La lenidad de la
“justicia” liberal fomenta la corrupción, amparando a sus secuaces.
Glosa 27, del libro de ROMANO
AMERIO: “Stat Veritas”, donde comenta el siguiente párrafo de la Carta
Apostólica “Tertio Millennio Adveniente” de J.P. IIº, 1994: “Otro
capítulo doloroso sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo
abierto al arrepentimiento está constituido por la aquiescencia manifestada,
especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de
violencia en el servicio a la verdad” (n.35,pg.49)].
Hoy día ni siquiera se castigan
los delitos contra la ley positiva, pues sobre ella domina la libertad omnímoda
de cada quisque, que suplanta tanto a la ley positiva como a la ley natural y a
la de Dios. En el Régimen liberal actual, nacido de la guillotina, e implantado,
en la Iglesia con el Vaticano II; y en nuestra Patria, luego de Caseros con las
Rémington unitarias y los “generales” uruguayos, ni se enjuicia ni se castiga a
los secuaces del Régimen. Sólo a los adversarios: “¡muera quien ni piensa como
pienso yo”. Justicia y Liberalismo son dos términos cuyos significados se
contraponen, ahogando a la Justicia. Tanto en la Iglesia como en el Estado.
Viene de perillas al momento político actual argentino las
palabras de Romano Amerio comentando la
Encíclica del Papa polaco, -de las cuales sólo hago hincapié en la propensión a
disimular y excusar los juicios y castigos a quienes lo merecen-. Dice AMERIO::
… “porque nuestras ideas de religión se
han desarrollado en forma tal que se condena toda forma de violencia: la
tendencia general es suprimir toda forma de represión, la injustificada y
también la justificada”. O sea, Juan Pablo II consagró el triunfo completo
de la “justicia” liberal en la neo-teología vaticana; como consecuencia del
triunfo político liberal luego de la 2ª. guerra mundial. Continúa Amerio:
“[…] El núcleo de la cuestión reside en que
a una sociedad (en tiempos los tratados eclesiásticos añadían perfecta) le
corresponde constitutivamente la facultad de castigar. Si bien se mira, una
sociedad que careciese de la facultad de castigar sería una sociedad fundada
sobre la indiferencia moral: esa sociedad no castigaría, porque las acciones de
los hombres serían indiferentes.
“En el pensamiento
moderno palpita también la idea de libertad: no se castiga porque el hombre es
libre, y que el hombre sea libre quiere decir que no habría ningún límite para
las operaciones de su inteligencia. Todas las operaciones del intelecto humano serían
dogmas y merecedoras de respeto, porque el hombre es considerado libre. La
libertad es el principio de la sociedad moderna, es el principio que inspira el
espíritu del siglo, del cual se han dejado invadir también los hombres de la
Iglesia.
“Como se ve, este
pasaje de la Carta Apostólica es muy espinoso, y sus espinas tocan los
principios mismos de los cuales deriva el espíritu moderno: la independencia de
la autoridad y el hermanamiento irenista por encima de cualquier otro
principio…” (ROMANO AMERIO).
Está tan generaliza esta transigencia de la “justicia”
liberal con los delitos, tanto en la Iglesia como en el Estado, que abundan los
testimonios. Monseñor Schaufele, en SISINONO, Nº 252/53,
dijo en la nota: “Porqué la Iglesia debe condenar”: “Se os dijo que la Iglesia debía limitarse a partir de entonces a
exponer la verdad de manera positiva, y que no debía ya condenar, ni prohibir,
ni prevenir. Se dice, además que la Iglesia del pasado, la de las anatemas y
las condenas, debe ceder sitio a una Iglesia de tolerancia general y de
comprensión universal… Ahora bien, precisamente quien le prohíbe a la Iglesia
el “NO” se arroga el privilegio de decir “NO” al magisterio eclesiástico, a
todos los dogmas, a toda la tradición, y naturalmente a toda la teología que no
sea la teología moderna”.
J.P. IIº era tan enorme santazo “súbito”, que aplicó
fielmente la nueva teología permisiva inaugurada por Juan XXIII, el buenazo, quien
comenzó a charlar alegremente con los neo-modernistas, traicionando las
enseñanzas de Pío XII, -considerado obsoleto, retrógrado y “petrificado”-, como
decía el historicista Ratzinger. En consecuencia, Juan XXIII declaró la guerra
contra los acusadores de pecados y contra todos los “santos tristes”; y así se
abrieron las puertas para que multitud de sacerdotes cuelguen las sotanas, y
vivan alegremente en el Mundo; avergonzando y entristeciendo a la Iglesia.
Estos eran considerados hijos auténticos del V. IIº, sumergidos en el maremagno de los tiempos. Algunos de ellos
fueron premiados por su fidelidad al progresismo, ascendiéndolos al
cardenalato.
Y por contra-partida, J.P. IIº, condenó y execró maliciosamente
ante la Historia a católicos que los modernistas consideraban que habían
abusado de su autoridad, -lo que es un pecado imperdonable contra el
liberalismo reinante en el Vaticano-. Porque ellos consideran que la sociedad y
la autoridad ahogan a la libertad: son opresivas; como enseñan los marxistas
freudianos. A esos hechos, cometidos siglos atrás, el Papa los reprobó con
tanta falta de conocimientos históricos y de sentido común, que dan pie a
pensar que lo que pretendió realmente era bajar de la peana a un auténtico santo
como Pío V que hacía Justicia y sancionaba, como debe ser; y con él a todos los
santos ortodoxos que impiden disfrutar de las alegrías del Mundo a los transgresores.
La figura de San Pío V será siempre anatema contra los
historicistas; que enjuician la Historia de acuerdo a las circunstancia
actuales. Y así se cumple la actitud paradojal siniestra, que, como advertí, se
emplea tanto en la Iglesia liberal como en el Estado liberal: de amparar y
absolver a los secuaces de la secta liberal, y excluir y condenar a los
patriotas íntegros y católicos fieles.
¿El gobierno liberal de MAKRI, realmente gobierna? Porque
haciendo caso omiso de la Justicia, y las consecuentes sanciones, más bien parece
un gobierno de rejuntados, ávidos de beneficios personales. Un gobierno que promueve el descontento generalizado, el justo
resentimiento popular, usufructuado por los subversivos, y la anarquía nacional
para beneficiar a los imperialistas. Un desgobierno que no impone el Orden,
fruto de la Justicia, el que es garantía de la paz social y base de la
grandeza nacional. El liberalismo makrista, entonces, acabando con el orden político, la paz
social y la soberanía nacional, sólo preocupado por resolver problemas
económicos, repudia las bases sobre las cuales se puede construir una Nación.
Con estos fundamentos, los países nacionalistas se
reconstruyeron luego de finalizada la 2º guerra mundial, porque a todos sus habitantes
les habían exaltado el patriotismo. Y sin esos cimientos, la Argentina liberal
se viene hundiendo ininterrumpidamente desde Caseros, cuando perdimos la
soberanía y la dignidad, en las profundidades de un abismo dantesco; mientras
la Argentina auténtica sufre horrorizada, la degradante vergüenza de vivir en
un riquísimo país del sub-mundo, expoliado y traicionado. indiferente a los
intereses populares y nacionales, donde cada cual, impone libre e impunemente, sus
intereses personales, de partido o logia, sobre el Bien común y para satisfacer
al Imperialismo; bajo el amparo de la benevolente complicidad de la “justicia”
liberal. +
No hay comentarios:
Publicar un comentario