de nuevo, trabajando primero en pequeño; y por fracciones para entablar después un sistema general que lo abrace todo…, Después de eso, en el estado de agitación en que están los pueblos, contaminados todos de unitarios, de logistas, de aspirantes, de agentes secretos de otras naciones, y de las grandes logias que tienen en conmoción a toda Europa…”.

Y así llega el año de la gran decisión política: la Ley del 7 de marzo de 1835 que entrega a Rosas la suma del poder público. Este acto de sinceridad y  de coraje termina con las ficciones liberales y con las mentiras democráticas que están destruyendo a la Patria, e inaugura una política de verdad que dura casi veinte años, hasta que en 1952, el liberalismo vuelve al poder que todavía retiene en  el día de hoy.

La decisión del 7 de marzo de 1835, no es más que el reconocimiento jurídico de una superioridad personal, indispensable para restablecer el orden y la justicia. Se trata de la restauración de la Ley como razón vital y viviente de un pueblo: cuando se relaja en las costumbres, necesita volver a identificarse con  el prestigio personal de un verdadero conductor pata irradiar como una disciplina sobre una multitud. El mismo Rosas lo explica en su primer mensaje a la Legislatura de Buenos Aires: “,,, Efectivamente había llegado aquel tiempo fatal en que se hace necesario el influjo personal sobre las masas para restablecer el orden, las garantías y las mismas Leyes desobedecidas”.

Y es en esta época de la Restauración que se consolida la unidad nacional, se restablece la disciplina interior, y se impone la respetabilidad externa de la República a una altura jamás alcanzada después. La Gran Argentina de Rosas para obtener esa fuerza moral que la sostiene hasta el presente a pesar de tantas claudicaciones, tiene que vencer dificultades increíbles y aceptar una vida peligrosa en continua vigilia sobre la Patria amenazada, fiel a la condigna de Mayo: Patriotismo sobre todo.

Ha llegado el momento de preguntarnos ¿cuál es la actitud de San Martín frente a la Dictadura de Rosas? ¿Cuál es la definición política del Padre de la Patria en esta encrucijada del destino nacional? ¿Aprueba o rechaza  el poder absoluto y personal como solución política para salvar a la Patria?

La verdad que se oculta sistemáticamente desde hace un siglo es que  San Martín no sólo aprueba la Dictadura de Rosas, sino que anticipa su llegada como solución prudencial del problema político y  el único medio de salvar a la República- Más todavía, un año antes de que Rosas sea investido con la suma del poder público, San Martín expone la doctrina de la Dictadura y hasta indica quien ha de asumir el gobierno absoluto. En su extensa y  poco conocida carta a su amigo D., Tomás Guido, fechada en París el 1º de enero de 1834, después de una breve reseña sobre los sucesos de Buenos Aires y  de volver sobre sus argumentos anteriores para explicar “la anarquía hecha costumbre”, dice:

“Que sepan los díscolos y los cívicos, y demás fuerza armada de la ciudad, que un par de Regimientos de milicias de la campaña impide la entrada de ganado por sólo 15 días –y estoy bien seguro—que el pueblo mismo será el más interesado en evitar todo trastorno, so pena de no comer, y esto es muy formal. A esto se me dirá que el que tenga más ascendiente en la campaña será el verdadero Jefe de Estado; y en este caso no existiría el orden legal: sin duda Sr. D. Tomás esta es mi opinión, por el principio bien firme que el título de un gobierno no está asignado a la más o menos liberalidad de sus principios, pero si a la influencia que tiene en el bienestar de los que obedecen. Ya es tiempo de dejarnos de teorías que 24 años de experiencia no han producido más que calamidades. Los hombres no viven de ilusiones sino de hechos. ¿Qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo en un país de libertad, sino por el contrario se me oprime?... Maldita sea la tal libertad, no será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona. Hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos llamen Tirano y me proteja contra los bienes que me brinda la actual libertad. Tal vez dirá Vd. que esta carta está escrita con un humor bien soldadesco, Vd. Tendrá razón pero convenga que a los 53 años no puede uno admitir de buena fe el que le quieran dar gato por liebre. No hay una sola vez que escriba sobre nuestro país que no sufra una irritación –dejemos este asunto—y concluyo diciendo que el hombre que establezca el orden en nuestra Patria: sean cuales sean los medios que para ello emplee, es el sólo que merecerá  el noble título de su  libertador”.

Todo comentario huelga. Y para que no se crea que se trata de una manifestación aislada o circunstancial, nada mejor que reproducir pasajes de cartas anteriores y posteriores a la que acabo de citar. Ya hemos comentado  el proceso de sus ideas políticas a partir del año 1825, así como su firme convicción de que los principales responsables de ese desorden continuado son los liberales. En carta a O’Higgins, fechada en París el 13 de octubre de 1833, se confirma plenamente su crítica a la política demoliberal:

“…Yo estoy firmemente convencido que los males que afligen a los nuevos Estados de América no dependen tanto de sus habitantes como de sus Constituciones que los rigen. Si los que se llaman legisladores en América hubiesen tenido presente que no se les debe dar las mejores Leyes, pero si las mejores que sean adecuadas a su carácter, la situación de nuestro país sería diferente…”

En estas sensatas y prudentísimas observaciones, se escucha la voz de la sabiduría tan antigua como la verdadera política: la voz de Solón.

A fines del año 1835 –desde hace nueve meses Rosas gobierna según su ciencia y su conciencia—en carta a Guido que lleva fecha 17 de diciembre, le recuerda que: “…Hace cerca de dos años le escribí a Vd. que yo no encontraba otro arbitrio para cortar los males que por tanto tiempo han afligido a nuestra desgraciada tierra que el establecimiento de un gobierno fuerte o más claro Absoluto que enseñase a nuestros compatriotas a obedecer. Yo estoy convencido que cuando los hombres no quieren obedecer  a la Ley, no queda otro arbitrio que la fuerza .25 años  en busca de una libertad que no sólo no ha existido, sino que en este largo período de opresión la inseguridad personal, la destrucción de las fortunas, Desenfreno, Venalidad, Corrupción y Guerra Civil han sido el fruto que la  Patria ha recogido después de tantos sacrificios. Ya era tiempo de poner término a los males de tal tamaño, y para conseguir tan loable objeto yo miro como bueno y legal todo Gobierno que restablezca el orden de un modo sólido y estable; y no dudo que su opinión, y la de todos los hombres que aman al país, pensarán como yo”.

Y un año después, el 26 de octubre de 1836, le escribe nuevamente a Guido para volver sobre su doctrina del absolutismo político y expresarle su complacencia por el rumbo que lleva la República, conducida por el vigoroso brazo de Rosas: “…Veo con placer la marcha que sigue nuestra Patria;   desengañémonos, nuestros países no pueden (a lo menos por muchos años) regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos, más claro, Despóticos. Si Santa Cruz en lugar de andar con paños calientes de Congresos –Soberanías del Pueblo ,etc. etc. hubiese dicho francamente sus intenciones (porque esas son bien palpables) yo no desconfiaría del buen éxito, pero los tres Congresos que tiene sobre sí, dieron con él en tierra, y lo peor de todo harán la ruina del país;  no hay otro arbitrio para salvar un Estado que tiene (como el Perú) muchos doctores… que un gobierno absoluto”.

He aquí la definición política de San Martín, clara, precisa, terminante, como todos los actos de su vida. Un soldado no habla, ni puede hablar de otro modo; llama a las cosas por su verdadero nombre y no se cuida de los tribunos de la plebe ni de los doctores de la Democracia. Le repugna el lenguaje de la “serpiente sagrada” y su repertorio de las grandes palabras vacías, las palabras envolventes, como caricias que los demagogos dejan caer sobre la estúpida multitud y sobre el entusiasmo fácil de la juventud. El viejo soldado de la independencia ya no se engaña con las huecas abstracciones ni con las generalizaciones vagas y remotas de la realidad concreta y de sus duras necesidades. Sabe que detrás del velo de esa retórica “sentimentosa”  y falaz acechan las pasiones más bajas y serviles, un gran resentimiento plebeyo en contra de toda existencia divina y humana, en contra de toda legítima superioridad.

San Martín no expone la doctrina de la Dictadura como una solución política de validez general, aplicable a todos los casos. Sería incurrir en el dogmatismo vicioso de los discípulos de Juan Jacobo y en el utopismo liberal de las “locas teorías”. La política se rige por la razón prudencial; esto es, una razón práctica que se pronuncia en cada situación concreta e individual y resuelve lo mejor en vista del Bien Común. No caben otras generalizaciones de la experiencia ética que las analógicas, pero sin descuidar jamás lo propio e intransferible de la individualidad histórica que se considera.

Frente a la piedra libre de las abstracciones democráticas y a la extensión del desorden y de la arbitrariedad que precipitan a su Patria en la servidumbre irremediable. San Martín reclama una solución reaccionaria y autoritaria, la más reaccionaria y autoritaria que haya formulado un hombre público argentino, incluido el mismo Rosas.

El héroe nacional no sabe adular, sólo sabe definir. Le interesa por sobre todas las cosas humanas la salvación de la Patria aunque se hunda la Democracia con sus grandes palabras vacías. San Martín nos ha dejado una lección de sinceridad, de coraje y de justicia, en esta definición política.

La democracia puede ser un régimen legítimo y normal de gobierno si se conforma a la modalidad del pueblo que lo soporta y es capaz de generar auténticas superioridades rectoras; de lo contrario se corrompe y degrada en brutal demagogia. Pero el Dogma de la Democracia, consagrada por masones, liberales y comunistas, como la única solución legítima que debe darse al gobierno de las naciones, en nombre de la Civilización y del  Progreso de la Humanidad, es un falso y monstruoso ídolo, una superstición aberrante, la fuente de la peor de las tiranías y un pretexto inagotable para todas las formas de traición a la Patria.

Y esta lección magistral de prudencia política tiene su verificación más completa en la conducta respectiva del Libertador y de los emigrados de Montevideo y de Santiago de Chile durante la Dictadura de Rosas: es el contraste de la fidelidad y de la traición, del desinterés y de la venalidad, de la colaboración patriótica y de la conspiración artera.

San Martín no ha tenido aun contacto directo con Rosas, cuando expone su doctrina del gobierno absoluto y señala al Comandante de la Campaña como el futuro Dictador. Recién en el año 1838 y con motivo del primer bloqueo francés, se inicia una correspondencia histórica entre los dos grandes argentinos que se mantiene hasta la muerte de San Martín en 1850: se abre  a el espontáneo ofrecimiento  del Libertador en defensa de la Patria amenazada, el 5 de agosto de 1838; y se cierra con una carta de Rosas, fechada en Buenos Aires el 15 de agosto de 1850 (don días antes de la muerte de San Martín), en la cual agradece un nuevo y definitivo testimonio de adhesión a su política de soberanía y de justicia en  pro de la Grande Argentina.

Quiere decir, pues que mucho antes de que San Martín brinda todo su apoyo moral y su decisiva colaboración a la política exterior del Jefe de la Confederación Argentina, aprueba y adhiere al gobierno absoluto, autoritario y personal de Rosas. No sólo aplaude al Dictador, sino que ha reclamado se advenimiento para salvar a la Patria,

Esta es la verdad histórica que tarde o temprano habrá de prevalecer en la conciencia argentina; y acaso, no está lejano el día en que esa correspondencia trascendental del Padre de la Patria, claro testimonio de su vida y de sus hechos ejemplares, sea lectura formativa y obligatoria de los jóvenes argentinos, así como hoy se deforman obligatoriamente con las páginas de Sarmiento y Alberdi.

CONCLUSIÓN.

 Creemos haber probado suficientemente que Rosas es el verdadero continuador de la obra histórica de San Martín: la tarea cumplida por el Restaurador es el complemento necesario de la que inicia el Libertador de la Patria.

El camino abierto por San Martín conduce a la Época de Rosas; la trayectoria  de su espada no  puede llevar jamás ni a las Bases de Aberdi ni a la Pedagogía de Sarmiento; tiene que culminar lógicamente en el espíritu cesáreo de  su continuador histórico. Rosas, por su parte, puede justificar su lucha como una continuación de la empresa libertadora del gran Capitán de los Andes:

“…Me ha cabido la suerte de consolidar la Independencia que Vd. conquistó y he podido apreciar sus afanes por los míos” . (Carta de Rosas a San Martín,  fechada en  Buenos Aires el 15 de agosto de 1850).

San Martín y Rosas son dos patriotas cabales; pero no son democráticos al estilo oligárquico ni al estilo irigoyenista. No son hombres del pueblo sino las más altas jerarquías humanas en el pueblo argentino, en cuyo espejo debe mirarse eternamente para ser un verdadero pueblo y no una plebe servil, sin ideales y sin grandeza. +

Jordán Brumo Genta.

 

Nota del blog.

He aquí mi modesto homenaje al patriota inolvidable y pensador ejemplar que se consagró a vivir de acuerdo al axioma: las: “palabras exhortan , los ejemplos arrastran”.

Pues amó fielmente a Dios y a la Patria, viviendo “arrinconado” por el Régimen, muriendo al fin martirizado por la guerrilla.

Siempre agradecido por lo que aprendí, junto a una buena muchachada, asistiendo asiduamente, a fines de la década del 1950, durante más de dos años, a su cátedra particular, donde desarrollaba imborrables clases de profundo sentido común aplicado críticamente.

Allí recibí mi “bautismo” como nacionalista.

Estará siempre presente en mis oraciones.

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