Textos de doctrinA POLITICA
El individuo atomizado agobiado
por el absolutismo democrático.
LA SOBERANÍA.
Es falso el punto de vista que coloca al individuo en
oposición al Estado, y que concibe como antagónicas las soberanías de ambos.
Este concepto “soberanía” ha costado mucha sangre al mundo y le seguirá
costando. Porque esa “soberanía” es el principio que legitima cualquier acción
nada más de ser de quien es. Naturalmente, frente al derecho del soberano a
hacer lo que quiere se alzará el del individuo a hacer lo que quiere. El pleito
es así irresoluble.
En este principio descansa el absolutismo. Este sistema
apareció en el Renacimiento y tuvo mejores políticos que filósofos. Éstos
acudieron al Derecho romano, y, confirmando sobre el “dominio” privado el poder
político dieron a éste un carácter “patrimonial”. El príncipe viene a ser “dueño“
de su trono, y así lo que a él le parezca
tiene fuerza de ley, nada más que por emanar de él. “Quod principi placuit leges habet vigorem”. Digamos entre
paréntesis que esta tesis del príncipe, este derecho divino de los reyes, nunca
ha sido doctrina de la Iglesia, como sus enemigos han pretendido afirmar.
Pero es natural que frente al derecho divino de los reyes
se proclamase el derecho divino del pueblo. El que dio forma expresiva a esta
tesis básica de la democracia fue Rousseau en el “Contrato Social”. Según él,
todo poder procedía del pueblo, y sus decisiones de voluntad se consideraban
justificadas, por injustas que fuesen. Al “Quod
principi placuit leges habet vigorem”, sucede la afirmación de Jurieu: “El
pueblo no necesita tener razón para validar sus actos”. Y el individuo sale de
la tiranía de un gobernante para caer bajo la tiranía de las asambleas”.
SOBERANÍA Y DESTINO.
El Estado se encasilla en su soberanía, el individuo en
la suya; los dos luchan por sus derechos a hacer lo que les venga en gana. El
pleito no tiene solución. Pero hay una salida justa y fecunda para esta pugna
si se plantea sobre bases diferentes. Desaparece este antagonismo detractor en
cuanto se concibe el problema del individuo frente al Estado no como una
competencia de poderes y derechos, sino como
un cumplimiento de fines de destinos. La Patria es una unidad de destino en
lo universal, y el individuo, el portador de una misión peculiar en la armonía
del Estado. No caben así disputas de ningún género: el Estado no puede ser
traidor a su tarea ni el individuo puede dejar de colaborar con la suya en el
orden perfecto de la vida de su nación.
El anarquismo es indefendible, porque, siendo la afirmación
absoluta de individuo, al postular su bondad o conveniencia ya se hace
referencia a cierto orden de cosas, el que establece la noción de lo bueno, de
lo conveniente, que es lo que se negaba. El anarquismo es como el silencio: en
cuanto se habla de él se le niega
La idea del destino, justificador de la existencia de una
construcción (Estado o sistema), llenó la época más alta que ha gozado Europa:
el siglo XIII, el siglo de Santo Tomás. Y nació en mentes de frailes. Los
frailes se encararon con el poder de los reyes y le depararon ese poder en
tanto no estuviera justificado por el cumplimiento de un gran fin: el bien de
los súbditos.
Aceptada esta definición del ser –portador de una misión,
unidad cumplidora de su destino-, florece la noble, grande y robusta concepción
del “servicio”. Si nadie existe sino
como ejecutor de una tarea, se alcanza precisamente la personalidad, la unidad
y la libertad propias “sirviendo” en la armonía total. ¡Se abre una era de
infinita fecundidad al lograr la armonía y la unidad de los seres! Nadie se
siente doble, disperso, contradictorio entre lo que es en realidad y lo que en
la vida pública representa. Interviene, pues, el individuo en el Estado como
cumplidor de una función, y no por medio de los partidos políticos, no como
representante de una falsa soberanía, sino por tener un oficio, una familia,
por pertenecer a un Municipio. Se es así, a la vez que laborioso operario,
depositario del poder.
Los sindicatos son cofradías profesionales, hermandades
de trabajadores, pero, a la vez, órganos verticales de la integridad del
Estado. Y al cumplir el humilde quehacer cotidiano y particular se tiene la
seguridad de que se es órgano vivo e imprescindible en el cuerpo de la Patria.
Se descarga así el Estado de mil menesteres que ahora innecesariamente
desempeña. Sólo se reserva los de su
misión ante el mundo, ante la Historia. Ya el Estado, síntesis de tantas actividades
fecundas, cuida de su destino universal. Y como el jefe es el que tiene encomendada
la tarea más alta, es él el que más sirve. Coordinador de los múltiples
destinos particulares, rector del rumbo de la gran nave de la Patria, es el primer servidor: es, como quien
encarna la más alta magistratura de la tierra, “siervo de los siervos de Dios”.+
Artículo tomado
de “JUANPÉREZ”, Madrid-Barcelona, junio 1964.
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