Buen momento, hoy, más que
nunca, con un presidente judío, para revivir, propagar y acentuar el espíritu
patriótico de los argentinos, a punto de extinguirse completamente, eliminado
tozudamente por la barbarie libertaria.
¿LA CULTURA Y LA
BARBARIE DE BRACETE?
Por Enrique Stieben
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asta no hace mucho, no se lograba explicar satisfactoriamente el fracaso
cultural de la ciudad en todas partes polípero de infinito número de
instituciones consagradas a la “cultura del pueblo”: templos, universidades escuelas,
colegios, academias, diarios, revistas, bibliotecas, teatros, cines, exposiciones,
conferencias, audiciones, de solidaridad social y de beneficencia no se lograba
explicar que a pesar de este despliegue formidable de actividades culturales y
de “la difusión de la cultura”, la ciudad seguía siendo el hábitat del más
pintoresco muestrario de tipos, grupos e instituciones de resistencia
por autonomasia y hasta de abierta guerra, tales como la delincuencia en
todas sus formas; la literatura policial
diaria devorada con máxima fruición; las patotas salvajes, bien y mal vestidas;
el bolichero, símbolo del comercio deshonesto en todas las ramas; el consumo de
historietas y revistas estrafalarias por toneladas; el repentismo oportunista
de la astucia, refinada y variada al infinito; matar el tiempo en macanear; el
salvaje atropello callejero de peatones: vozarrones y ruidosos; el arte al
menudeo, improvisado, efímero, pasatista; la inclinación a comprarlo todo hecho, en vez de hacer; el dominio del interés y de la recompensa inmediatos;
los cine embrutecedores siempre llenos; los cafés siempre repletos de humo de
tabaco y de gente descolorida: la
cotización sin tasa de los juegos mecánicos; los templos y las salas de
conferencias lo menos concurridos posible; el arte de trepar, sin méritos; la
conspiración siempre montada contra los más capaces y honrados y contra toda innovación; el suburbio siempre
con su prestigio tenebroso; los niños jugando a los atracos espectaculares; lo
inmediato, de más, como si la existencia terminara cada fin de semana.
Nada con visos de perennidad; nada con muros de templo para guardar la fe.
La vacuidad triunfal: ausencia lastimosa de la noción de jerarquía; en fin, el
hombre vacío y absurdo…
Esto demostraría a la vez que las “conquistas de la civilización
técnico-científica”: frigidaire, radios, medias de nylon, trajes sastre, medios
de transporte, perfumerías, todo el confort no son más que el decoro en la fachada,
y con frecuencia ni eso. Por eso, a veces, se oye dar la razón al mero existencialismo,
al hombre vacío, porque al fin y al cabo,
la cultura se lA estaba llevando el diablo, por cuanto donde más
actividades se desplegaban en su beneficio, más acrecía el materialismo
militante inmediato: la barbarie y la civilización. Ésta orgullo de las “clases
dirigentes”. Aquella pesadilla permanente y ubicua, consecuencia todo, del
perfeccionamiento de las cosas, sin el perfeccionamiento paralelo del hombre.
De ahí la ruptura del equilibrio y la ausencia de jerarquías.
En las provincias, en donde siguen aferrados a la magnífica tradición
hispano-cristiana, que les llenará el alma de Dios con una cultura de verdad, y
los campesinos de la misma noble prosapia, hay más autenticidad emocional y más
sabiduría; una vida, en general, más entrañable respetuosa y honrada.
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stas consideraciones válidas, permiten sostener, sin temor a errar: 1º, que
el cúmulo de instituciones consagradas a “la cultura del pueblo”, muy poco o
nada tiene que ver con ésta; 2º, que la cultura no se puede “difundir”, como
creen las camarillas; 3º, por las mismas razones no se puede mandar
prefabricada a parte alguna. Porque si todo eso fuese posible y cierto, al
amparo de tanto trajín cultural, prácticamente ya no podría haber bribón alguno
y todo habitante de la Republica debería ser un dechado de virtudes y de buena
educación.
Las célebres “clases dirigentes”, las “fuerzas vivas”, justificaban el
hecho en sí mismas, sosteniendo que la cultura y la barbarie siempre andaban de
bracete, como el bien y el mal, lo bello y lo feo, la verdad y la mentira y
todos los pares contrapuestos y que esa condición no tendría remedio jamás;
afirmación ésta, que goza de ciego crédito en un vastísimo sector de la
opinión, a pesar de su simpleza.
Basta con mencionar solamente la altura que ha alcanzado el hombre,
doquiera se haya podido desarrollar el cristianismo; basta con mencionar la
diferencia que hay entre el hombre de la caverna y un cristiano de verdad, y la
obra de la Iglesia en el mundo, para pulverizar el aserto. Más, el antiguo
corporativismo y sus formas más modernas, han demostrado con hechos
intergiversables que tanto la miseria como la enfermedad y la mentira tienen
cura. Del mismo modo tiene también solución el problema de la barbarie anotada.
Para esto bastará que las
instituciones creadas para promover
la cultura se desenvuelvan con sentido común, en función de los valores, dentro
del orden social natural. Si esas instituciones yerran su cometido y sus
medios, colocándose fuera del hombre, queda satisfactoriamente explicado el
fracaso y el absurdo, más bien en la intelectualidad que en el analfabetismo. Si
esas instituciones en vez de promover
el desarrollo de la cultura se olvidan que el fuego, para que caliente debe
venir de abajo, de dentro hacia afuera, seguirán creyendo que la cultura se
fabrica y se difunde.
El planteo de la cuestión es bien claro. La cultura no es un bien que se
adquiere arbitrariamente, ni en el orden individual, ni en el social, ni en el
nacional. Es formación lenta y esforzada, muchas veces heroica, del hombre y de
los pueblos, sobre la base de sus propias aptitudes, suelo y emociones, que se
materializan en arte, saber, epopeya, tradición e historia. No tiene nada absolutamente
de arbitrario. Sáquese a un hombre de su vocación y de sus medios y se le
malogrará, lastimosamente. Sáquese a un pueblo de su vocación, de sus medios, de
su tradición, de sus emociones, y se verá que es lo mismo como sacar a un tren de sus rieles. No
habrá fuerza ni potestad capaz de hacerlo marchar.
Esto es precisamente lo que nos ocurría. Hacía un siglo que se venía
estrangulando y tergiversando lo nacional con esas y otras instituciones
creadas expresamente a tal fin –desde la inmolación de su hombre esencial; la
enajenación de su patrimonio nacional; la internacionalización de su espíritu;
hasta el atentado a su religión y su traición, lo imperecedero de los pueblos.
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ramos un tren fuera de los rieles, y todavía no hemos recuperado totalmente
nuestras vías propias, para marchar sobre ellas en procura de la independencia
del espíritu, la empresa más compleja y difícil de la reconquista. A este
respecto hemos sostenido e insistiremos en afirmar que todo intento estará
destinado a malograrse o andar a tientas, si no se dirime antes el litigio
histórico argentino. Si no lanzamos antes por la borda el novelón que engendró
la falsa conciencia histórica de gran parte de nuestra población, no podrá ir a
ninguna parte con entendimiento limpio.
Nos se trata de resucitar lo muerto, sino de tomar como fundamento la verdad
de los hechos, tal como surgen de las propias confesiones de quienes los
falsearon, en atención a la confesión de parte y a la documentación inagotable.
¡Y paradoja! Ya es un hecho harto sabido que el mismísimo sanjuanino denunció
la falsía en 1845, en s u ya más que popular carta al general Paz al enviarle
un ejemplar de Facundo (“obra improvisada llena por necesidad de inexactitudes,
a designio a veces”), horma, programa y columna vertebral de la fracción
liberal argentina, y cuyo lastre tremendo aún soportamos.
Pero ahora es preciso, ante todo, llamar a la atención sobre el orígen de
la lucha histórica contra el nacionalismo en el siglo pasado, así como en éste,
entendido el nacionalismo como patriotismo militante, espíritu nacional en
vigencia, emoción patriótica en la
práctica, espontánea manifestación de la cultura nacional, no como sistema de
gobierno o doctrina política a que tanto pavor tienen los pobres de espíritu,
hijo de la propaganda imperialista contra la patria, menos contra la suya
propia. Esa guerra histérica fue promovida por Gran Bretaña al construir su
hegemonía, que pudo realizar solamente creando el tabú del nacionalismo con la
leyenda negra de cada país que quería convertir en factoría.
Según éste tabú todo lo americano era bárbaro, con cuyo talismán el
imperialismo nórdico terminó por convertirse en una pesada mano de opresión
mundial, cuyo poder no sería, seguramente eterno, porque en alguna parte
tendría que producirse, alguna vez, la reacción.
De suerte que cuando surgió el nacionalismo en Italia, Alemania, España,
después de la pasada guerra, para librarse de esa sombría mano que venía
distorcionando desde tanto tiempo, y empujándolo todo a la perdición, el
imperialismo vio en ello un peligro para su dominio universal, y trató
inmediatamente de ahogarlo, porque de cundir en sus colonias, factorías y
tutorías, todo su poder podría venirse al suelo como un castillo de naipes . De ahí, primero, el montaje de la propaganda
contra el nacionalismo, equiparándolo
con el delito, menos el de los grandes filibusteros, y enseguida la segunda
guerra, consecuencia indirecta.
Esa torva maniobra no la ignora nadie. El nacionalismo le quitaba el sueño
a quienes edificaron sobre su desahucio. Pero no obstante todas sus mañas, el
resurgimiento nacional se produjo. Las pruebas: India, Egipto, Irán, Túnez,
Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Palestina, Indochina, Portugal, etc. Por su
parte, Francia, Italia y Alemania se hallan impotentes en estos momentos para
sacudir el yugo, por una causa también harto conocida: el asesinato de todos
los principales patriotas, después de la guerra. Y éstos suman millares, sin
cuya presencia, así sea potencial no hay alma nacional, no hay naciones, sino
pueblos sojuzgados y anarquizados.
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rajimos a la mente este ejemplo fresco y elocuente, a fin de establecer una
comparacíón: a nosotros nos ocurrió lo mismo después de Caseros. En efecto:
primero se usurpó “democráticamente” el gobierno mediante el fraude, la violencia
y el crimen. “Los (adversarios) que no
fueron muertos fueron a parar a la cárcel o a la frontera… y fueron despojados
de sus bienes y hasta de sus familias” –comenta en un acto electoral uno de los
corifeos. Después de Pavón fueron muertos todos los hombres de auténtico
espíritu argentino.
Las provincias del “interior” fueron “pacificadas” por un ejército al mando
de militares extranjeros. El patriotismo era un delito para quienes estaban
entregando el país al tradicional enemigo de 1806, 1807 y 1845. “No economice sangre
de gauchos –gritaba el mismo de las elecciones “democráticas”, en medio de la
orgía. Después de vencido López Jordán en Entre Ríos, fueron apuñaleados
centenares de pacíficos jefes de familia de tradición federal. En Buenos Aires
ya se había hecho esto durante el gobierno de Pastor Obligado. En realidad el
asesinato político en nuestro país comenzó con
Dorrego y terminó en Bordabehere, con la misma cuchilla.
Así se explica que, con la matanza, la destrucción y el falseamiento de
todo, hemos llegado al presente sin cultura nacional, sin arte nacional, con
una falsa conciencia histórica hecha a machete y mentiras. Así se explica que
ahora, ya libres de cadenas materiales, nos hemos abocado a la enorme tarea de promover el desarrollo de nuestra
auténtica cultura con la consiguiente eliminación de lo postizo y de lo híbrido
que nos aderezó durante un siglo. No lo asimilamos, en buena hora, para
enriquecimiento del acervo fundamental.
Esta promoción ha de hacer, pues, sobre la base de la revitalización, de la
valorización y de la gradual superación de lo salvado del naufragio. Sobre lo
tradicional y lo histórico, que son dos entes imperecederos, y sobre lo mucho
que ya se viene haciendo desde los último años, homologando la acción oficial
de estímulo, coordinación , organización e iniciativa, y las múltiples
actividades encaminadas al mismo fin en el arte, las ciencias y las letras, de
los grupos que surgen espontáneos en todas las poblaciones, en las
universidades, colegio, escuelas, sindicatos, asociaciones profesionales,
empresas editoriales, periodísticas, cinematográficas, teatrales, etc.
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romover el desarrollo de la cultura histórica, desde el punto de vista de
la argentinidad, no de una ideología; la aplicación estética de nuestras
plantas, flores, pájaros, insectos, danzas, costumbres y tradiciones; la
sustitución de la onomástica en lenguas extrañas, en lo millares de chapas y
letreros de las ciudades; la práctica consuetudinaria de las danzas y canciones
nacionales en el hogar, en las escuelas, colegios, universidades, clubes,
fiestas; la propagación de los motivos decorativos argentinos en plazas y
paseos, salas de espectáculos, estaciones ferroviarias y edificios
públicos; la reivindicación y
propagación de los sabrosos platos nacionales; el sentido nacional en la
plástica y la revelación de motivos fundamentales, de carácter permanente,
populares, sociales, nacionales, religiosos y humanos, y de la flor, la fauna y
la gea, en oposición al pasatismo, al arte como entretenimiento, la cursilería,
el caos y la falta de temas; el conocimiento científico de la estetoclimatología
argentina; los intercambio regionales espontáneos y planificados; el relevamiento
toponomástico del país; la conversión de los que llegan y de los que están, a
la cusa nacional, etc.
Tenemos que estimular la argentinidad, rescatando al hombre en el bienestar y la cultura, superando las
causas de la deserción, de la anarquía y de la indiferencia.+
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