domingo, 26 de julio de 2015

(Artículo publicado en el Boletín “PATRIA”, del Movimiento Nacionalista de Jujuy, febrero 1985)
CASEROS,  ROSTRO  DE  LA  PATRIA  DOLIENTE
Ernesto Heritier White

Más allá de toda valoración retórica que pueda darse al hecho circunstancial de perder o ganar un batalla, Caseros resume las cualidades de un hecho fundacional de la patria. A 133 años de distancia y a la luz de un análisis objetivo de nuestra historia en este largo período que incluye el último año vivido, preñado de aportes para avalar nuestro aserto; con el alma dolida proclamamos: ¡Caseros es el hecho fundacional de este pobre país nuestro!

Esta es la amarga realidad, que no podremos enfrentar  adecuadamente si no la definimos, para poder entender que quien la ha hecho posible es el régimen.

En un principio, fuimos capaces de conquistar una patria como Dios manda y los hombres ni discuten ni votan. Por eso tuvimos héroes, que con su sangre  sellaron el mandato de fidelidad a la esencia , sólido basamento sobre el cual es posible asentar una unidad de destino trascendente.

A partir de Caseros, se proclama: “Ha pasado la época de los héroes, estamos hoy en la edad del buen sentido” (J. B. Alberdi; Bases; Cap. XV), y esto significará, en buen romance, legalizar, institucionalizar y hasta sacralizar el régimen jacobino, liberal y masónico, insaciable en la demolición de los permanente, para así robarnos más fácilmente la patria.

A partir de Caseros pasamos a ser una colonia, renunciando a nuestros destino de Nación; y la gran política de los hechos, dio paso al régimen de las fórmulas universales expresadas en palabras altisonantes, de las cuales hoy cosechamos abundantes frutos podridos.

Digamos que en Caseros se produce un quiebre en la esperanza, quiebre en el cual las nobles metas quedan sustituidas por los más pedestres y mezquinos intereses utilitarios.

Nace pues una nueva nación, y hay en ese alumbramiento un episodio rico para la meditación de los simbolistas…

En un gesto de “exquisita fineza”, propio de la diplomacia brasileña, se designa en la comandancia del “Ejército Grande” (hubiera resultado peligrosamente urticante colocar un general brasileño, aún cuando le hubiera correspondido por aporte de efectivos), al Gral. Justo J. de Urquiza.

Mientras se concentraban en Gualeguaychu los contingentes del litoral, llega a ese puerto un barco de guerra brasileño a cuyo bordo viajaban dos argentinos ansiosos de plegarse  a las huestes “libertadoras”.

Previo las presentaciones y elogiosas recomendaciones del comandante de la nave al Gral. Urquiza, éste acepta que integren las columnas; el uno un joven coronel con fama de poeta se llama Bartolome Mitre, y revistará como artillero; para el otro de profesión “polemista”, se le crea el cargo de  “boletinero del ejército en operaciones”, que desempeñará disfrazado con un uniforme de coronel francés, y cuyo nombre era, Domingo F. Sarmiento.

Urquiza-Mitre-Sarmiento, he aquí el nombre de los vértices del triángulo, sobre el que se sustentará la nueva república programada en la oscuridad de las logias masónicas y que no podían estar ausentes en el campo de Caseros, puerta ancha de su futura  “gloria”.

Hasta aquí el hecho histórico de este encuentro de “hermanos”, podría parecer casual, pero se afirma su razón de causalidad, en la historia posterior al 3 de febrero de 1852.

Obtenido el triunfo y por un espacio de 22 años será ellos los encargados de sucederse en la conducción política del “nuevo estado”, que a Don Juan Manuél de Rosas le había demandado 20 años afianzar y consolidar en las “antiguas costumbres”.

Sin lugar a dudas Rosas, el más grande conductor político que ha producido el país en toda su historia, tenía conciencia lúcida de que Caseros no era simplemente una batalla. Caseros era el principio del fin de la Patria por él soñada en fidelidad al mandato de sus mayores. Este sentimiento queda expresado en un párrafo de su renuncia, escrita sobre el lomo de su caballo al retirarse vencido del campo de batalla. Dirigiéndose a la legislatura que lo había elegido reiteradamente decía:

“Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, de nuestra integridad y de nuestro honor, es porque más no hemos podido…” ¡Con el sol que caía ese atardecer sobre el campo de Caseros, se diluían en las sombras de la noche, la independencia, la integridad y el honor de los argentinos!... Y el centauro herido, tenía más que razones para inteligir que así era.+