¡¡¡ UNA INVITACIÓN AL COMBATE
Y A LA LUCHA !!!
La tragedia de la salvaje persecución, difamación, tortura y exterminio del gaucho indefenso, de sus familias, y de su patria, narrada en el Martin Fierro “es una invitación al combate y a la lucha”, para descubrir la verdad histórica y reestablecer la integridad patriótica del gaucho argentino.
Fue un escandaloso e indignante crimen cometido por los “próceres” unitarios , contra el patriotismo gaucho, pues trababa la entrega material y espiritual de la Patria al imperialismo. EL GAUCHO sólo les servía “ pa votar".
Hoy día ¿ quedará vigente en el alma de los argentinos una migaja de ese espíritu nacionalista necesario para reconstruir la nación ? ¿ Un reflorecimiento del amor popular a la Patria ? ¿ Una rebeldía exaltada para terminar con tanta corrupción y entrega ?
En el colmo de la
ignominia el nuevo “ presidente ” tendrá
por consejeros a un rabino y al Viejo Vizcacha
! ¡ Roguemos por la aparición de un Caudillo
nacionalista que encabece la restauración de la Patria !
A continuación excelente introducción al “ MARTÍN FIERRO”, escrita por
ROBERTO DE LAFERRERE Y
PUBLICADA EN LOS Nº 13 Y 14 DE LA REVISTA ULISES (1966):
EL SENTIDO POLÍTICO DEL MARTÍN FIERRO.
Nadie discute ya los valores literarios de Martín Fierro, pero esta consagración, hoy unánime, no fue
concedida fácilmente por los contemporáneos de su autor, quien durante años
vivió desdeñado por los críticos y los profesores de literatura. Las
inteligencias más abiertas saludaron, es cierto, con elogio espontáneo la
aparición del poema, pero en sus propias cartas o artículos se advierte cierto
aire de benevolencia y de protección apenas disimulado en algunos. Se diría
que, a pesar de las alabanzas, no todos se resignaban a tomarlo en serio como
una obra de arte.
En general el gusto de la época lo tildó de chabacano y hasta de grosero, y
un crítico notorio de entonces, el periodista Juan Carlos Gómez creyó
sinceramente que la publicación de un elogio suyo, hecho en carta privada a
Hernández había sido una infidencia del poeta, porque comprometía su prestigio
de hombre de letras, y en una segunda carta, de tono irritado, colocó a Martín Fierro fuera de la literatura. Otros
hicieron lo mismo con la omisión y el silencio, excluyéndolo de sus antologías
y en la que apareció bajo el título de América
Literaria , el prologuista Juan Antonio Argerich, exclamaba, al hacer el
elogio de otros poetas: “¡ Qué diferencia con Ascasubi y con Hernández, lisa y
llanamente insoportables y prosaicos !”
Es que lo hombres de esa época no obstante vivir en medio de un materialismo desaforado seguían
siendo románticos en literatura. La rusticidad de Martín Fierro, las impertinencias del viejo Vizcacha y sobre todo
la herejía de que el héroe del poema fuese un gaucho de la Pampa ofendía su
pulcritud estética y era también insoportable para ellos que pretendiera hacer
obras artísticas en el estilo de las viejas milongas nacionales. No olvidemos
tampoco para excusar de algún modo el juicio hostil de los contemporáneos de
Hernández que, cuando Martín Fierro
apareció en la ciudad, las composiciones de moda eran de muy distinto carácter
y las niñas recitaban todavía con emoción estos versos de otro vate argentino,
el más respetado de todos, por razones de orden militar y que yo voy a permitirme
citar aquí, como documento de la época y, desde luego, sin denunciar al autor:
Vals alegre /Brota
el piano/ Dame tu mano/ Ven a bailar/ Mira que todos/Ya se estremecen/ Como se
mecen/ olas del mar.
Es otro gusto, otro estilo, otra cultura, evidentemente.
Un inglés fue el primero en defender a Martín
Fierro, entre nosotros. Después se oyeron las voces más autorizadas de
Menéndez y Pelayo y Unamuno, y lo que
dijeron bastó, desde luego, para que durante años los críticos resentidos
guardaran silencio y compostura. En los alrededores del año 10 , Leopoldo
Lugones decretó la vuelta de Martín Fierro al mundo civilizado, pero hasta
entonces el poema había corrido la suerte de su protagonista , desterrado entre
los bárbaros y no había obtenido verdadera difusión sino en la Pampa. Pero si
no estaba en las bibliotecas, se leía en todas las pulperías. Don Nicolás
Avellaneda en carta escrita a un amigo, nos ha dejado el texto de un pedido de Martín Fierro recibido en Buenos Aires :
“Mándeme 12 gruesas de fósforos, una barrica de cerveza, 12 Vueltas de Martín
Fierro, y 100 cajas de sardinas”.
Pero nos equivocaríamos y mucho si atribuyéramos sólo a razones literarias
la hostilidad a Hernández, cuyo origen principal debemos buscar en otra parte:
en la médula misma del libro, en su inspiración política, en la crítica sagaz y
despiadada que contiene de la realidad social de su época y que alude
directamente a la historia y a la formación étnica del país. Es un repudio
violento de la filosofía política predominante y de las injusticias que su
aplicación importaba en los hechos. Es un alegato apasionado, un desafío a la
polémica, la iniciación de un debate que se frustró en el principio, porque
Hernández no encontró contradictores.
No dejó de verlo así el general Mitre y en carta pública que dirigió al
poeta en 1879 se refirió a esa intención beligerante de Martín Fierro con estas
claras palabras de censura: “No estoy del todo conforme con su filosofía social
que deja en el fondo del alma una precipitada amargura sin el correctivo de la solidaridad
social. Mejor es reconciliar los antagonismos por el amor y por la necesidad de
vivir juntos y unidos, que hacer fermentar los odios, que tienen su causa, más
que en las intenciones de los hombres, en las imperfecciones de nuestro modo de
ser social y político”.
Ese antagonismo había nacido con la Revolución misma , dividida en dos
tendencias claramente contrapuestas: la de los llamados reaccionarios porque
respetaban el pasado del país y no querían independizarse sino en cuanto al
régimen político y la que representó Mariano Moreno y que aspiraba no sólo a la
soberanía propia, como los otros, sino borrar hasta el recuerdo del pasado
aunque ello significase romper violentamente nuestra unidad histórica y el sentido
que nuestra existencia tenía en el mundo. Por pensamiento tan curioso dejábamos
de ser los conquistadores de América para convertirnos en algo así como los
conquistados que se revelan.
La lucha que esa contradicción fundamental engendró en aquellos días de
Mayo habría de prolongarse luego a través del siglo, cambiando de apariencias y
de motivos inmediatos, pero sin perder nunca su significación primitiva. Con
las provincias, las campañas bonaerenses y los suburbios porteños se sumaron a
la tendencia reaccionaria que simbolizó Saavedra. El grupo opuesto, del que
pronto sería Rivadavia la primera figura, lo constituyó la minoría ilustrada de
Buenos Aires. El odio a España era lo que animaba a sus caudillos ese mismo
odio que más tarde proclamaría Sarmiento, con su voz estentórea y Alberdi con
las artes de su dialéctica más sutil. El haber sido españoles, el seguir siendo
hispánicos por la raza, que es herencia de siglos, la Religión, que es eterna,
y la lengua propia que no se aprende en las academias, se transformó con el
tiempo en algo así como el pecado original de los argentinos del cual deben
redimirse para pertenecer al mundo del progreso, de la civilización y de la
cultura.
Cuanto habíamos heredado de España,
lo que constituía nuestra personalidad moral, intelectual y física, la esencia
de los sentimientos nacionales la ley de nuestros hábitos de vida y hasta ese
mismo espíritu de independencia que nos había permitido constituirnos en dueños
de nosotros mismos, fueron considerados como una maldición o una desgracia.
Nuestros ideólogos, erigidos en improvisadores de la nueva nacionalidad, quisieron rehacerla
conforme a una teoría del pueblo feliz y se propusieron que fuésemos cualquier
cosa –rusos, suizos, alemanes, ingleses—menos lo que realmente éramos, porque
Dios y la Naturaleza nos lo habían impuesto así. De este curioso modo de
antiguo odio a los españoles, que se justificaba en la época de la guerra
emancipadora, porque eran nuestros enemigos ocasionales se volvió, al
prolongarse estérilmente y en virtud de las pasiones que encendían la lucha, en
odio al criollo, al descendiente de los conquistadores, al nativo del país, que
pronto se trabarían en conflictos con los extranjeros en todos los órdenes de la
actividad social.
Las campañas, naturalmente, se levantaron siempre contra la política
extranjerizante de los gobiernos o de los partidos, y los habitantes de la
campaña cayeron por eso mismo bajo el anatema de los que sostenían esa
política, quienes veían en el gaucho la oposición al progreso, el origen de la
anarquía, la causa de todas las desgracias nacionales, la valla opuesta
permanentemente a cualquier tentativa de civilización y de cultura.
En la época de Martín Fierro, la imagen falsa que se había construido del
gaucho le exhibía inferior a su realidad como valor humano y como elemento
social. Era mostrado por los gobernantes a la manera del indio salvaje del
desierto, de psicología rudimentaria, más parecida a la de las bestias que la
de los hombres, dominado todavía por los instintos, desprovisto de sentido
moral, cruel hasta la ferocidad, vago y vicioso por naturaleza y sin otra
cualidad descollante que su coraje de bárbaro y sus aptitudes para la vida de
los ejércitos en campaña . La
palabra gaucho se había convertido en el lenguaje de la época como síntesis de
los vicios más execrables y tomaba el sentido de una injuria para designar al adversario
político. Para que la injusticia de esa execración colectiva fuese más
irritante y contradictoria, las virtudes reales del paisano argentino se
acumulaban en otros conceptos, designadas por otras palabras, que se aplican a
otras entidades. Exaltábase a veces, cuando la política lo permitía y con caracteres
heroicos la figura del conquistador español que representaba la civilización en
América y la del soldado argentino de la guerra con España, que significaba en
la historia la independencia política.
Entre tanto en el mundo real el gaucho y el soldado de las guerras habían sido
una misma cosa, porque la inmensa mayoría de los soldados habían sido gauchos
reclutados en el campo y casi todos los gauchos habían servido en los ejércitos
de la independencia. Y una y otra palabra designaban verdaderamente al
descendiente del conquistador español, es decir, al argentino contemporáneo.
La única voz poderosa que se levanta, que es un grito de rebeldía contra
esa ingratitud y esa injusticia y resuena todavía a través de los años es la voz de José Hernández. Su libro restaura
la imagen adulterada del gaucho y le devuelve su brillo propio.
“Me he esforzado –dice él mismo- sin presumir haberlo conseguido, en
presentar un tipo que personifica el carácter de nuestros gauchos concentrando
el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse que le es peculiar;
dotándolo de todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y de
colorido, con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y
con todos los impulsos y arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación no
ha pulido y suavizado”.
El personaje que surge del poema, copia fiel de la realidad, nos revela a
través de sus aventuras todos los sentimientos fundamentales del hombre
civilizado y una organización de aptitudes superiores cuya originalidad, tan
vigorosa en sus rasgos más característicos excluye toda posibilidad de paralelo
con cualquier tipo popular de otras regiones de la tierra. Es siempre el
español, como lo han destacado con tanta autoridad Menéndez y Pelayo, Unamuno y Salvatierra, pero de modo
adaptado a la Pampa que ésta imprime a su fisonomía un sello propio e
inconfundible. Absolutamente distinto del infiel, porque tiene un pasado
ancestral que rige su marcha sobre la tierra. En la vida de la Pampa el indio
no conserva su pasado en ninguna de las formas del recuerdo y casi puede
decirse que carece de alma porque no se ha independizado todavía de la materia
y de los sentidos. Las únicas reacciones de que es susceptible son la de los
instinto sanguinarios y rapaces. Con este admirable fondo Hernández coloca
frente a frente al indio y al gaucho y por simple virtud de contraste la verdad
surge de su poema con una elocuencia superior a la de cualquier demostración.
La vida interior es lo más rico en el gaucho y lo que mejor define su
psicología de civilizado en quien la
rusticidad del medio no puede destruir sus cualidades definitivamente realizadas, es un filósofo
espontáneo. “Qué singular es –dice Hernández
en una de sus introducciones- y que digno de observación el oír a uno de
nuestros paisanos más incultos, expresar en dos versos claros y sencillos
máximas y pensamientos; máximas y pensamientos que las naciones más antiguas,
la India y la Persia conservan como el tesoro inestimable de su sabiduría proverbial;
que los griegos escuchaban con veneración de boca de sus sabios más profundos,
de Sócrates fundador, de Platón y de Aristóteles: que entre los latinos
difundió gloriosamente el afamado Séneca:
que la civilización moderna repite por medio de sus moralistas más esclarecidos
y que se hallan consagrados fundamentalmente en los códigos religiosos, de
todos los grandes reformadores de la humanidad”.
Es poeta por naturaleza. Canta –según Hernández- porque hay en él un cierto
impulso moral, algo de métrico, de rítmico que domina en su organización y que
lleva hasta el extraordinario extremo de que todos sus refranes, sus dichos
agudos, sus proverbios comunes son expresados en versos octosílabos
perfectamente medidos, acentuados con inflexible regularidad, llenos de armonía,
de sentimiento y de profunda intención”. La interpretación poética de la
Naturaleza inspira a Martín Fierro en sus soledades sus estrofas de
más honda emoción. Brilla también en su alma con resplandores que no se han
extinguido todavía, el sentimiento religioso en las invocaciones constantes a Dios,
que Martín Fierro siente siempre a su lado y a quien encomienda su alma cuando
corre peligro de muerte. No es menos visible en el poema la emoción familiar,
el amor a la mujer y a los hijos y a la vida íntima de su rancho . Hernández
nos presenta de este modo la imagen restaurada del gaucho , en un intento
desesperado de devolverle el prestigio perdido bajo la prédica calumniosa de
los políticos de la época. Así lo muestra dotado de potencias insospechadas para
los hombres de las ciudades que habían caído en el mismo desprecio de sus
compatriotas de las campañas. Todos los sentimientos y las tendencias nobles le
pertenecen, la amistad desinteresada, la piedad por los débiles, la aptitud de
comprender y admirar, el hábito de la reflexión, el pudor y la dignidad
personales ; el espíritu de sacrificio y la resignación estoica en el dolor ; el
valor moral y el coraje físico y, a despecho de su individualismo exagerado y
de su genio vivo y levantisco, el acatamiento a la jerarquía y de la
superioridad natural que a sus ojos se encuentra en el caudillo, a quien
obedece cuando está a sus órdenes, como la lealtad de las sombras .
Y este ser tan original, tan rico en posibilidades magníficas, tan apto
para superarse rápidamente, no por imposición arbitraria de modalidades
extrañas a su ser, sino mediante la realización de sus propias potencias, que
era en lo que hubiera consistido su verdadera cultura; este hombre así pintado por Hernández en las
páginas del Martín Fierro, era el mismo a quien, por un lado se lo asimilaba al
indio, calumniándolo, y por otro se pretendía convertirlo en el obrero inglés
de Alberdi.
Una aspiración cultural extravagante, concebida en lecturas incoherentes le
declaró la guerra y los filósofos de la época decretaron que el argentino no
podía ser la base de la argentinidad.
La persecución muchas veces despiadada y siempre humillante de que fueron
víctimas los habitantes de los campos argentinos en el desarrollo de esa
política extranjerizante, es lo que los marca Hernández con las vidas
pintorescas y conmovedoras de Martín Fierro , Cruz , Picardía , el hijo de Cruz y los dos hijos de Fierro.
(Textos del “Martín Fierro”, de José Hernández, Ed. Proa, Buenos Aires,
1942)
Monté y me
encomendé a Dios/ Rumbiando para otro pago;/ Que el gaucho que llaman vago/ No
puede tener querencia./ Y ansi de
estrago en estrago/ Vive yorando la ausencia.
(pg. 55).
El anda siempre
juyendo/ Siempre pobre y perseguido;/ No
tiene cueva ni nido,/ Como si juera maldito;/ Porque el ser gaucho… ¡barajo!,/
El ser gaucho es un delito.
Es como el patio
de posta:/ Lo larga éste, aquél lo toma;/ Nunca se acaba la broma. / Dende
chico se parece/ Al arbolito que crece/ Desamparao en la loma.
Y se cría viviendo al viento/ Como oveja sin trasquila/
Mientras su padre en las filas/ Anda sirviendo al Gobierno/ Aunque tirite en
invierno/Naaide lo ampara ni asila.
Le llaman gaucho
mamao/ Si lo pillan divertido,/ Y que es mal entretenido/ Si en un baile lo
sorprienden;/ Hace mal si se defiende/ Y si no, se ve… fundido.
No tiene hijos
ni mujer,/ Ni amigos no protectores;/ Pues todos son sus señores,/ Sin que
ninguno lo ampare./ Tiene la suerte del güey,/ Y ¿Donde irá el güey que no are?
Su casa es el
pajonal,/ Su guarida es el desierto;/ Y si de hambre medio muerto/ Le echa el
lazo a algún mamón,/Lo persiguen como a pleito/ Porque es un gaucho ladrón.
Y si de un golpe
por ay/Lo dan vuelta panza arriba,/ No hay un alma compasiva/ Que rece una
oración; Tal vez como a cimarrón/ En una cueva lo tiran.
Él nada gana en
la paz/ Y es el primero en la guerra;/No le perdonan si yerra,/ Que no saben
perdonar,/ Porque el gaucho en esta tierra/Sólo sirve pa votar.
Para él son los
calabozos, / Para él las duras prisiones, / En su boca no hay razones/ Aunque
la razón le sobre;/Que son campanas de palo/ Las razones de los pobres.
Si uno aguanta,
es gaucho bruto/ Si no aguanta, es gaucho malo. / ¿Déle azote, déle palo!/
Porque es lo que él necesita./ De todo el que nació gaucho/ Esta es la suerte
maldita.
Vamos, suerte,
vamos juntos,/ Dende que juntos nacimos;/ Y ya que juntos vivimos/ Sin poderlos
dividir,/ Yo abriré con mi cuchillo/ El camino a seguir.
El odio al gaucho se había incorporado también a la legislación
oponiéndosele el inmigrante como rival afortunado en la distribución de la
tierra y las funciones del trabajo.
Con empréstito inglés de 1824, uno de cuyos destinos principales y el único
factible fue el establecimiento de pueblos y ciudades en la nueva frontera y en
la costa del Atlántico, Rivadavia había iniciado el plan de colonización del
país con poblaciones europeas. Sus panegiristas destacan este aspecto de
su acción como su más alto título de
gloria. En la fundación de establecimientos en tierras enfiteusis dio siempre
privilegio al extranjero sobre el nativo, sobre el cual pesaban además leyes de
una ferocidad inigualada hasta entonces. Desde luego, no podía adquirir tierras
públicas, porque éstas habían sido hipotecadas al pago de la deuda contraída y
reducido por esto a la condición invariable de peón de estancia, se le exigía
por leyes y decretos de gobierno la permanencia en la ocupación que tuviere,
pues si la perdía era considerado vago y castigado con cuatro años de servicio
militar. Pena igual o mayor le correspondía si llevaba cuchillo al cinto o era
visto con frecuencia en las pulperías y en las carreras.
En la época de Martín Fierro esa legislación había sido
resucitada después de la batalla de Caseros y como el desorden era mucho mayor
entonces que bajo los gobiernos de Rivadavia, se la aplicaba con más
arbitrariedad todavía por los jueces de paz y los comisarios de campaña. La
política inmigratoria resurgía también con una virulencia sin precedentes
conforme al plan trazado por Alberdi en sus Bases famosas. Respiraba siempre en
el desprecio de lo español y de lo argentino y sobre todo en el miedo a la conquista
violenta de nuestro territorio por lo europeos.
España había impedido que en América se cumpliera la ley de la dilatación
del género humano. –afirmaba Alberdi en
las Bases . Nosotros detentábamos con justicia la exclusividad del dominio
sobre nuestro territorio que no era nuestro, en rigor, sino del mundo . Pero la
ley de dilatación se cumpliría
fatalmente o bien por los medios pacíficos o bien por la conquista de la
espada. Y ante la amenaza del invasor nuestros filósofos sólo descubrían una
solución posible: rendirse, entregando a la civilización el goce de este suelo.
El libro de Alberdi, traducido después
al lenguaje de la Constitución nacional , no aspiraba a otra cosa que establecer
el mecanismo o el sistema mediante el cual habría de operarse la invasión
pacífica. Nunca se le ocurrió pensar que si nuestro destino era ser invadidos,
debíamos aprestarnos a la defensa, para seguir siendo, porque ya lo éramos, un
pueblo de militares y de guerreros. Rosas había probado que la resistencia era
posible. Pero Rosas era la barbarie española resurrecta y nuestro ideal de
hombres civilizados exigía que nos
convirtiésemos en un país de negociantes cartagineses,
Así, en las Bases, Alberdi nos daba los mismos consejos
del Viejo Vizcacha al hijo de Martín Fierro. “ Ha pasado la época de los héroes
–decía- entramos hoy en la edad del buen sentido ” ¿ Qué hacer ante los probables atropellos
de otros pueblos ?, “… “ No corráis a la espada ni gritéis ¡conquista! No va
bien tanta susceptibilidad a pueblos nuevos que necesitan de todo el mundo para
prosperar”. … “Hoy deben preocuparnos especialmente los fines económicos”… “La
victoria nos dará laureles ; pero el
laurel es planta estéril para América . Vale más la espiga de la paz, que es de
oro, no en el lenguaje de los poetas, sino en el de los economistas ”… “ Que
cada caleta sea un puesto y cada afluente navegable reciba los reflejos
civilizadores de la bandera de Albión”.
Oigamos ahora al maestro de Fierro (pg. 181):
Hacete amigo del juez, / No le des de qué quejarse;/ Y
cuando quiera enojarse/ Vos te debés encoger,/ Pues siempre es buenos tener/
Palenque ande ir a rascarse.
[…] No te debés afligir/ Aunque el mundo se desplome. /
Lo que más precisa el hombre/ Tener según yo discurro,/ Es la memoria del
burro,/ que nunca olvida ande come.
Dejá que caliente
el horno/ El dueño del amasijo./ Lo que es yo, nunca me aflijo/ Y a todito me
hago el sordo:/ El cerdo vive tan gordo/ Y se come hasta los hijos.
Es la misma moralidad, la misma filosofía escéptica, el
mismo materialismo corruptor, como que la figura del Viejo Vizcacha no fue
inventada enteramente por Hernández, sino que lo tomó del ambiente en que
vivía.
Evidentemente Martín Fierro es un gaucho federal. La
llegada de Rosas al gobierno había concluido con la legislación anterior, en
cuanto se refería a los inmigrantes y al trato de los nacionales. Representante
político de las campañas, gobierno aquel apoyado en éstas y contemplando sus
intereses vitales. Lógicamente contó con su adhesión incondicional,
transformada en fanatismo cuando el país fue objeto de agresiones armadas desde
el exterior. En su época nació y vivió su primera juventud Martín Fierro. Lo
recuerda con nostalgia en el segundo canto de su poema. Don Ricardo Rojas es quién
nos ha dicho que esos tiempos felices que canta el payador son los tiempos de
Rosas . Y debemos creerle.
La primera copla de este canto comienza con una clara
alusión a los gobernantes del momento, que antes habían vivido en el destierro
en Montevideo, en Bolivia o en Chile y recordaban con frecuencia sus amarguras,
termina con una advertencia que es casi una amenaza :
Ninguno me hable de penas,/porque yo penando vivo,/Y
naides se muestre altivo/ Aunque en el estribo esté/ Que suele quedarse a pie/
el gaucho más ad vertido.
Se ha dicho alguna vez, creo de por Lugones, que cuando
Hernández escribía Martín Fierro había sido comisionado por Urquiza para
levantar la campaña de Buenos Aires en una última revolución federal.
Seguramente fue así.
La evocación del tiempo pasado inspira al poeta una
conmovida narración que extiende a través de varias estrofas, describiéndonos
la vida del gaucho en las estancias y en los campos. No citaré algunas, sino la
más significativas (pg. 11).
Yo he conocido esta tierra/ En que el paisano vivía/ Y su
ranchito tenía/ Y sus hijos y mujer…/ Era una delicia el ver/ Cómo pasaba sus
días.
[…] Y apenas la madrugada/ Empezaba a coloriar,/ Los
pájaros a cantar/ Y las gallinas a apiarse,/ Era cosa de largarse / Cada cual a
trabajar.
[…] Y mientras domaban unos, otros al campo salían, y la
hacienda recogían, /Las manadas repuntaban,/ Y asi sin sentir pasaban/
Entretenidos el día.
[…] Aquello no era trabajo,/ Más bien era una junción,/ Y
después de un buen tirón/ En que uno se daba maña,/ Pa darle un trago de caña/
Solía llamarlo el patrón.
[…] Venía la carne con cuero,/ La sabrosa carbonada,
/Mazamorra bien pisada,/ Los pasteles y el güen vino…/Pero ha querido el
destino/ Que todo aquello acabara.
Estaba el gaucho en su pago/ Con toda siguridá;// Pero
aura… ¡ barbaridá !,/
La cosa anda tan fruncida,// Que gasta el pobre la vida/ En juir de la autoridá.
Pues si usted pisa en su rancho/ Y si el alcalde lo
sabe,/ Lo caza lo mesmo que ave,/ Aunque su mujer aborte…/ No hay tiempo que no
se acabe/ Ni tiento que no se corte!
[…] Ay comienzan sus desgracias,/ Ay principia el
pericón;/ Porque ya no hay salvación/ Y que usté quiera o no quiera, / Lo
mandan a la frontera/ O lo echan a un batallón.
Así habían vuelto los malos tiempos para el gaucho. Los
vencedores de Caseros no ignoraban que en los campos se levantaría la
resistencia a su régimen. El viejo desprecio se había transformado en odio y en
miedo. El terror que el gaucho inspiraba a Sarmiento es de no creerse, pero el
general Paunero ha dejado testimonio de él en una carta escrita a Mitre,
publicada en su archivo. Es que las campañas eran poderosas entonces, como
pueden volver a serlo mañana. La prueba es la fuerza de Rosas que fundó su poder
militar en los hombres del campo. De ahí su predominio de 25 años. Había sido
invencible para los unitarios y sólo Urquiza, que representaba lo mismo que él
en Entre Ríos, logró derrotarlo, aunque no sin recurrir a brasileros y
orientales. Estos eran recuerdos que no se habían olvidado, como ahora, porque
estaban demasiado cerca en el tiempo y seguían dando al horizonte político una
fisonomía borrascosa. Urgía, pues, consolidar un predominio ocasional que había
sido logrado en el azar de una batalla y que podía haber perdido de la misma
manera. Y era urgente, sobre todo extirpar al gaucho, personaje impertinente
que en las pulperías de los campos o de los suburbios conservaba la costumbre
de gritar ¡Viva Rosas! cuando veía aparecer una fachada de extranjero.
Claramente nos dice Hernández que Martín Fierro fue una
víctima de la política. Por las elecciones comenzaron sus desgracias (pg. 19)
A mi el jue me tomó entre ojos./ En la última votación/
Me había hecho el remolón/ Y no me arrimé ese dia,/ Y el dijo que yo servía/ A
los de la exposición.
Y así sufrí ese castigo/ Tal vez por culpas ajenas./
Quesean malas o sean güeñas/ Las listas, siempre me escondo/ Yo soy un gaucho
redondo/ Y esas cosas no me llenan.
No quería votar y lo mandaron a la frontera, por vago y
mal entretenido, pues su arresto se produjo en una pulpería. Picardía, el hijo
de Cruz, que se había criado “desamparao como arbolito en la loma”, era
fullero, pero no fue castigado por esto sino por razones también electorales.
Andaba mal con el Ñato, que era oficial de policía y nos cuenta de este modo la
escena de su arresto, con la de otros.
[Pg.223) Me le escapé con trabajo/ En diversas
ocasiones;/ Era de los adulones,/ Me puso mal con el juez;/ Hasta que al fin
una vez/ Me agarró en las elesiones.
Ricuerdo qu’esa ocasión/ Andaban listas diversas; /Las
opiniones dispersas/ No se podían arreglar: / Decían q’el juez por triunfar,/
Hacía cosas muy perversas.
Cuando se reunió la gente/ Vino a proclamarla el ñato,/
Diciendo con aparato/ Que todo andaría muy mal/ Si pretendía cada cual/ Votar
por un candidato.
Y quiso al punto quitarme/ La lista que yo llevé;/ Más yo se la mezquiné/ Y ya me gritó :
--“Anarquista,/ Has de votar por la lista/ Que ha mandado el Comité”.
El análisis de otros aspectos del Martín Fierro exigirían demasiado
tiempo. Importa, sin embargo, destacar ese espíritu polémico de que he hablado
antes, ese propósito militante que le daba a Martín Fierro el carácter de un
libro de batalla. Ya entonces se había advertido contra las tendencias extranjerizantes,
aun en las clases cultas de Buenos Aires, que siempre fueron las más enamoradas
de lo extraño. Los pedidos constantes de indemnizaciones que planteaban los
residentes por intermedio de los cónsules habían movido al senador Laspiur a
proyectar una ley que cortaba los abusos. Las protestas públicas de los
ministros de Francia y e Inglaterra contra nuestra ley de ciudadanía irritaron
el sentimiento patriótico de mucha gente provocando una reacción general en
todas las capas sociales.
Pero lo que más
había excitado el espíritu público fue el contrato oficial de colonización del
Chubut formalizado con una sociedad inglesa de Gales y que llevaba la firma del
ministro del Interior, Dr, Guillermo Rawson. Por él se concedía tierra a los
galeses en las condiciones comunes en este
género de operaciones. Pero una cláusula del mismo establecía
textualmente que, “Cuando la población de la colonia haya llegado al número de
veinte mil habitantes, entrará como una nueva provincia a formar parte de la Nación,
y como tal se le acordará todos los privilegios y derechos componentes. Al
mismo tiempo los límites de dicha provincia, quedarán definitivamente
arreglados”. En pocos años, pues, de crecimiento normal, los colonos ingleses
que vendrían al Chubut compartirían la soberanía nacional con los mismos derechos
y privilegios que los tucumanos, los mendocinos, los cordobeses o los porteños.
La inaudita iniciativa conmocionó al país y en el Senado
se levantaron las voces de dos viejos unitarios que habían combatido a Rosas,
don Félix Frías y don Valentín Alsina, para señalar el peligro de la política
inglesa en la Patagonia, frente a Malvinas, condenar el Contrato y sus autores
y reclamar el rechazo de la Cámara. “… Son malos políticos –dijo don Félix
Frías- aquellos que ignoran u olvidan que el amor a la humanidad no debe
extinguir el sentimiento de patriotismo ni puede exonerarlos jamás de los
deberes que los ligan al país en que han nacido”. El tiempo confirmó esos
temores, pues los galeses que vinieron, en virtud de otro Contrato, levantaron
un día la bandera inglesa y pidieron el protectorado del Imperio.
En Martín Fierro, obra de inspiración política disimulada
bajo formas poéticas, no podía Hernández expresarse con igual rotundez sin desnaturalizar el
poema, pero las partes que lo constituyen, están impregnadas del mismo espíritu
de protesta y contiene la misma acusación de falta de patriotismo a los
gobernantes que se creían exonerados de deberes ineludibles.
Martín Fierro, he dicho, es un desafío, una invitación al
combate, a la lucha. Ese es el sentido que en su lenguaje le da a la palabra
cantar. Su reproche a Ascasubi y a Del Campo, con quienes no quiere ser
confundido, consisten en señalarles que sólo buscan hacer reír a la gente con
el lenguaje o las ocurrencias ingenuas de los gauchos.
(pg. 97) Yo he conocido cantores/ Que era un gusto el
escuchar;/ Más no quieren opinar/ Y se divierten cantando;/ Pero yo canto
opinando,/ Que es mi modo de cantar.
El desafío está expreso en esta otra copla (pg.9).
Yo soy toro en mi rodeo,/ y torazo en rodeo
ajeno;/Siempre me tuve por güeno,/ Y si
me quieren probar, / Salgan otros a cantar/ Y veremos quién es menos.
No teme las represalias ni las venganzas de los que
ataca, cuyos méritos conoce. Y lo dice:
(Pg. 9) No me hago al lao de la güeya/ Aunque vengan
degollando;/ Con los blandos yo soy blando/ Y soy duro con los duros,/ Y
ninguno en un apuro/ Me ha visto andar tituibeando-.
En esta otra copla es claro que con las palabras sol y
víbora alude a los poderosos y a los detractores:
(Pg. 9) Soy gaucho, y entiéndalo,/ Como mi lengua lo
explica:/ Para mi la tierra es chica/ Y pudiera ser mayor./ Ni la víbora me
pica/ Ni quema mi frente el sol.
Proclama también su independencia que nada coarta, porque
de nadie necesita.
(Pg. 10) Yo no tengo en el amor/ Quien me venga con
querellas; Como esas aves tan bellas/ Que saltan de rama en rama/ Yo hago en el
trébol mi cama// Y me cubren las estrellas.
Agredido y tratado con desdén después de publicarse la
primera parte del Martín Fierro insiste en la segunda que no está arrepentido y
expresa su confianza en que tanto el pobre como el rico le han de dar la razón
con el tiempo. La fe que le inspira su obra y su talento es magnífica y no sólo
la oculta sino que la exhibe con orgullo.
(Pg. 97) Lo que pinta este pincel,/ No el tiempo lo ha de
borrar;/ Ninguno de se ha de animar/ A corregirme la plana; No pinta quien
tiene gana,/ Sino quien sabe pintar.
Y no piensen los oyentes/ Que del saber hago alarde:/ He
conocido, aunque tarde,/ Sin haberme arrepentido,/ Que es pecado cometido/ El
decir ciertas verdades.
Pero voy en mi camino/ Y nada me ladiará;/ He de decir la
verdad,/ De naides soy adulón;/ Aquí no hay imitación,/Esta es pura realidá.
Y el que me quiera enmendar,/ Mucho tiene que saber;
Tiene mucho que aprender/El que me sepa escuchar;/ Tiene mucho que rumiar/ El
que me quiera entender.
Más que yo y cuantos me oigan,/ Más que las cosas que
tratan, /Más que lo que ellos relatan,/ Mis cantos han de durar./ Mucho ha
habido que mascar/ Para echar esta bravata.
Nadie le corrigió la plana a José Hernández; nadie se
atrevió a contradecirlo o a rectificarlo; pero nadie, tampoco, entre los
hombres públicos que ejercieron o ejercen alguna influencia en la política del
país tuvo nunca el coraje o la convicción patriótica suficiente para levantar
como bandera el programa contenido en ese canto a la nacionalidad. Los sabios de todas mentas que pontifican
entre nosotros siguen avergonzándose de aquel compatriota estrafalario que
mataba negros en los bailes y peleaba con la policía.
Pero Martín Fierro no es un individuo concreto que
pretendamos resucitar, sino el símbolo de una raza, de la raza nuestra, la de
los hombres de este país, la de las mujeres de este país. Eso es lo que nos
enseña defender José Hernández, cuya lección no hemos aprendido porque son demasiados
los que creen todavía que, como
Ascasubi y del Campo, era también un artista que se divertían cantando, y no
quieren descubrir en su drama, sino lo pintoresco y anecdótico.
Entre tanto, nadie deja ahora de ver claro, salvo los ciegos,
como los peligros que veía Alberdi y que antes vio Rosas, son ciertos, y cómo
la historia nos plantea de nuevo ante la avalancha que se vendrá de Europa
sobre nosotros, con armas o sin ellas,
el viejo dilema que no hemos sabido reducir: o la entrega pacífica o la
resistencia violenta. Si algo no dice el espectáculo del mundo en esta hora de
liquidación general es que ningún país respeta a otro, si no se hace respetar
ni está dispuesto a defenderlo, sino se defiende sólo y que los pueblos que
sigan divididos como el nuestro, por reyertas internas sin sentido nacional,
apasionándose por las cuestiones de los otros y olvidando las propias, están
condenados a perecer bajo el yugo de los primeros que aparezcan con facha de
vencedores, o de aquellos otros que se infiltran en silencio haciéndonos saludos
amistosos.
Sin ideal nacional que reúna a todos los argentinos bajo
una sola aspiración y nos sustraiga a las tutelas e influencias del exterior no
realizaremos jamás los fines de la Revolución de Mayo ni podremos defender
nuestro territorio o nuestras riquezas de las acechanzas extrañas. Nunca han
sido más ciertas que ahora las palabras de Fierro con que termino esta
conversación:
Los hermanos sean unidos/ Porque esa es la ley primera./
Tengan unión verdadera/ En cualquier tiempo que sea/ Porque si entre ellos se
pelean/ Los devoran los de afuera.
Roberto de
Laferrere.
LA LECTURA DEL “MARTÍN FIERRO” DEBE SER
NUEVAMENTE LECTURA OBLIGATORIA, PARA QUE LOS JÓVENES ARGENTINOS CONOZCAN LA
VERDADERA HISTORIA NACIONAL; PLAGADA, DESDE 1852, DE CRÍMENES COMETIDOS POR LOS
FALSOS “PRÓCERES” UNITARIOS CONTRA LOS PATRIOTAS FEDERALES; Y CONTRA LA
SOBERANÍA PATRIA.
¡BASTA DE MENTIRAS, BASTA DE ENGAÑOS,
BASTA DE OCULTAR LA VERDAD HISTÓRICA!
¡VIVA LA PATRIA!
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