ETTORE VANNI
3ª. Parte
PUBLICO OTROS RELATOS (que complementan a los dos
anteriores), DE ESTE PERIODISTA COMUNISTA, ESCRITOS EN SU LIBRO: “OCHO AÑOS EN LA UNIÓN SOVIÉTICA ”. DECEPCIONADO
Y ASQUEADO POR EL NIVEL DE VIDA,
MORAL Y ECONÓMICO, QUE ENCONTRÓ EN LA URSS. EN ESTA OCASIÓN ESPIGAMOS ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE
EL TRABAJO Y LA SITUACIÓN
DE LOS OBREROS EN EL “PARAÍSO SOVIÉTICO” DE “PAPÁ” STALIN.
Harapos, miseria, hambre y dolor
del pueblo ruso.
¡Dedicado a los imbéciles
de los trapos rojos, para que se vayan acostumbrando a gozar en un paraíso marxista; y no extrañen
los mimos de la ‘viejita’!
Capítulo VII
*
… Su fisonomía se había transformado; era una mujer vestida de harapos,
envejecida veinte años.
-
¿Cuántos años tienes, Liúba?- pregunté interrumpiéndola.
-
¿Cuántos me das?
- Veintinueve, treinta.
Se
sonrió con una amarga sonrisa.
-
Las fatigas agotan, amigo mío. Parezco una vieja, ya lo sé… Hace dos meses he
cumplido veintitrés años.
La
miré incrédulo
-
No es posible, exclamé.
-
¿No me crees? Pues bien.
Sacó
del bolsillo el pasaporte para el interior que obligatoriamente ha de tener
cada ciudadano ruso y del cual jamás se desprende y me hizo leer.
-
Mira, es fácil- dijo, poniéndome el pasaporte bajo los ojos he indicando con el
índice mientras leía: nacida en Jarkov el … mayo 1916. ¿Estás convencido? No sé
si tendrás ocasión de ver una fábrica, pero es seguro que conocerás a obreros.
Son jóvenes, la mayor parte, cuando empiezan a trabajar. Después de un año, dos
o tres, de trabajo, su juventud se acaba. Para un obrero los años pasan como de
cuatro y de cinco a la vez. Sin contar las enfermedades, la pérdida de dientes
por falta de vitaminas, la amargura y las preocupaciones, que hacen envejecer
más que nada.
-
Y así, querido compañero… pasaron los años. Frecuentamos la escuela y nos
inscribimos al Instituto, yo al de
Medicina, Vera y Vánia al de Ingeniería…
-
La posición de mi padre en el Partido nos permitía vivir y estudiar. Íbamos
vestidos y calzados, no nos faltaba carne ni azúcar, ni mantequilla. Los altos
funcionarios siempre han tenido privilegios, aunque no tanto como hoy… Éramos
jóvenes, felices como se puede ser en aquella edad, en aquellas condiciones…
[…].
-
Una noche estalló la tormenta. Nos llamó a todos y nos hizo sentar cerca de él.
”Queridos, -dijo- no aguanto más. He luchado por treinta años contra las
injusticias, contra los opresores. He luchado contra los privilegios. Yo,
obrero, he querido otra vida, otro porvenir para nuestros camaradas y para
nuestro pueblo… […]. Vosotros, hijos
míos, no sabéis como vive nuestro pueblo. Creíamos haber salido para siempre de
las tinieblas; hemos vuelto de nuevo a
ellas. Privilegios de un lado, sufrimientos de otro. […]. Vosotros sois jóvenes,
estáis recibiendo una educación perniciosa. Pero sabedlo, si os apartáis del
pueblo, yo, vuestro padre vivo o muerto, os maldeciré. También a ti, Vera.
Acuérdate de tu madre. Ha acabado en una mina o en otro sitio, es lo
mismo. ¿Miraste su cara la última vez
que vino a verte? ¿Viste sus harapos, su miseria, su dolor? Eran el rostro, los
harapos y el dolor del pueblo ruso. No lo olvides”
-
¿Qué ha ocurrido, - Piotr?
-“Lo
que tenía que ocurrir. Los he mandado al diablo”.
-
Dios mío, Dios mío –gritó mi madre cubriéndose el rostro con las manos. “Ya no
me importa nada –prosiguió mi padre- no se puede vivir sin conciencias, como
desalmado. Si, los he mandado al diablo. En la reunión del Comité del Partido
hoy se ha discutido mi “caso”. Y he dicho lo que desde hace tiempo me roía el
alma. Alimentamos a nuestros obreros con mondas de patatas y pepinos. No tienen
zapatos ni azúcar, ni carne, ni nada. Los obligamos a trabajar cada vez más y
más. Y nosotros, jefes, dirigentes ¿porqué nosotros no nos sacrificamos
también? Cada tres horas las camareras nos traen el despacho en una bandeja…
Los comunistas tienen el deber de dar el ejemplo, puesto que los tiempos lo
imponen. Se han echado a reír, palabras. Han dicho que me he vuelto loco… Pues
bien, los he llamado con su nombre y mañana me iré a la fábrica.
“Aún
puedo trabajar. No quiero nada más.
-
Piotr, Piotr… tú no irás a la fábrica, dijo mi madre.
-
Mañana mismo.
- Quiera Dios que me equivoque, pero tendrás
disgustos ¡Pobres de nosotros! ¡Pobres de nosotros”
Mi
padre se levantó indignado:
-
¿Disgustos a mí? –gritaba golpeándose el pecho- ¿A mí, viejo comunista?
¿Disgustos a mí?
Más
tarde, aquella misma noche, buscaron a mi padre. Había sido ya expulsado del
Partido, declarado enemigo. Tenía que pagar ¿Dónde le habrán llevado? ¿Vive
todavía?
[poco
tiempo después sus hijas fueron expulsadas del Konsonel (juventud comunista) y
del Instituto y degradadas públicamente].
Capítulo VIII
[Narra
la situación de los comunistas españoles que emigraron a la URSS ]. El criterio seguido al destinar a los
españoles a las fábricas fue verdaderamente monstruoso. Los rusos se preocuparon tan sólo de
satisfacer su necesidad de mano de obra.
Sobre todo tuvieron presente una cosa; tratábase de comunistas, de jóvenes que
hubieran llevado a las fábricas una oleada de entusiasmo, siendo un ejemplo
para los obreros rusos los cuales, procedentes en su mayor parte del campo,
sentían aun la nostalgia del pequeño trozo de tierra que el Estado les quitara.
Los
españoles fueron distribuidos en las fábricas
de Jarkov, de Rostov, sobre el Don, de Dramatosk, en el Dombas, a
Coloma, a Moscú, a Chellavinski, en los Urales, a las puertas de Siberia.. […].
Quedamos en Zanki unos pocos esperando
la evasión de aquella ‘jaula de oro’. Algunos rusos, más tarde, nos recordaron
periódica y sistemáticamente como nos había elegido. Ellos ignoraban que al
Gobierno soviético, los españoles no le habían costado un céntimo. Durante
buena parte de la guerra las reservas de oro del Banco de España fueron a parar
a Rusia siendo descargadas de noche en el puerto de Odessa por oficiales de la
NKVD. Nada se supo de los cuatro contables
españoles que había ido a hacer la entrega. Lo único cierto es que no han
vuelto a salir de la URSS. En
los dos meses que duró la permanencia de
los españoles en la Casa
de Reposo hubo uniones y divorcios en abundancia. No pocos abandonaron su propia mujer y uniéronse a otra, española
o rusa, y algunas ‘señoras’ se buscaron
un nuevo marido. Entre los más pintorescos
esponsales de aquella época quiero recordar uno por el final que tuvo más años
tarde. Dos valencianos, un ferroviario, Montero y Carmen Manzana. Él con una
pierna de palo, ella solterona y próxima a los cuarenta. Montero tenía en
España mujer e hijas. Algunos años después, en Kokán, en el Asia Central, murió
de inanición. De inanición murieron, según declaraciones de los médicos en el
mismo período y en la misma ciudad, otros noventa españoles, hombres, mujeres y
niños. Para poder enterrar a Montero, el dirigente del Colectivo español, Del
Caso, -quien después me confirmó el hecho que horrorizó a todos- se vio obligado
a sacar al cadáver a golpes de escoplo, los muchos dientes de oro que tenía. “Fue
horrible –me decía Del Caso- pero si no lo hubiéramos hecho nosotros lo
hubieran hecho otros en el cementerio”. Y añadió: “nunca vi tantos piojos como
en su cama”.
Capítulo IX
*
Un día llegó un telegrama del Komintern. Era una orden para que fuera enviado a
la fábrica de Kramatovsk. Estaba firmado por la Blagoieva. En aquel tiempo estábamos ya informados de las condiciones
en que vivían los compañeros que habían sido enviados a la fábrica.
Algunas
de aquellas informaciones eran incontrovertibles, ya que eran dadas por gente
que trabajaba en la fábrica de tractores
de Jarkov, a pocos kilómetros de nosotros. No conseguían de manera
alguna salir adelante. Lo que ganaban
bastaba apenas para una modesta comida al día. Pero esto no era todo. La hostilidad de los
obreros rusos hacia los españoles había sustituido a la simpatía con que fueron acogidos. Y ello era más que justificado. Algunos obreros españoles, no estando al
tanto de las trampas de la fábricas
rusas dieron en los primeros tiempos
un rendimiento tal que permitió a la Dirección de la fábrica
elevar la norma de la producción, reduciendo automáticamente el salario base.
Inútil
describir el humor de los españoles cuando
se dieron cuenta de este sistema de explotación que no tiene lugar en ningún país del mundo.
En
Rostov, en Coloma, en otros sitios, algunos españoles fueron agredidos y
apaleados por los rusos.
Posteriormente
hubo también huelgas de obreros españoles y si no hubo castigos drásticamente
definitivos se debe a la enérgica intervención del entonces Secretario General
del Partido y miembro del Komintern,
José Diaz. [quien luego se suicidó]. Una frase de Manuliski se hizo
entonces célebre: “No los hemos fusilado porque está aun muy vivo el recuerdo
de España. En adelante no vacilaremos”…
Capitulo X
*
En las ciudades rusas se vende, en el campo se cambia. En Oslovskoo di casi todo lo que tenía a
cambio de patatas, leche y manteca. Igual que en cada aldea kolgosiana también
allí había una “molochinoo” zavod
–fábrica de productos lácteos. El koljos entrega diariamente la leche y lo mismo hacen los campesinos a quienes
está permitido tener una vaca a condición de dar al Estado cierta cantidad de leche y al koljos las
horas de trabajo requeridas… El Director vendía por su cuenta queso y manteca a cambio de otras cosas; lo
mismo hacía la empleada, Genia y no se la podía reprochar. Este pasa siempre y
en todas partes en Rusia. Genia ganaba
ciento cincuenta rublos al mes, tenía hambre y un hermanito. Los tres
mal vestidos y peor calzados. Ciento cincuenta rublos al mes no bastaban para
comprar cinco kilos de harina, es decir, el pan de algunos días, y Genia sustraía mantequilla y queso que luego
vendía o cambiaba.
Capítulo XI
*
Más tarde [1940]. fueron promulgadas
nuevas leyes draconianas sobre la disciplina en el trabajo… en virtud de las
cuales se condena a trabajos forzados al obrero que llegue con retraso, que
demuestre pereza o que deje el trabajo sin autorización…
Más
graves aun me parecieron las leyes sobre disciplina en el trabajo. No podía
sino llegar desde entonces a una conclusión: el hecho que en un país
socialista, donde en la base de la vida y de las relaciones sociales debería estar
la conciencia del individuo y la conciencia de sus propios deberes, se
tomen medidas tan severas para que el trabajo sea eficiente, demuestra que el
socialismo en su variante rusa , no ha logrado colmar la sed del hombre ni satisfacer sus aspiraciones, ni
ser un estímulo para los trabajadores. O
demuestra que la organización socialista crea
a su vez problemas, para resolver las cuales es necesario alejarse de
las vías socialistas… hasta el abandono más o menos completo de los postulados socialistas y que conduce a
la actual forma de autocracia, a la oligarquía todopoderosa sin control y sin
fiscalización. La sola organización del capitalismo de Estado ni es
ni será nunca socialismo.
Capítulo XIX
*Llegué
a Gorki una mañana de octubre. Nevaba. Gorki no tiene nada de envidiarle a
Kúbiscek. Es una ciudad escuálida y sombría, con un clima sumamente insalubre.
Al lado opuesto de la ciudad, a catorce kilómetros, surgieron durante el primer
plan quinquenal dos fábricas. La principal de ellas es la fábrica de
automóviles ‘Molotov’, alrededor de la cual se creó otra ciudad de cinco mil
almas. Hay edificios de cuatro pisos, de nueva construcción, habitados en su
mayor parte por funcionarios técnicos y sus familiares. Contados son los
obreros que viven allí.
Las
barriadas obreras son en cambio unas líneas de barraca grises y destartaladas,
como la ‘Barriada Norte’, la ‘Este’ y en parte la misma ‘Americana’ donde
algunas casitas de tipo económico,
modernas, pero ausentes de las más elementales condiciones higiénicas
–una sola cocina y un solo retrete para
varias familias- acogieron aquella pléyade de técnicos extranjeros que
lisonjeados por los ofrecimientos económicos o empujados por el entusiasmo
político, fueron para industrializar Rusia, desapareciendo luego, tragados casi todos ellos por las
varias ‘purgas’. Han quedado sus hijos, constantemente vigilados. Van
desapareciendo también poco a poco.
En
Kanavina, frente a la estación de Gorki, hay un Dédalo de viejas casas y
tugurios, y el ‘bazar’, el famoso mercado libre donde algunos días es imposible
dar un paso y donde se dan cita
especuladores de todas clases, judíos acaparadores de oro, vagabundos,
carteristas, malhechores, pitonisas, pordioseros, mutilados que ensordecen con
sus letanía lúgubres y piadosas haciendo
muestra de sus propias desgracias.
Al
lado de una de las entradas, una serie de inmundas letrinas semiabiertas
despedían un hedor insoportable. Nubes de moscas alrededor; un mar de orinas y
de porquería donde a menudo se ven, sin que nadie de importancia a la cosa –mujeres, viejas y
jóvenes, hacer tranquilamente sus necesidades-. Y sobre todo esto, señorean los
guardias, que conocen el negocio… En Kanavina se vende de todo, hasta las cosas
más absurdas. El mismo mercado era un absurdo, entonces, en un país en guerra y
con obreros que Dios sabe cómo se tenían en pie, las cartillas de racionamiento
aseguraban dos kilos y doscientos gramos de carne al mes. ¿Quién recibió jamás
un gramo de carne o de azúcar? Sin embargo, en el mercado negro había carne en
abundancia a mil doscientos, mil seiscientos, dos mil rublos el kilo. Había azúcar y té, que en los
almacenes jamás se veía. Yo mismo compré patatas a cincuenta rublos el kilo, cuando mi salario
era de trescientos rublos al mes. Había tabaco de toda clase, pan blanco y todo
lo que la fantasía humana puede imaginar; desde los tirantes para pantalones
hasta la espiral eléctrica, desde la cama metálica a las condecoraciones
militares con la correspondiente documentación sellada y que el comprador podía
luego poner a su nombre.
Capítulo XX
En
Gorki, me parece haberlo dicho ya, había un grupo de españoles obreros de la
fábrica ‘Molotov’. Vivían en una casa de
nueva construcción de un ‘Barrio
Americano’. En una habitación había un dormitorio colectivo. A mi llegada
encontré un viejo amigo, un minero
asturiano que al pronto me reconoció. Eran las once de la mañana y el
descansaba después de haber trabajado durante la Noche. Dormía
vestido, con una manta encima, negro por la suciedad, así como negra era la
almohada donde apoyaba la cabeza. Al entrar yo se despertó y hablamos del más y del menos, de la guerra, de España,
de la gente de Moscú que no contestaba sus cartas…
-Amigo,
-me dijo- tenía catorce años cuando fui a la mina. Creí que no habría nada tan
duro como aquello. Me equivoqué. Aquí no aguanto más, no se puede aguantar.
Miré
alrededor. El estado de las camas era más que deplorable: un jergón de borra,
una manta, un almohadón sin funda. En el suelo y en la mesa que había en medio
de la habitación, mucha suciedad, colilla y sobre todo cáscaras de pipas de
girasol.-Pero ¿Cómo vivís en estas condiciones?- pregunté.
-¿Y
cómo quieres vivir?
-Porqué
no barréis, hacéis un poco de limpieza?
-Oye,
no hagas el ‘cuadro’. Se ve que vienes de Moscú; dentro de unos día sabrás por
qué. ¿Quién quieres que barra? Si, tendríamos que hacerlo por turno, pero lo
hacemos sólo de tarde en tarde. Se vuelve agotado de la fábrica, por la mañana
o por la noche yo, por ejemplo, he vuelto esta mañana a las nueve al cabo de
doce horas de trabajo y cuarenta minutos de camino. Y sucio como estaba, me he tumbado en la
cama. Además es esta una vida que envilece. Te agotas, te hundes poco a poco,
te vuelves un trapo. Llevo ya tres años…
La
nuestra formaba parte de un piso de cuatro habitaciones. Con mi llegada al
dormitorio éramos seis.
[…]
En la otra habitación vivía una italiana, mujer de un español. Se llamaba Liana
y tenía veinte años. Los padres, que desde hacía muchos años estaban en Rusia,
había logrado hacerla llegar de Italia en el año 1940.
También
Liana se había quedado sola; el marido estaba con los guerrilleros. Más de una
vez la vi llorar y sentía como maldecía la vida a la que estaba condenada a
vivir, ella, hija de la pequeña
burguesía italiana. Añoraba el ambiente de su ciudad natal y la playa de moda
donde todos los años los abuelos la mandaban a veranear.
En
el piso había una cocina y un retrete. No teníamos baño ni ducha, aunque se trataba
de una casa moderna para obreros. La cocina se prendía raras veces porque no
había leña. El retrete era origen de discusiones; de riñas; en verdad no
hubiera sido ningún esfuerzo tirar de la cadena. Pero en el retrete faltaba
agua durante meses y meses y había que ir a conseguirla con un cubo a la cocina…
Capítulo XXI.
[donde
narra los problemas de los obreros marxista para armar los vehículos que les
mandaban sus ‘aliados’ capitalistas yanquis]. El mismo día que llegué, un
compañero me preguntó: “¿Dónde irás a trabajar? Ten cuidado, que no te manden a
‘motores’, no resistirás mucho. Yo trabajo allí desde hace un año y no logro
hacerme designar a otra sección. Procura hacerte mandar a la sección
‘Principal’ con V”.
Al día siguiente él mismo me acompañó a la Sección ‘Cuadro’ de la
fábrica –dirigida por funcionarios de la NKVD- donde declaré conocer el montaje eléctrico
de los coches americanos. Me asignaron a la
sección ‘Principal’ donde se montaban los camiones que llegaban de Estados Unidos. Y me enseña a reparar dínamos, motores de arranque, bobinas,
distribuidores. Me dieron la quinte categoría con 250 rublos al mes, menos los
descuentos. Dos meses más tarde conseguí
la sexta con 280 rublos . Cuatro meses más y pasé a la séptima que, puede decirse, es la máxima
categoría por cuanto muy pocos tienen la octava. Ganaba 320 rublos. Y más tarde, fue trasladado a la Sección experimental y me
quedé solo.
Trabajábamos
en un cuchitril húmedo y oscuro que servía también como depósito de material
estropeado en el que se acumulaban decenas de dínamos y otras cosas. Nos
separaba de la ‘cadena’ una pared de planchas metálicas. Del otro lado, delante
de nosotros, estaba la Sección
‘Motores’. Había en medio una red metálica, lo cual nos permitía conversar a
menudo con aquellos obreros. […]. La ventaja de nuestro trabajo con V.
consistía en que podíamos charlar a nuestro antojo y esto permitía a mi compañero ponerme al corriente de algunas particularidades de
la fábrica, de la vida y de los trucos de los obreros para eludir la disciplina
de hierro y redondear el salario. Nos trajeron un día un radiador para soldarlo. No lo habíamos
hecho nunca. Perdimos una hora para
procurarnos estaño, un soldador y ácido. Desde entonces nuestro trabajo aumentó
y cada día teníamos que reparar radiadores y tubos para el aceite y la gasolina
que estaban nuevos. No comprendíamos como un material no usado todavía hubiese
que repararlo y nos apresuramos a echar la culpa a los americanos que lo
enviaban. Pensamos que lo harían por sabotaje. Una vez vino a nuestro taller el
Ingeniero Jefe. Le hablamos del “sabotaje americano” y se sonrió sin
contestarnos. Nosotros mismos
descubrimos de qué se trataba. El material
llegaba de América en cajones, y los americanos enviaban también instrucciones
sobre la manera de abrirlos. Nadie, sin embargo hacía caso de las instrucciones
y los rusos seguían empleando su sistema
primitivo. Lo abrían a golpes de hacha y con barras de hierro. El resultado era
desastroso, porque además no había piezas de repuesto.
Todo
esto perjudicaba en el montaje. Empezaba a montarse un camión; a menudo faltaba
algo. El camión avanzaba sobre la ‘cadena’, al final de la cual estaba el
control militar que no aceptaba ningún
coche incompleto. [y no se le pagaba al obrero]. Una noche, a obscuras, en la escalera que
llevaba al comedor el Jefe del Control militar fue apaleado hasta sangrar. Una vez contamos más de doscientos camiones
nuevos pero inutilizables, alineados frente a la Sección. En la mayor parte
acababan por estropearse del todo con la
nieve y el hielo. Un obrero cortaba a escondidas un trozo de cubierta para suela de los
zapatos; un chofer cogía otra cosa a fin de tenerla de repuesto para su coche,
y así día tras día.
[…]
Todo esto al obrero que trabajaba a salario fijo puede dejarle sin cuidado; la
única perjudicada es la producción. Pero cuando se trabaja a destajo, sistema
generalmente empleados en todas las fábricas soviéticas tales hechos, que están
a la orden del día, perjudicaban también extraordinariamente al obrero. […].
Capítulo XXII.
Desde
el “Barrio americano” a la fábrica había
cuarenta minutos de camino que hacíamos andando dos veces al día. En invierno,
con el hielo, cuando había temperaturas de 30, 35, 45 º bajo cero se andaba con
relativa facilidad. Cuando nevaba los
resbalones y las caídas eran inevitables. El recorrido era un atajo trazado por
el mismo pie del hombre, entre senderos y declives, y barracas miserables y
destartaladas.
[…].
En invierno eran tétricas y mirándolas se sentía más amargura en el corazón.
Nos levantábamos a las seis de la mañana. En invierno no había casi nunca agua
y nos frotábamos con nieve la cara y las manos. Y la nieve nos servía también
para el té. Este era difícil de conseguir y en el mercado libre costaba un ojo
de la cara; habíamos adquirido, pues, como gran parte de los rusos, la
costumbre del Kipitok, es decir agua hirviendo que se bebe teniendo en la boca
un trozo de azúcar, y a falta de este, de caramelo.
El
empleo del hornillo eléctrico estaba prohibido pero se lo utilizaba. A menudo
una inspección intentaba sorprendernos; en este caso tenía el derecho de requisar
el hornillo que luego los inspectores vendían en el mercado. Además aplicaban
una multa, un tanto por ciento, de la
cual iba a beneficio del que la había impuesto. Una noche, en toda la casa,
requisaron cuatro y de nada valieron las
protestas.
-Compañero,
compréndenos; se vuelve del trabajo y se tiene derecho a beber un poco de té y
si no hay leña de alguna manera habrá que hacerlo.
-Tenéis
razón, pero esta es la “ley del Estado”.
Tras
estas frases se ocultaba a menudo los intereses personales, las envidias, los
rencores; es un mito que ha arrancado del corazón humano sensibilidad y
sentimientos, ha vuelto al hombre indiferente a los sufrimientos, al dolor, a las
necesidades de los demás. Al egoísmo instintivo, exacerbado por las
dificultades de la vida cotidiana y las particulares condiciones del país, hay
que añadir esta especie de flagelo: el Estado. Sin embargo al Estado cada cual se encarga de pagarle como puede:
unos empleando sin autorización los hornillos eléctricos, otros vendiéndolos
después de haberlos requisado. Con el té comíamos un trozo de pan negro, de
avena, al que durante la guerra
añadíamos harina de patata., Este era nuestro desayuno. Luego tomaba el camino
de la fábrica. Casi siempre íbamos juntos V.
y las ‘hermanas’ , Liana y yo.
Cuando el tiempo lo permitía hasta contábamos chascarrillos.
[…]
Valia era joven y había recibido una educación típicamente comunista. Al
parecer el materialismo no llena el vacía de la juventud rusa, ni el socialismo
ha logrado crear nuevos incentivos. El
Saratov, en Gorki, en Moscú cuando durante la guerra el Gobierno autorizó
el ejercicio del culto religioso –fue necesaria la figura del barbudo cura ortodoxo para llamar
a la defensa de la Patria-
vi las iglesias llenas de jóvenes que no iban precisamente por curiosear. Era gente salida de las
Escuelas oficiales, educada rígida, ente durante muchos años en los principios
del materialismo dialéctico. Muchos de ellos, quizás, ni siquiera había tenido
un padre y una madre; nadie puede haberles inculcado una fe. Es este uno de los
fenómenos más interesantes observados en la Rusia Soviética.
Y
esto ocurría en las ciudades con grandes núcleos de población obrera. No
hablemos de las aldeas en donde,
transformadas en graneros las iglesias,
los campesinos rezan en las casas, ante los íconos.
La
joven comunista Valia iba a menudo a que
le “echaran las cartas” y le “adivinaran el porvenir”. Hay una infinidad de
oráculos, hasta en los mercados –sibilas y pitonisas, y una infinidad de gente,
en su mayoría joven que los mantienen y lo que es más grave es que lo creen.
[…]
Estas son en verdad tonterías, pero la necesidad de creer en cosas
sobrenaturales y misteriosas, necesidad común a toda una juventud educada por
maestros comunistas, en un país comunista, constituye a buen seguro, un índice
más de la quiebra del experimento ruso.
Capítulo XXIII
[continúa
narrando interminables casos de la
miseria popular soviética]
El
dinero tiene un poder enorme, en Rusia quizás más que en cualquier otro sitio.
Un
obrero, Igor, que durante unos meses trabajó con nosotros nos decía:
-No
sabéis nada de nuestro país. Si hay dinero hay de todo.
Yo
le contradecía, más por estudiada táctica, que por otra causa. Pero él demostró
como el dinero abría las puertas. Un día, en que su desesperación había llegado
al colmo, mi amigo V. pensó pedir al
Jefe de la Sección
un breve permiso para ir a Moscú, esperando que lograría vencer a los señores
del Komintern para que lo sacaran de la fábrica. El permiso lo obtuvo
fácilmente. El Jefe de la Sección
nos trataba con respeto y además con afecto, cosa que no hacía con los obreros
rusos. Era difícil que nos negara un vale para tabaco o vodka. Pero había que
pedírselo.
Lo
que V. no conseguía era el “propusk”, es decir el salvoconducto para ir a Moscú,
y sin el cual no se podía adquirir el billete para el tren. Cuando Igor supo se
echó a reír “Sois unos tontos- dijo, ¿Tienes mil rublos? Mañana mismo tendrás
el ‘Propusk’”
Y
no disponía de tanto, pero vendió un reloj pulsera y al día siguiente tuvo el
salvoconducto.
-Pero
¿Cómo te has arreglado?- preguntamos a Igor.
-Sí,
los venden, demonio, los venden ¿Cuántos queréis, cien? Pues podéis comprarlos.
Basta untar a la “Militzia”.
V.
marchó. Volvió de Moscú asqueado y más desmoralizado. Tres años de fábrica, de
agotamiento, de nostalgia, de nieve, sin
un libro o un periódico en su mismo idioma, habían roto sus nervios y abatido
su espíritu.
Es
lo que ocurrió, más o menos, a todos.
Capítulo XXIV
[continúan
sus notas sobre el hambre crónico del pueblo
ruso, mientras vivía en la abundancia la ‘nueva clase’ privilegiada del partido comunista].
¿Compro
pan? ¿Quién vende pan? Compro pan. Y también:
vendo el “spez-obled”- ración especial.
El
“Spez-obied” consistía en un vale para una ración suplementaria que teóricamente tenía que ser dada a los
mejores obreros. En el comedor había siempre obreros de otras Secciones. Gente
hambrienta que no podía permitirse el lujo de
entregar al comedor de la fábrica
su cartilla de racionamiento para recibir una comida al día, puesto que
en su casa había chiquillos que alimentar; obreros que no ganaban lo suficiente
para pagar cada día el importe de una
comida; otros que, con la sopa y el segundo no había podido aplacar el hambre crónica. Estaban de pie
esperando o merodeando entre las mesas
en busca de sobras.
El
primer plato consistía invariablemente
en una sopa muy líquida. Nadaban
en ella unos trozos –dos o tres- de pepinos salados, a veces había un pedazo de patata o una cabeza de pescado.
Era incomible y muchos de nosotros renunciábamos a ella. La avidez con que aquellos hombres
-¡obreros!- se lanzaban sobre el plato de sopa que no comíamos es uno de los
espectáculos que más viva y amargamente recuerdo. Bebían el agua de la sopa en
el mismo plato, tragaban rápidamente los pepinos y la cabeza de pescado –estas
a menudo se las metían en el bolsillo. V. y yo teníamos dos “abonados”. Nos
esperaban todos los días a la puerta del comedor y al tomar nosotros asiento se
colocaban rápidamente al lado de nuestra mesa antes de que otros pudieran
hacerlo. A menudo había discusiones por unas sobras.
El
segundo plato consistía en un trocito de pescado hervido y dos –literalmente
dos- cucharadas de puré de patata o de “kasha”. Rara vez nos daban un trozo de
carne.
Con
estas míseras raciones los obreros trabajaban doce horas. En las fábrica de
guerra había una sola ventaja: una ración de pan de 700 gramos. Las raciones de
las cartillas de abastecimiento eran:
Obreros:
Pan (al día) 550 gr.; Azúcar (al mes) 600 gr.; Carne (al mes) 2.200 gr.; Pasta
(al mes) 2.000 gr.: Aceite (al mes) 800 gr.
Empleados:
Pan (al día) 450 gr.; Azúcar (al mes) 300 gr.; Carne (al mes) 1200 gr.; Pasta
(al mes) 1500 gr.; Aceite (al mes) 600
gr.
Pensionados
y madres que no trabajan: Pan (al día) 250 gr.; Azúcar (al mes) 200 gr.; Carne (al mes) 600 gr.; Pasta (al
mes) 1000 gr.
A
este última categoría en el invierno de
1946 se le quitó el derecho a todo racionamiento.
En
realidad, había productos que, como la carne y el azúcar que no eran
distribuidos jamás. En lugar de carne, por ejemplo, daban setas en salmuera; en
lugar de azúcar caramelos o nada.
El
pan costaba 3,40 el kg.; la carne 36
rublos.. En 1945 los precios fueron aumentados. El obrero tenía que gastar para
estos productos -que no eran suficientes
en absoluto para todo el mes- buena parte de su salario que, trabajando a
destajo, no superaba los 500/600 rublos.
Era,
pues, absolutamente necesario recurrir al mercado negro, vender lo que se podía
para comprar víveres.
El
escándalo en el comedor de la
Sección exaspero a los
obreros. Los electricistas, un día unánimemente cesaron de trabajar. Era la
primera vez que se veía una huelga en el
país donde “el poder pertenece al pueblo” y la huelga está severamente
prohibida. En Rusia sólo la desesperación o el heroísmo pueden llevar a gestos parecidos. Nuestros electricistas
estaban desesperados, pero concientes de las consecuencia de su acto.
[Kiskin,
Jefe de la sección de electricistas los increpó:]
Camaradas
–dijo- lo que están haciendo es muy grave. En nuestro país, lo sabéis, la
huelga no se admite. Si tenéis quejas podéis exponerlas. Os escucharé y
procuraré tomar medidas. Pero tenéis que
volver inmediatamente al trabajo, ¿Cuál es la causa de esta huelga? –El
comedor, contestó Vania.
-´¿Qué
ocurre en el comedor?
-
Usted, Jefe, tendría que saberlo (Kiskin palideció). En cambio no se preocupa
de nada. Sólo conoce una música: “Davai, davai”, dale, dale. Trabaja más y más
a prisa.
-
Estamos en guerra.
-
La guerra existe para nosotros y para los que combaten.
-
Bien, tomaremos medidas. Haremos todo lo posible para que la comida mejore.
-
Pedimos la destitución de la
Directora y un control obrero en el comedor.
-
Esto no puedo asegurarlo. Veremos, pero ahora volved al trabajo. Yo también
tengo familia y no quiero hacer daño a nadir, pero vosotros sabéis cuáles podrían ser las consecuencias de lo
que estáis haciendo.
-
Así sea- dijo uno. ¡Vengan las consecuencias! Así no vale la pena vivir. Kiskin
se alejó, los electricistas volvieron al trabajo. La Directora no fue
substituida: las comidas no mejoraron. Lo único que se consiguió fue una
cucharadita de aceite. Ninguno de los electricistas fue entonces tocado: hacían
demasiada falta. Más, cuando la fábrica volvió a funcionar algunos de ellos
desaparecieron.
Capítulo XXV
[…]
En Rusia, en cualquier momento, el más pacífico, el más humilde ciudadano corre el riesgo de ser declarado “enemigo”.
Es,
sin embargo, sintomático que en las varias oleadas de terror hayan sido
sacrificados 180.000 viejos comunistas, es redecir, cerca del 75% de la “Vieja
Guardia”, también ellos como enemigos del pueblo.
(En
1918 el Partido bolchevique tenía en sus
filas cerca de 270.000 afiliados, en mayor parte jóvenes. En 19.. en la época del XVIII Congreso, según
datos oficiales, sobre un total de 1.588.852 inscriptos al Partido sólo 20.000 eran afiliados desde 1918 o
antes).
Aún
admitiendo que 100.000 -porcentaje muy
elevado y jamás admitido oficialmente- hayan caído durante la guerra civil en
la época del XVIII Congreso del Partido, debía haber tenido 170.000 afiliados
de la “Vieja Guardia”. Por desgracia, según datos de la misma Comisión de
Control del Partido, entre 1934 y 1939 había desaparecido 180.000 de ellos… No
se trataba de trotskistas ni de enemigos. Eran obreros, gente que había luchado
por la causa del Socialismo, vieja legión de ilusos y de idealistas, que
constituían un obstáculo a la “sabia política staliniana”. ¡Fue muy sencillo
eliminarlos!
Capítulo XXVIII
[se
refiere al trabajo “a destajo”]. Ya me había molestado que en el país del socialismo se empleara esta forma de trabajo y de
retribución. [para Vanni era una contradicción obligar a los obreros a trabajar
a destajo] en un país del cual, teóricamente, ellos mismos son los dueños y
donde, por lo tanto, trabajan para sí mismo. Esto puede significar: que los
obreros, de hecho, no son dueños de nada, razón por la cual, siendo mal
retribuidos, no tienen interés en
producir más, o que el Socialismo, el ruso, por lo menos, no constituye para
ellos un incentivo. En verdad se trata
de las dos cosas y la una es consecuencia de la otra. Lo que garantizo la
participación de los trabajadores a la
posesión efectiva de la riqueza social y nacional al poder era precisamente aquella “tontería” que se
llama “control obrero”. Es posible –quizás sea esta una de las más serias
experiencias de la
Revolución rusa- que dicho control constituyera un obstáculo a la producción y a
la misma administración de la riqueza y que, para la realización de esta tarea
, se tuviera que prescindir de ella. Pero es asimismo evidente que, desde el
momento en que el Socialismo se despoja
de este hábito de suprema democracia, firma su propia sentencia de muerte. Y
que no se nos venga hablando de ”virajes tácticos”, de “contingencias” y de
otras cosas parecidas Un viraje de tal género ha sido, en primer lugar, un
factor que no podía dejar de influir en la moral de una clase obrera llamada a
constituir una nueva sociedad; él ha hecho tabla rasa de los principios
revolucionarios.
En
segundo lugar el “viraje táctico” ha dado lugar al resurgir de los privilegios,
a la formación de una nueva casta, a la
diferenciación que se hace siempre más
profunda entre ésta y la clase obrera, al desarrollo de una nueva mentalidad
que más tarde había de ser -¿cómo no?- el elemento propulsor de las radicales
metamorfosis, que, aunque lentamente, la sociedad soviética ha sufrido y
continúa sufriendo. La nueva casta, o la de los nuevos amos es la burocracia de
los técnicos, los cuales, entre paréntesis, tienen hoy el predominio también en
el Partido.
Cualquier
joven llevado a la dirección de la fábrica, a la administración de una
hacienda, se siente un pequeño rey ante sus subordinados condenados a una obediencia ciega y al silencio. La
responsabilidad ante sus propios superiores –el terror que puede alcanzarle si
las cosas no marchan en el sentido indicado desde arriba –no hacen, en todo
caso, sino empujarlo en la vía de la autoridad indiscutible y despótica. Es cierto que el procede de las filas de la
clase obrera; es cierto que es hijo de la Revolución. Pero
ello ¿qué justifica? La actual burguesía francesa ha nacido también de la
revolución. Y si el parangón no es del todo exacto, es sólo porque esta nueva
casta rusa es una burguesía “sui
géneris”. No tiene capital para intervenir, pero administra las fábricas donde
es dueño absoluto gozando entre el malestar y el sufrimiento de los demás, de
los infinitos privilegios que se ha hecho reconocer por el Estado socialista y
por el Partido Revolucionario de los que hoy constituye la osamenta.
[…]
Tratando del trabajo a destajo, Carlos Marx escribía que “el interés personal
empuja al obrero a activar lo más posible su fuerza; lo cual permite al
capitalista elevar más fácilmente el grado de intensidad del trabajo”.
Lógicamente,
la producción aumenta pero “el aumento
de la producción -añade Marx- es seguida
por la disminución proporcional del salario”.
Es
precisamente lo que ocurre en la
Rusia “socialista”. Con el agravante que el trabajo a destajo
se esta realizando en condiciones tales que
permiten al estado –que en este caso es el capitalista- imponer a los trabajadores condiciones
miserables. Esto es posible en un país donde la explotación del hombre por el
hombre ha sido oficialmente abolida y sustituida por otra, quizás más inicua y
brutal: la del Estado.