jueves, 4 de febrero de 2016


Artículo publicado en la revista “Dinámica Social”; décadas atrás, pero que mantiene su actualidad.  Leeremos semejanzas entre el funcionamiento de los Congresos ‘democráticos’ con el que aquí se expone;  en el primero,  comprobamos, según el  ejemplo escandaloso de los  aborregados diputados KK,  que  ellos también votan  de acuerdo al mandato del Ejecutivo;  generalmente sin entender ni estudiar  los temas que se tratan; votan por el ‘partido’, no por la Patria; y el que se opone es un traidor al ‘partido’, pues la Patria no cuenta. Esto  acontece habitualmente en cualquier verdadera “democracia”, porque le es esencial una  ficticia  e hipócrita  ‘división’ de poderes;  donde gobierna con plenos poderes  el ‘Partido’, o  el que lo preside… ¡si pretende subsistir!  ¡Al menos los comunistas son  brutalmente sinceros!

TESTIMONIO DE UNA VERDADERA “DEMOCRACIA”
(Relato de una sesión del Ejecutivo comunista)

E
n la revista italiana ÉPOCA, del 14 de marzo del corriente, el ex comunista-socialista Ignazio Silone –  a pesar de todo excelente escritor-  publica un comentario a propósito de la lucha que posiblemente estallará por la sucesión de Stalin.
      En el escrito está relatado un episodio de importancia sintomática.
      Dice Silone:
      “En el mes de marzo de 1927 intervine en una sesión extraordinaria del Ejecutivo de la Internacional Comunista. La reunión había sido convocada en apariencia  para deliberar a propósito de las directivas a los partidos comunistas europeos para su lucha  “contra la inminente guerra imperialista” de la cual se discutía ya en aquel entonces. Pero en realidad, para empezar la “liquidación” de Trotsky y Zinoviev.


      Las sesiones plenarias del Ejecutivo de la Internacional eran preparados –como de costumbre- por el llamado Senior Convent (o Comité de los Ancianos) constituído por los jefes de las más importantes delegaciones.
      La primera sesión del Senior Convent en la cual tomé parte junto  con Togliatti estaba presidida por el alemán Ernest Thälmann, que dio lectura a un proyecto de resolución  a presentarse en la sesión plenaria del ejecutivo. Este proyecto condenaba con expresiones violentísimas ciertas  documento que Trotsky había dirigido al Politburó del partido comunista ruso.  Terminada la lectura, Thälmann nos preguntó si estábamos conformes  con el proyecto de resolución que condenaba a Trotsky. Yo, luego de consultar rápidamente a Togliatti pedí la palabra  para lamentar de no haber tenido aún la posibilidad de leer el documento de Trostky de que se trataba.
      -Verdaderamente –declaró el presidente Thälmann- tampoco nosotros conocemos el documento.
      -Puede ser muy bien –dije- que el documento de Trostky sea condenable, peto es evidente que yo no puedo condenarlo sin haberlo leído.
      Tampoco nosotros –insistió Thälmann- hemos leído el documento, no siquiera los demás delegados, excepto los delegados rusos. La contestación de Thälmann me resultaba tan increíble que concluí con enojarme con el traductor.
      Es imposible –dije- que Thälmann se haya expresado de semejante manera. Te ruego repetir, traduciéndola, palabra por palabra su contestación.
      Al punto intervino Stalin, el único de los presentes que permanecía tranquilo y sereno: “El oficio político del Partido consideró que no era oportuno traducir y distribuir el documento de Trostky ni siquiera entre los delegados del Ejecutivo Internacional, porque en él hay muchas alusiones a la política de la URSS  en la China”.
      (Es oportuno aclarar que el misterioso documento de Trotsky fue publicado en el exterior, más tarde, por el mismo autor, con el título: “Problemas de la revolución china”. Como aún puede comprobarse no hay en ese documento ningún secreto de estado, sino solamente una violenta requisitoria contra  la política desarrollada por Stalin contra la China).
      El presidente Thälmann me preguntó si juzgaba satisfactoria la aclaración de Stalin.
      -De ninguna manera  niego el derecho de la oficina política del partido Comunista ruso, de guardar secreto sobre cualquier documento –dije- pero no comprendo cómo los demás  pueden ser invitados a condenar un documento que no conocen.

L
a indignacíón en contra mía y de Togliatti se desencadenó como una tormenta. El único que siguió guardando tranquilidad e imperturbabilidad fue Stalin. Dijo:
      -Si un solo delegado está en contra el proyecto de resolución, éste no puede ser presentado a la Asamblea plenaria.
    Y agregó:
      -Tal vez los compañeros italianos no estén al tanto de nuestra situación interna. Propongo  aplazar la sesión, encargando a alguno de los presentes que explique nuestra situación a los italianos.
      La tarea, no fácil, tocó al búlgaro Vasil Kolarov. Nos convidó, por la noche, a tomar té en su pieza del hotel Lux.
      -Hablemos claramente- nos dijo sonriendo-, ¿vosotros creéis acaso que yo he leído el documento?. No. No he leído nada. ¿Tengo que deciros la verdad entera?  El documento ni siquiera nos interesa. ¿Tengo que deciros más? Incluso si Trotsky me mandara aquí, secretamente, una copia,  yo renunciaría a leerla. Amigos italianos, tenéis que comprender: aquí no se trata de documentos. Aquí estamos en plena lucha por el poder entre dos grupos rusos rivales. ¿Con cuál de los dos  tenemos que alistarnos? Ésta es la cuestión. Los documentos no caben. Se trata de elegir. Yo , por mi cuenta, elegí: estoy con el grupo de la mayoría. Cualquier cosa que haga o diga la minoría yo estoy por la mayoría. Los documentos no me interesan.
      El búlgaro llenó nuestros vasos de té, y nos miró como un maestro de escuela a dos alumnos traviesos. Luego, dirigiéndose directamente a mí, preguntó:
      -¿Me expliqué bien claro?
      - Ciertamente –contesté- , con mucha claridad.
      ¿Os he convencido?
      -No, en absoluto.
      Togliatti expresó el mismo parecer con términos más medidos:
      “No podemos declararnos por la mayoría o la minoría de antemano. No puede ignorarse el fondo político del problema”.
      Mientras nos acompañaba a la puerta, Koralov nos dijo:
      -Vosotros sois demasiado jóvenes. Todavía no habéis comprendido en que consiste la política. No habéis comprendido todavía a Stalin.

A
 la mañana siguiente, en la sesión del Senior Covent, se repitió la escena. Stalin pregunto a Koralov:  “¿Has explicado bien a los compañeros italianos de qué se trata ?” –Ampliamente- aseguró el búlgaro. Stalin dirigiéndose a nosotros, preguntó; -¿Los compañeros italianos son ahora favorables al proyecto de resolución? Luego de una rápida consulta con Togliatti, declaré: Antes de tomar en examen ese proyecto de resolución,  tendríamos que conocer el documento  que en esa resolución se condena. El francés Trent y el suizo Humbert-Droz hicieron una declaración más o menos parecida. (Los dos, años después, abandonarían la Internacional rusa).
      Durante los días siguientes, para Togliatti y para mi , “el clima empezó a volverse caliente” en la capital rusa. Éramos espiados durante todas las horas y en todos nuestros actos. Ni faltaron muchas otras molestias por parte de la policía rusa, no por parte de los demás delegados.
      Antes de la salida, Togliatti y yo juzgamos oportuno escribir una carta a la Oficina Política del Partido Comunista  ruso para explicar el sentido de nuestra actitud. La carta fue recibida por Bukarin, que nos convocó en seguida y nos aconsejó amistosamente que retiráramos la carta, para no empeorar nuestra situación personal, ya en peligro.*