Presento una OBRA MAESTRA DEL REVISIONISMO HISTÓRICO, escrita
por el profesor JORDAN BRUNO GENTA, publicada por ediciones del Restaurador en
1950, y muy difícil de adquirir actualmente en librerías.
Aconsejo fervientemente su lectura completa. Más aún, el
futuro Estado nacional federalista y soberano –que resurgirá algún día por la
misericordia de Dios-- deberá incluir su lectura obligatoria en las escuelas, pues
es un epítome de patriotismo. Indispensable para contrarrestar las falsedades
de la historia oficial impuestas, durante muchas generaciones de argentinos
incautos, por el Estado liberal.
Es muy oportuna su publicación considerándola un rotundo
y clamoroso mentís a las acostumbradas patrañas históricas del liberalismo;
inclusive las de ciertos ”historiadores” actuales, discípulos de los
masones Mitre y Sarmiento, ensañados con
la figura del Libertador, acusándolo de anglofilia; para denigrar libremente a
Rosas; y justificar la entrega de los unitarios a los imperialistas.
Hoy día ofrece una vigencia total. Milei consagró
descarada y cínicamente como paradigma de su gobierno a Alberdi, tan infame
traidor como él; y como su numen a la Lubabich.
El programa de su gobierno es evidente: hacer de la Argentina una
factoría del imperialismo; con el consentimiento entusiasta de gran parte del
emputecido pueblo argentino, ablandado por una prédica incansable, sin Dios ni
Patria, que lo decretó con su voto. La suma de votos, individualidades sin
enlaces sociales, así lo decidieron alegre y democráticamente: Argentina
desaparecerá políticamente por obra de un desquiciado.
La Patria es la Historia verdadera de la Patria:
conociendo su verdadera Historia se la ama hasta el sacrificio. Cuando el
liberalismo masónico o el marxismo falsifican la Historia argentina es para
crear una imagen degradada de la patria como factoría, que les permita
usufructuarla; aman una ficción, que encubre sus propios intereses bastardos, tal
como ocurre desde Caseros.
Nunca perderemos la esperanza del surgimiento de un
Caudillo nacionalista por la misericordia de Dios; que imponga una Dictadura
patriótica, popular y antiimperialista, como aconsejó el Libertador y ejerció
don Juan Manuel de Rosas, el Restaurador de las Leyes y de las tradiciones.
SAN MARTÍN DOCTRINARIO DE LA POLÍTICA DE ROSAS.
LA LEYENDA DE LA TIRANÍA.
CASEROS es el
primer triunfo decisivo de la política liberal en la Historia Argentina; no sólo extiende su influencia a
todas las manifestaciones de la vida nacional, sino que logra imponer una gran
falsificación de nuestra conciencia histórica para encubrir con la LEYENDA DEL TIRANO ROSAS, la conducta
desleal y oportunista de los emigrados convictos y confesos de haber alentado
la intervención extranjera y de haber negociado la desmembración del
territorio; lo cual unido al oro que han recibido de los agentes imperialistas,
en pago de su inapreciable colaboración
, configura la imagen siniestra de los “reos de lesa Patria”, con los que ellos
pretenden confundir a Rosas ante la posteridad.
Y esta falsificación de nuestra Historia nos engaña acerca de lo que
somos y tenemos que ser; nos extravía irremediablemente el juicio sobre las
cosas que debemos esperar y las que debemos temer. La Patria es la Historia de la Patria. ¿ Qué sentido del
patriotismo y de sus deberes pueden tener los jóvenes argentinos que frecuentan
el magisterio de los doctrinarios de la traición? Leed y volved a leer esta
respuesta de Alberdi a la pregunta sobre el deber argentino, con motivo del
bloqueo francés en el Río dela Plata, publicada en “El Nacional” de Montevideo,
el 28 de noviembre de 1838: ¿Estará el deshonor, entonces, en
entregarse al extranjero para batir al hermano? Sofisma miserable. Todo
extranjero es hombre y todo hombre es nuestro hermano”. O
esta apología de la traición de la Patria que Sarmiento hace en “Facundo”, el
más celebrado y difundido de sus libros; lectura obligatoria en nuestras
escuelas públicas: “… los que cometieron
aquel delito de leso americanismo, los que se echaron en brazos de Francia para
salvar la civilización europea, sus instituciones, hábitos e ideas en las
orillas del Plata fueron los jóvenes; en una palabra, fuimos nosotros”
(IIIª parte cap.2).
Y la verdad es que estos doctrinarios de la traición los
jóvenes esclarecidos de la brillante generación de Mayo, son mentores oficiales
de la juventud argentina, que los reverencia como a personalidades próceres y
maestros de conducta civil, mientras Rosas continúa siendo “un reo de lesa Patria” y un monstruo moral.
Es necesario que el defensor de la soberanía nacional,
sea execrado por los siglos de los siglos, a fin de que Urquiza, López, Mitre,
Sarmiento y Alberdi, aparezcan revestidos con las acrisoladas virtudes del
patriotismo y de fidelidad. Se trata de un fallo inapelable, de una sentencia
definitiva. De un dogma secular que debe ser acatado en nuestras
interpretaciones y valoraciones históricas. Nadie puede intentar la más leve
modificación de este prejuicio, consagrado por los más celosos partidarios de
la variabilidad de todas las cosas. No hay como los declamadores democráticos
de la Evolución Universal, para decretar inmutabilidades en el seno mismo de lo
que cambia indefectiblemente.
Dudar de la divinidad de Cristo es signo inequívoco de
una mentalidad evolucionada y progresista; pero poner en duda la monstruosidad
de Rosas es una aberración mental y un crimen inexcusable. Tal es el criterio
de liberales y de masones.
Los medios que se emplean para asegurar y mantener esta
gran falsificación de nuestra Historia, superan en vileza y en cobardía a los
que se usaron para combatir a Rosas en el poder. El ensañamiento contra Rosas muerto
es todavía mayor que el mostrado hacia Rosas vivo. No se retrocede ante ninguna
valla; si es necesario se oculta o se tergiversa la misma evidencia. No se respeta
ni se considera en absoluto, el juicio más autorizado, si ese juicio reconoce
el patriotismo, la prudencia y la honestidad de Rosas; ni siquiera si es San
Martín quien lo dice.
Los mismos que estiman insuficiente la medida humana para
exaltar a nuestro Gran Capitán y levantar altares laicos (grotesco intento de
entronizar la ideología del héroe por odio a Dios), no le escatiman agravios
toda vez que declara su adhesión o le testimonia su gratitud argentina a Rosas.
El panegírico se cambia en vituperio: San Martín es un viejo obcecado y
reblandecido, un necio que habla con suficiencia de lo que no sabe o un padre
agradecido por los favores dispensados a sus hijos.
Sarmiento en su biografía del general San Martín que
figura en la galería de hombres célebres de Chile –Santiago 1854--, no vacila en mentir con su impavidez habitual, además
de atribuir a la debilidad senil de San Martín su adhesión a la causa de Rosas: “Nada de particular presentan los últimos
años de San Martín, sino es el ofrecimiento hecho al dictador de Buenos Aires
de sus servicios en defensa de la
independencia americana que creía amenazada por las potencias europeas en el
Río de la Platas. El poder absoluto del General Rosas sobre los pueblos
argentinos no era parte a distraerle de la antigua y gloriosa preocupación de la independencia, idea
única, absoluta y constante de toda su visa. A ella había consagrado sus días
felices, a ella consagraba toda otra consideración, la libertad misma. Pocos meses antes de morir escribió a un amigo
algunas palabras exagerando las dificultades de una intervención francesa en el
Río de la Plata, con el conocido intento
de apartar de la Asamblea Nacional de Francia, el pensamiento de hacer justicia
a sus reclamaciones por medio de la guerra. A la hora de su muerte, acordándose
que tenía una espada histórica, o creyendo o deseando legársela a su Patria, se
la dedicó al General Rosas, como defensor de la independencia americana… No
murmuremos de este error de rótulo en la misiva, que en su abono tiene su disculpa en la inexacta suapreciación de
los hechos y de los hombres que puede tener una ausencia de treinta y seis años
del teatro de los acontecimientos, y de las debilidades del juicio en el
período septuagenario” (tomo III, pg.296).
En otra página de su vastísima obra comentando su visita
a Grand Bourg, en el verano de 1845, emplea el mismo argumento para excusar a
San Martín: “San Martín es el ariete desmontado ya, que sirvió a la destrucción de los
españoles; hombre de una pieza,
anciano batido y ajado por las revoluciones americanas, ve en Rosas al defensor
de la independencia americana, y su ánimo noble se exalta y ofusca…”. “San
Martín era un hombre viejo, con debilidades terrenales, con enfermedades de
espíritu adquiridas en la vejez…” (tomo
V, pg. 114).
El subrayado nos pertenece y abarca casi todo el texto
porque queremos destacar los recursos innobles de que se vale Sarmiento para
desautorizar la actitud de San Martín hacia Rosas, y al mismo tiempo, para
reducir la agresión imperialista a un fantasma engendrado por el delirio
obsesivo de un pobre viejo. Y también porque es un testimonio de la falta de
escrúpulos de que hace gala Sarmiento, toda vez que estima oportuno mentir para
lograr un determinado efecto. Si escribe una historia de San Martín para hacer
el elogio del héroe de la independencia, no conviene en absoluto que el legado
de su sable aparezca como una decisión lúcida y serena ; nada más fácil para el
llamado Maestro de América, que es un consumado maestro en estas habilidades:
“A la hora de su
muerte, acordóse que tenía una espada histórica, o creyendo y deseando
legársela a su patria, se la dedicó al General Rosas… No murmuremos de este
error de rótulo en la misiva que en su abono tiene su disculpa en la inexacta
apreciación de los hechos y de los hombres que puede traer una ausencia de
treinta y seis años (suponemos que esta cifra es un error tipográfico) del
teatro de los acontecimientos y de las debilidades de juicio en el período
septuagenario”.
Hemos repetido esta parte del texto para mostrar que
solamente un impostor de oficio puede incurrir en esta burda falsificación y en
esta inexcusable irreverencia. Si Sarmiento ignora en 1854 que San Martín había
redactado su testamento seis años antes de morir, en estado de plena lucidez y
dominio de sí, no puede ignorar que está inventando las circunstancias de la
muerte del héroe para que el legado a Rosas, aparezca como el acto
irresponsable de un anciano moribundo que no sabe lo que hace.
El presidente de la Comisión Argentina en Montevideo, Dr.
Valentín Alsina, le escribe a su amigo D. Félix Frías con motivo de la muerte
de San Martín que acaba de conocerse en el Río de la Plata. El rencor que ha
tenido que disimular en la obligada nota necrológica, lo desahoga en la
discreta intimidad de la carta que está fechada en Montevideo, el 9 de
noviembre de 1850:
“…Como militar fue intachable, un héroe; pero
en lo demás era muy mal mirado por los enemigos de Rosas. Ha hecho un gran daño
a nuestra causa con sus prevenciones, casi agrestes y serviles contra el
extranjero… Nos ha dañado mucho fortificando allá y aquí la causa de Rosas, con
sus opiniones y con su nombre; y todavía lega a un Rosas, tan luego su espada.
Esto aturde, humilla e indigna y …pero mejor es no hablar de esto…”
La verdad es que todavía “aturde, humilla e indigna” a los abogados de la Democracia. Dicen
venerar al héroe nacional, pero descalifican sus juicios en cuanto se oponen a
sus intereses creados. Prefieren las mentiras de Sarmiento a las verdades de
San Martín porque son discípulos aprovechados de la escuela histórica que Salvador María del Carril inaugura en nuestra
Patria, con sus recomendaciones a Lavalle después de la ejecución de Dorrego,
en diciembre de 1828:
“… si para
llegar siendo dignos de un alma noble, es necesario envolver la impostura con
los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la
posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos…”
Los empresarios de la falsificación metódica y
sistemática de nuestra Historia, con aparato documental y crítica científica o
sin estas formalidades aparentes, se sienten plenamente justificados por esta
doctrina de la mentira patriótica,
gemela de la que auspicia la mentira
piadosa a fin de que el hombre muera como una vaca y no como un hombre.,
Claro está que esta doctrina suele revestirse con las
denominaciones propias de las filosofías a la moda; y por esto es que en los
días que corren, se llaman lo mismo existencialismo
que pragmatismo.
La mentira patriótica es la “verdad existencial” o la
“verdad pragmática”; algo así como una ficción consoladora, confortable y
estimulante para la vida de las naciones y que debe administrarse de acuerdo
con las necesidades de cada momento y al hilo de la existencia histórica.
Los pueblos, se dice, tienen necesidad de “mitos” o de
“mística” para vivir. La confrontación
existencial de la última guerra ha confirmado que el mito de la Democracia y de
la Libertad continúa siendo la razón vital de la humanidad, frente a los caducos
nacionalismos autoritarios. Esto
significa para los vigías de la dialéctica existencial que el mito saludable,
la mística vivificante de las naciones, es todavía la Democracia made in USA, o
made in URSS.
Y el resurgimiento democrático de post-guerra, en nuestra
Patria, exige mantener la leyenda de la Tiranía, más un obligado complemento
que es
LA LEYENDA DEL
SANTO LAICO O DEL SANTO CIVIL.
Mitre en su Historia de San Martín, no propone al héroe nacional como paradigma y ejemplo de
la juventud, como su maestro de conducta civil; prefiere a Washington a pesar
de que su obra parece un monumento levantado al Gran Capitán de los Andes. En
el tomo Iº, cap.1º dice:
“Washington es
la más elevada potencia de la democracia natural. Y en el tomo
IIIº, cap. 46 agrega: “Washington dio al
mundo la nueva medida del gobierno humano según la vara de la justicia, y le
legó el modelo del carácter más bien equilibrado en la grandeza que los hombres hayan admirado y bendecido”.
Mitre falta notoriamente a la justicia, al patriotismo y
a la discreción en esta temeraria declaración. No discutimos la personalidad de
Washington, pero los argentinos no tenemos necesidad de acudir al extranjero
para encontrar “el modelo del carácter más bien equilibrado en la grandeza”, el
arquetipo civil y maestro de conducta a quien admirar e imitar: San Martín es
para nosotros, por lo menos tanto como puede ser Washington para los yanquis.
Por otra parte las diferencias entre las dos
personalidades son mucho más importantes que sus analogías. Son distintos por
el espíritu y por la sangre; esto es, en lo sustancial para la vida de las
naciones.
No debe sorprendernos este juicio de Mitre, si tenemos en
cuenta que es un conspicuo representante de la Democracia y un grado 33 de la
Masonería Internacional, en la época que escribe su Historia de San Martín.
Historiadores y biógrafos más recientes—Otero, Barcia,
Rojas—a pesar de su afinidad ideológica con Mitre, no posponen a San Martín,
pero completan la desinformación liberal de su personalidad y lo exhiben como un paladín de la Democracia y
la Libertad.
En estas versiones sucesivas, San Martín se parece cada
vez menos a sí mismo, al héroe nacional
en la imagen de un hombre de guerra, hecho para obedecer y mandar, enamorado de
la gloria y del peligro; y se parecer cada vez más a un buen demócrata, paladín de las libertades individuales que lucha
por una vida segura y confortable para todo el género humano, sin irritantes
exclusiones. Y estas virtudes burguesas alcanzan en su personalidad, la más
completa perfección, el grado de la santidad
laica como dice Rojas, o de la santidad
civil como dice Barcia.
Otero, por su parte encuadra los hechos del Libertador en
un esquema dialéctico de la más pura inspiración democrática, cuyos
lineamientos generales expone en el capítulo X de su voluminosa obra:
“El siglo 19 se
caracteriza por dos grandes acontecimientos y éstos los más opuestos y
contradictorios. Mientras por un lado el despotismo hace el esfuerzo más grande
que recuerda la historia para imponerse a la civilización en el viejo mundo, en
el nuevo la libertad rompe en eclosiones indígenas y ocasiona así el nacimiento
de nuevas nacionalidades. En el primero de los casos el hombre es el árbitro de
los sucesos, pero en el segundo, doctrinariamente hablando, las personalidades desaparecen y el instinto plebeyo triunfa de
todo jefe o caudillo”.
Y por esto es que en el espíritu de tan peregrina
doctrina, nos dice un poco más adelante que la vitalidad económica es ”la fuerza expansiva y natural que es la
primera razón de ser de los pueblos”; tal como diría un materialista
burgués o marxista.
Ocurre que Rojas, Barcia y Otero, como antes Alberdi,
Sarmiento, López, y Mitre, confunden la
idea de Patria con la idea de la Democracia; y, en consecuencia,
identifican la historia de las nuevas nacionalidades con la historia de las
instituciones democráticas y la libertad de la Patria con las libertades
democráticas.
He aquí el sofismo más peligroso y de mayor arraigo en la
mentalidad de los modernos; su falta de consistencia no le impide ser
universalmente usado para ensayar la justificación de las diversas formas de
deslealtad hacia la Patria. Veamos una de sus derivaciones dialécticas:
Si en un momento dado se plante la Dictadura como
solución política, se discurre, supuesto el falso principio, que la crisis del
régimen democrático es la crisis misma de la Patria. Si los ciudadanos que no
pueden soportar el avasallamiento de las libertades públicas, emigran al
extranjero, es la Patria que se va con ellos. Si los emigrados solicitan y
obtienen la intervención violenta de los poderosos de la tierra para abatir al
tirano y reponer la Democracia, es la Patria que vuelve triunfante a la zaga de
los invasores extranjeros, bajo cuya benévola protección reviven las sagradas
libertades.
Son muchas las páginas de Alberdi y de Sarmiento que
ilustran esta página de la traición; los textos que se citan al comienzo de
este estudio, son irreprochables como ejemplos.
Claro está que San Martín no participa en absoluto de semejante
criterio liberal, democrático y progresista. Tan sólo el arte de Merlín
aplicado a la Historia y a sus protagonistas, puede hacer pasar al héroe
nacional como un buen demócrata, un santo laico o un santo de la espada. Los
encantadores del mandil están en la obra y a punto de conseguir su objeto, según
todas las apariencias.
San Martín no es un paladín de la democracia, ni menos un
“santo laico” ni mucho menos un “santo de la espada”. Tampoco su gloria radica
en el buen esposo, ni en el buen padre, ni en el abuelo inmortal. Son dos maneras
de desvirtuar su personalidad histórica y su ejemplaridad ética, con el
propósito de confundir el verdadero significado de su grandeza ante la
posteridad.
Es lamentable que tanto D. Ricardo Rojas como D. Augusto
Barcia pasen por alto una de las más discretas razones y una de las más
saludables recomendaciones de su admirado Cervantes en el prólogo del ”Quijote”:
“…no tiene para que predicar
mezclando lo humano con lo divino, que
es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano
entendimiento”.”
Y a ese género de
mezcla pertenecen expresiones tan irreverentes y bárbaras como “Santo laico”,
“Santo civil” o “Santo de la espada”. Claro está que es propio de masones,
espiritistas, teósofos y orientalistas afines, confundirlo que es del cielo con
lo que es de la tierra, lo sagrado con lo profano; esto es mezclar todo con
todo para que el espíritu de las tinieblas se adentre en las almas y en las
naciones.
En cuanto al recurso de las virtudes domésticas, es también
un procedimiento típicamente masónico, para ocultar el sentido militar de la
vida que San Martín encarna con la plenitud del héroe, detrás de un buen jefe
de familia y ciudadano de honradez ejemplar.
No falta siquiera la ilustración pictórica de esta santo
laico y premio a la virtud: “San Martín en Boulogne Sur Mer” de Antonio Alice.
El ilustre y poderoso hermano Joaquín V. González,
fundador de la Universidad Nacional de La Plata, interpreta con la fidelidad de
una común inspiración, el famoso cuadro: Debo
hacer la confidencia de que Alice es casi un hermano espiritual mío… y este San
Martín ha surgido un poco de nuestras amistosas conversaciones sobre arte”…
“Alice llegó a penetrar, tras prolijo estudio, la vida de San Martín bajo su
faz civil… ha hecho en San Martín-civil, un San Martín-alma, un San
Martín-sentimiento, inspirado en la vida real y en las descripciones que del
héroe nos han transmitido Alberdi y Sarmiento, quienes lo visitaron más o menos
a los sesenta y cinco años…”. (El
silencio de San Martín: conversación histórica en el salón del Museo
escolar Sarmiento, el 13 de noviembre de 1920).
Es oportuno recordar que Alberdi y Sarmiento son dos
detractores del héroe; sus respectivos testimonios más que de San Martín hablan
de su propio resentimiento frente al patriota insobornable. No hay un silencio
de San Martín en el destierro, sino un ocultamiento deliberado de sus ideas y
de sus actitudes respecto a los sucesos de la Patria, por parte de los enemigos
de Rosas, liberales y masones.
El cuadro del pintor Alice carece de objetividad y de sinceridad,
lo mismo que las descripciones de Alberdi y de Sarmiento. Es una obra de tesis,
una pintura ideológica, realizada con gran dominio técnico pero sin realidad ni
verdad; esto es, sin belleza. Las ideologías son antiestéticas porque consisten
en ficciones intelectuales inspiradas por interés y por pasiones inferiores. Tan
sólo la realidad es estética; tan sólo lo que es, puede ser expresado con
belleza.
Ni santo ni premio a la virtud; San Martín es un soldado
a la española forjado en la dura disciplina de los tercios imperiales y con el
temple de veinte años de vida peligrosa y con el sólo temor de Dios. En la hora
de crisis de la Metrópoli, acude al terruño para servir a la regeneración
política de su pueblo y fundar una Patria en soberanía. Después, la prueba del
largo destierro, más severa que la muerte para el glorioso soldado ; su reclamo
de la Dictadura para salvar a la
Patria anarquizada ; su apoyo moral y su
colaboración decisiva a la Política de Rosas que mantiene hasta su muerte en el
año 1850, fiel a la consigna de la Independencia: Patriotismo sobre todo.
La verdad es que en su frecuentación de las logias
masónicas de Cadiz y de Londres, sufre la influencia del liberalismo; pero sólo
dura un momento hasta que la confrontación de los hechos, le revela la
incompatibilidad entre la ideología y la milicia, entre las libertades burguesas y la disciplina militar .
El Libertador sabe que la libertad política de una nación
nada tiene que ver con las libertades democráticas que se otorgan a los
ciudadanos y a los residentes extranjeros; un Estado nacional soberano puede
regirse por un estatuto antidemocrático y una Colonia puede tener un régimen
democrático.
San Martín sabe después de su experiencia americana de la
política y a la vista de los acontecimientos europeos que la Patria no es la
Democracia; y que no nace suscribiendo
un contrato ante escribano público ni
por el ejercicio pleno del sufragio universal. El Libertador sabe que surge de
sus manos en la forma de un Ejército y que se la merece en una justa guerra: el Ejército de los Andes es la Patria misma
en su primera existencia, es la certidumbre de su ser y el ingreso a la
Historia Universal.
El Ejército de los Andes es la Patria misma, porque es la
conjunción disciplinadas de todas las energías vitales, la unidad jerarquizada
de todas sus partes, la suma de sus generosidades, de sus devociones y de sus
sacrificios.
La Declaración de la Independencia por el Congreso de
Tucumán, el 9 de julio de 1816, no es
más que la afirmación jurídica de la Patria:
se proclama porque es.
Antes de que el Libertador le de forma y objetividad en
el Ejército, la Patria no es más que una inquietud, algo puramente objetivo
como un sentimiento o una aspiración. Y
es el Gran Capitán que exige la Declaración de la Independencia antes de
ponerse en marcha: el mundo entero debe saber que el Ejército de los Andes es
la Patria misma en procura de su liberación definitiva.
Es obvio que esta lucha por la libertad de la Patria nada
tiene que ver de suyo, con las luchas por las libertades democráticas: en la primera se trata del derecho de vivir
en soberanía; en la segunda se trata del derecho de vivir a gusto.
La Patria nace a la libertad política como un Ejército. Y
el ciudadano que está en filas, no es un sujeto de derechos sino de deberes;
doblega su yo egoísta y se trasciende en acto de servicio, encuadrado en la doble
disciplina de la subordinación y del valor. La Patria es obra de sus soldados
antes que de burgueses o de proletarios: nace como Ejército y se sostiene finalmente
como Ejército en la confrontación de su derecho a la existencia. Y el Ejército
no es principalmente el Jefe que lo crea y lo conduce por los caminos de la
gloria que son los de la Patria misma.
DEFINICIÓN
POLÍTICA DE SAN MARTÍN.
La disciplina militar sobre la cual se estructura la
Patria, es el fundamento de las otras disciplinas sociales: gobierno, escuela,
trabajo, administración, etc.
Por extraño que pueda parecer, la verdad es que la espada
que se desenvaina por una causa justa, surge para restablecer y preservar. Los
reformadores liberales y declamadores de la paz perpetua en cambio, no hacen
más que edificar en las nubes y destruir en la tierra. Nada más fácil que proyectar
“una Constitución que tenga el poder de las Hadas que construían palacios en
una noche” (Alberdi, Bases, cap. 18) y
nada más difícil que pretender imponerla “a palos, violentando la realidad histórica y tradicional. San Martín es el fundador de la
Patria y Rivadavia uno de sus más eficaces demoledores.”
San Martín comprende que lo más urgente, una vez
triunfante la revolución libertadora, es restaurar la disciplina social
profundamente desquiciada. Y en conformidad con este criterio escribe a su
amigo D. Vicente Chilavert, en carta fechada en Bruselas, el 1º de febrero de
1825: “Ya tiene Vd. reconocida nuestra
independencia por Inglaterra; la obra es concluida, y los americanos comenzarán
ahora el fruto de sus trabajos y sacrificios; esto es, si tenemos juicio y si
doce años de revolución nos han enseñado a obedecer, si señor, a obedecer, pues
sin esta circunstancia no se puede saber mandar”.
Pero Rivadavia y sus satélites están empeñados en su
aventura constitucional; se proponen nada menos que cambiar todo de raíz: arrasar con el antiguo régimen y con los
vínculos de la tradición, para levantar sobre ruinas un régimen totalmente
nuevo, de acuerdo con los planes trazados por Juan Jacobo. Los resultados de esta política
utópica son conocidos: pérdida definitiva de la Banda Oriental, el país entero
empeñado a la banca inglesa de los Baring Brothers y el recrudecimiento de la
anarquía en las Provincias desunidas del Río de la Plata.
Desplazados por su ruinoso fracaso, no se resignan a
dejar el poder. Se valen de Lavalle para derrocar al Gobernador Dorrego, el 1º
de diciembre de 1828: pocos días después consiguen hacerlo fusilar por medio de
las más viles adulaciones al jefe de la revolución. Las cartas de Salvador
María del Carril y de Juan Cruz Varela dirigidas
a Lavalle con ese fin, son documentos irrecusables para medir el grado de
resentimiento, de cobardía y la bajeza que acusan los ilustrados doctores de la
“casaca negra”. Y también nos ilustran acerca de la violencia y ferocidad que
asume la lucha entre federales y unitarios en la época de Rosas.
La verdad es que estos doctores de la Democracia y de la
Libertad, herederos del Siglo de las Luces no saben ni son capaces de respetar.
No soportan la presencia de una real superioridad porque ellos son los
doctrinarios del gobierno impersonal. Odian a San Martín tanto como van a odiar
a Rosas. No le perdonan que no se haya convertido con su Ejército Libertador en
instrumento de sus bastardas ambiciones; tampoco le perdonan su gloria intacta.
Y ahora después de obligarlo a expatriarse
y de presentarlo dentro y fuera
del país como un tirano, ladrón y ambicioso al enterarse de que San Martín está
en la rada del Puerto de Buenos Aires, hacen público anuncios como el
siguiente:
“Ambigüedades:
el General San Martín ha vuelto al país a los cinco años de ausencia, pero
después de haber sabido que se han hecho las paces con el emperador del Brasil”.
Así se expresan los
rivadavianos vueltos al poder con la revolución del 1º de diciembre. San Martín
no desembarca y solicita pasar a Montevideo, para regresar a Europa después de
una breve estadía, habiendo rechazado la propuesta de Lavalle para que asumiera
el Gobierno de Buenos Aires y la dirección política del país, por las razones
que expone a su amigo O’Higgins:
“Las agitaciones
consecuentes a 19 años de ensayos en busca de una libertad que no ha existido,
y más que todo la difícil situación en que se haya en el día Buenos Aires,
hacen clamar a lo general de los hombres que ven sus fortunas al borde del
precipicio y su futura suerte cubierta de una funesta incertidumbre, no por los
cambios de los principios que nos rigen, sino por un gobierno riguroso, en una
palabra, militar, porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra.
Igualmente convienen (y en esto ambos partidos) que para que el país pueda subsistir,
es de absoluta necesidad que uno de los dos desaparezca. Al respecto se trata
de buscar un salvador que, reuniendo el prestigio de la victoria, y más que
todo un brazo vigoroso salve a la Patria de los males que la amenazan. La
opinión, o mejor decir la necesidad presenta este candidato: es el general San
Martín…¿será posible que sea yo el escogido para ser verdugo de mis
conciudadanos y, cual otro Sila, cubrir mi Patria de prescripciones?...mi
amigo, es necesario le hable la verdad: la situación de este país es tal que al
hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una
facción o dejar de ser hombre público; este último partido es el que yo adopto…
Si sentimientos menos nobles que los que yo poseo en favor de este suelo fuese
mi norte, yo aprovecharía la coyuntura para engañar a este heroico pero
desgraciado suelo, como lo han hecho unos cuantos demagogos, que con sus locas
teorías lo han precipitado en los males que lo afligen”.
Y pocos días más tarde, en una segunda carta a O’Higgins,
fechada el 13 de abril, agrega: “El
objeto de Lavalle era que yo me encargase del Mando del Ejército y provincia de
Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantir por mi parte
y garantir la de los demás gobernadores, a los autores del movimiento del 1º de
diciembre”.
La claridad del texto nos exime el comentario; tan sólo
hemos subrayado en que San Martín señala a los reformadores liberales como a
los verdaderos responsables de la anarquía que devora el país. Rivadavia y sus
doctores progresistas son los portadores de esas ”locas teorías” que están
comprometiendo gravemente la obra de la espada; la tiránica imposición de las libertades
democráticas atenta contra la libertad
real de la Patria, amenazando con completar
su disgregación en insignificantes republiquetas.
Se comprende la respuesta negativa de San Martín, El
Libertador no puede ser un instrumento de partido y menos ponerse al servicio
de los decembristas que acaban de inaugurar con el asesinato del Gobernador
Dorrego una época de arbitrariedad y de violencia extremas. Y a pesar de las
dificultades económicas que lo aguardan, regresa a Bruselas junto a su
Mercedes, que está terminando su educación y pronto se casará con D. Mariano
Balcarce.
Llegan tiempos amargos y difíciles para el héroe que se
prolongan hasta su encuentro con Aguado. Un solo testimonio basta para apreciar
sus apuros económicos: en carta a O’Hoggins, fechada en Bruselas el 12 de enero
de 1830 le urge: “…para remitirme algún
socorro lo más pronto que le sea posible. Si, mi buen amigo, lo más pronto que pueda, pues mi
situación a pesar de la más rigurosa economía, cada día es más embarazosa…”.
Pero estos apremios demasiado humanos no pueden interferir
sus obligados pasos. No regresa a Buenos Aires porque no debe: su misión histórica culminará en el destierro y es en
Europa donde ha de prestar todavía nuevos y decisivos servicios a la Patria.
La misión del héroe es única e intransferible y tiene que
cumplirse hasta el fin, en contra de lo que opinan Alberdi y Mitre. Los
accidentes, incluso los azarosos y negativos, no hacen más que concurrir a la
realización de su destino. El obstáculo que a la mirada superficial parece
interrumpir su marcha, no significan más que un nuevo giro de sus previstos
caminos. El héroe es el más libre de los hombres y por esto es que todos sus
pasos son necesarios e inevitables. Así como el pensamiento más libre es el más
sujeto a la identidad, el más coherente en su desarrollo y el más ceñido a la
disciplina lógica; la voluntad más libre es la más sujeta por sí misma a la
fidelidad de un compromiso, la más ceñida por la necesidad de un fin querido y
aceptado.
El resentimiento no consigue ni siquiera rozar su alma de
soldado, revestida por el acero de las antiguas virtudes de la estirpe que
nadie explica mejor que el español Séneca; “…así
tampoco trastorna el ánimo del varón fuerte la avenida de las adversidades,
siempre se queda en su ser; y todo lo que sucede lo convierte en propia
sustancia, porque es más poderoso que todas las cosas externas” (De la
Divina Providencia).
Por todo esto es que las apreturas de la vida cotidiana
entre los años 1830 y 1835, no le impiden seguir con la más noble y
desinteresada pasión argentina, los acontecimientos de la Patria. Las cartas
políticas de San Martín en estos años adversos, evidencian tanto la grandeza de
su alma como la ponderación de su juicio.
Se ha librado
definitivamente de la sofística demoliberal y tiene los ojos puestos en la dura
realidad; ahora sabe que: “la causa o el
agente que dirige (los males) no penden
tanto de los hombres como de las instituciones –en una palabra—las cuales no
ofrecen a los gobiernos las garantías necesarias –me explicaré—que no están en
armonía con sus necesidades… veinte años de duras y espantosas experiencias y
veinte años en busca de una libertad que
no ha existido, deben hacer pensar a nuestros compatriotas con alguna más
solidez y lo dificulto… el mal está en las instituciones y sí sólo en las
instituciones”. (carta dirigida a D. Vicente López y Planes- Bruselas, 12
de mayo de 1830).
San Martín comprende que el ensayo jacobino de cambiar la
ciudad histórica por una ciudad nueva y enteramente prefabricada, es una
verdadera locura y su resultado efectivo, la anarquía y el relajamiento de las
costumbres. No se quebranta impunemente los antiguos vínculos espirituales y
sociales; ni se cultiva en vano la duda y el escepticismo en las almas. El
liberalismo es antirreligioso, antinatural y antiheroico; es un principio
extranjero allí donde Dios y la Patria son fuertes en las almas y los pilares
que sostienen las instituciones de la República.
El liberalismo no se descubre jamás en sus últimas
intenciones, participa de la estrategia del disimulo tan grata a los masones
que son sus portavoces y ejecutores: “sed
dulces como la miel, suaves como la seda y prudentes y cautelosos como nuestra
serpiente sagrada, cuya cola veréis siempre enroscarse en torno a su presa con
la suavidad de una caricia amorosa”.
Humanidad, Democracia, Paz perpetua, Civilización,
Progreso, Libertad, Igualdad, Fraternidad, tolerancia y respeto a todas las
creencias, de todas las ideas y de todas las costumbres: he aquí algunas
expresiones rituales del liberalismo con su característica dulzura, suavidad,
prudencia y cautela para ir envolviendo a las almas hasta quebrar sus
resistencias interiores y ahogarlas en la confusión de todo con todo.
El héroe se zafa de la sutil influencia envolvente y
permanece en su ser; nada extraño a
su espíritu puede doblegarlo jamás; de ahí el odio que le profesan los hijos de
la serpiente sagrada, tan grande como va a ser la amistad y la admiración del
héroe por el Restaurador y Defensor de la Patria.
Rosas acaba de llegar al gobierno por primera vez; pero
no puede o no juzga oportuno todavía romper con los métodos liberales que se
vienen declamando desde 1810. A pesar de la obra constructiva que se realiza en
este período – recordemos que es uno de los principales gestores del Pacto del Litoral
del 4 de enero de 1831, fundamento de la unidad nacional--, lo cierto es que
termina por ceder al criterio político de la clase dirigente porteña, integrada
por federales y unitarios ilustrados en las mismas fuentes ideológicas del
Siglo de las Luces; esto aparte de su hermandad masónica que antaño y hogaño,
congrega a los dirigentes de los partidos políticos antagónicos, según es norma
en la Democracia.
Rosas devuelve a la Legislatura de Buenos Aires las
facultades extraordinarias, cuyo ejercicio por la autoridad personal se estima
improcedente prolongar y entrega el gobierno a Balcarce a fines del año 1832.
No hay estabilidad en las relaciones sociales ni paz
interior; pero los logistas de uno y de otro lado necesitan alejar la sombra de
César que se cierne sobre la República anarquizada. Necesitan cortarle las alas
al Dictador para que no pueda remontar su vuelo de águila. Fingen horror a la
autoridad personal, aunque saben que la
autoridad no puede ser más que personal. Prefieren la apariencia democráticas
de los Congresos y de los Parlamentos, donde se juega a las libres discusiones
y a las votaciones libres; pero en general, después que los “Hermanos” de los diversos
partidos han preparado hábilmente la
solución logista. Y cuando el resultado
es adverso a la decisión de la autoridad invisible, se disponen las medidas
necesarias para anularlo prácticamente.
Claro está que las gentes honestas y patriotas ignoran
este juego de ficciones; y finalmente no queda más que una reacción extrema –si
todavía hay tiempo—para evitar la destrucción de la República. Y por eso es que
San Martín frente a los sucesos de Buenos Aires, le anticipa a O’Higgins
en carta fechada en París, el 20 de
marzo de 1831: “… A la verdad que cuando
uno considera que tanta sangre y sacrificios no han sido empleados sino para
perpetuar el desorden y la anarquía, se llena el alma de un cruel desconsuelo.
Las noticias últimas de Buenos Aires no dejan la menor esperanza de transacción
entre federales y unitarios y la cuestión debe decidirse con ríos de sangre
americana…”.
Las logias secretas que actúan en la Revolución de Mayo,
sirven para minar políticamente a la autoridad española y cumplen un importante
papel en ese sentido, como lo reconoce el mismo San Martín refiriéndose
especialmente a la Logia Lautaro; pero no sólo se rebelan incapaces para
estabilizar la nueva autoridad política, sino que precipitan al país por la
pendiente de la anarquía y de la disolución social. La razón es, a nuestro
juicio, que muchos de sus miembros no
están inspirados como el Libertador por un designio exclusivamente político
(como lo prueba los hechos todos de su vida pública, tanto en América como en
Europa), sino que son masones de alta vara,
de esos que participan en los designios
más altos de la Masonería internacional: su
misión es aprovechar el movimiento emancipador para hacer su revolución ideológica profunda,
absoluta, total; esto es para arrasar de las almas la Fe católica y las
antiguas virtudes, para deshacer los vínculos sociales y las instituciones de
la Tradición.
En otros términos, la Masonería pretende utilizar la
Revolución de Mayo para destruir en los pueblos del Plata, la formidable valla
espiritual levantada por la Contrarreforma en todo el mundo romano y que resistía
desde hacía casi tres siglos, los embates del liberalismo religioso y filosóficos.
La situación incierta y oscura de Buenos Aires que San
Martín describe en su carta a O’Higgins se hace mucho más sombría e insegura
cuando Rosas deja el poder en diciembre de 1832. Los logistas unitarios y
liberales aprovechan su alejamiento con motivo de su expedición al Desierto
para, bajo la sombra propicia de Balcarce primero y de Viamonte después; su
preponderancia política cada vez más decisiva, se traduce en un recrudecimiento de la anarquía
y de la violencia en todo el país que va
a culminar con el asesinato de Quiroga a comienzos del año 1835.
Rosas, por su parte, dedica todo el año 33 a su memorable
expedición que completa la obra civilizadora iniciada en su mocedad y que
exalta su prestigio personal como indiscutible Señor de la Pampa. Tiene sumo
interés para apreciar el grado de comprensión del problema político nacional,
alcanzado por Rosas a esta altura de los acontecimientos, reproducir algunos
pasajes de su proclama a los valerosos y sufridos expedicionarios del ala
izquierda, dada en Río Colorado el 23 de
julio de 1833: “ El primer deber de los
argentinos es respetar la religión del Estado… En vano la corrupción de los
tiempos y la prevaricación de ilustrados, supersticiosos y rudos, con
presunciones de sabiduría, han querido negar el infinito poder de su grandeza…
Nuestra religión engendra virtudes cristianas y cívicas que constituyen la
felicidad de los Estado . Ella enseña el respeto y la sumisión a la Ley, tan
necesaria para la felicidad común”.
Esta visión certera y justa de las causas de ese estado
de revolución en permanencia, como dice San Martín, se completa con la carta
que envía a Quiroga el 20 de diciembre de 1834, cuyo contenido son las
instrucciones para el mejor cumplimiento de su misión ante los gobiernos de
Tucumán y Salta: “… obsérvese que el
haber predominado en el país una facción… que ha descarriado las
opiniones, puesto en choque las intereses particulares, propagado la
inmoralidad y la intriga, y fraccionado en bandos de tal modo la sociedad, que no ha dejado casi reliquias
de ningún vínculo, extendiéndose su furor hasta romper el más sagrado de todos
y el único que podía servir para restablecer los demás, cual es el de la
religión; y que en este lastimoso estado
es preciso crearlo todo de nuevo, trabajando primero en pequeño; y por
fracciones para entablar después un sistema general que lo abrace todo…,
Después de eso, en el estado de agitación en que están los pueblos,
contaminados todos de unitarios, de logistas, de aspirantes, de agentes
secretos de otras naciones, y de las grandes logias que tienen en conmoción a toda
Europa…”.
Y así llega el año de la gran decisión política: la Ley
del 7 de marzo de 1835 que entrega a Rosas la suma del poder público. Este acto
de sinceridad y de coraje termina con
las ficciones liberales y con las mentiras democráticas que están destruyendo a
la Patria, e inaugura una política de verdad que dura casi veinte años, hasta
que en 1952, el liberalismo vuelve al poder que todavía retiene en el día de hoy.
La decisión del 7 de marzo de 1835, no es más que el
reconocimiento jurídico de una superioridad personal, indispensable para
restablecer el orden y la justicia. Se trata de la restauración de la Ley como razón
vital y viviente de un pueblo: cuando se relaja en las costumbres, necesita
volver a identificarse con el prestigio
personal de un verdadero conductor pata irradiar como una disciplina sobre una
multitud. El mismo Rosas lo explica en su primer mensaje a la Legislatura de
Buenos Aires: “,,, Efectivamente había llegado aquel tiempo fatal en que se
hace necesario el influjo personal sobre las masas para restablecer el orden,
las garantías y las mismas Leyes desobedecidas”.
Y es en esta época de la Restauración que se consolida la
unidad nacional, se restablece la disciplina interior, y se impone la
respetabilidad externa de la República a una altura jamás alcanzada después. La
Gran Argentina de Rosas para obtener esa fuerza moral que la sostiene hasta el
presente a pesar de tantas claudicaciones, tiene que vencer dificultades
increíbles y aceptar una vida peligrosa en continua vigilia sobre la Patria
amenazada, fiel a la condigna de Mayo: Patriotismo
sobre todo.
Ha llegado el momento de preguntarnos ¿cuál es la actitud
de San Martín frente a la Dictadura de Rosas? ¿Cuál es la definición política
del Padre de la Patria en esta encrucijada del destino nacional? ¿Aprueba o
rechaza el poder absoluto y personal
como solución política para salvar a la Patria?
La verdad que se oculta sistemáticamente desde hace un
siglo es que San Martín no sólo aprueba
la Dictadura de Rosas, sino que anticipa su llegada como solución prudencial
del problema político y el único medio
de salvar a la República- Más todavía, un año antes de que Rosas sea investido
con la suma del poder público, San Martín expone la doctrina de la Dictadura y
hasta indica quien ha de asumir el gobierno absoluto. En su extensa y poco conocida carta a su amigo D., Tomás
Guido, fechada en París el 1º de enero de 1834, después de una breve reseña
sobre los sucesos de Buenos Aires y de
volver sobre sus argumentos anteriores para explicar “la anarquía hecha
costumbre”, dice:
“Que sepan los díscolos y los cívicos, y demás fuerza
armada de la ciudad, que un par de Regimientos de milicias de la campaña impide
la entrada de ganado por sólo 15 días –y estoy bien seguro—que el pueblo mismo
será el más interesado en evitar todo trastorno, so pena de no comer, y esto es
muy formal. A esto se me dirá que el que
tenga más ascendiente en la campaña será el verdadero Jefe de Estado; y en este
caso no existiría el orden legal: sin duda Sr. D. Tomás esta es mi opinión,
por el principio bien firme que el
título de un gobierno no está asignado a la más o menos liberalidad de sus
principios, pero si a la influencia que tiene en el bienestar de los que
obedecen. Ya es tiempo de dejarnos de teorías que 24 años de experiencia no
han producido más que calamidades. Los hombres no viven de ilusiones sino de
hechos. ¿Qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo en un país
de libertad, sino por el contrario se me oprime?... Maldita sea la tal
libertad, no será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que
ella proporciona. Hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos
llamen Tirano y me proteja contra
los bienes que me brinda la actual libertad. Tal vez dirá Vd. que esta carta
está escrita con un humor bien soldadesco, Vd. Tendrá razón pero convenga que a
los 53 años no puede uno admitir de buena fe el que le quieran dar gato por
liebre. No hay una sola vez que escriba sobre nuestro país que no sufra una
irritación –dejemos este asunto—y concluyo diciendo que el hombre que
establezca el orden en nuestra Patria: sean
cuales sean los medios que para ello emplee, es el sólo que merecerá el noble título de su libertador”.
Todo comentario huelga. Y para que no se crea que se
trata de una manifestación aislada o circunstancial, nada mejor que reproducir
pasajes de cartas anteriores y posteriores a la que acabo de citar. Ya hemos
comentado el proceso de sus ideas
políticas a partir del año 1825, así como su firme convicción de que los
principales responsables de ese desorden continuado son los liberales. En carta
a O’Higgins, fechada en París el 13 de octubre de 1833, se confirma plenamente
su crítica a la política demoliberal:
“…Yo estoy
firmemente convencido que los males que afligen a los nuevos Estados de América
no dependen tanto de sus habitantes como de sus Constituciones que los rigen.
Si los que se llaman legisladores en América hubiesen tenido presente que no se
les debe dar las mejores Leyes, pero si las mejores que sean adecuadas a su
carácter, la situación de nuestro país sería diferente…”
En estas sensatas y prudentísimas observaciones, se escucha
la voz de la sabiduría tan antigua como la verdadera política: la voz de Solón.
A fines del año 1835 –desde hace nueve meses Rosas
gobierna según su ciencia y su conciencia—en carta a Guido que lleva fecha 17
de diciembre, le recuerda que: “…Hace
cerca de dos años le escribí a Vd. que yo no encontraba otro arbitrio para
cortar los males que por tanto tiempo han afligido a nuestra desgraciada tierra
que el establecimiento de un gobierno fuerte o más claro Absoluto que enseñase
a nuestros compatriotas a obedecer. Yo estoy convencido que cuando los hombres
no quieren obedecer a la Ley, no queda
otro arbitrio que la fuerza .25 años en
busca de una libertad que no sólo no ha existido, sino que en este largo
período de opresión la inseguridad personal, la destrucción de las fortunas,
Desenfreno, Venalidad, Corrupción y Guerra Civil han sido el fruto que la Patria ha recogido después de tantos
sacrificios. Ya era tiempo de poner término a los males de tal tamaño, y para
conseguir tan loable objeto yo miro como bueno y legal todo Gobierno que
restablezca el orden de un modo sólido y estable; y no dudo que su opinión, y
la de todos los hombres que aman al país, pensarán como yo”.
Y un año después, el 26 de octubre de 1836, le escribe
nuevamente a Guido para volver sobre su doctrina del absolutismo político y expresarle
su complacencia por el rumbo que lleva la República, conducida por el vigoroso
brazo de Rosas: “…Veo con placer la
marcha que sigue nuestra Patria; desengañémonos, nuestros países no pueden (a lo
menos por muchos años) regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos, más
claro, Despóticos. Si Santa Cruz en lugar de andar con paños calientes de
Congresos –Soberanías del Pueblo ,etc. etc. hubiese dicho francamente sus
intenciones (porque esas son bien palpables) yo no desconfiaría del buen éxito,
pero los tres Congresos que tiene sobre sí, dieron con él en tierra, y lo peor
de todo harán la ruina del país; no hay
otro arbitrio para salvar un Estado que tiene (como el Perú) muchos doctores…
que un gobierno absoluto”.
He aquí la definición política de San Martín, clara,
precisa, terminante, como todos los actos de su vida. Un soldado no habla, ni
puede hablar de otro modo; llama a las cosas por su verdadero nombre y no se
cuida de los tribunos de la plebe ni de los doctores de la Democracia. Le
repugna el lenguaje de la “serpiente sagrada” y su repertorio de las grandes
palabras vacías, las palabras envolventes, como caricias que los demagogos
dejan caer sobre la estúpida multitud y sobre el entusiasmo fácil de la
juventud. El viejo soldado de la independencia ya no se engaña con las huecas
abstracciones ni con las generalizaciones vagas y remotas de la realidad
concreta y de sus duras necesidades. Sabe que detrás del velo de esa retórica
“sentimentosa” y falaz acechan las
pasiones más bajas y serviles, un gran resentimiento plebeyo en contra de toda
existencia divina y humana, en contra de toda legítima superioridad.
San Martín no expone la doctrina de la Dictadura como una
solución política de validez general, aplicable a todos los casos. Sería
incurrir en el dogmatismo vicioso de los discípulos de Juan Jacobo y en el
utopismo liberal de las “locas teorías”. La política se rige por la razón
prudencial; esto es, una razón práctica que se pronuncia en cada situación
concreta e individual y resuelve lo mejor en vista del Bien Común. No caben
otras generalizaciones de la experiencia ética que las analógicas, pero sin descuidar jamás lo propio e intransferible de
la individualidad histórica que se considera.
Frente a la piedra libre de las abstracciones
democráticas y a la extensión del desorden y de la arbitrariedad que precipitan
a su Patria en la servidumbre irremediable. San Martín reclama una solución reaccionaria y autoritaria, la más
reaccionaria y autoritaria que haya formulado un hombre público argentino,
incluido el mismo Rosas.
El héroe nacional no sabe adular, sólo sabe definir. Le
interesa por sobre todas las cosas humanas la salvación de la Patria aunque se
hunda la Democracia con sus grandes palabras vacías. San Martín nos ha dejado
una lección de sinceridad, de coraje y de justicia, en esta definición
política.
La democracia puede ser un régimen legítimo y normal de
gobierno si se conforma a la modalidad del pueblo que lo soporta y es capaz de generar
auténticas superioridades rectoras; de lo contrario se corrompe y degrada en brutal
demagogia. Pero el Dogma de la Democracia, consagrada por masones, liberales y
comunistas, como la única solución legítima que debe darse al gobierno de las
naciones, en nombre de la Civilización y del
Progreso de la Humanidad, es un falso y monstruoso ídolo, una superstición
aberrante, la fuente de la peor de las tiranías y un pretexto inagotable para
todas las formas de traición a la Patria.
Y esta lección magistral de prudencia política tiene su
verificación más completa en la conducta respectiva del Libertador y de los emigrados
de Montevideo y de Santiago de Chile durante la Dictadura de Rosas: es el
contraste de la fidelidad y de la traición, del desinterés y de la venalidad,
de la colaboración patriótica y de la conspiración artera.
San Martín no ha tenido aun contacto directo con Rosas,
cuando expone su doctrina del gobierno absoluto y señala al Comandante de la
Campaña como el futuro Dictador. Recién en el año 1838 y con motivo del primer
bloqueo francés, se inicia una correspondencia histórica entre los dos grandes
argentinos que se mantiene hasta la muerte de San Martín en 1850: se abre a el espontáneo ofrecimiento del Libertador en defensa de la Patria
amenazada, el 5 de agosto de 1838; y se cierra con una carta de Rosas, fechada
en Buenos Aires el 15 de agosto de 1850 (don días antes de la muerte de San
Martín), en la cual agradece un nuevo y definitivo testimonio de adhesión a su
política de soberanía y de justicia en
pro de la Grande Argentina.
Quiere decir, pues que mucho antes de que San Martín
brinda todo su apoyo moral y su decisiva colaboración a la política exterior
del Jefe de la Confederación Argentina, aprueba y adhiere al gobierno absoluto,
autoritario y personal de Rosas. No sólo aplaude al Dictador, sino que ha
reclamado se advenimiento para salvar a la Patria,
Esta es la verdad histórica que tarde o temprano habrá de
prevalecer en la conciencia argentina; y acaso, no está lejano el día en que
esa correspondencia trascendental del Padre de la Patria, claro testimonio de
su vida y de sus hechos ejemplares, sea lectura formativa y obligatoria de los
jóvenes argentinos, así como hoy se deforman obligatoriamente con las páginas
de Sarmiento y Alberdi.
CONCLUSIÓN.
Creemos haber
probado suficientemente que Rosas es el verdadero continuador de la obra
histórica de San Martín: la tarea cumplida por el Restaurador es el complemento
necesario de la que inicia el Libertador de la Patria.
El camino abierto por San Martín conduce a la Época de
Rosas; la trayectoria de su espada
no puede llevar jamás ni a las Bases de
Aberdi ni a la Pedagogía de Sarmiento; tiene que culminar lógicamente en el
espíritu cesáreo de su continuador
histórico. Rosas, por su parte, puede justificar su lucha como una continuación
de la empresa libertadora del gran Capitán de los Andes:
“…Me ha cabido la suerte de consolidar la Independencia que Vd. conquistó y
he podido apreciar sus afanes por los míos” . (Carta de Rosas
a San Martín, fechada en Buenos Aires el 15 de agosto de 1850).
San Martín y Rosas son dos patriotas cabales; pero no son
democráticos al estilo oligárquico ni al estilo irigoyenista. No son hombres
del pueblo sino las más altas jerarquías
humanas en el pueblo argentino, en cuyo espejo debe mirarse eternamente
para ser un verdadero pueblo y no una plebe servil, sin ideales y sin grandeza.
+
Jordán Brumo Genta.
Nota del blog.
He aquí mi modesto homenaje al patriota inolvidable y
pensador ejemplar que se consagró a vivir de acuerdo al axioma: las: “palabras
exhortan , los ejemplos arrastran”.
Pues amó fielmente a Dios y a la Patria, viviendo “arrinconado”
por el Régimen, muriendo al fin martirizado por la guerrilla.
Siempre agradecido por lo que aprendí, junto a una buena muchachada,
asistiendo asiduamente, a fines de la década del 1950, durante más de dos años,
a su cátedra particular, donde desarrollaba imborrables clases de profundo sentido
común aplicado críticamente.
Allí recibí mi “bautismo” como nacionalista.
Estará siempre presente en mis oraciones.
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