martes, 13 de noviembre de 2018


THE  ROCKEFELLER  FILE
Reproduzco un interesante comentario del señor Esteban Vivas, al libro escrito por Gary Allen, publicado en California, USA, 1976.   (revista Verbo, Nº 176, 1977).

“Habiendo exilado a los dioses de la Ciudad, el mundo moderno trata de reemplazarlos por alguna cosa, no sabe qué, que no existe en ninguna parte. Crisis de confianza, dice él: si, crisis de fe, y que gana a la Iglesia misma. Como en vísperas de la Revolución, percibimos en su periferia un difuso olor de la herejía: las mismas traiciones de palabras, la misma confusión de principios cuando, en vez de celebrar con las logias de entonces al Ser Supremo, al Legislador de los cristianos, a la Filantropía, extraños apóstoles tratan de acomodar al cristianismo las ideologías masónicas de Democracia, Humanidad, Sociedad, Progreso, Pacifismo e Internacionalismo. Por endósmosis ineluctable, pero, claro, unilateral sus dogmas se diluyen en abstracciones, su mística en política. Cargando a designio el acento sobre las necesidades físicas que comporta nuestro deber social, ellos relegan a la sombra la práctica de las virtudes heroicas, a tal punto que el catolicismo no se presenta ya a la masa de los fieles sino como una adaptación disimulada al mundo materializado, como un oportunismo hipócrita, como una religión a corto plazo que engendra, a su imagen, pequeños avaros”.

Con el párrafo transcripto, que a muchos puede parecer una descripción exactísima del estado de cosas actual, comienza el libro de R. Vallery Radot  “Les Temps de la Colère”, cuya 10 edición (Grasset, París, 1932) habíamos leído, por pura casualidad antes que el libro de Allen, al cual consagramos esta nota llegara a nuestras manos. Dicha casualidad resultó feliz, porque el segundo libro es, sin que el autor se lo haya propuesto, unja especie de continuación y puesta al día del primero.

El libro de Vallery-Radot es una historia muy documentada y convincente de los objetivos y procedimientos por los cuales la masonería provocó la guerra del 14 y logró impedir en 1917 que Francia e Inglaterra aceptaran la propuesta de paz del emperador de Austria, pese a los deseos del Sumo Pontífice, a la convicción del presidente Poincaré y del primer ministros Lloyd Georges, y a la opinión pública de Francia e Inglaterra. Las razones, en síntesis, no fueron otras que estas: para los detentadores del poder, que tenían y continúan teniendo su sede en Nueva York, y de quienes el presidente Wilson y el primer ministro francés Ribot eran incondicionales instrumentos, la guerra no debía terminar hasta que quedasen asegurados estos tres objetivos fundamentales: la liquidación definitiva del imperio Austro-Húngaro, último resto del Sacro Imperio Romano Cristiano que la Revolución no había todavía podido destruir; la definitiva destrucción del poder militar alemán, y la erección de la Sociedad de las Naciones, institución proyectada en Nueva York y aprobada el 28 de junio de 1917 en París por el Congreso de las Masonerías de las naciones aliadas y neutrales, como órgano de gobierno mundial.

El primero de estos objetivos se logró plenamente, pues la monarquía cristiana desapareció; el segundo fracasó, pues las ominosas condiciones impuestas a Alemania por el presidente Wilson no pudieron impedir que esta nación se levantara nuevamente en armas y pusiera en angustiosos apuros a sus vencedores; y el tercero, que es el principal, no se ha realizado aún plenamente, pues la Sociedad de las Naciones, y su sucesora la ONU, se han mostrado insuficientes por la resistencia de las naciones a resignar a su favor la soberanía y la totalidad del poder. Si quienes tienen en sus manos los medios de control del pensamiento –dice Allen- “pueden persuadir a suficientes norteamericanos para que acepten voluntariamente la resignación de la soberanía de USA a favor de las Naciones Unidas, su larga campaña en favor del Gobierno Mundial habrá tocado su fin. El Nuevo Orden Mundial habrá llegado…” (pg.78).

Los trece capítulos del libro que comentamos están consagrados al estudio de los objetivos por los cuales la “más poderosa familia norteamericana” usa los cuantiosos medios de que dispone (miles de millones de dólares), y la conclusión es que el objetivo final es el gobierno mundial.

El último paso importante que se ha dado en pos de ese objetivo es la creación de la Comisión Trilateral designada en 1973 a iniciativa de David Rockefeller, presidente del Chase Manhattan Bank, por las empresas financieras más poderosas de tres regiones del Hemisferio Norte: Japón, Europa y los EEUU. Este acuerdo trilateral responde, según un artículo del director de la Comisión, Sr. Zhigniew Brzezinski, publicado en el periódico Foreng Affairs, órgano del Consejo de Relaciones Exteriores de los Rockefeller la convicción de que el mundo no se va a unir en pos de una ideología común o de un supergobierno, porque cada nacido, interesado en la solución de sus propios problemas tales como tener suficiente combustible para mantener sus fábricas en funcionamiento o suficientes alimentos para sus ciudadanos, perderá de vista aquel objetivo superior de la unidad y del Gobierno Mundial (pg. 87). De allí el acuerdo entre las tres grandes regiones mencionadas para dedicarse a resolver los problemas del resto del mundo, de tal modo que nadie se vea obligado a desatender ese ideal supremo.

¿Ideal para quienes?

Por de pronto, para los Rockefeller: esto lo dice y lo demuestra Allen en el libro que comentamos. Pero ¿Quiénes están detrás de los Rockefeller? El autor lo sospecha: “…Nelson se ha transformado en el predilecto de la judería organizada de Nueva York (…). Sin semejante apoyo nunca podría haber sido elegido gobernador del Estado de Nueva York cuatro veces. Pero cómo exactamente la familia realiza esta hechicería, es algo que hace retroceder la mente” (pg. 19).

La mente de Vallery-Radot no hubiera retrocedido ante el problema, por difícil que sea investigar en esos altos niveles de la jerarquía masónica. Es curioso que Allen no mencione en su libro a la masonería, ni siquiera para descartarla.

En la siguiente anécdota contada por Serge Nilus, que tenemos a través de una cita, hubiera podido encontrar Gary Allen un principio de respuesta:

Poco antes de la primera guerra mundial, en una gran ciudad rusa, un archipreste solía recibir con frecuencia la visita de un rabino. Invariablemente el tema de conversación era la fecha en que por segunda vez Cristo volvería a la tierra. Intrigado el archipreste, preguntó al rabino porqué tenía esa preocupación y obtuvo esta respuesta: “Usted sabe que nosotros esperamos al Mesías; nosotros no creemos en el que ustedes llaman el Salvador del mundo, pero buscamos sin cesar conocer el día de su venida. Equivocados en nuestros cálculos hemos alterado las cifras de la Biblia, que difieren según las traducciones estén hechas antes o después del nacimiento de Jesús. En nuestros días, nuestro pueblo se impacienta y nos pregunta cuando vendrá Aquel que debe liberarnos del yugo de los gentiles y darnos el poder. Estamos apremiados por contestar a nuestro pueblo, y vengo a veros para consultaros si vuestra opinión es la misma que la mía. Al que nosotros esperamos, ustedes le llaman el Anticristo; ése será el que nos dé la libertad”. *


No hay comentarios:

Publicar un comentario