EL NEFASTO E
INTOCABLE INTERMEDIARIO.
Ramón Doll
El distinguido
nacionalista escribió un comentario (publicado por Dictio, pgs.59/62, del que extraemos
sólo algunos párrafos), a los libros “El
Kahal” y “Oro”, escritos con fervor patriótico por el inolvidable
Gustavo Martínez Zuviría
Los argumentos de esas novelas, basados en la
realidad económica y política nacional, demuestran las terribles consecuencias
para la economía popular y nacional, provocadas por la democracia liberal;
sistema donde reina el intermediario, funesto personaje con poderes omnímodos
causante de la miseria económica. El intermediario compra a precio vil ,
monopolizando cosechas enteras, abusando de la necesidad de vender del
productor, y él las revende al precio arbitrario que más le conviene. Es un
sistema usurario, aplicado en el comercio mayorista, ganando multimillones
arruinando al productor y al minorista, empobreciendo al pueblo.
La acción
maléfica del intermediario es conocida, comentada, y repudiada por quienes se preguntan asombrados ¿Cómo es
posible que al productor le paguen dos o tres pesos el kilo de papas, por
ejemplo, y el comerciante las venda a $15,-?
¿Qué sucede
durante el viaje del productor al minorista? No hace falta ser doctor en ciencias
económicas para comprender este atropello a la economía nacional y al pueblo. Mejor
dicho: es mejor no ser doctor y conservar algo de sentido común, honestidad y patriotismo. La intermediación abusiva enriquece al
intermediario, arruina al productor y lleva miseria a todos.
Los únicos
que desconocen la causa que origina artificialmente el aumento escandaloso de
los precios son los gobernantes, legisladores, economistas periodistas y jueces
liberales del Régimen. Estos personajes, que mienten proclamándose amantes y
representantes del pueblo, hacen la vista gorda, porque así lo exige la
ideología cipaya que realmente representan. ¿Qué temen? ¿A quién temen, que los
amordaza? ¿Porqué ningún gobierno se les
anima a los intermediarios?
A
continuación las palabras de don Ramón Doll
[…] El libro de Martinez Zubiría, lleno de ardiente
patriotismo, es el valiente toque de atención ante el derrumbe de nuestra
economía, con acentos que hieren nuestra fibra de argentinos.
El novelista ha logrado un tenebroso cuadro del
patrimonio económico argentino y ha punzado con crueldad, pero con saludable
propósito, nuestros tejidos cancerados, tumefactos, descompuestos, por la
acción de nocivos factores internacionales.
Libros como los de Martinez Zubiría necesitamos todos los
días, sea cual fuere la causa a la que su autor se propuso servir, porque
milite en la llamada izquierda o en la llamada derecha, hay que reconocer que
estos libros ponen de manifiesto el divorcio existente entre la Nación y el
Estado en la Argentina. Y lo que importa a todos los argentinos, pertenezcan a
este o a aquel credo religioso, es que estos libros se han puesto
desinteresadamente de parte de la Nación y, acaso, contra el Estado.
Contra el Estado si, porque al fin y al cabo ¿qué
demuestra la existencia de esas maniobras de fuerzas plutocráticas contra la
economía de la economía nacional?
Demuestra que desde hace más de medio siglo, el Estado
argentino se puso al servicio de un sistema económico mercantilista, en el que se subordinó la producción al comercio, en
el que la propiedad y todos los bienes del país fueron lanzados a una
especulación sin freno, porque los argentinos nos acostumbramos a ganar más
dinero comprándolos y vendiéndolos que trabajándolos.
El Estado se convirtió en una gerencia de riqueza en lugar de ser un organismo
distribuidos de bienestar que
irrigara por igual los distintos compartimientos del cuerpo social.
Mientras la realidad argentina pedía a gritos una
política estatal que respondiera a aquella economía que se llamara
“fisiocrática” en tiempos antiguos, según la cual las industrias rurales eran
las únicas nobles; mientras la realidad argentina pedía productores el Estado ponía
en el comando de la economía a los intermediarios y a los hombres que se sitúan
estratégicamente en los lugares de paso donde se controla el intercambio de
toda la producción.
Las consecuencias han sido funestas; y las tintas
sombrías que la pluma de Martinez Zubiría derrama con talento en sus dos
últimos libros son más que una pesadilla de novelista: son desgraciadamente una
desgarrante realidad. Todos los afanes, todos los trabajos, todos los sudores
del pueblo argentino, concretados en los cereales y en las carnes, todos los
inviernos cruentos y los veranos tórridos del hombre que trabaja o dirige el
trabajo en nuestras llanuras pródigas, benefician exclusivamente a diez señores
que tienen la llave de las compuertas por donde inundan la plaza con dinero o
recogen el numerario según les convenga comprar o vender.
Si un gobierno le permitiera emitir más papel que el que
corresponde al encaje metálico, estaría condenado por las leyes de conversión;
pero en cambio, los diez señores pueden impunemente empapelar el país a su
capricho y recoger también a su capricho la emisión, porque disponen de toda o
casi toda la reserva de oro nacional e internacional.
Aplaudamos con toda el alma a este compatriota tan noble
y tan valiente. +
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