Una mariposa se posó en el Kremlin
Ernesto Heritier White
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G.K.Chesterton, el gran escritor católico nacido en Inglaterra, tenía una especial predilección por hacer resaltar en sus narraciones y cuentos, como centro de las situaciones más confusas e intrincadas, la presencia de los imponderables. Y con esto, además, se divertía muchísimo.
Porque lo imponderables, en cuanto hechos impredecibles que trastocan y
alteran el curso normal para el limitado entendimiento humano, de los
acontecimientos históricos, constituye un llamado de atención, una advertencia,
que debería suscitar y actualizar nuestra capacidad para el asombro. Pues en el
asombro lleva implícito un homenaje a su Creador y es la llave que abre las
puertas a la auténtica y verdadera sabiduría.
Pero el hombre moderno no tiene tiempo ni aptitud para para el asombro que
se exige para germinar el alimento que sólo puede obtener de la contemplación.
De la contemplación de ese orden perfecto del que forma parte y que él se
empeña obstinadamente en alterar y confundir.
El hombre actual, templo de la soberbia, fundamenta su orgullo, su
“autonomía”, en los prodigios que logra con gran esfuerzo y fabulosas
inversiones económicas en el campo de la ciencia y la técnica. Envanecido hasta
el delirio, olvida con el mayor desparpajo, la existencia de un orden en la Creación
que necesariamente llama a pensar en un Creador-increado, autor, ordenador y
sostenedor del Universo. Elevando su tecnocracia a la categoría de religión a
la que rinde culto, obnubilada su razón, agosta su capacidad para el asombro y
se separa de la causa primera que es Dios. Su alma se seca y pareciera que los
frutos que más le satisfacen, son sus propios logros, que en apariencia
potencian su supremacía.
Profundiza verdades para usar que no sacian la sed de infinito que
originalmente tiene impresa en el alma. Por ello no comprende que su ciencia
sólo es posible en virtud precisamente de ese orden inmutable y perfecto de la Creación,
en la que está incluido. Aferrado al mundo material, niega su filiación divina,
trascendente y eterna actualizando a cada instante el gran drama teológico de
su caída primigenia, producido por la tentación diabólica de ser principio y
fin de todas las cosas.
De este desorden es consecuencia su proclividad al mal, el desenfreno de
sus pasiones, su crueldad bestial y su ansia desmedida de dominación. En los
tiempos que protagonizamos, ese ansia de predominio y dominación trasciende
como objetivo la tierra que habita,
proyectándose al universo con programas de ataque y defensa, que ha denominado
enfáticamente como “guerra de las galaxias”.
Esta es su obra, su “capolavoro”, el cual le ha insumido, dada la
limitación de su inteligencia finita, un titánico esfuerzo intelectual en todos
los campos de la técnica, con inversiones materiales proporcionadas a los espacios que aspira conquistar. Y esta
carrera sin sentido, le ha exigido preocuparse por lograr sofisticados sistemas
de defensa que garanticen la invulnerabilidad de los espacios en que moran
estos nuevos dioses de barro a quienes el mundo rinde homenaje emocionado de
admiración y pleitesía.
Porque en el fondo, hasta el hombre común que padece las terribles
consecuencias de este gran desorden teológico, ha cedido la dignidad de su estirpe
divina y el privilegio gratuito de ser
el destinatario del disfrute de los bienes puestos para él sobre la
tierra, a la utopía de la participación de un poder monstruoso que lo sojuzga,
aplasta y aniquila.
Arrancado de su hábitat natural, que es la contemplación, transitará irremisiblemente
el camino de la aniquilación desesperanzada…
Días pasados el orbe entero se anotició de un hecho aparentemente
intrascendente. Un joven alemán, casi un niño, piloteando una pequeña y frágil
avioneta, aterrizó en el corazón mismo de una de las dos centrales de poder
que, según el esquema aceptado como dogma indiscutible, disputan a muerte la
hegemonía del universo.
Pero aún hay dos circunstancias que agregan dramatismo al suceso y ellas
son que el
día en que se produjo el episodio insólito, se celebraba la fiesta de los
guardianes de frontera de la URSS, que tienen como lema “Nadie pasará”.
-
E El
aterrizaje se produjo en la misma Plaza Roja, a los pies del Kremlin, asiento
de la máxima instancia de poder y, donde es dable suponer, está instalada la
fatídica y temida consola, mediante la cual oprimiendo un botón se produciría un
holocausto nuclear que acabaría con el hombre, con el planeta tierra partido en
mil pedazos y con el universo todo, tal vez, por el tremendo desequilibrio
sideral que ésta circunstancia produciría…
La avioneta recorrió más de 600 km. de espacio aéreo protegido por líneas
de defensa rigurosísimas, complejos
sistemas de radares y ondas sutiles capaces de alertar desde el sobrevuelo de
una bacteria terrestre ajena al edén que custodian hasta la, que presencia de
los más variados especímenes de extraterrestres, que eventualmente pudieran
visitarlos en son de paz o de guerra.
¡Y las alarmas, las luces rojas y las sirenas permanecieron mudas e inactivas!
Y este ·operativo inocencia” pudo consumarse, culminando con la firma de
autógrafos, por parte de su inefable e irresponsable protagonista, ¡que lo
cumplió alentado por el simple propósito infantil de acumular horas de vuelo!
Más allá de la simpleza de este episodio, que resulta incomprensible para
el hombre del siglo XX, pues constituyen desafío a su orgullo, mostrándole la
fragilidad y la limitación de la inteligencia y de sus previsiones, nos debe
mover a actualizar algunas reflexiones esenciales. Ni la hoja de un árbol cae sin el consentimiento de Dios.
Y Dios, misericordioso y paciente no escatima medios, sobrenaturales y
naturales, para reinsertar al hombre en el camino que lo conducirá al fin para
el cual fue creado. Sólo su ceguera pertinaz lo perderá en su carrera
enloquecida hacia la nada que es, librado así mismo.
En este orden se inscriben “los imponderables”, son llamados de atención
tan claros y e4videntesque frente a ellos la humanidad entera y solidariamente,
debería saltar clamando perdón a gritos, pues queda frente a su fracaso y a su
equívoco.
Tecnología acumulada durante años para asegurarse un sueño tranquilo, se
desploma hecha trizas ante la presencia sutil, cuasi etérea de una pequeña
mariposa…
Analógicamente, este episodio conlleva para el hombre actual, la misma magnitud
de cataclismo que significó, en su momento, el incendio de la Biblioteca de
Alejandría.
¿Será capaz de asumirlo en toda su dimensión? ¿Pasará sin ser advertido
como tantos imponderables que suscita la Voluntad de quien decide hasta la
caída de la hoja de un árbol?
Evidentemente, como corolario de todo este comentario, podemos afirmar que
por lo menos hay dos seres privilegiados que, de ahora en más, si se acercan
humildemente al Espíritu de Dios despojándose todas sus condecoraciones
terrenas, con sincero arrepentimiento, tendrán oportunidad de alcanzar el
perdón y meditar profundamente el tema, en las tranquilas vacaciones que hasta
sus muertes pasarán en el delicioso paraíso siberiano. Ellos son el camarada
Sokolov y Koldonov (Ministro de Defensa y Comandante en Jefe de las Fuerzas
Antiaéreas, respectivamente), que de inmediato fueron destituidos de sus
cargos.
Mientras tanto, desde las mansiones del Empíreo resuenan las sonoras
carcajadas de un gordo simpático y bonachón llamado Gilbert Keith y, que los
que algo recuerdan de nuestro viejo Catecismo, acompañamos con una sonrisa
esperanzada.
…Y el orden del universo permanece inmutable, guiado de la mano providente
de quien continúa ordenando hasta la caída de la hoja de un árbol…+
San Salvador de Jujuy, junio de 1987.
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