sábado, 17 de septiembre de 2016

,CON ESTE EMOCIONANTE  RELATO, HOMENAJEAMOS  A LOS SANTOS MISIONEROS  QUE OFRECIERON SUS VIDAS PARA RESCATAR A LOS PRIMITIVOS AMERICANOS DE LAS GARRAS DEL DEMONIO. OFRECIÉNDOLES LA VERDAD ÍNTEGRA DEL CATOLICISMO,  ACEPTADA ALBOROZADAMENTE POR LA MAYORÍA DE ELLOS.  LOS  OTROS, HIJOS DEL DEMONIO, HENCHIDOS DE ODIO HOMICIDA AL  ESCUCHAR LA VERDAD, LOS MARTIRIZARON. (San Juan 8). EL MISMO ODIO QUE SE EJERCIÖ EN INGLATERRA , ESPAÑA Y MÉXICO; HOY DÍA EN ASIA; Y SOLAPADAMENTE EN TODOS LOS PAÍSES LIBERALES Y MARXISTAS....
(Imaginé que Juan Pablo ii  es muy probable   haya querido ubicar  a los  descendientes de los asesinos del santo mártir para invitarlos al ágape de Asís. Fumar la pipa de la paz y rezarle a un tótem, como con los pieles rojas. No lo logró, pero con la intención bastó para “santificarlo” .Por el contrario, el Padre Roque González no será santificado por el Vati 2,  pues tuvo la osadía de querer convertir a los aborígenes a la fe de Cristo; el mayor bien que se le puede ofrecer a un ser humano. Y no admitió fumar la pipa de la paz con los hechiceros de las tribus. Los “indigenistas” actuales ,  manipuleados desde el mundo “progresista”, se disfrazan para el sainete “ancestral”,  en el que participan las altas autoridades nacionales y provinciales, todos fumando la pipa y ofreciendo dones, en adoración a Gaia, la madre Tierra, repudiando al padre Roque, pues prefieren la lujuria  burbujeante de la  esclavitud anglosajona,  para volver  todos hermanados  y disfrazados  a la degradación  neo pagana).

PADRE ROQUE GONZÁLEZ DE LA SANTA CRUZ
Y COMPAÑEROS
Mártires de la Compañía de Jesús.
SEGÚN DOCUMENTOS CONTEMPORÁNEOS
(1628 -15 Y 17 DE NOVIEMBRE -1928)
(PUBLICADO EN LA REVISTA “ESTUDIOS”, noviembre de 1928).

E
l Padre Roque González de la Santa Cruz, nacido en tierras americanas, apóstol infatigable de sus compatricios, por cuya cristiana civilización dio generoso su sangre, debe ser mirado como el protomártir de la Compañía de Jesús, en las regiones del Río de la Plata.
      Cúmplense tres siglos, en este año y mes, de su glorioso martirio que tuvo lugar en el Caaró, paraje que pertenecía entonces  a la Gobernación y Obispado de Buenos Aires, y forma hoy parte del estado brasileño del Río Grande do Sul.
      Con él santificaron nuestra bendita tierra otros dos jesuitas venidos de tierras de España: el PADRE ALONSO RODRÍGUEZ y el PADRE JUAN DEL CASTILLO, el uno fue martirizado en el mismo lugar y en el mismo día que el Padre Roque, 15 de noviembre, el otro, dos días más tarde, en la reducción de Ijuhí, en sitio no muy apartado del primero.
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      Nació el Padre Roque González, según todas las probabilidades en 1576, en la Asunción del Paraguay, unida su familia con vínculos de sangre con la del célebre gobernador del Río de la Plata, Hernandarias.
      Ordenado de sacerdote, pronto sus relevantes prendas de virtud y saber llamaron sobre él la atención de las autoridades eclesiásticas que pensaron confiarle el cargo de  Vicario General del Obispado de la Asunción. Más no bien llegó tal propósito a noticia del elegido, nada dejó de hacer su humildad para evitarlo:  al fin fue con medida tan radical, que en 1609 pidió y logró ser admitido en la Compañía de Jesús, que hacía poco había llegado al Paraguay.
     Fundaban a la sazón sus ,misioneros las famosas reducciones guaraníticas, y a su consolidación y desarrollo, por especial voluntad de Dios, contribuyó más que nadie este jesuíta americano, distinguido providencialmente con dotes excepcionales.
      Diólas a conocer, primeramente en la reducción  de los salvajes guaycurúes, que habían establecido hacía poco  los jesuitas frente a la Asunción, al otro lado del río Paraguay. Por el mismo tiempo el Padre Maciel Lorenzana había fundado otra reducción  pata los guaraníes, al sur de la Asunción, entre los ríos Tebicuarí y el Alto Paraná, con el nombre de San Ignacio Guazú, para distinguirla de la otra reducción  de San Ignacio a  que por aquel mismo tiempo dieron origen en el Guayrá, Paraná arriba, en el actual estado brasileño de Paraná.
      Al ser nombrado, en 1613, el Padre Lorenzana, rector del Colegio de la Asunción, recibió el Padre Roque González cargo de la reducción de San Ignacio, que aquél dejaba. Echóse de ver, desde luego, cuán acertada había sido la elección de los superiores, en el talento organizador, adiestrado con larga experiencia de que dio pruebas el nuevo misionero. Como criollo, sabia la lengua guaraní cual ningún otro de los misioneros extranjeros, a los cuales adiestró. Hecho al país y a sus habitante desde niño, sabía como aclimatarse y tratar a las gentes según su carácter; conocía el arte de echar los fundamentes de los pueblos de la manera más a propósito, el cultivo más ventajoso  de los campos nativos y en general los menesteres y recursos de primera necesidad. Persuadido de la conveniencia de dar al culto el mayor esplendor según las circunstancias, valíase de él para enseñar intuitivamente las ideas religiosas a los indios; echó mano hábilmente del teatro y de la música para apartarlos de su salvaje inmoralidad, y de otros defectos de la vida incivil. Mil pruebas de esto aparecen en las narraciones contemporáneas, donde se ve claramente como se debe en su  mayor parte al Protomártir de la América latina el sistema llamado jesuítico, aplicado con tanto éxito en las célebres reducciones paraguayas. No ha sido, como se dan a fantasear algunos, un  procedimiento apriorístico, elaborado e impuesto a la luz  de teorías exóticas por los jesuitas europeos venidos al país, sino que lo ideó en muchos de sus puntos  y lo acomodó un misionero criollo, de gran tino práctico, que conocía y, si vale el dicho, sentía las características de la tierra y sus indígenas.  Por esto, aún descontando los méritos del martirio, el Padre Roque González  es signo de perdurable memoria por su talento organizador  y sentido práctico avalorados  por la insigne santidad, que se manifiesta desde su más tierna infancia y le acompaña indeficiente hasta los postreros años de su vida.
     Adelantamos algunas de las muchas pruebas que hay, para confirmación de lo dicho.
      En el primer proceso canónico, hecho en Buenos Aires en 1629, que se conserva hay manuscrito en el Archivo de la Nación, de la Capital Federal, atestigua aquel celebérrimo  santo franciscano Fray Luis de Bolaños de su íntimo amigo:


      “Dijo que él conoció al dicho Padre Roque González de Santa Cruz desde niño en el mundo y después en religión, y le ha comunicado muy familiarmente, siendo sacerdote clérigo, y después en dicha religión. Dijo, en la comunicación que tuvo con el dicho Padre Roque González de la Santa Cruz, y por lo que a otras personas  en común oyó y ha oído decir,  así en la ciudad de la Asunción, como en otras partes destas provincias, cree y tiene por muy cierto que las virtudes y demás cosas, que contiene la dicha pregunta, las tuvo el dicho Padre Roque González con grande ejemplo de los fieles: y sabe este testigo  que siendo el dicho Padre  Roque González  de edad de doce años, poco más o menos, estando en casa de sus padres en la ciudad de la Asunción, percudió a los muchachos amigos suyos a que se fuesen al desierto a una hermita, algunas leguas apartadas de la dicha ciudad, a hacer penitencia; y después de haber estado algunos días por allá, salieron en su busca sus deudos, y los hallaron en un monte, y preguntando a él dicho Padre Roque González, por qué causa se había ausentado, él y sus compañeros, respondió que por apartarse del mundo, y servir a Dios con más quietud; y los volvieron a casa de sus padres. Y después, teniendo edad, fué ordenado  de sacerdote clérigo, perseverando en sus virtudes: y que siendo clérigo, salió de la dicha ciudad de la  Asunción a los pueblos de indios a visitarlos y doctrinarlos en tiempo en que no tenían doctrina, e hizo mucho fruto en ellos.  Y ha oído decir que eligiéndole el señor Obispo de aquella provincia por su provisor y vicario general, no lo aceptó. Y no pudiendo resistir con libertad , entró religioso de la Compañía, donde perseveró siempre en opinión de virtud y santidad.
      “Y después, estando en la dicha religión, con orden de su prelado, fue al río grande del Paraná, y corrió desde las Corrientes o San Juan de Vera sesenta leguas el río arriba, buscando indios,  reduciéndolos, doctrinándolos y asentándolos en poblaciones: en que padeció muchos trabajos, desnudez, necesidades y hambre. Particularmente a los principios de la reducción de Itapúa.  Y dello dio cuente por cartas a este testigo a la reducción de Yutí, donde asistía, manifestando en  las dichas cartas  cómo había mucho tiempo que no comía otra cosa sino unas hojas cocidas de mandioca, que es manjar y comida, que los dichos indios usan a la mayor necesidad: y que sabiendo la que pasaba el dicho Padre, este testigo le envió desde la dicha reducción de Yutí muchos indios cargados de harina de raíces de mandioca, para ayuda de su sustento y de los dichos indios.
      “Y que después de asentada esta reducción, pasó a otro río que llaman Uruguay, con otros religiosos de dicha Compañía de Jesús, siendo el Padre prelado y maestro de todos, donde padeció con los dichos compañeros muchos trabajos y necesidades, hasta llegar río arriba, donde estaba la última reducción, en la cual, asistiendo algún tiempo, le mataron los dichos indios y a dos compañeros…”

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Q
ue el Padre Roque González aprovechábase, en la traza de los nuevos pueblos, de la experiencia de los conquistadores al fundar sus nuevas ciudades americanas, lo prueba una carta del Padre a su Superior, reproducida por éste en las Cartas Anuas de 1613. Escribe así:
      (A fija 17, vta.). “Fue necesario construir este pueblo (de San Ignacio Guazú) desde sus fundamentos. Para cortar la acostumbrada ocasión para el pecado, me resolví a construirlo a la manera de los pueblos españoles, para que cada uno tenga su casa, con sus límites determinados y su correspondiente cerca, para impedir el fácil acceso de una a la otra, como era antes, proporcionando  inevitable ocasión para las borracheras y otros crímenes.
      “Para nuestro servicio se construye la habitación y el templo; muy cómodo todo, cerrado con tapia, los edificios con viguería de cedro, muy abundante en estas regiones. Mucho hemos trabajado en el arreglo de todo esto, pero con mucho más entusiasmo y aplicación, y con todas nuestras fuerzas, en construir a Dios nuestro Señor templos no hechos a mano, sino espirituales, cuales son las almas de estos indígenas…”      Que asi fuera verdad lo atestigua su compañero, el Padre Francisco del Valle, en carta escrita al Padre provincial, Diego de Torres, reproducida igualmente  en las siguientes Cartas Anuas de 1614 (a foja 12). Dice así:
      “Todo esto se ha levantado mediante los  increíbles trabajos del Padre Roque González. Él mismo en persona es carpintero, arquitecto y albañil: maneja el hacha y labra la madera, y la acarrea al sitio de construcción, enganchando él mismo, por falta de otro capaz, la yunta de bueyes. Él hace todo sólo.”
      Algunas líneas adelante se habla de los famosos viajes de exploración del Padre Roque González, los primeros que se han hecho allá:
      “El Padre Roque González ha hecho varias excursiones desde esta reducción a las tierras de los infieles, los cuales están pidiendo Padres. Envióme el Padre una relación de su viaje, de la cual voy a sacar sólo algunos párrafos. Halló a muchos indios, bien dispuestos para ser instruidos en la religión, los cuales han recibido al Padre con el más grande regocijo, prometiéndoles docilidad en el caso que les enviasen misioneros. Es muy a propósito aquella región para reducciones de indios y abunda en víveres, y los mismos indios prometen, más que en otras partes, reducirse a pueblos, donde aprendan el camino al cielo. Esta misma región será la puerta a otros muchos indios infieles y proporcionará una incalculable cosecha de almas. El Padre Roque ha ganado ya la voluntad de estos indios, hasta ahora intratables…”
      Indica aquí el Padre Torres, en este su relato anual al Padre General aquella habilidad, del Padre Roque,  de saber mejor que nadie, ganarse la voluntad de la gente, por hablar su idioma y conocer a fondo su genio. No se crea que le era siempre muy fácil vencer la primera resistencia de los indios, muy enemigos del nombre español. Las                                                                                                             cuentan  en adelante diferentes encuentros sumamente críticos entre el Padre Roque y los indios del Alto Paraná, del actual territorio de Misiones y de la parte oriental del Uruguay. Dicen que el Padre Roque se imponía por su inquebrantable calma.
      En la Historia del Paraguay, del Padre Francisco Javier Charlevoix (t. II, pg. 125) cuéntase la industria de que se valió el Padre González para deshacer un ejército de infieles. Aprovechóse  de las preocupaciones supersticiosas de los indios. “Tomó de la mano un libro , y en la otra una especie de sierra que llevaba siempre consigo para mondar un árbol, cuando  quería plantar la Cruz, y avanzó hasta la primera fila. La vista de aquellos dos objetos deslumbró a los bárbaros; imaginándose que con la sierra iba a despedazarlos, y que las palabras que pronunciaba leyendo en el libro  tenían alguna virtud secreta a la que nunca  habían de poder resistir; y emprendieron la fuga con tal precipitación, que casi en un momento desaparecieron” (Conf. Ps. 157, 158,163, 189, 191).
      Sobre el método pedagógico con que meter las ideas espirituales de la religión a una gente tan sensual y de tan corto alcance, como los indios infieles, tenemos varias pruebas preciosas, recogidas de los primeros años de su vida de misionero. Él mismo dice en su carta citada, reproducida en las Cartas Anuas de 1613, al fin (a fija 18 vta.): “Por lo demás son estos indios de buena disposición y fácilmente se les puede dirigir por buen camino. Las funciones sagradas son su gran afición, especialmente las festividades de los santos; así tienen gran devoción a nuestro santo Padre Ignacio, el cual es el Santo Patrono de su pueblo, por lo cual celebran ellos su fiesta con los más grandes preparativos y regocijos que permite la industria de estos neófitos, por lo demás muy pobres…”
      Más pormenores sobre esta materia, y en especial sobre la manera cómo introdujo la música y el teatro entre los indios, tráelos el Padre Provincial Torres en la misma Carta Anua, un poco más adelante (a f. 19), con ocasión de referir su primera visita en la nueva reducción:
      “Entre los objetos sagrados había yo traído una imagen de la Virgen Santísima, pintada, para que fuera colocada en el templo. Al saber esto, resolvieron los indios en su alegría recibirla con la más grande solemnidad posible. El templo destinado para ellos fue adornado con sus acostumbradas flores y guirnaldas; las calles, plaza y acceso, por donde tenía que venir, con arcos triunfales. Todavía no habíamos llegado al pueblo cuando todos en solemne procesión salieron  al encuentro de la imagen, saludándola, los niños y las niñas cantando, los demás a son de música, tocando flautas y timbales a su usanza, y el sacerdote rezando las preces del ritual; puesta la imagen bajo palio de seda, la sostuvieron cuatro caciques  hasta llegar al pueblo; quedando todos los aldeanos con gran admiración al ver cosas tan nuevas e insólitas. No se puede decir cuanto consuelo sacaron de estos misterios de nuestra fe”.
      Añade Lozano, al referir este suceso en su Historia (t.II, ps. 617 y 766):”Las danzas, a la moda de la nación, regocijaban los circunstantes”. (Conf. Anuas , 1614. a  f. 11 y 12).
      Consolidada ya la primera reducción guaranítica de San Ignacio Guazú, fundó el Padre Roque González, con no menos trabajos y privaciones, la de Itapuá, en el paraje de la moderna ciudad paraguaya de Villa Encarnación, en 1614. Al año siguiente , tenía dos fundaciones transitorias al lado izquierdo del Alto Paraná: en la actual Provincia argentina de Corrientes la reducción de Santa Ana, cerca de la laguna de Iberá, y en el actual territorio de Misiones , “en frente de Itapua”, como dicen los correspondientes documentos, y en el mismísimo lugar de la actual capital de Posadas, la reducción de la Anunciación.
      Más consistencia y celebridad tuvo la fundación de la reducción de Concepción, en el mismo lugar de la actual ciudad de Concepción de la Sierra, en la cuenca del río Uruguay. Seis largos años empleó el Padre Roque González  en cimentar y adelantar esta famosa reducción, que desde entonces quedó como capital y centro de toda la actividad misional en el alto río Uruguay; fue esta la reducción madre de las reducciones de San Javier y Yapeyú, al lado derecho y argentino del río Uruguay, y el de San Nicolás, de la primitiva Candelaria y de otras muchas reducciones de la llamada Sierra del Tape, en el actual estado brasileño de Río Grande do Sul, pero trasladadas en gran parte, más tarde (después de 1635) al lado occidental del río Uruguay, para defenderlas mejor contra las invasiones de los paulistas brasileños, los crueles mamelucos, cazadores de esclavos.
      Todas estas vastas regiones, desconocidas hasta aquella fecha, e inaccesibles para los españoles, explorólas en diferentes viajes el Padre Roque González, hasta pocos meses antes de su gloriosa muerte. Sus relaciones de viajes se conservan en las Cartas Anuas de aquellos tiempos, y hay copias manuscritas en el Archivo de Historia de Madrid.
      El Padre Roque González fue el primero que navegó desde la reducción de la Concepción, río Uruguay abajo, en 1626, para presentar sus indios reducidos al gobernador Francisco de Céspedes en Buenos Aires.

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      No hay que sorprenderse de que, después de tan prósperos sucesos, con tanta habilidad del Padre Roque en tratar a los indios, de repente oigamos la noticia de su muerte sangrienta, en medio de su actividad asombrosa. Refieren las relaciones contemporáneas, como ya hemos indicado, que más de una vez el Padre Roque estuvo en inminente peligro de muerte, y sólo su intrepidez los salvó de los manifiestos ataques. Había, empero también otros encubiertos con disimulo, que provenían de unos embaucadores hechiceros, que sabían imponerse a los indios supersticiosos. Estos hechiceros veían con desagrado que el misionero destruyese el funesto influjo de sus embustes y, al mismo tiempo, les quitase de las manos las sórdidas ganancias y la ocasión de sus inmoralidades. Disimulaban los hechiceros a veces su hostilidad, estimulándose, empero, en secreto mutuamente, a deshacerse, cuando se les presentase la ocasión, de este freno de su licencia, impuesto por los misioneros.
      Buen pretexto para excitar la pasión y animarse a la venganza era la idea de que los misioneros les quitaban sus costumbres antiguas y querían entregarlos a la esclavitud de los españoles.
      Precisamente la libertad política  de los naturales y su sujeción al rey era la condición primordial estipulada entre los indios y los misioneros. Y con esta condición admitían en sus tierras los indios a los misioneros para que les predicasen el Evangelio.  Por esta libertad de los indios, tan conformes a la ley de Dios y a las Leyes de Indias, lucharon los misioneros jesuitas contra los que a despecho de toda ley se empeñaban en esclavizar a los indios reducidos a vida civil y cristiana. Esta lucha secular por la libertad de sus amados indios costó a los misioneros jesuitas afanes y vejaciones sin cuento, hasta ser desterrados de las misiones.
      En las Cartas Anuas de 1626 a 1627, conservadas en manuscrito, en su lengua original castellana, parece al fin un largo capítulo (fojas CXI-CXV) con el título: Reducción de Nuestra Señora de la Candelaria. Es esta la Candelaria primitiva fundada por el Padre Roque González en las márgenes del río Ibicuy, y después cerca del Caaró, ambos lugares en el actual estado brasileño de Río Grande do Sul. En este capítulo cuenta el Padre Roque González extensamente, en carta a su superior, el viaje de exploración que hizo por aquellos pasajes, una de sus últimas hazañas. Al fin hace un resumen  del resultado de la exploración y dice: “Puedo decir con verdad que mis trabajuelos y peregrinaciones no han sido tan apretados como en esta del Ibicuy y Tape. Pero todo es nada en comparación de lo que se le debe al Señor, por quien se hace,  y cuando no fuera más que habernos desengañado del encantamiento del Ibicuy, y visto todo el Tape, y por donde hemos de llevar nuestra derrota para la fundación de las reducciones, y héchome capaz de toda la provincia, lo diera todo por bien empleado, cuanto más, habiendo sido por la santa obediencias…
      “Ahora podré hacer relación cierta de toda esta provincia. Digo lo primero que toda la tierra del Uruguay no en más que una provincia, pero muy lata, que por lo menos tiene de largo 300 leguas, y de ancho, en partes, más de ciento; porque desde el puerto de Buenos Aires hasta nuestra primera reducción de los Reyes (Yapeyú), hay cien leguas. De ésta, a la cordillera, que está 10 leguas más arriba de la reducción de San Nicolás, que es la última, hay 50 leguas, y es la mejor de toda la provincia. Luego se siguen  otras 50 leguas de monte cerrado, hasta salir o los llanos de hacia Guayrá, y de aquí a los confines del Brasil hay otras cien leguas, que todas cumplen el número de 300. Todas están pobladas de indios, pero muy esparcidos y así en toda la provincia habrá veinte mil familias, poco más o menos… Vienen a ser 100.000 almas, todos labradores…”.
      El Padre Roque González, en esta exploración, se había escogido el lugar de su cercano martirio. Estaba no lejos de la primitiva Candelaria, trasladada desde el río Ibicuy, al este de San Nicolás, en el triángulo de las posteriores reducciones  de San Luis, San Miguel y Santo Ángel. Cuenta el Padre provincial Nicolás Mastrilli Durán, en las últimas líneas de esta su Carta Anua, la fundación de aquella primitiva Candelaria, (trasladada en tiempos posteriores, otra vez a las orillas del Paraná). “Halló el Padre Roque que se rodeaba mucho camino sin necesidad, porque entrando por la reducción de San Nicolás, cinco a seis leguas tierra adentro, salió casi al mismo puesto, que andando más de 80 por el río Ibicuy, y se acercaba mucho al Tape que es el que sale al Brasil; de suerte que se viene a ahorrar por tierra más de 80 leguas; porque desde la reducción de Concepción, para llegar al puesto, donde fundó la primera vez esta reducción de Candelaria, se andaba más de 100 leguas; y al puesto donde ahora está fundada, hay menos de 20.
     “Fundóse a los principios de este año de 1628… Me escriben los Padres que, demás que llegará presto esta reducción a 500 familias; a dos y tres leguas más adelante hay puestos y gente dispuesta, para fundar otras muchas, como lo hicieran luego con mucha facilidad, si tuvieran Padres para poner en ellas. Ahora, con los que yo les envié del puerto de Buenos Aires, de los sujetos escogidos que Vuestra Paternidad se sirvió concedernos, se acudirá en parte a remediar esta necesidad”.
      En realidad, llegaron los nuevos misioneros Alonso Rodríguez y Juan del Castillo para asistir al Padre Roque González, el cual, como superior de misiones, los trajo, poco después, desde el Paraná al Uruguay; así  que, el 1º de noviembre de este mismo año de 1628, se pudo fundar la reducción de Todos los Santos del cercano Caaró, entre los afluentes del Uruguay: Piratini e Ijuhí, y al margen de éste último, la de la Asunción. En frente de esta última púsose el Padre Juan del Castillo, quedando en Caaró el Padre Alonso Rodriguez con el Padre Roque. (Charlevoix 2,248).

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Firmó el Padre Nicolás Mastrilli Durán este su relato optimista, dirigido al Padre General Mucio Vitelleschi, poco días después: el 12 de noviembre de 1628, casi en vísperas de la catástrofe. Mientras tanto se le había encargado al Padre Jaime Rançonier la redacción latina de la misma Carta Anua de 1626 a 1627 (impresa en Amberes, 1636), cuando de improviso llegó la noticia de la muerte de los tres misioneros del Caaró, Padres Roque González, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo. El primer aviso, en el cual todavía no se dice nada de la muerte del Padre del Castillo, acaecida 2 días después de la de los Padres González y Rodríguez, diólo el Padre misionero, Tomás Ureña, al Padre Rector de Santa Fe. Traen las Anuas latinas esta carta como apéndice, la cual dice: “Mi Padre: Desde la reducción de la Concepción, me fui a marcha forzada a Itapua, sin comer ni dormir, para dar inmediatamente noticia al Padre Provincial, de que los santos Padres Roque González y Alonso Rodríguez, los cuales estaban fundando  una nueva reducción hacia la región del mar, donde moraban ya 15 días en buena armonía con los indios, han sido muertos  por varios indios alborotados diabólicamente.  Primero asaltaron éstos al Padre Roque González, el cual en este  momento había acabado el sacrificio de la misa, y lo mataron. Sobrevino el Padre Alonso Rodríguez, para ver lo que significaba aquel alboroto, y los mataron igualmente de una manera muy cruel, despojándole de su ropa, y partiéndole bárbaramente en dos partes. Después destrozaron las sagradas imágenes y los libros, prendieron fuego en la capilla, y arrojaron los  santos cuerpos de los dos a las llamas, quedando así algo chamuscados. Inmediatamente mandé que se me los trajesen, para  asegurar así su veneración venidera de parte de todos, siendo ellos reliquias de unos santos mártires. Pues, les quitaron la vida los bárbaros no por otro motivo, sino en odio de nuestra fe, y por la razón principal de no querer admitir el santo Evangelio de Jesucristo”.
      La noticia de este cruel a la vez que glorioso martirio, corrió luego por todas las tierras platenses, y llegó muy pronto a oídos de las autoridades eclesiásticas y civiles. Todos se dieron cuenta del alcance de estas muertes, y se hicieron al instante todas las diligencias, para averiguar los pormenores de los hechos. Acudieron al lugar del siniestro las fuerzas armadas, compuestas de españoles e indios, para impedir la propagación de la sublevación de los indígenas y recoger los restos de los misioneros asesinados.
      Dio cuenta el gobernador Francisco de Céspedes del suceso al Rey, en carta del 15 de julio de 1629, en la cual dice: “En la muerte de tres Padres de la Compañía, que estos días sucedió en las provincias del Uruguay, pudieron ser socorridos desde San Juan de Vera (o Corrientes) por un capitán y ocho soldados, e indios amigos, como constará a vuestra majestad de la relación particular que envió en esta ocasión, y porque acertó a estar 45 leguas del pueblo  y reducción de la Limpia Concepción, que está en cabeza de vuestra majestad”.
      Esta relación de aquel capitán correntino, no otro que don Manuel Cabral, se hallará en el Archivo de Indias. Tenemos, además, manuscrita en Buenos Aires, en el primer proceso canónico, que se hizo sin demora, su declaración  en la cual dice: “Estando (este testigo) en esta ciudad –de Corrientes-, llegó el padre Francisco Clavijo a pedir socorro de la provincia del Uruguay, después de la muerte y martirio de los dichos santos Padres; entre los cuales se averiguó lo mismo que comúnmente todos los indios cristianos decían: y fue que un indio hechicero Nezú, que se hacía dios entre ellos, viendo que lo que los Padres predicaban, era tan contrario de sus malas costumbres, y evitaban de tener muchas mujeres, y los demás pecados; y pareciéndole que con aquello perdería el ser adorado de los indios, como hasta allí; hizo convocación  de los indios infieles y caciques; a los cuales les dijo convenía matar a todos los Padres religiosos de la Compañía que estaban en aquella provincia, porque predicaban cosas contra lo que el predicaba y era su ser antiguo y de sus antepasados; y que él les ayudaría y favorecería y le tendrían propicio y contento con esto. Y si no, se iría al cielo y destruiría a todos; el Caaró y luego todos los demás de la provincia; y de allí se proseguiría luego a las provincias del Paraná, a matar a todos los Padres, y destruir la fe de Cristo; y que a los que estaban bautizados, él los desbautizaría y lavaría y borraría el bautismo, y los tornaría gentiles a su ser antiguo, con otros disparates; diciendo que siendo él dios, a él sólo pertenecía bautizar; y así hizo ciertas ceremonias en los niños, lavándoles la cabeza y pechos; rayéndoles la lengua, y decía les quitaba el ser cristianos y bautizados; y todos le creían y tenían por tal su dios, porque con ciertas invenciones y embustes sacaba agua y bautizaba a los niños. Y este hechicero Nezú envió sus mensajeros al Caaró, a otro semejante como él, llamado Carupé, que matase al santo Padre Roque y su compañero, y luego le avisase, para proseguir con los demás de  la misma suerte. Y el dicho Carupé fue con su gente, adonde el dicho Padre estaba aderezando una campana, poniéndole una cuerda en la lengüeta, para colgarla en la capilla que allí tenía hecho  y llevando industriado a su cautivo, llamado Maraguá, para que luego el Padre se bajase o descuidase, le matase con una porra de piedra desbastada. Y el dicho indio Maraguá le dio en la cabeza con loa dicha porra un tan gran golpe, hasta que se la deshizo toda.
      “Y allí mismo salió el Padre Alonso Rodríguez de la iglesia, o capilla, donde estaba, al ruido y vocería;  y le mataron asimismo e hicieron pedazos  los  cuerpos, y robaron los ornamentos y vasos sagrados; rompieron y quebraron las imágenes y metieron arrastrando los cuerpos, y les pegaron fuego y quemaron.
      Desde donde al cuerpo del santo Padre les habló y dijo:
      “Habéis muerto mi cuerpo; más no mi alma. Hános de venir muchos trabajos por esto que habéis hecho, porque han de venir mis hijos a vengarlo; y otras cosas que les fue profecía propia de todas las cosas que les iba sucediendo, y sucedió después, según los mismos matadores después, conociéndolo, lo decían.
      “Y visto aquello, el dicho cacique Carupé mandó a su esclavo o cautivo abriese el cuerpo, para ver lo que hablaba en él; pues, por la boca no podía, pues, la tenía hecha pedazos, así abrieron el cuerpo, y hallando que era el corazón, el que hablaba, le sacó fuera el dicho Maraguá, y con una flecha atravesado, le  tornó al fuego, para que se quemase. Y hecho esto, avisaron al dicho  Nezú, el cual, habiendo hecho sus ceremonias acostumbradas de falso dios aquella noche antes, a diez y siete de noviembre de mil seiscientos y veinte ocho años,  envió la gente a matar al Padre Juan del Castillo, que estaba en el pueblo de Ijuhí; porque las muertes de los santos Padres Roque González y Alonso Rodríguez fue a quince del dicho mes de Noviembre.
      “Llegados que fueron los dichos indios a casa del dicho Padre Juan del Castillo, adonde, habiéndole dicho algunas palabras injuriosas le asieron y ataron de manos, y dieron de bofetadas y porrazos, quitándole algunas de sus vestiduras; le echaron un bejuco a la garganta; y habíéndole dado algunos flechazos en los hijares, dándole muchos porrazos, con gran vocería lo llevaron arrastrando por unos cerros de piedra, y le mataron a palos, porradas y piedras; y luego le pegaron fuego.
      “Y robaron asimismo la iglesia, quebraron las cruces, rompieron las imágenes, breviarios y misales.
      “Y después vinieron a querer hacer lo mismo en la reducción de San Nicolás de Piratiní, adonde estaba el Padre Alonso de Aragón y el Padre Francisco Clavijo, los cuales al ruido de la vocería y trompetería de guerra se metieron al monte. Y quisieron quemar la iglesia de San Nicolás, que era de paja, echándole tizones, y no pudieron; con que esto es lo que luego que llegó este testigo se averiguó, como dicho tiene, en la Concepción del Uruguay.
      “Y de allí prosiguió su viaje este testigo y su compañía al pueblo de la Candelaria, donde era el mayor peligro, por estar más cerca de los enemigos. Adonde luego otro día siguiente que este testigo llegó, parecieron muy de mañana los enemigos en gran cantidad cerca del pueblo, que de hecho venían a matar a los Padres que en él estaban, y hacer lo mismo con los demás. Y este testigo  y su compañía y demás gente que allí estaban, les salieron a resistir; y habiendo tenido batalla con ellos, por la mayor parte del día, y vencídolos sin que de nuestra parte peligrase, aunque hubo algunos heridos, se capturaron muchos indios, entre los cuales los principales matadores del Santo Padre Roque, como fue el cacique Carupé y su esclavo Maraguá, Caburé y otros. Entre los cuales todos se hizo nueva averiguación de lo que había pasado; y todos conformaron en lo mismo que estaba averiguado; y aún añadieron los matadores, diciendo: Esto es el suceso que nos profetizó el corazón del Padre Roque desde el fuego; porque lo sacamos y lo quemamos  segunda vez.
      “Y confesó el mismo Maraguá haber sido él. El que sacó el  dicho corazón por mandato del dicho Carupé, porque les hablaba. Y el mismo Carupé y otros lo confesaron así, antes de hacerse justicia con ellos.
      “Y este testigo los mandó ahorcar y asaetar. Y sabe y vió, que los que pusieron mano en el dicho santo Padre Roque, se les hincharon y empollaron las manos; y más en particular al dicho Maraguá. Le dijeron a este testigo los soldados, las tenía como podridas; de que no poco admiración causó a todos y miedo a los naturales ver aquello.
      “Y este testigo otro día siguiente fue personalmente con su compañía al Caaró, adonde habían martirizado a los santos Padres Roque y Alonso Rodríguez, y halló la sangre del dicho Padre Roque, en donde le mataron; y asimismo las imágenes rompidas y las cruces derribadas y cortadas, y la iglesia o capilla quemada. Y entre las cenizas hallaron muchas  reliquias y huesos, que todos recogieron con grande veneración.
      “Y corrió la tierra este testigo hasta llegar al pueblo del Ujuhí que estaba desolado; adonde el santo Padre Juan del Castillo fue martirizado. Y de allí por la parte y lugar, por donde le llevaron arrastrando; y se hallaron algunos pedazos de su ropa y medias; y vieron por el rastro  sangre; y vió asimismo adonde pararon con él y lo apedrearon, y después, adonde lo llevaron a quemar últimamente; que todos serían tres cuartos de legua, más o menos, y allí entre las cenizas se recogieron algunos huesos; por donde vió, (este testigo) ser cierta toda la averiguación que se había hecho; además de que hubo muchos testigos de este martirio.
      “Y después vino este testigo a la reducción de  la limpia Concepción del Uruguay, donde los Padres de la Compañía de Jesús tenían los cuerpos  del santo Padre Roque y Alonso Rodríguez, o la mayor parte de ellos que no se quemó.     
       “Y allí, para ver, si era cierto lo de haberse sacado el corazón, el Padre Diego de Boroa lo busco en el pecho del Padre Roque, que estaba abierto, y no hallándolo, buscaron asimismo en el cuerpo del Padre Alonso Rodríguez su corazón y lo hallaron. Y visto que no estaba en el del santo Padre Roque, creyeron ser cierta la averiguación. Y después, en esta misma ocasión, mirando un Padre una talega de reliquias del uno y de otro cuerpo, que entre cenizas habían recogido, donde se quemaron los dichos cuerpos, hallaron el corazón del santo Padre Roque, chamuscado, más no quemado. Y estaba atravesado con una flecha de casquillo, según y de la manera  que el mismo indio matador y los demás habían declarado. Por donde se acabó de persuadirse este testigo y los demás que lo vieron, ser ciertísima la averiguación que se había hecho del martirio de los Padres; y que no había que dudar en todas las circunstancias que tiene declarado…”
      Sigue don Manuel Cabral en dar testimonio de la santa vida de los tres mártires, y lo firma.
      Del mismo o semejante tenor son los muchos testimonios que anteceden y siguen esta citada declaración, por donde se ve que todos se daban cuenta de la importancia del caso, y no querían que quedase la menor duda de la santidad y del martirio de los Padre Roque González, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo.
      Todo este proceso se  ha hecho por intervención de la autoridad eclesiástica correspondiente de Buenos Aires, y las declaraciones se depusieron allí mismo y en Corrientes.
      Intervinieron por supuesto en el caso también los superiores de la Compañía de Jesús; en primer lugar el inmediato superior del Padre Roque, el superior de misiones Padre Diego de Boroa, y el Padre provincial Francisco Vázquez Trujillo, cuyas informaciones se conservan aún.
      En 1632 fue elegido procurador a Roma y España el Padre Juan Bautista Ferrufino, el cual presentó al Rey aquel conocido informe impreso+

Carlos Leonhardt, S. J.