miércoles, 24 de octubre de 2018


Padre Leonardo Castellani
De su libro
 REFORMA DE LA ENSEÑANZA.
(ACERCA DE SI SABER LEER ES UN BIEN ABSOLUTO).


(Ed. Difusión,  1939), copio su artículo “LECTORES ANALFABETOS”,  donde explica que vivimos en el Reino de la Opinión, donde todo es opinable, menos los dogmas inconmovibles, sensibleros, demagógicos, irreflexivos, que impone el Régimen, expresados con palabras falsificadas; empleadas en  su  propaganda encubierta tras el mito de la “libertad de prensa”, unificada y absolutista; “cultura masticada” para que la gente no  piense, leyendo y viendo y asimilando y creyendo un alud de informaciones y noticias intrascendentes que velan la realidad, impidiendo que la descubra la inteligencia; y que ya afectó el sentido común.
La soberbia moderna, tan jactancioso de sus adelantos técnicos; se escandalizará por la acusación de  “analfabetismo”, pero es notorio que el Padre Castellani se refiere a la carencia de los valores esenciales  para la humanidad, espirituales y religiosos, culturales y políticos, fundados en la filosofía del ser y en el  sentido común crítico; que eran el  orgullo de la humanidad. La técnica, en sí, no mejora ni la vida moral ni la personal.
Desde que fue escrito este artículo, 1933, hasta hoy día, principalmente con la televisión, el manipuleo periodístico se acrecentó de tal manera que resulta insoportable, insufrible, mediocre, vergonzoso, apropiado para   esclavizar al ser humano, aniquilando su sentido común crítico, abandonándolo indefenso ante el Régimen monstruoso globalizador.


La vera Universidad de hoy es la Biblioteca” ¿Quién dijo esto? Carlyle. Es macana en parte y en parte cierto. Es macana de derecho porque nada puede sustituir la enseñanza directa y viva; es cierto de hecho, por desgracia, y de eso es una muestra el mismo Carlyle, formidable autodidacta. Pero lo que es aún más exacto, de hecho, es que la vera escuela de hoy es el diario.

El diario es un invento moderno, es una cosa buena o por lo menos necesaria o digamos inevitable. Sus más formidables enemigos (si los hubiera) tendrían que leerlo. Hasta los mismos cartujos creo que tienen permiso para leer el diario, l menos algunos. ¿Cómo sabríamos sin eso la hora del tren, el cambio del peso, cuándo se abren los cursos y cuándo son los exámenes? ¿Cómo sabría el colono en el último rincón de Misiones o Río Negro la caída del Ministerio Herriot, y eso a los dos o tres días, y lo que es más admirable, todos los retratos de los nuevos Ministros, empezando por Boncour y acabando por Cherón? Nuestros abuelos, si les hubiesen prenunciado esto, hubiesen gritado a la brujería. Y con razón. Pues eso es hoy un hecho gracias a “La Nación”.

Pero hay que confesar no más que este progreso tiene su tara. La tara consiste en que el periódico, aumentando la radio de nuestra información, disminuyó el de nuestro conocimiento. Llamo conocer, el saber una cosa con certidumbre. La certidumbre es el acto supremo de la inteligencia, es su fin, su dicha y su descanso, es la CIENCIA (con todas mayúsculas) por la que estuvo chiflado Platón. Todos los otros actos anteriores a éste (aprehensión, comprensión y opinión) no son sino camino para éste y tienen precio sólo en función de él. Llamo aprehensión al entender los términos (por ejemplo “alma) y, comprensión el entender las cuestiones (“¿tengo alma?”) y opinión el asentir inclinándose (“creo que tengo alma”) a los cuales corona el triunfo de la certidumbre, que se formula así: “Veo que tengo alma”, o lo que es más alto y maravilloso aún “Veo mi alma”. Ahora bien, esta noticia, visión o agarre, o llamémosle con un nombre que empleó mal Rubén Darío, este “supremo contacto”, es un tesoro sin precio y no hay palabras en la lengua para ponderarlo. Ahora mal, este tesoro me parece que es quien se va haciendo más inaccesible, culpa que el periódico dispersas nuestras energías en los tres actos anteriores.

Tengo miedo que mi diario aumentándome las noticias me disminuya las verdades, llenándome de ideas, cuestiones y opiniones no me deje lugar para convicciones. Esta es la noción que me voy formando desde una famosa experiencia que tuve hace tres meses, me refiero al hallazgo increíble y monstruoso del lector analfabeto. ¡Qué megaterio ni qué ictiosaurio, estas sí que son cosas antidiluvianas y tremendas, los lectores analfabetos! Cómo lo encontré, fue una suerte.


Tuve ocasión de pasar quince días en un asilo gratuito de viejos en Amiens, departamento de la Somme; y para matar el tiempo sobrante, me entretuve en hacer una encuesta, que están de moda, acerca del nivel intelectual de los ochenta paisanos picardos que después de una vida de rudo trabajo, arriban allí para vegetar plácidamente a los cuidados sororales de esa especie de ángeles vivos, que son las Hermanitas de los Pobres. Estudiante de psicología, la cosa era interesante y no muy difícil; ninguna necesidad de “test” ni de psicocronometría, puesto que bastaba conversar familiarmente con ellos (eso sí, hablaban dialecto los tipos) hacerles preguntas y observar sus discusiones y ocupaciones. Esta nación es la más culta del mundo o cerca, la Francia; y esta región picarda es famosa en el mundo por su sentido común, que por eso la deben llamar Picardía; y este pueblo es el primero que implantó en el mundo la soberanía del pueblo; y en el siglo en que estamos, de las luces, este Estado Moderno cuya capital se llama Cuidad Luz, ha hecho del desarrollo de la luz inteligencia una especie de manía por decirlo así y una especie de industria. ¿Qué mejor material para experimento verdaderamente serio?

Pues bien, cuando publique mi encuesta, si lo hago, los comentarios serán un poco desoladores. Dan la impresión estas inteligencias-pueblo, como si su nutrimento diario, el diario, las hubieras simplemente embrutecido. Hasta el sentido común y atávico, que es una cosa en ellos casi animal y hereditaria como el instinto, ha sido atacado y mellado en partes por el torrente de nuevas venidas de las treinta y dos puntas de la rosa de los vientos absorbidas diariamente en el diario, para apagar la sed insufrible de conocer que, según Aristóteles, es en el hombre la madre de la Filosofía. Y conste que los diarios franceses son menos “informados” y menos diletantes que los nuestros.

El plato del día era el arreglo de la cuestión diplomática de las deudas y las reparaciones. Estos decrépitos, estos a-un-paso-de-la-tumba, nulos de estudio pelados de plata y casi tonsos de vida, discurrían apasionadamente todo el día acerca de las cuestiones financieras y diplomáticas más enredadas, acerca de cosas lejanísimas, de cosas que estaban a cien leguas de ellos, o mejor dicho en otro mundo. Yo tomaba tímidamente la parte de los Estados Unidos para hacerles hablar. Ahora bien, los tipos tenían una superioridad enorme y manifiesta sobre mí del lado de la información, que es lo que da municiones en una discusión, y habiendo devorado con pasión día a día su diario calentito, disponen materialmente de una suma enorme de hechos, que los convertía veramente en mis maestros, y no me dejaba a mí, universitario y hombre de estudios, más que la pequeña superioridad inconfesable de comprender que todo lo que decían era perfectamente exacto y perfectamente imbécil. Sacando un 20%, los demás hacían surgir en mi alma la visión monstruosa y desolada, el retrato trágico y ridículo del peor y más abandonado de los analfabetos: el analfabeto que sabe leer (ojo cajista, no me meta aquí un “no”). El analfabeto a fuerza de leer.

Esto es injusto. Es injusto lo que la sociedad ha hecho o dejado hacer con estos hombres. Es injusto que al fin de una vida larga y dura de trabajo y de honradez, el hombre nacido para pensar o al menos para entender, tenga la inteligencia, que es todo su ser (porque no es el ser del hombre estas piltrafas lamentables que se deshacen aquí enfundadas en bombachas caídas) tenga la de pensar convertida en esta especie de mazacote o papilla absurda. Hay algo que falla monstruosamente en la organización de esta sociedad, para que pueda darse esta teratología desolante.

¿Y las ideas morales y religiosas, que son el refugio de la inteligencia pobre? Porque el pobre no puede saber la fórmula de la dimetilamina de calcio y magnesio (ni tampoco comprarlo cuando está enfermo) pero podría al menos saber si hay Dios, si o no. Y bien, estos viejos obreros son católicos los más, y saben de religión la mayoría… lo necesario para recibir los sacramentos válidamente a la hora de la muerte. Tradúzcales usted una de las admirables homilías al pueblo de Winfrido, San Bonifacio o de Paulo Diácono, de allá los tiempos barbáricos de Carlomagno, lo que llamaban el siglo de hierro: es un chiste ruso ¡Qué van a entender! De Wulf, el docto historiógrafo de la filosofía medieval, ha hecho notar el poderoso instrumento de educación popular que fue en otrora la instrucción religiosa. Porque partiendo de cosas concretas y vividas, de la realidad moral y psicológica y social que cada cual lleva en la panza, y entrando por todos los sentidos con la liturgia, el culto y la práctica de la vida, puede llevarse por la enseñanza oral (que es la genuina enseñanza) recibida constantemente años y años, rumiada y vivida, hasta el alcance de las más altas verdades psicológicas y ontológicas. Y esto sin decirle al así educado que él es un tipo profundo, sin ponderarle: “Esto es psicología, esto es ontología, esto es lógica y ciencia pura”. La viejecita de San Buenaventura, si le hubiesen dicho que ella al lado de muchos cultos de hoy, era una sabiaza, hubiera exclamado: “¿Yo? Yo no sé nada de nada. El que sabe es el Obispo, las homilías de San Buenaventura. Hoy hemos sustituido las Homilías por el diario. Los resultados son inferiores.

Y que conste que todo esto lo hablo yo del diario bueno, del diario serio, del diario imparcial y ponderado.

¿Qué diríamos, pues, del diario logrero y aprovechador, del pasquín, fenómeno no desconocido en Argentina? (Yo creo que el día que en Europa se conozca Crítica, van a ir por allá los doctos en comisiones a estudiar ese fenómeno de patología social: en Europa no he visto cosa igual). Del pasquinismo diremos que psicológicamente y socialmente, es una pura y simple peste. Como acaba de definirla Chesterton, la libertad desenfrenada de prensa, no es más en puridad que la “patente del sofista”, el autorizar a los fuertes (intelectualmente) que abusen de los débiles. Un obrero puede pagar un níquel por un pasquín, pero ni de lejos los largos estudios precisos para inmunizarse de sus mistificaciones. ¿Qué rectitud y que justicia es permitir que el bachiller fracasado que lo escribe, abuse talmente de la poca instrucción del pobre? Es literalmente el abuso del más fuerte, la trompeadura del muchachote al pibe, el “aprovecharse”, el “sobrarse”, la cosa que nuestros maestros castigaban y llamaban la más vil del mundo y la menos argentina, el despotismo cobarde.

La función del diario no es la cátedra. No es función periodística el definir. No es del periodista el solventar los problemas políticos, morales o filosóficos de la sociedad, ni gobernar, ni desgobernar, ni controlar los gobiernos; para lo cual no es competente. La función del diario, la esencial, sería informar lo más fielmente posible sobre los hechos que valgan ser conocidos.

Suma sumarum, el diario no es (no debería ser) ni para averiguar, ni para enseñar, ni para discutir, ni para dirigir. No sirve para eso. El diario es para noticiar. (Yo soy periodista, hijo de periodista). Su objeto son los hechos averiguados.

París, día de Reyes de 1933.




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