lunes, 11 de marzo de 2019


La lenidad de la “justicia” liberal fomenta la corrupción, amparando a sus secuaces.

Glosa 27, del libro de ROMANO AMERIO: “Stat Veritas”, donde comenta el siguiente párrafo de la Carta Apostólica “Tertio Millennio Adveniente” de J.P. IIº,  1994: “Otro capítulo doloroso sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento está constituido por la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad” (n.35,pg.49)].

Hoy día ni siquiera se castigan los delitos contra la ley positiva, pues sobre ella domina la libertad omnímoda de cada quisque, que suplanta tanto a la ley positiva como a la ley natural y a la de Dios. En el Régimen liberal actual, nacido de la guillotina, e implantado, en la Iglesia con el Vaticano II; y en nuestra Patria, luego de Caseros con las Rémington unitarias y los “generales” uruguayos, ni se enjuicia ni se castiga a los secuaces del Régimen. Sólo a los adversarios: “¡muera quien ni piensa como pienso yo”. Justicia y Liberalismo son dos términos cuyos significados se contraponen, ahogando a la Justicia. Tanto en la Iglesia como en el Estado.    

 Viene de perillas al momento político actual argentino las palabras de Romano Amerio  comentando la Encíclica del Papa polaco, -de las cuales sólo hago hincapié en la propensión a disimular y excusar los juicios y castigos a quienes lo merecen-. Dice AMERIO:: … “porque nuestras ideas de religión se han desarrollado en forma tal que se condena toda forma de violencia: la tendencia general es suprimir toda forma de represión, la injustificada y también la justificada”. O sea, Juan Pablo II consagró el triunfo completo de la “justicia” liberal en la neo-teología vaticana; como consecuencia del triunfo político liberal luego de la 2ª.  guerra mundial. Continúa Amerio:

[…] El núcleo de la cuestión reside en que a una sociedad (en tiempos los tratados eclesiásticos añadían perfecta) le corresponde constitutivamente la facultad de castigar. Si bien se mira, una sociedad que careciese de la facultad de castigar sería una sociedad fundada sobre la indiferencia moral: esa sociedad no castigaría, porque las acciones de los hombres serían indiferentes.
“En el pensamiento moderno palpita también la idea de libertad: no se castiga porque el hombre es libre, y que el hombre sea libre quiere decir que no habría ningún límite para las operaciones de su inteligencia. Todas las operaciones del intelecto humano serían dogmas y merecedoras de respeto, porque el hombre es considerado libre. La libertad es el principio de la sociedad moderna, es el principio que inspira el espíritu del siglo, del cual se han  dejado invadir también los hombres de la Iglesia.
“Como se ve, este pasaje de la Carta Apostólica es muy espinoso, y sus espinas tocan los principios mismos de los cuales deriva el espíritu moderno: la independencia de la autoridad y el hermanamiento irenista por encima de cualquier otro principio…” (ROMANO AMERIO).

Está tan generaliza esta transigencia de la “justicia” liberal con los delitos, tanto en la Iglesia como en el Estado, que abundan los testimonios.  Monseñor Schaufele, en SISINONO, Nº 252/53, dijo en la nota: “Porqué la Iglesia debe condenar”: “Se os dijo que la Iglesia debía limitarse a partir de entonces a exponer la verdad de manera positiva, y que no debía ya condenar, ni prohibir, ni prevenir. Se dice, además que la Iglesia del pasado, la de las anatemas y las condenas, debe ceder sitio a una Iglesia de tolerancia general y de comprensión universal… Ahora bien, precisamente quien le prohíbe a la Iglesia el “NO” se arroga el privilegio de decir “NO” al magisterio eclesiástico, a todos los dogmas, a toda la tradición, y naturalmente a toda la teología que no sea la teología moderna”.

J.P. IIº era tan enorme santazo “súbito”, que aplicó fielmente la nueva teología permisiva inaugurada por Juan XXIII, el buenazo, quien comenzó a charlar alegremente con los neo-modernistas, traicionando las enseñanzas de Pío XII, -considerado obsoleto, retrógrado y “petrificado”-, como decía el historicista Ratzinger. En  consecuencia, Juan XXIII declaró la guerra contra los acusadores de pecados y contra todos los “santos tristes”; y así se abrieron las puertas para que multitud de sacerdotes cuelguen las sotanas, y vivan alegremente en el Mundo; avergonzando y entristeciendo a la Iglesia. Estos eran considerados hijos auténticos del V. IIº, sumergidos  en el maremagno de los tiempos. Algunos de ellos fueron premiados por su fidelidad al progresismo, ascendiéndolos al cardenalato.


Y por contra-partida, J.P. IIº, condenó y execró maliciosamente ante la Historia a católicos que los modernistas consideraban que habían abusado de su autoridad, -lo que es un pecado imperdonable contra el liberalismo reinante en el Vaticano-. Porque ellos consideran que la sociedad y la autoridad ahogan a la libertad: son opresivas; como enseñan los marxistas freudianos. A esos hechos, cometidos siglos atrás, el Papa los reprobó con tanta falta de conocimientos históricos y de sentido común, que dan pie a pensar que lo que pretendió realmente era bajar de la peana a un auténtico santo como Pío V que hacía Justicia y sancionaba, como debe ser; y con él a todos los santos ortodoxos que impiden disfrutar de las alegrías del Mundo a los transgresores.

La figura de San Pío V será siempre anatema contra los historicistas; que enjuician la Historia de acuerdo a las circunstancia actuales. Y así se cumple la actitud paradojal siniestra, que, como advertí, se emplea tanto en la Iglesia liberal como en el Estado liberal: de amparar y absolver a los secuaces de la secta liberal, y excluir y condenar a los patriotas íntegros y católicos fieles.

¿El gobierno liberal de MAKRI, realmente gobierna? Porque haciendo caso omiso de la Justicia, y las consecuentes sanciones, más bien parece un gobierno de rejuntados, ávidos de beneficios personales. Un gobierno que  promueve el descontento generalizado, el justo resentimiento popular, usufructuado por los subversivos, y la anarquía nacional para beneficiar a los imperialistas. Un desgobierno que no impone el Orden, fruto  de la Justicia, el  que es  garantía de la paz social y base de la grandeza nacional. El liberalismo makrista,  entonces, acabando con el orden político, la paz social y la soberanía nacional, sólo preocupado por resolver problemas económicos, repudia las bases sobre las cuales se puede construir una Nación.

Con estos fundamentos, los países nacionalistas se reconstruyeron luego de finalizada la 2º guerra mundial, porque a todos sus habitantes les habían exaltado el patriotismo. Y sin esos cimientos, la Argentina liberal se viene hundiendo ininterrumpidamente desde Caseros, cuando perdimos la soberanía y la dignidad, en las profundidades de un abismo dantesco; mientras la Argentina auténtica sufre horrorizada, la degradante vergüenza de vivir en un riquísimo país del sub-mundo, expoliado y traicionado. indiferente a los intereses populares y nacionales, donde cada cual, impone libre e impunemente, sus intereses personales, de partido o logia, sobre el Bien común y para satisfacer al Imperialismo; bajo el amparo de la benevolente complicidad de la “justicia” liberal. +

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