lunes, 12 de noviembre de 2018



Fragmentos del artículo del profesor
Alberto Falcionelli
Donde expone profundas reflexiones sobre el tema que nos atañe decisiva y dolorosamente.                           
 “HABLANDO  DE  DEMOCRACIA”
(Publicado en la revista VERBO, Nº 176, de septiembre de 1977.- Lamento, por su extensión, no transcribir el artículo completo. Marqué con negritas las frases más esclarecedoras de los párrafos. Entre corchetes notas del profesor Falcionelli).

“La democracia es la esperanza del mundo”; F.D.Roosevelt
“La democracia salvará a la democracia”, (xxx, chileno)
“El drama de nuestro tiempo no es que haya muchos idiotas.
Siempre los hubo.  Es que ahora, los idiotas piensan”. Jean Cocteau.

E
n completo acuerdo con el prusiano Ernst von Salomon, no uso el término “democracia” sino cuando no me queda otro remedio, pues nadie logró jamás darme su sentido exacto, ni siquiera el mejor dotado de los portadores de la Ciencia Política contemporánea. De tal suerte, a pesar de la prescripción fulminada por F.D.R. con absoluta determinación religionaria, a pesar de los dichos emitidos, inter pocula cynicorum, por Winston Churchill, ninguna glosa teórica, ninguna constancia histórica, filosófica o sociológica logró persuadirme que la democracia es “la esperanza del mundo”, o aun “el menos inaceptable de los sistemas políticos, por poco satisfactorios que todos resulten”, ni siquiera de que se le pueda descubrir un comienzo de definición. Su signo invariable, un signo negativo reñido con toda realidad, con toda lógica natural, es la indefinición y, por vías de consecuencia, la desunión. Lo cual me lleva a suscribir sin vacilar lo que sostenía el Cardenal Richelieu: “La salvación de las almas se cumple en el Cielo, la salvación de la Ciudad se cumple en la tierra”; y, a los tres siglos largos, a quedarme con el tan poco académico miembro de la Academia Francesa Jean Cocteau. (pg.28).
Incluso lo que los doctrinarios y los profesionales de la política llaman “democracia pluralista” –en la que todas las supuestas bondades de ese polifacético hallazgo deberían encontrar su punto óptimo de conjunción- es justamente esto: indefinición y desunión.
Para comprobarlo, sería conveniente referirnos a los compases finales de la segunda guerra y a sus secuelas ideológicas todavía actuantes y aun deletéreas, si cabe, que en aquellos tiempos aciagos…
Con la derrota del Eje –por favor, dejémonos ya de rumiar pamplinas como ésa de “Cruzada común delas democracias contra el fascismo”- la palabra “democracia” no ha dejado de llenar discursos, tratados, editoriales, de ocupar tribunas y tribunales, de invadir todos los instantes de nuestra vida, de irrumpir, sin la menor causa aparente, en lo rincones más secretos de nuestra intimidad, de imponernos el método exacto para que  seamos ciudadanos decentes. Quien –usted y yo- sentía y vivía, por así decirlo, como la buena gente, democráticamente, esto es, sin darse cuenta de ello, porque no lo hacía por inspiración ideológica, sino por buena crianza y cordialidad natural, se vio colocado de golpe ante la obligación insoslayable de proclamarse democrático a voz en cuello desde los tejados, de acariciar con sus berridos democráticos  los oídos de los nuevos Catones (y de sus huestes armadas, para evitar lo peor), demostrarlo incluso en su modo de vestir y en su trato selectivo con sus vecinos y sus familiares mismos. A partir de 1945, todo ciudadano ha sido medido con el metro de la democracia, que era, y sigue siendo, el único metro legalmente registrado.  Todo centro cultural, toda asociación profesional, toda sociedad de fomento o de beneficencia tuvo y tiene que adornarse con esa calificación. En esto, se ha ido más lejos aún que en la época del fascismo, del que, por lo demás, sería razonable, de una vez por todas, y para una correcta inteligencia del tema, que dejaríamos de confundirlo con el nacional-socialismo y con el mismo totalitarismo en sí. Pero, en aras de la irrenunciable religión democrática, la confusión se ha cumplido: derecha=fascismo; fascismo=nacional-socialismo: nacional-socialismo=horno crematorio; y como derecha=nacionalismo, nacionalismo =genocidio. Genocidio y horno crematorio, derecha, nacionalismo y fascismo son términos intercambiables que, todos, expresan idénticas manifestaciones del mal en la tierra.  Por consiguiente la democracia es el bien, y el bien es la democracia.

En efecto, desde hace más de treinta años ya ¿qué han sido de nuestros países? Democracias, y por añadidura, democracias “duras y puras”. ¿Porque nuestros países se empeñan en tener eso que llaman “política exterior”, suscriben alianzas, o las ponen en hibernación? Para salvar la democracia. ¿Porqué Inglaterra, Francia, España, Portugal, tras haberse liberado de “la carga del hombre blanco” se someten a la obligación, al deber, de distribuir miles de millones de dólares a sus antiguos protegidos de color? Para encauzarlo hacia la práctica de la democracia. Que lo que queda –quiero decir, el país mismo- vaya deslizándose hacia la crisis latente y aún la catástrofe económica y social, que estos antiguos centros de civilización se reduzcan mientras tanto a meras expresiones geográficas. Cuando no a colonia financieras de sus ex “esclavos” petroleros, ¿qué más da, con tal de que la democracia esté a salvo?
Con todo, y en suma, ¿de qué democracia, de qué defensa de la democracia, de qué educación democrática se trata?
Porque democracias y métodos democráticos, hubo y hay en cantidades incontables. Se los concibe y propugna de modos tan disímiles que ni siquiera Dios Nuestro Señor, si fuese democrático, reconocería a los suyos. Intentemos ensamblar las distintas afinidades.
Tenemos la democracia laica o laicista, o aun masónica, más bien conservadora –de lo suyo, claro está-, de derivación francesa, modelo 1875, corregida1946 y 1958, algo jacobina, pero con sentido agudo de la propiedad mal habida que, dentro de pocos años, ha de celebrar su segundo centenario, siendo el “burgués” 1875 heredero directo de 1789. Tenemos la democracia “progresiva” de derivación [norte]americana, igualmente masónica, pero puritana, modelo Declaración de Derechos, corregida por no pocas enmiendas en los cauces contradictorios, aparentemente contradictorios, del populismo y de la plutocracia. La primera es la del “pueblo soberano”, la segunda la del “ciudadano rey”. Tenemos la democracia social, escindida del socialismo, que a comienzos del siglo XX, se hizo evolutiva –“reformista” decían sus promotores-, buscando ser aceptada por los gobiernos “burgueses”, aun de forma  monárquica, con sus representantes en el gobierno ministerial ya antes  de la primera guerra, que hicieron  sus pascuas durante el conflicto al amparo de la Unión Sagrada, por lo cual Lenin los tachó de social- traidores. Tenemos la democracia socialista que, sumando y restando, es comunismo vergonzante –durante mucho tiempo socialismo y comunismo habían sido sinónimos, lo que mermaba su caudal electoral-, pero que prefiere actuar como partido autónomo, aun aliándose estrechamente con éste para valerse de su fuerza mientras siga siendo fuerte, o para recoger sus despojos en el caso de que decline o se derrumbe. Tenemos, pues, la democracia popular, esto es, totalitaria, dictatorial y despótica, pertenezca su jefatura a un Jefe Genial o a una dirección colegiada, con todas las variaciones dialécticas imaginables, que van del masivo “culto de la personalidad” al extravagante hallazgo del “eurocomunismo”, del “centralismo” al “policentrismo” (democráticos, por supuesto), con la constante del partido único en su filigrana permanente. Tenemos la democracia cristiana, que dio sus primeros pasos a partir de la segunda mitad del siglo XIX con el membrete de “catolicismo liberal”, primero, del “cristianismo social” luego, ambos de filiación lamenaisiana, esto es socializante y antiliberal, al tiempo que portadora de la pretensión de reconciliar Religión y Revolución, con sus especialidades francesa, alemana, belga, italiana, chilena, venezolana, etcétera. Y ahora tenemos la “democracia orgánica”, de la que nadie sabe lo que es en realidad más que atrae a no pocos elementos antiguamente “de derechas” y aún “fascistas” que han creído descubrir en esta nebulosa un salvoconducto capaz de proporcionarles alguna aceptación en la sociedad política contemporánea. (pg.31)
Todas democracias. Pero ninguna se parece a la otra.  Se oponen incluso entre sí, tanto en su fundamentación “ideal” como en su actuar práctico: unas más que otra cosa, quieren ser método pragmático, es decir libre discusión y organización electoral fundada en el concepto de mayoría; otras, sustancia más social que política, que puede llevar, y de hecho lleva, a la negación del pluralismo. Todas orientadas por lo que les llega desde afuera, de donde esperan recibir el santo y seña que les dé apariencia de vida propia, cuando ésta no es sino vida refleja; unas desde Estados Unidos; otras desde la Unión Soviética; y algunas, desde el Vaticano. Más que cualesquiera otros, los mancomuna en lo único que tengan claramente programado de acuerdo tácito, el antifascismo, visceral o imitado, o, mejor dicho, una idéntica “vocación antifascista”.
[…] Es innegable, en efecto, que todas las fórmulas democráticas, incluidas las “moderadas”, al tiempo que denuncian para la reprobación universal al extremismo de izquierda –es decir, guerrillero y terrorista, filial del comunismo y del socialismo tácitamente unidos con vista a la conquista y a la conservación del poder-, nunca atribuyen la responsabilidad de sus actos al PC y al PS, oficialmente reconocidos como democráticos, esto es, como congénitamente decentes, sino a grupúsculos cismáticos y anarcoides, sin aceptar ver en ellos la prolongación armada de dichos PC y PS, que es lo que son en realidad. Pues dichos actos solamente sirven para los obstáculos todavía existentes en el camino de la conquista del poder para uso y consumo exclusivo del único que sea capaz de conservarlo. (pg.32).
[…]  Porque, a fin de cuentas, para estos caballeros, incluidos los marxistas-leninistas, la única derecha con plenas facultades políticas es la derecha económica, que es la que se encarga de los grandes negocios, por cuenta de todos los demás, con el comunismo soviético y chino. La otra, o sea, la derecha nacionalista, que es pobre, siempre es “extremista”, y por ende, virtual y fácticamente “terrorista”, pues no espera más que una oportunidad para poner en marcha hornos crematorios actualizados. […] Y esta última  es la razón por la cual, desde todos los horizontes democráticos, aún desde los ”orgánicos”, se le disparan flechas envenenadas a Aleksander Solzhenitsin, a partir del momento en que se ha descubierto que su oposición al régimen soviético no arranca de un “idealismo” liberal tipo Revolución de Febrero, esto es, democrático y masónico, sino de un inconmovible tradicionalismo, ortodoxo, nacionalista y monárquico, o sea, de un amor muy realista  por el legado inconmovible de la patria rusa.
[…] En política, como en toda relación del hombre con la especie y con el Creador, lo que más aborrece la democracia es la unidad, porque la unidad presupone permanencia de la autoridad, respeto de la jerarquía, culto atento y despierto de la verdad. Y la verdad no puede ser más que una. Exige, para empezar, conocimiento del bien y del mal y, luego, buen uso de ese conocimiento para combatir al mal y para contrarrestar su acción de oscurecimiento y de disgregación. La democracia, matriz de la Revolución, es un tósigo universal, aplicable a cualquier organismo en cualquier circunstancia de tiempo y de lugar, y su fin es el desmembramiento de la Ciudad a pesar de ella misma, por encima de sus defensores naturales, mediante la paralización homeopática de sus moradores. Con su facultad perpetua para la mutación, que le sirve de cortina de humo y le permite revestirse de todos los disfraces, aun de los más tentadores, es indestructible en su esencia demoníaca. […]  En efecto, cambia de piel apenas se descubren sus intenciones, y se reserva para intoxicar por etapas sucesivas la sociedad nacional que quiere conquistar y, cuando ha logrado desunirla aislando a unos de otros los centros de resistencia sobrevivientes, deja paso a la Revolución, cuyo objeto es destruirla en su totalidad inmanente y trascendente. De suerte que, como la Revolución es satánica en su esencia (esto lo dijo Joseph de Maistre, otro “reaccionario”, de esos que tanto les gustan a los señores Frei y Zaldívar)), la democracia es intrínsecamente perversa por obra de su preparación. No en su formulación teórica –que nadie logró jamás precisar porque la indefinición es el medio más eficaz para la desunión-, sino en su acción difuminada que es la del tumor que, paso a paso, invade el organismo entero arrastrándolo a su eliminación final por la metástasis revolucionaria. (pg.35).
[…] No, la Revolución por sí sola, sino la democracia en sí es el cáncer cuyo agente de difusión evita consultar a quien podría curarlo y, por el contrario, se empeña en eliminar a todos los anticuerpos que serían capaces de impedir su progresión.
[…]… al organizarse, cualquier sistema político tiene que rechazar la tentación democrática, o dejar de ser democrático: la democracia, que es desunión, crea por vías de consecuencia conflictos permanentes entre los diversos estamentos sociales y entre los individuos pertenecientes a estos estamentos mismos. Su tarea consiste en desarticular las unidades naturales, oponiendo a sus miembros entre sí, levantando vallas infranqueables entre las colectividades profesionales y regionales, y terminando con lanzar a estos individuos desamparados, a estas colectividades sin proyecto común, al asalto del Estado. Y el Estado es el organismo tras el cual el comunismo los espera a todos. Imposibilidad congénita de definirse, allí está el eslabón perdido y todavía sin encontrar pese a las técnicas más refinadas de la “politología” contemporánea; eslabón cuya ausencia torna imposible cualquier especificación valedera de toda forma inimaginable de democracia, por cuanto impide que vuelva a reunirse lo que era naturalmente unido.
Tan antifísica como la democracia representativa surgida del proyecto liberal, es la democracia llamada popular, pese a que ella sea una empresa de reunión total que, por lo demás, únicamente busca y alcanza el objetivo que se ha fijado; sumisión de todos en el terror suministrado desde arriba sin interrupción. [pg.37]. “Gobierno del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo”, tal sería una fórmula realmente democrática, en el caso que pudiera encontrar algún medio para concretarse en el terreno de la política práctica…, Semejante gobierno nunca existió, no existe, ni existirá jamás, simplemente porque no podría existir. Cada vez –muy pocas- que hubo un gobierno definido y reconocido como democrático y empeñado realmente en gobernar “para el pueblo”, pudo ser “del pueblo”, durante un tiempo, pero nunca “por el pueblo”. Dejémonos de referencias a las democracias griegas que fueron, o bien oligárquicas, como la ateniense, o bien elitista y totalitaria como la espartana. (pg.38). En cuanto a las Comunas italianas de la Edad Media fueron tan cerradas, para uso de la burguesía dominante, como las ciudades de la Liga Hanseática. El pueblo estaba tan ausente se sus determinaciones que acabó rebelándose y optando por el principado o la monarquía que, si bien no fueron gobiernos del pueblo, muy a menudo fueron para el pueblo y con el pueblo.
El juego de espejuelos por el que “el pueblo gobierna por intermedio de sus representantes”, sigue siendo, a los doscientos cincuenta años de su descubrimiento por los whigs y los tories, un puro teatro de ilusiones; los representantes en la medida en que gobiernan, o controlan efectivamente los actos de sus delegados en el gobierno: 1.- no representan sino una parte del pueblo (teóricamente la mayoría), y pasan simplemente por alto  la voz, la protesta o la simple expresión de deseos de la otra parte (la minoría) y, por  consiguiente, pueden valerse únicamente del consenso de un sector, limitado por  mayoría que sea, de la sociedad política; 2.- toman decisiones, frecuentemente dramáticas como una declaración de guerra o la cesión de parte del territorio nacional, sin consultar previamente, no sólo a los representantes de la oposición, cuyos electores son tan movilizables como los del oficialismo, sino tampoco a sus mismos representados; 3.-  eliminan de funciones vitales, o reducen a tareas desprovistas de utilidad real, a servidores del Estado, civiles y militares, no pocas veces muy eficaces en su oficio a quienes sospechan de espíritu de oposición y, por ende, de segundas intenciones eventualmente molestas para sus fines electorales.(pg. 38).
[…] la única forma de democracia que pueda jactarse de conformar el “gobierno de todo el pueblo”, democracia perfecta, pues, es la soviética, o mejor dicho, la comunista. En ella, la voluntad unánime del conjunto social se resume en la del “legislador” de turno, emanación mágica de la voluntad general descubierta por Juan Jacobo, y finalmente fecundada por Lenín, Stalin, Jrushchov, Brezhnev, Mao-Tse-Tung, Fidel Castro, Hua Kvo-Feng y otros remanentes de presidio, o de sanatorio, tipo Idi Amin Dada, con sangrías ininterrumpidas de “enemigos del pueblo trabajador”.   Pero sobre la base de consultas recurrentes del pueblo trabajador, previamente amaestrado a tiros o a reducidas dietas alimenticias. Esta es la verdadera democracia, la democracia auténtica, la “democracia popular”, que es la democracia total, vale decir, la “democracia totalitaria”. (pg.39).
[En la URSS se vota a una sola lista, pero con dos urnas que, en la mesa electoral estrictamente vigilada por los mastines de KGB, se brindan, al alegre votante, una con el cartel “Si”, otra con el cartel “No”. Quien coloca su sobre en la segunda sabe qué es lo que le espera a la salida. De este modo, sin tantos líos, se logra “el gobierno de todo el pueblo”].
[…] Cuidadosamente lucubrada en el cauce, sea  de la trampa de las urnas de doble fondo, sea en el “fraude patriótico” – y siempre en la filigrana de las promesas menos realizables de las que todos, electores y candidatos, saben de antemano que no serán mantenidas-, o bien a  través de la corrupción plutocrática; paulatinamente llevada a su cumplimiento más completo por  el tiro en la nuca y el horno crematorio, la democracia es el triunfo de la envidia personal (no del pobre  por  el rico puesto que aquél lo admira a éste y ve en él a su protector natural cuando sabe que su fortuna es “bien habida”; sino, sin tanta distinción de clases, del fracasado por su igual con suerte); es el imperio del resentimiento y del odio universal. (pg.40).
[…] La democracia es un modo concatenado de ejercicio del poder que tiene su conclusión lógica, casi diría, natural, en la teoría vesánica de una pandilla de criminales que nos vigilan a todos, estilete entre los dientes, garrote en una mano, jeringa inyectable en la otra. Que tal es la etapa final de toda democracia, demoliberal, social, cristiana u orgánica (pg. 41).
[…] La democracia liberal reserva sus favores a sus clientes y libertos que, con las migajas de gadget renovable, se declaran satisfechos; la plutocracia colma de beneficios vistosos –con la facultad de cortárselos a la primera señal de independencia- a sus sirvientes y agentes incondicionales, que son gente, que por lo general nunca vacila, ni siquiera ante la traición a la patria, cada vez que ello resulta provechoso para sus amos. (pg. 41).
[Los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito, de la Revolución Francesa en adelante, esto es, desde el ginebrino Necker y los girondinos financiados por la alta banca calvinista, hasta los socios del Club Bildelberg y los agentes de la mafia Graiver-Gelbard, pasando por los prohombres visibles de la Revolución de Febrero, sirvientes pasivos de la gran banca francesa, inglesa y americana ( protestante y judía), y por la misma pandilla leniniana copiosamente rociada por el grupo Warburg-Schiff-Loeb (americano?) y el sindicato (alemán?) westfalo-renano de Walter Rathenau…].
[…] Ahora bien, a partir del momento en que desapareció la única forma legítima de poder, la monarquía tradicional, es decir, autoritaria y jerárquica, no existe otro modo, no diría ya de salvación, sino de postergación del desastre, fuera de la intervención del soldado. Recurso desesperado y que, demasiado a menudo, aparece en sus efectos mediatos como un parche sobre una pierna de palo… (pg. 42). Con todos los errores que ha cometido en el pasado por culpa de su miopía “profesionalista”, a él, y solamente a él, los pocos que seguimos siendo libres le debemos nuestra libertad. Ayudémoslo, por el contrario, a repensar la esencia de su misión en la nación y en el Estado. Animémoslo a admitir que, si quiere realmente restaurar y reconstruir la sociedad nacional que le toca proteger contra el enemigo interno más que contra el de afuera, su poder tiene que ser autoritario, duradero y “comunicativo”. Tendrá que darse cuenta algún día de que autoridad no significa autoritarismo, sino jerarquía y comunicación, o sea concordia (pg.43).
[…] Y pese a su desamparo económico, que no es subdesarrollo intelectual, nadie detenta mayores recursos que el hombre latinoamericano si se empeña en ponerlo histérico, paranoico, y al borde del chaleco de fuerza al superdesarrollado gadgetívoro yanqueeman…
No, en verdad, no existe relación posible entre ellos y nosotros. Solamente existe una confusión deliberadamente planteada entre sistema de autoridad y totalitarismo, entre gobierno militar y “fascismo” (acerca de cuya naturaleza real habría que ponerse de acuerdo de una vez por todas), entre nacionalismo y horno crematorio. Pero este es ya un cuento viejo, que no logra excitar a nadie. La verdadera confusión es la que se ha ido creando e imponiendo entre “democracia” y “libertad”, entre “libertad” e “igualdad”, entre “igualdad” y “fraternidad”. Porque aquello que nosotros queremos evitar es la esclavitud totalitaria que toda fórmula pretendidamente democrática prepara de modo ejemplar. Por lo cual sugiero que nos dejemos de hablar de “sociedad democrática” y que empecemos a hablar de “sociedad libre” y a hacerla posible; que nos dejemos de hablar de “igualdad” como un valor sacrosanto, y que empecemos a hablar de jerarquía, o sea, de la  “necesidad de la desigualdad”, que es una condición natural que se cumple, ya que no más por derechos de nacimiento, por mérito surgido del servicio prestado a la comunidad a la que pertenecemos; que nos dejemos de hablar de “fraternidad”, madre exclusiva de las guerras de infierno y de las matanzas masivas  de la edad contemporánea, y que empecemos a hablar, en serio esta vez, de bien común, un bien común que, de ser claramente entendido y lúcidamente programado, se extiende de la nación a la comunidad internacional.(pg.50).
Pero esa relación existe, y muy fácil de comprobar, entre las distintas familias del superclan democrático, desde la liberal festiva, que promete prosperidad y paz a todos y no las da a nadie, tirando huesos y migajas a quienes aceptan servirla incondicionalmente cada vez que hay elecciones y se callan mientras tanto, hasta la totalitaria, eufemísticamente  llamada popular, que actúa dondequiera logra asentarse, como ejército de ocupación y explotación; pasando por la plutocrática, que se reserva a sí misma festividad y prosperidad, valiéndose para sostenerse del apoyo “consumidor” de la popular (entregas de bienes de capital, de tecnologías, de plantas fabriles, de materia primas estratégicas, de alimentos a precios de  cambalache) y éste es un asunto viejo que arranca con las financiaciones de las revoluciones de Febrero y de Octubre por los Schiff, Warburg, Loeb, Rathenau, etecétera, y encuentra su culminación en el sostenimiento de las guerrillas por las empresas Graiver/Ber Gelbard, avaladas por bancos belgas, suizos, franceses y americanos.  Ya que el asunto no ha cambiado mucho desde los tiempos preparatorios ginebrino-calvinistas y anglo-masónicos de la Revolución Francesa. No ha cambiado mucho, se ha perfeccionado.
Podemos fundar en axioma que toda democracia actúa como factor negativo y destructor de un valor que, a través de los siglos, ha demostrado su utilidad y su buen servicio a la comunidad nacional, que pretende capturar para ser usufructuaria única de una prosperidad creada en beneficio de todos. La plutocracia es el negativo absoluto de las viejas aristocracias, cuyos privilegios se compensaban ampliamente con la obligación del servicio armado, con el impuesto de la sangre. La democracia “pluralista” es la inversión total de las monarquías autoritarias que, hablando en términos actuales eran sistemas de poder populares y aún sindicales, porque fundaban su legitimidad en el deber de estar al servicio de todos y en la protección celosa de las libertades corporativas y regionales, en un modo de sufragio  que no era universal únicamente porque, con él, no se votaba por la elección de un “nuevo rey”, sino, sin distinción de categorías sociales, por las representaciones comunales, profesionales y estamentales. La diferencia es grande, sí pero redunda enteramente a favor del sistema dinástico, por cuanto, con él, quienes tenían derecho a voto no eran los “privilegiados” de la nobleza y del clero como tales –lo tenían únicamente dentro de su estamento-, sino los campesinos, pequeños propietarios y arrendatarios, los artesanos y los burgueses, comerciantes e industriales grandes, medianos y pequeños, es decir quienes creaban efectivamente la riqueza de la nación. Los nobles y los clérigos detentaban privilegios- por lo demás considerablemente reducidos ya a partir de la segunda mitad del siglo XVII, cuanto menos en Francia, en Italia septentrional, en el Imperio, en España, en Prusia, y cien años más tarde en la misma Rusia por obra de las reformas de Catalina-, pero ¿Cuál era el precio de estos privilegios? El impuesto de la sangre, muy pesado para los primeros ¿pues qué familia de cualquier rango mobiliario no perdía a muchos de sus miembros en cada guerra? El de la beneficencia y de la instrucción pública, nada liviano tampoco, para los segundos, máxime a partir de las reformas agrarias del siglo XVIII que habían reducido considerablemente las rentas de los obispados y de las órdenes religiosas. (pg. 51).
[El día en que nobleza y clero se  desunieron, tras la apertura de los Estados generales de1789, muchos de sus miembros se pasaron al Estado Llano en un contubernio que so pretexto de Constitución fundada en la “soberanía del pueblo”, despedazó todo concepto real de soberanía, abriendo el ciclo de las guerras y de las revoluciones infernales de la edad contemporánea, hasta caer, de las manos de los marqueses de Lafayette y Mirabeau y del Obispo Talleyrand, en las del noble de nacimiento Maximiliano de Robespierre y, de allí en adelante, de las del príncipe Lyov en las del igualmente noble de nacimiento Vladímir Illich Uliánov, a cuya tropa han acabado aglutinándose el estrafalario Consejo Mundial de Iglesias,  y la lastimosa pandilla de los “cristianos para el socialismo”. En 1789 había ya “sacerdotes para la Revolución”, los abates Siéyes, Gregoire, Fouchée, por ejemplo, precursores de los actuales “democratizadores” de la Iglesia Católica. Todos los cuales –o casi- entonces como ahora, o ahora como entonces, han acabado jacobinizándose hasta hacerse terroristas,., inscribiéndose en el Partido comunista, casándose, divorciándose, etecétera, … Nil novi sub sole].
[…] Rousseau, padre común de la especie, no hablaba de bien común, sino de voluntad general, pero sabía –y lo dijo en el mismo Contrato Social- que su consecución era imposible, fuera de la dictadura de la mayoría, cuyo primer deber consistiría en eliminar, “incluso por la muerte” a todos los disidentes: el mito de la voluntad general, por consiguiente, puede concretarse únicamente mediante la dictadura del partido único que, para imponerse, tiene que sustentarse en la práctica ininterrumpida del terrorismo de Estado. Pues tal es la facultad innata del Supremo Legislador. (pg. 52)
Otra variante, que no es más que formal: exactamente como los “humanistas” del marxismo-leninismo, delegados del “gobierno de todo el pueblo”, esto es del sistema más totalitario que nos ofrezca la historia, anuncian la extinción fatal del Estado y, mientras tanto, encadenan a su ciudadano rey en torniquetes  día a día más apretados; los portadores del “pluralismo avanzado”, digamos, tanto Guiscard como Carter, al afirmar que hablan en nombre de todos sus ciudadanos-reyes, mienten y engañan a los demás: el primero, elegido por el 51 % de los votos emitidos, con una abstención  del 25 por ciento; el segundo, por una proporción idéntica de votantes, pero con un 45% de abstenciones, no pretenden llegar a esa ”extinción” del Estado, sino a su “humanización”; por lo cual, como aquellos, lo utilizan para intervenir cada vez más hondamente en la vida pública y privada de sus conciudadanos.
Los marxistas-leninistas utilizan, pues, una delegación enteramente falsificada y no lo disimulan; y la de los pluralistas resulta averiada desde el vamos, un vamos que va agravándose con el “seguimos”. Brezhnev, cúpula actuante y pensante de un Politburó en el que se concentra “el gobierno de todo el pueblo soviético”, esto es, del Partido-Estado, es el que menos se engaña y que menos engaña. En efecto, encarna la voluntad, la sed de beneficios permanentes, de 15 millones de miembros del Partido, con sus clientes, protegidos de las fuerzas armadas y las tropas de seguridad. Calculando “a lo rico” estamos ante una masa, nada compacta, por lo demás, de 30 a 35 millones de soviéticos  (con rivalidades y conflictos internos permanentes) que, el susodicho Presidente y Secretario General Leonid Illich Brezhnev han confiado el cuidado de sus intereses y apetitos que el trabajo esclavo o semi-esclavo de 230 millones de rusos sirve para satisfacer.
Existe innegablemente una tremenda diferencia entre el terror permanente, característico del sistema comunista, y los métodos de corrupción hábilmente dosificados por los portadores del pluralismo. Pero a los efectos prácticos, mientras la persecución física acaba templando a un número de almas y las proyecta hacia afuera para la redención de sus hermanos, la desmoralización y el pervertimiento acarreados por el pluralismo, los embota y desarman de modo irreparable. (pg. 53).
[…] Mucho más deletéreo es el otro sistema,- el nuestro- pues logra sobrevivir con sólo poner en práctica las curaciones menos visibles y detectables el terrorismo intelectual […]. Al no conformista, que por casualidad o por milagro, logra levantar la voz, aquí no es necesario inyectarlo, es suficiente acusarlo de “fascismo” o de “promotor de la reacción” o, simplemente de “conservador”, y se le cierra a cal y canto hasta las columnas del Telégrafo de Tarancón o del Courrier de Quimper-Corentin, pues la lectura de sus dichos resultaría menos atrayente que la del precio de la vaca en pié o de las variaciones del mercado de la remolacha..  Con lo cual, no quiero decir que exista un metro pensable de comparación entre el ostracismo del que sabe valerse el Estado de derecho liberal burgués, y los sufrimientos impuestos de una u otra manera –todas exquisitamente crueles, por lo demás –al disidente del Estado de derecho proletario. ¡Dios me libre desemejante disparate! (pg.54).
[…] Todo lo que se ha intentado hacer para bien –o para mal- de los hombre y del Estado se hizo en los tiempos romanos, y se deshizo por Roma. Las tentativas ulteriores, a veces coronadas por el éxito, siempre se han cumplido en referencia total o parcial con lo que Roma había hecho.
[…] En todo esto, y aquí donde nos encontramos por obra delos puritanos de la Nueva Inglaterra, padres utópicos a la par que mercantiles de esa maligna criatura que, para obtenerla, no tuvieron más que fecundar a la inmoralista madre francesa puesta en marcha por el delirante puritano ginebrino Juan Jacobo Rousseau; allí donde nos encontramos, digo, el supuesto ideal democrático se reduce a un mero pretexto, cuyos usufructuarios, y éste es su único talento, sólo ha sabido ilustrarse en el arte acabado de la mutación.  (pg. 55).
[…] La democracia es un medio instrumental cuyo valor moral para el perfeccionamiento de la especia humana permanece sin descubrir, más que perdura, para nuestro castigo, como decía el abate Lantaige, a través de las incesantes mutaciones que no ofrecen más consistencia que las de la táctica aplicada, desde hace doscientos años, como para encadenar al hombre en el anonimato de la masificación. Durante estos dos siglos ha ido sitiando y destruyendo por desmoronamiento interno, muralla tras muralla, y de una a otra generación. valores seguros que se habían edificado, afirmado e impuesto a través de los siglos con el toque de prueba de la experiencia informada en la inteligencia de lo real. Les ha sustituido paulatinamente proyectos de “valores ideales”, o sea utopías mutantes que siempre permanecen sin concretar, ni tienen en cuenta el costo de las experimentaciones cumplidas fuera de toda posibilidad de retorno sobre el cuerpo social, es decir, en el alma de los hombres como si fueran pruebas de laboratorio cuyo fracaso afecta solamente a elementos desprovistos de vida propia colocados en la probeta. Pues contrariamente a lo que sucede en la química o en la física experimental –en las que las pruebas pueden repetirse hasta el infinito sin riesgo para el fin buscado-, con esas experimentaciones efectuadas sobre el hombre y la sociedad, estos podrán seguir viviendo, pero mutilados de un órgano o de una función arrancadas de modo irreparable. Porque estos utópicos reformadores sociales –politólogos, antropólogos, sociólogos, psicólogos- no admiten ningún llamado de atención, ningún desmentido por cruelmente que surjan, sobre todo si provienen de quienes pueden dominarlos, sea por una inteligencia natural superior, sea por una preparación intelectual asentada en una larga tradición familiar de mando y de servicio.
De allí, el camino es corto para las proscripciones sociales, las exclusiones profesionales, la inscripción en el libro negro de la indignidad nacional a expensas de los no conformistas. Camino poco original, por lo demás, pues de todos modos perpetuamente vuelto a pavimentar en previsión de cualquier oportunidad. Esto hicieron la Cruzada común de las democracias, sus gorilas y acompañantes de la mafia intelectual: Giovanni Gentile asesinado por la espalda, sin que su compañero de juventud Benedetto Croce lo encontrara demasiado escandaloso; Ezra Pound, encerrado en una jaula para que los ilustrados MP del “ejército” yanqui lo cubrieran de escupitajos, antes de que se lo encerrara durante catorce años en un manicomio (y que Carter se escandalice por la existencia de hospitales psiquiátricos en la URSS); Roberto Brasillach, fusilado por “traidor”; Charles Maurras, condenado a la celda con segregación  por “inteligencia con el enemigo”; Maillol, despachado a martillazos, final lógico para un escultor; Montherlant, Morand ,¡y cuántos más! Obligados a buscar refugio en el extranjero; centenares de rusos anticomunistas entregados a Stalin por orden expresa de Truman y Churchill; pero, ¿cómo se llama el financista que sufrió algún contraste por haber contribuido a la construcción del Muro del Atlántico? No lo busquen. Están haciendo opíparos negocios en la URSS y en China popular, aun cuando sepa que, allá, el trabajo esclavo es la fuente principal de la plus-valía que él comparte con el gang del Partido. (pg. 57).
Y así son los príncipes de la democracia moderna, Jimmy Carter con sus derechos humanos entre los dientes, Valéry Giscard con su asmático “liberalismo avanzado”. Sedimentos sucesivos que todos brindan como modelos uo to date para que el mundo que se cree libre se deje socializar sin resistencia con vistas al “entendimiento perpetuo” con el Este, o sea, a su “inevitable integración” en el imperio de Brezhnev. (pg.58).
[En ciertas circunstancias, no tan excepcionales como la buena gente se figura, la democracia pluralista no excluye la eliminación física del opositor demasiado coriáceo, ni siquiera el recurso a las matanzas masivas, que no son privativas del jacobinismo robesperiano, son sus “columnas infernales” de Vandea, Bretaña, Provenza, etcétera, no del bolchevismo Lenin-staliano, y si es menester, jrushchoviano y brezhnevisno. De Gaulle, salvador de la República, se mostró tan conducente como los Grandes Antepasados al “legitimar” la ejecución somera de más de 100.000 franceses en los tiempos de la “liberación”, y de algunos más con los fidelísimos hatkis musulmanes (150.000) a consecuencia de lo tratado en Evian.  Así como el ciudadano Robespierre había hecho cortar la cabeza de André Chénier, único poeta del desolado s. XVIII francés, él hizo fusilar a Roberto Brasillach, tras haberse valido de una treta realmente canallesca: como el poeta se escondía, hizo encarcelar a su madre; Brasillach se entregó inmediatamente y terminó ante el piquete de ejecución.].
[…] Pese a lo cual, y dejando escapar una vez más las mejores oportunidades para ayudar a los rusos y a los chinos a sacudirse de encima la tiranía que los oprime, nuestros democráticos príncipes siguen apreciando al comunismo como el único “interlocutor valedero”, como decía la Grande Andouiulle de Colombey. Porque han decidido, de Carter a Giscard, pasando por Adolfo Suárez y demás astros de la galaxia democrática, socializarnos a todos, nos guste o nos repugne. Esta operación es la que Thomas Molnar  [“Le Socialisme sans visage”]  llama Socialismo sin rostro, definiendo su propósito como sigue: “Mi tesis es que Occidente, con las formas políticas engendradas, formuladas y practicadas por él, está en vía de una rápida decadencia. Conjuntamente, las tesis anexas desarrollan la proposición de que el mundo no occidental, Tercer Mundo e imperio comunista para usar expresiones consagradas, se segrega del modelo occidental y se encamina hacia lo que yo llamo Monilitismo. Arrastra tras él a Occidente, y, por lo demás, Occidente lo empuja a ello, porque hemos llegado al punto extremo de los grandes principios que dominan el planeta desde hace cuatro siglos”.
Nuestro mundo, prosigue, deriva más que evoluciona hacia un socialismo monílítico y tentacular, un socialismo sin rostro, sin precedente histórico conocido, al que nos prepara desde hoy en la ciudad la omnipotencia subversiva, inorgánica y anticonstitucional de las feudalidades. Un Estado neo-feudal, es decir, en el lenguaje del siglo XX, el Estado sindical y tecnocrático”.
Pero la realidad del poder, comenta otro analista [H. Keralty, Itinéraires, 1977], “ha cambiado de formas y de manos. Es necesario haber egresado de la Escuela Nacional de Administración (como Giscard, Chirac…) para no comprobarlo. Son las nuevas sinarquías financieras y sindicales, los media, los partidos que ocupan hoy su mayor porción de poder: no sólo sobre los espíritus, sino sobre lo que queda de instituciones sociales, fuera de las cuales los derechos y las libertades de los individuos no encuentran más garantías… El asalto de las nuevas feudalidades, de grupos de presión salvajes, pero suficientemente poderosos como para introducirse por doquiera, ha desnaturalizado la noción misma del gobierno de los hombres y de la ley civil que ya no se aprecian como protecciones, sino como amenazas, que provocan la huida de los ciudadanos en el incivismo y la marginalidad”.
Ahora bien, un fenómeno espectacular y, en cierto sentido, absolutamente único, es que esta quiebra de las instituciones tradicionales, desde arriba hacia abajo, no ha engendrado en el mundo social el nacimiento de un orden nuevo. Tratase de la familia, la escuela, la Iglesia, el ejército, la policía, el parlamento, cada una de estas instituciones subsiste, como en superficie, en el tejido social, y sigue incluso desempeñando en él una función: subsiste no para realizar su propio fin … sino como correa de transmisión de la ideología “liberal-igualitaria”, que sueña con destruir de este modo, y a gastos mínimos, todo el ensamblaje, todas las jerarquías necesarias para la permanencia del lazo social, según el orden natural. “Allí, la institución aliena cada día más sus razones de ser hasta el punto de cambiar de definición”. (Keralty) (pg. 61).
“En lenguaje filosófico, se podría decir que persistir en su propio ser se ha tornado actitud superada, y que la tendencia actual de estas instituciones es dejarse llevar por el devenir. En la realidad cotidiana ello se traduce por una desestructuración, por una carencia, finalmente por una dimisión de la autoridad que la conserva aún en grado suficiente, ¡que paradoja!, con el fin de abolir sus propias funciones. De este modo, la autoridad no se cede, como acontece en las revoluciones, lo que permite el surgimiento de otra autoridad, de otra institución: la institución actual parece tener por tarea primordial su propio desmantelamiento, su auto-extinguimiento” (Molnar, pg. 62).
Es que el liberalismo ha sabido aislar, desarmar al individuo en la masa informe de una sociedad horizontal y desvitalizada; ha sabido entregarlo a las pasiones anónimas del poder cultural, él mismo verdadera teoría del Estado. Tanto que, en el universo social utópico donde nos encontramos sumidos con él, el hecho mismo de gobernar se percibe como una contradicción lindante con lo intolerante; una contradicción tolerada únicamente a título provisorio, contractual, donde el personal del Estado sigue siendo servidor fiel de la religión dominante impuesta por las feudalidades, y limita toda su ambición a una suerte de gestión de los progresos (o recesos) de la economía”. (Kéraly).
[…] Este es el desahogo de un hombre habitualmente educado en sus expresiones escritas, pero harto ya, y hasta los topes, de los dichos y pronosticaciones que ha tenido que aguantarse, desde los del cretinísimo marqués de Lafayette hasta los del guenialniy mariscal Brezhnev, con todos los que han preferido entre medio de dos siglos a esta parte; o sea, de la Declaración de los Derechos a la Doctrina de las Soberanías Limitadas, incluyendo a don Carlos Marx y a sus  secuaces laicos y tonsurados, así como a todos los demócratas del montón europeo y americano.
Para poner término a este estallido de impaciencia me permitiré unas breves definiciones, algo menos efervescentes:
1.     +  “La democracia no salva a la democracia”, porque la democracia no merece salvarse en ninguna de sus situaciones, actuales o previsibles. Con mis excusas a los promotores de la “revolución en libertad”.
2.  +  Lejos de salvar a la democracia, toda democracia se destruye a sí misma mediante sus propias instituciones, a menos que sus portadores esperen hacerla sobrevivir ayudándola a integrarse en la democracia popular.
3.    + No existe nada peor que el comunismo; y el método más adecuado para combatir esta peste, bestial en su enunciado teórico a la vez que sofisticada en su expansión metódica, es el anticomunismo, para empezar. Y que me perdone el señor Frei…
4.   +    “El comunismo es intrínsecamente perverso”. El Papa Pío XI fue quien lo proclamó. Aún cuando el demócrata cristiano D. Andrés Zaldivar finja haberlo olvidado. Se lo recuerdo porque, como católico, yo creo en la redención.
5.      * Fascismo hubo uno sólo, el de Mussolini, y no fue un sistema despótico, sino autoritario y jerárquico, lo que hace del nacional-socialismo su lamentable caricatura, pese a lo que afirmaban Franklin Delano Roosevelt, sir Winston Churchill, y siguen pensando los más arriaba nombrados, y algunos más…
6.  ---   No el Estado-nación, sino la Patria-nación es el único camino para que alcancemos la concordia, la verdadera concordia que, desde adentro, irradia hacia afuera. Dios fue quien la creó. A nosotros nos toca honrarla, como reza el Cuarto Mandamiento, porque es la tierra de nuestros padres.
7.   --  El culto del pasado no es un recurso nostálgico ni una forma de escapismo. Es fermento activo de supervivencia y de conservación de lo permanente a través de lo contingente.
8.   -    En toda organización que quiera restaurar a lo hondo la comunidad nacional, la presencia de la oposición es indispensable, pero su fin es concurrir al logro de la concordia, fuente necesaria del bien común.
9.   -    Dejémonos, pues de hablar de democracia, factor de desunión nacional y universal. Hablemos de sociedad libre, y edifiquémosla, cueste lo que cueste.
1-.   El ecumenismo es una endogamia religiosa sin otra salida fuera de la esterilidad. Volvamos a hablar de unión de las Iglesias, única fuente de reunión en Cristo Nuestro Señor.
1-.   La desigualdad no es un mal, es un dato creado y, por consiguiente, un medio para el bien social e individual. La igualdad es horizontal, o sea, factor de desmembramiento al tiempo que de masificación. La desigualdad es vertical, es decir, factor de variedad en la unión.
1-.   El mundo en que vivimos no es un mundo neo-pagano; los paganos tienen dioses, por falsos que sean; nuestro mundo que se limita a adorar el dinero, no es pagano, es ateo. Razón por la cual el rostro de tantos de nuestros contemporáneos que han hecho su religión de la materia, del gadget democrático, exuda envidia y odio, mientras que el mísero yacuta animista irradia felicidad.
1-.   Los fuertes batallones se han pasado al servicio de la Revolución, es decir, al partido del Anticristo, sin darse cuenta de que ya están dispuestas las milicias celestiales. Mucho temor sí, para el que cree, pero fe absoluta en la victoria de Dios Todopoderoso.*


















No hay comentarios:

Publicar un comentario