martes, 19 de marzo de 2024

 

 Buen momento, hoy, más que nunca, con un presidente judío, para revivir, propagar y acentuar el espíritu patriótico de los argentinos, a punto de extinguirse completamente, eliminado tozudamente por la barbarie libertaria.

¿LA CULTURA Y LA BARBARIE DE BRACETE?

Por Enrique Stieben

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asta no hace mucho, no se lograba explicar satisfactoriamente el fracaso cultural de la ciudad en todas partes polípero de infinito número de instituciones consagradas a la “cultura del pueblo”: templos, universidades escuelas, colegios, academias, diarios, revistas, bibliotecas, teatros, cines, exposiciones, conferencias, audiciones, de solidaridad social y de beneficencia no se lograba explicar que a pesar de este despliegue formidable de actividades culturales y de “la difusión de la cultura”, la ciudad seguía siendo el hábitat del más pintoresco muestrario de tipos, grupos e instituciones  de resistencia por autonomasia y hasta de abierta guerra, tales como la delincuencia en todas sus formas; la literatura  policial diaria devorada con máxima fruición; las patotas salvajes, bien y mal vestidas; el bolichero, símbolo del comercio deshonesto en todas las ramas; el consumo de historietas y revistas estrafalarias por toneladas; el repentismo oportunista de la astucia, refinada y variada al infinito; matar el tiempo en macanear; el salvaje atropello callejero de peatones: vozarrones y ruidosos; el arte al menudeo, improvisado, efímero, pasatista; la inclinación a comprarlo  todo hecho, en vez de hacer;  el dominio del interés y de la recompensa inmediatos; los cine embrutecedores siempre llenos; los cafés siempre repletos de humo de tabaco y de gente  descolorida: la cotización sin tasa de los juegos mecánicos; los templos y las salas de conferencias lo menos concurridos posible; el arte de trepar, sin méritos; la conspiración siempre montada contra los más capaces y honrados  y contra toda innovación; el suburbio siempre con su prestigio tenebroso; los niños jugando a los atracos espectaculares; lo inmediato, de más, como si la existencia terminara cada fin de semana.

Nada con visos de perennidad; nada con muros de templo para guardar la fe. La vacuidad triunfal: ausencia lastimosa de la noción de jerarquía; en fin, el hombre vacío y absurdo…

Esto demostraría a la vez que las “conquistas de la civilización técnico-científica”: frigidaire, radios, medias de nylon, trajes sastre, medios de transporte, perfumerías, todo el confort no son más que el decoro en la fachada, y con frecuencia ni eso. Por eso, a veces,  se oye dar la razón al mero existencialismo, al hombre vacío, porque al fin y al cabo,  la cultura se lA estaba llevando el diablo, por cuanto donde más actividades se desplegaban en su beneficio, más acrecía el materialismo militante inmediato: la barbarie y la civilización. Ésta orgullo de las “clases dirigentes”. Aquella pesadilla permanente y ubicua, consecuencia todo, del perfeccionamiento de las cosas, sin el perfeccionamiento paralelo del hombre. De ahí la ruptura del equilibrio y la ausencia de jerarquías.

En las provincias, en donde siguen aferrados a la magnífica tradición hispano-cristiana, que les llenará el alma de Dios con una cultura de verdad, y los campesinos de la misma noble prosapia, hay más autenticidad emocional y más sabiduría; una vida, en general, más entrañable respetuosa y honrada.

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stas consideraciones válidas, permiten sostener, sin temor a errar: 1º, que el cúmulo de instituciones consagradas a “la cultura del pueblo”, muy poco o nada tiene que ver con ésta; 2º, que la cultura no se puede “difundir”, como creen las camarillas; 3º, por las mismas razones no se puede mandar prefabricada a parte alguna. Porque si todo eso fuese posible y cierto, al amparo de tanto trajín cultural, prácticamente ya no podría haber bribón alguno y todo habitante de la Republica debería ser un dechado de virtudes y de buena educación.

Las célebres “clases dirigentes”, las “fuerzas vivas”, justificaban el hecho en sí mismas, sosteniendo que la cultura y la barbarie siempre andaban de bracete, como el bien y el mal, lo bello y lo feo, la verdad y la mentira y todos los pares contrapuestos y que esa condición no tendría remedio jamás; afirmación ésta, que goza de ciego crédito en un vastísimo sector de la opinión, a pesar de su simpleza.

Basta con mencionar solamente la altura que ha alcanzado el hombre, doquiera se haya podido desarrollar el cristianismo; basta con mencionar la diferencia que hay entre el hombre de la caverna y un cristiano de verdad, y la obra de la Iglesia en el mundo, para pulverizar el aserto. Más, el antiguo corporativismo y sus formas más modernas, han demostrado con hechos intergiversables que tanto la miseria como la enfermedad y la mentira tienen cura. Del mismo modo tiene también solución el problema de la barbarie anotada.

 Para esto bastará que las instituciones creadas para promover la cultura se desenvuelvan con sentido común, en función de los valores, dentro del orden social natural. Si esas instituciones yerran su cometido y sus medios, colocándose fuera del hombre, queda satisfactoriamente explicado el fracaso y el absurdo, más bien en la intelectualidad que en el analfabetismo. Si esas instituciones en vez de promover el desarrollo de la cultura se olvidan que el fuego, para que caliente debe venir de abajo, de dentro hacia afuera, seguirán creyendo que la cultura se fabrica y se difunde.

El planteo de la cuestión es bien claro. La cultura no es un bien que se adquiere arbitrariamente, ni en el orden individual, ni en el social, ni en el nacional. Es formación lenta y esforzada, muchas veces heroica, del hombre y de los pueblos, sobre la base de sus propias aptitudes, suelo y emociones, que se materializan en arte, saber, epopeya, tradición e historia. No tiene nada absolutamente de arbitrario. Sáquese a un hombre de su vocación y de sus medios y se le malogrará, lastimosamente. Sáquese a un pueblo de su vocación, de sus medios, de su tradición, de sus emociones, y se verá que es   lo mismo como sacar a un tren de sus rieles. No habrá fuerza ni potestad capaz de hacerlo marchar.

Esto es precisamente lo que nos ocurría. Hacía un siglo que se venía estrangulando y tergiversando lo nacional con esas y otras instituciones creadas expresamente a tal fin –desde la inmolación de su hombre esencial; la enajenación de su patrimonio nacional; la internacionalización de su espíritu; hasta el atentado a su religión y su traición, lo imperecedero de los pueblos.

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ramos un tren fuera de los rieles, y todavía no hemos recuperado totalmente nuestras vías propias, para marchar sobre ellas en procura de la independencia del espíritu, la empresa más compleja y difícil de la reconquista. A este respecto hemos sostenido e insistiremos en afirmar que todo intento estará destinado a malograrse o andar a tientas, si no se dirime antes el litigio histórico argentino. Si no lanzamos antes por la borda el novelón que engendró la falsa conciencia histórica de gran parte de nuestra población, no podrá ir a ninguna parte con entendimiento limpio.

Nos se trata de resucitar lo muerto, sino de tomar como fundamento la verdad de los hechos, tal como surgen de las propias confesiones de quienes los falsearon, en atención a la confesión de parte y a la documentación inagotable. ¡Y paradoja! Ya es un hecho harto sabido que el mismísimo sanjuanino denunció la falsía en 1845, en s u ya más que popular carta al general Paz al enviarle un ejemplar de Facundo (“obra improvisada llena por necesidad de inexactitudes, a designio a veces”), horma, programa y columna vertebral de la fracción liberal argentina, y cuyo lastre tremendo aún soportamos.

Pero ahora es preciso, ante todo, llamar a la atención sobre el orígen de la lucha histórica contra el nacionalismo en el siglo pasado, así como en éste, entendido el nacionalismo como patriotismo militante, espíritu nacional en vigencia, emoción  patriótica en la práctica, espontánea manifestación de la cultura nacional, no como sistema de gobierno o doctrina política a que tanto pavor tienen los pobres de espíritu, hijo de la propaganda imperialista contra la patria, menos contra la suya propia. Esa guerra histérica fue promovida por Gran Bretaña al construir su hegemonía, que pudo realizar solamente creando el tabú del nacionalismo con la leyenda negra de cada país que quería convertir en factoría.

Según éste tabú todo lo americano era bárbaro, con cuyo talismán el imperialismo nórdico terminó por convertirse en una pesada mano de opresión mundial, cuyo poder no sería, seguramente eterno, porque en alguna parte tendría que producirse, alguna vez, la reacción.

De suerte que cuando surgió el nacionalismo en Italia, Alemania, España, después de la pasada guerra, para librarse de esa sombría mano que venía distorcionando desde tanto tiempo, y empujándolo todo a la perdición, el imperialismo vio en ello un peligro para su dominio universal, y trató inmediatamente de ahogarlo, porque de cundir en sus colonias, factorías y tutorías, todo su poder podría venirse al suelo como un castillo de naipes .   De ahí, primero, el montaje de la propaganda contra el nacionalismo,  equiparándolo con el delito, menos el de los grandes filibusteros, y enseguida la segunda guerra, consecuencia indirecta.

Esa torva maniobra no la ignora nadie. El nacionalismo le quitaba el sueño a quienes edificaron sobre su desahucio. Pero no obstante todas sus mañas, el resurgimiento nacional se produjo. Las pruebas: India, Egipto, Irán, Túnez, Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Palestina, Indochina, Portugal, etc. Por su parte, Francia, Italia y Alemania se hallan impotentes en estos momentos para sacudir el yugo, por una causa también harto conocida: el asesinato de todos los principales patriotas, después de la guerra. Y éstos suman millares, sin cuya presencia, así sea potencial no hay alma nacional, no hay naciones, sino pueblos sojuzgados y anarquizados.

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rajimos a la mente este ejemplo fresco y elocuente, a fin de establecer una comparacíón: a nosotros nos ocurrió lo mismo después de Caseros. En efecto: primero se usurpó “democráticamente” el gobierno mediante el fraude, la violencia y el crimen. “Los (adversarios)  que no fueron muertos fueron a parar a la cárcel o a la frontera… y fueron despojados de sus bienes y hasta de sus familias” –comenta en un acto electoral uno de los corifeos. Después de Pavón fueron muertos todos los hombres de auténtico espíritu argentino.

Las provincias del “interior” fueron “pacificadas” por un ejército al mando de militares extranjeros. El patriotismo era un delito para quienes estaban entregando el país al tradicional enemigo de 1806, 1807 y 1845. “No economice sangre de gauchos –gritaba el mismo de las elecciones “democráticas”, en medio de la orgía. Después de vencido López Jordán en Entre Ríos, fueron apuñaleados centenares de pacíficos jefes de familia de tradición federal. En Buenos Aires ya se había hecho esto durante el gobierno de Pastor Obligado. En realidad el asesinato político en nuestro país comenzó   con Dorrego y terminó en Bordabehere, con la misma cuchilla.

Así se explica que, con la matanza, la destrucción y el falseamiento de todo, hemos llegado al presente sin cultura nacional, sin arte nacional, con una falsa conciencia histórica hecha a machete y mentiras. Así se explica que ahora, ya libres de cadenas materiales, nos hemos abocado a la enorme tarea de promover el desarrollo de nuestra auténtica cultura con la consiguiente eliminación de lo postizo y de lo híbrido que nos aderezó durante un siglo. No lo asimilamos, en buena hora, para enriquecimiento del acervo fundamental.

Esta promoción ha de hacer, pues, sobre la base de la revitalización, de la valorización y de la gradual superación de lo salvado del naufragio. Sobre lo tradicional y lo histórico, que son dos entes imperecederos, y sobre lo mucho que ya se viene haciendo desde los último años, homologando la acción oficial de estímulo, coordinación , organización e iniciativa, y las múltiples actividades encaminadas al mismo fin en el arte, las ciencias y las letras, de los grupos que surgen espontáneos en todas las poblaciones, en las universidades, colegio, escuelas, sindicatos, asociaciones profesionales, empresas editoriales, periodísticas, cinematográficas, teatrales, etc.

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romover el desarrollo de la cultura histórica, desde el punto de vista de la argentinidad, no de una ideología; la aplicación estética de nuestras plantas, flores, pájaros, insectos, danzas, costumbres y tradiciones; la sustitución de la onomástica en lenguas extrañas, en lo millares de chapas y letreros de las ciudades; la práctica consuetudinaria de las danzas y canciones nacionales en el hogar, en las escuelas, colegios, universidades, clubes, fiestas; la propagación de los motivos decorativos argentinos en plazas y paseos, salas de espectáculos, estaciones ferroviarias y edificios públicos;  la reivindicación y propagación de los sabrosos platos nacionales; el sentido nacional en la plástica y la revelación de motivos fundamentales, de carácter permanente, populares, sociales, nacionales, religiosos y humanos, y de la flor, la fauna y la gea, en oposición al pasatismo, al arte como entretenimiento, la cursilería, el caos y la falta de temas; el conocimiento científico de la estetoclimatología argentina; los intercambio regionales espontáneos y planificados; el relevamiento toponomástico del país; la conversión de los que llegan y de los que están, a la cusa nacional, etc.

Tenemos que estimular la argentinidad, rescatando al hombre  en el bienestar y la cultura, superando las causas de la deserción, de la anarquía y de la indiferencia.+

 

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