THE
ROCKEFELLER FILE
Reproduzco un interesante comentario del
señor Esteban Vivas, al libro escrito por Gary Allen, publicado en California,
USA, 1976. (revista
Verbo, Nº 176, 1977).
“Habiendo exilado a los dioses de la Ciudad, el mundo moderno trata de
reemplazarlos por alguna cosa, no sabe qué, que no existe en ninguna parte.
Crisis de confianza, dice él: si, crisis de fe, y que gana a la Iglesia misma.
Como en vísperas de la Revolución, percibimos en su periferia un difuso olor de
la herejía: las mismas traiciones de palabras, la misma confusión de principios
cuando, en vez de celebrar con las logias de entonces al Ser Supremo, al
Legislador de los cristianos, a la Filantropía, extraños apóstoles tratan de
acomodar al cristianismo las ideologías masónicas de Democracia, Humanidad,
Sociedad, Progreso, Pacifismo e Internacionalismo. Por endósmosis ineluctable,
pero, claro, unilateral sus dogmas se diluyen en abstracciones, su mística en
política. Cargando a designio el acento sobre las necesidades físicas que
comporta nuestro deber social, ellos relegan a la sombra la práctica de las
virtudes heroicas, a tal punto que el catolicismo no se presenta ya a la masa
de los fieles sino como una adaptación disimulada al mundo materializado, como
un oportunismo hipócrita, como una religión a corto plazo que engendra, a su
imagen, pequeños avaros”.
Con el párrafo transcripto, que a muchos puede parecer una descripción
exactísima del estado de cosas actual, comienza el libro de R. Vallery Radot “Les Temps de la Colère”, cuya 10 edición
(Grasset, París, 1932) habíamos leído, por pura casualidad antes que el libro
de Allen, al cual consagramos esta nota llegara a nuestras manos. Dicha
casualidad resultó feliz, porque el segundo libro es, sin que el autor se lo
haya propuesto, unja especie de continuación y puesta al día del primero.
El libro de Vallery-Radot es una historia muy documentada y convincente de los
objetivos y procedimientos por los cuales la masonería provocó la guerra del 14
y logró impedir en 1917 que Francia e Inglaterra aceptaran la propuesta de paz
del emperador de Austria, pese a los deseos del Sumo Pontífice, a la convicción
del presidente Poincaré y del primer ministros Lloyd Georges, y a la opinión
pública de Francia e Inglaterra. Las razones, en síntesis, no fueron otras que
estas: para los detentadores del poder, que tenían y continúan teniendo su sede
en Nueva York, y de quienes el presidente Wilson y el primer ministro francés
Ribot eran incondicionales instrumentos, la guerra no debía terminar hasta que
quedasen asegurados estos tres objetivos fundamentales: la liquidación
definitiva del imperio Austro-Húngaro, último resto del Sacro Imperio Romano
Cristiano que la Revolución no había todavía podido destruir; la definitiva
destrucción del poder militar alemán, y la erección de la Sociedad de las
Naciones, institución proyectada en Nueva York y aprobada el 28 de junio de
1917 en París por el Congreso de las Masonerías de las naciones aliadas y
neutrales, como órgano de gobierno mundial.
El primero de estos objetivos se logró plenamente, pues la monarquía
cristiana desapareció; el segundo fracasó, pues las ominosas condiciones
impuestas a Alemania por el presidente Wilson no pudieron impedir que esta
nación se levantara nuevamente en armas y pusiera en angustiosos apuros a sus
vencedores; y el tercero, que es el principal, no se ha realizado aún plenamente,
pues la Sociedad de las Naciones, y su sucesora la ONU, se han mostrado insuficientes
por la resistencia de las naciones a resignar a su favor la soberanía y la
totalidad del poder. Si quienes tienen en sus manos los medios de control del
pensamiento –dice Allen- “pueden persuadir a suficientes norteamericanos para
que acepten voluntariamente la resignación de la soberanía de USA a favor de las
Naciones Unidas, su larga campaña en favor del Gobierno Mundial habrá tocado su
fin. El Nuevo Orden Mundial habrá llegado…” (pg.78).
Los trece capítulos del libro que comentamos están consagrados al estudio
de los objetivos por los cuales la “más poderosa familia norteamericana” usa los
cuantiosos medios de que dispone (miles de millones de dólares), y la
conclusión es que el objetivo final es el gobierno mundial.
El último paso importante que se ha dado en pos de ese objetivo es la
creación de la Comisión Trilateral designada en 1973 a iniciativa de David
Rockefeller, presidente del Chase Manhattan Bank, por las empresas financieras
más poderosas de tres regiones del Hemisferio Norte: Japón, Europa y los EEUU.
Este acuerdo trilateral responde, según un artículo del director de la
Comisión, Sr. Zhigniew Brzezinski, publicado en el periódico Foreng Affairs, órgano del Consejo de
Relaciones Exteriores de los Rockefeller la convicción de que el mundo no se va
a unir en pos de una ideología común o de un supergobierno, porque cada nacido,
interesado en la solución de sus propios problemas tales como tener suficiente
combustible para mantener sus fábricas en funcionamiento o suficientes
alimentos para sus ciudadanos, perderá de vista aquel objetivo superior de la
unidad y del Gobierno Mundial (pg. 87). De allí el acuerdo entre las tres
grandes regiones mencionadas para dedicarse a resolver los problemas del resto
del mundo, de tal modo que nadie se vea obligado a desatender ese ideal
supremo.
¿Ideal para quienes?
Por de pronto, para los Rockefeller: esto lo dice y lo demuestra Allen en
el libro que comentamos. Pero ¿Quiénes están detrás de los Rockefeller? El
autor lo sospecha: “…Nelson se ha transformado en el predilecto de la judería organizada
de Nueva York (…). Sin semejante apoyo nunca podría haber sido elegido
gobernador del Estado de Nueva York cuatro veces. Pero cómo exactamente la familia
realiza esta hechicería, es algo que hace retroceder la mente” (pg. 19).
La mente de Vallery-Radot no hubiera retrocedido ante el problema, por
difícil que sea investigar en esos altos niveles de la jerarquía masónica. Es
curioso que Allen no mencione en su libro a la masonería, ni siquiera para
descartarla.
En la siguiente anécdota contada por Serge Nilus, que tenemos a través de
una cita, hubiera podido encontrar Gary Allen un principio de respuesta:
Poco antes de la primera guerra mundial, en una gran ciudad rusa, un archipreste
solía recibir con frecuencia la visita de un rabino. Invariablemente el tema de
conversación era la fecha en que por segunda vez Cristo volvería a la tierra.
Intrigado el archipreste, preguntó al rabino porqué tenía esa preocupación y
obtuvo esta respuesta: “Usted sabe que nosotros
esperamos al Mesías; nosotros no creemos en el que ustedes llaman el Salvador
del mundo, pero buscamos sin cesar conocer el día de su venida. Equivocados en
nuestros cálculos hemos alterado las cifras de la Biblia, que difieren según
las traducciones estén hechas antes o después del nacimiento de Jesús. En
nuestros días, nuestro pueblo se impacienta y nos pregunta cuando vendrá Aquel
que debe liberarnos del yugo de los gentiles y darnos el poder. Estamos
apremiados por contestar a nuestro pueblo, y vengo a veros para consultaros si
vuestra opinión es la misma que la mía. Al que nosotros esperamos, ustedes le
llaman el Anticristo; ése será el que nos dé la libertad”. *
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