viernes, 29 de marzo de 2019


Una mariposa se posó en el Kremlin

Ernesto Heritier White





G.K.Chesterton, el gran escritor católico nacido en Inglaterra, tenía una especial predilección por hacer resaltar en sus narraciones y cuentos, como centro de las situaciones más confusas e intrincadas, la presencia de los imponderables. Y con esto, además, se divertía muchísimo.

Porque lo imponderables, en cuanto hechos impredecibles que trastocan y alteran el curso normal para el limitado entendimiento humano, de los acontecimientos históricos, constituye un llamado de atención, una advertencia, que debería suscitar y actualizar nuestra capacidad para el asombro. Pues en el asombro lleva implícito un homenaje a su Creador y es la llave que abre las puertas a la auténtica y verdadera sabiduría.

Pero el hombre moderno no tiene tiempo ni aptitud para para el asombro que se exige para germinar el alimento que sólo puede obtener de la contemplación. De la contemplación de ese orden perfecto del que forma parte y que él se empeña obstinadamente en alterar y confundir.

El hombre actual, templo de la soberbia, fundamenta su orgullo, su “autonomía”, en los prodigios que logra con gran esfuerzo y fabulosas inversiones económicas en el campo de la ciencia y la técnica. Envanecido hasta el delirio, olvida con el mayor desparpajo, la existencia de un orden en la Creación que necesariamente llama a pensar en un Creador-increado, autor, ordenador y sostenedor del Universo. Elevando su tecnocracia a la categoría de religión a la que rinde culto, obnubilada su razón, agosta su capacidad para el asombro y se separa de la causa primera que es Dios. Su alma se seca y pareciera que los frutos que más le satisfacen, son sus propios logros, que en apariencia potencian su supremacía.

Profundiza verdades para usar que no sacian la sed de infinito que originalmente tiene impresa en el alma. Por ello no comprende que su ciencia sólo es posible en virtud precisamente de ese orden inmutable y perfecto de la Creación, en la que está incluido. Aferrado al mundo material, niega su filiación divina, trascendente y eterna actualizando a cada instante el gran drama teológico de su caída primigenia, producido por la tentación diabólica de ser principio y fin de todas las cosas.


De este desorden es consecuencia su proclividad al mal, el desenfreno de sus pasiones, su crueldad bestial y su ansia desmedida de dominación. En los tiempos que protagonizamos, ese ansia de predominio y dominación trasciende como objetivo la  tierra que habita, proyectándose al universo con programas de ataque y defensa, que ha denominado enfáticamente como “guerra de las galaxias”.

Esta es su obra, su “capolavoro”, el cual le ha insumido, dada la limitación de su inteligencia finita, un titánico esfuerzo intelectual en todos los campos de la técnica, con inversiones materiales proporcionadas  a los espacios que aspira conquistar. Y esta carrera sin sentido, le ha exigido preocuparse por lograr sofisticados sistemas de defensa que garanticen la invulnerabilidad de los espacios en que moran estos nuevos dioses de barro a quienes el mundo rinde homenaje emocionado de admiración y pleitesía.

Porque en el fondo, hasta el hombre común que padece las terribles consecuencias de este gran desorden teológico, ha cedido la dignidad de su estirpe divina y el privilegio gratuito de ser  el destinatario del disfrute de los bienes puestos para él sobre la tierra, a la utopía de la participación de un poder monstruoso que lo sojuzga, aplasta y aniquila.

Arrancado de su hábitat natural, que es la contemplación, transitará irremisiblemente el camino de la aniquilación desesperanzada…

Días pasados el orbe entero se anotició de un hecho aparentemente intrascendente. Un joven alemán, casi un niño, piloteando una pequeña y frágil avioneta, aterrizó en el corazón mismo de una de las dos centrales de poder que, según el esquema aceptado como dogma indiscutible, disputan a muerte la hegemonía del universo.

Pero aún hay dos circunstancias que agregan dramatismo al suceso y ellas son que el día en que se produjo el episodio insólito, se celebraba la fiesta de los guardianes de frontera de la URSS, que tienen como lema “Nadie pasará”.
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E  El aterrizaje se produjo en la misma Plaza Roja, a los pies del Kremlin, asiento de la máxima instancia de poder y, donde es dable suponer, está instalada la fatídica y temida consola, mediante la cual oprimiendo un botón se produciría un holocausto nuclear que acabaría con el hombre, con el planeta tierra partido en mil pedazos y con el universo todo, tal vez, por el tremendo desequilibrio sideral que ésta circunstancia produciría…

La avioneta recorrió más de 600 km. de espacio aéreo protegido por líneas de defensa rigurosísimas, complejos sistemas de radares y ondas sutiles capaces de alertar desde el sobrevuelo de una bacteria terrestre ajena al edén que custodian hasta la, que presencia de los más variados especímenes de extraterrestres, que eventualmente pudieran visitarlos en son de paz o de guerra.

¡Y las alarmas, las luces rojas y las sirenas permanecieron mudas e inactivas! Y este ·operativo inocencia” pudo consumarse, culminando con la firma de autógrafos, por parte de su inefable e irresponsable protagonista, ¡que lo cumplió alentado por el simple propósito infantil de acumular horas de vuelo!

Más allá de la simpleza de este episodio, que resulta incomprensible para el hombre del siglo XX, pues constituyen desafío a su orgullo, mostrándole la fragilidad y la limitación de la inteligencia y de sus previsiones, nos debe mover a actualizar algunas reflexiones esenciales. Ni la hoja de un árbol cae sin el consentimiento de Dios.

Y Dios, misericordioso y paciente no escatima medios, sobrenaturales y naturales, para reinsertar al hombre en el camino que lo conducirá al fin para el cual fue creado. Sólo su ceguera pertinaz lo perderá en su carrera enloquecida hacia la nada que es, librado así mismo.

En este orden se inscriben “los imponderables”, son llamados de atención tan claros y e4videntesque frente a ellos la humanidad entera y solidariamente, debería saltar clamando perdón a gritos, pues queda frente a su fracaso y a su equívoco.

Tecnología acumulada durante años para asegurarse un sueño tranquilo, se desploma hecha trizas ante la presencia sutil, cuasi etérea de una pequeña mariposa…

Analógicamente, este episodio conlleva para el hombre actual, la misma magnitud de cataclismo que significó, en su momento, el incendio de la Biblioteca de Alejandría.

¿Será capaz de asumirlo en toda su dimensión? ¿Pasará sin ser advertido como tantos imponderables que suscita la Voluntad de quien decide hasta la caída de la hoja de un árbol?

Evidentemente, como corolario de todo este comentario, podemos afirmar que por lo menos hay dos seres privilegiados que, de ahora en más, si se acercan humildemente al Espíritu de Dios despojándose todas sus condecoraciones terrenas, con sincero arrepentimiento, tendrán oportunidad de alcanzar el perdón y meditar profundamente el tema, en las tranquilas vacaciones que hasta sus muertes pasarán en el delicioso paraíso siberiano. Ellos son el camarada Sokolov y Koldonov (Ministro de Defensa y Comandante en Jefe de las Fuerzas Antiaéreas, respectivamente), que de inmediato fueron destituidos de sus cargos.

Mientras tanto, desde las mansiones del Empíreo resuenan las sonoras carcajadas de un gordo simpático y bonachón llamado Gilbert Keith y, que los que algo recuerdan de nuestro viejo Catecismo, acompañamos con una sonrisa esperanzada.

…Y el orden del universo permanece inmutable, guiado de la mano providente de quien continúa ordenando hasta la caída de la hoja de un árbol…+

San Salvador de Jujuy, junio de 1987.




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