A propósito de la asonada en plaza Congreso, de Buenos
Aires.
LA UTOPÍA ODIA EL ORDEN NATURAL Y ODIA LA VIDA HUMANA.
La utopía, en todas sus formas y variantes, es siempre enemiga de
la vida moral humana y, al final, hasta de la mera vida humana, a secas.
El utópico es el insatisfecho peligroso que, so capa de reformar el mundo,
lucubra deducciones infinitas sin nexo alguno con la realidad y la experiencia.
¿Que la verdad, la naturaleza y la
inducción más elementales nos señalan la dirección contraria? Peor para todas
ellas. La violencia y la saña a la que pueden llegar los filántropos no conoce
igual en los anales de la delincuencia común. Acostumbran estos benefactores
de la humanidad a dejar tras de sí un reguero de sangre, espeso como su
soberbia.
La bestia negra de los utópicos es
el “sentido común”.
Hace ya mucho tiempo que los
utópicos más delirantes están al timón de nuestros gobiernos.
Pero piénsese que la clase dirigente de las revoluciones
y de los regímenes utópicos está formada por los “ofendidos” imaginarios, por
marginales y asociales, incapaces de ceñirse a la regla común de la obediencia
moral.
No es infrecuente que en tiempos de revolución sean los pervertidos, los
lunáticos, los ineptos, las meretrices o lo contrahechos los que vean en esos
falsos ideales utópicos la ocasión –que creían definitivamente perdida- de
redimirse socialmente. Y así las depuraciones más feroces las dirigen los
incapaces más palmarios, encendidos por un celo febril.
Y así también, las ideologías más odiosas ofrecen la oportunidad al cornudo
y al tímido psicológico de convertir su rencor en motor de una catarsis social
diabólica. Sea el feminismo, la alianza de civilizaciones,
la eugenesia luciferina, los derechos polisexuales, el animalismo o la llamada violencia
de género, nos ofrecen el espectáculo de la iracundia cuasi sagrada
aureolando los rostros más ramplones, marcados por la frustración, pero que
parecen elevarse hasta el séptimo cielo de la indignación utópica mientras
pontifican desde su ignorancia.
Pero guardémonos de menospreciar esta morralla, pues de esa sentina surgen
las levas que están acabando con los últimos vestigios de la vida tradicional,
racional y conforme a la naturaleza.
Bueno, de ahí y de la tibia convivencia de los católicos liberales, siempre
tan preocupados por dar la perfecta inclinación cervical ante el poder constituido,
venga de donde venga. La furia utópica no descansa y, lo que es peor, cada vez
encuentra menos resistencia para alcanzar sus objetivos de refundar la realidad
al margen de la ley natural.
Disipemos rápidamente el conjuro brujeril de quienes piensan obrar conforme
a su deber humano y cristiano desgañitándose para defender como última Thule
moral la oposición al aborto provocado y a lo que vagamente denominan “familia”
(incluyendo una relativa libertad de iniciativa educativa y el matrimonio). No es que esos bastiones no formen parte
irrenunciables de la ley natural, en cuya defensa, por cierto, cabe un mayor
recurso a la fuerza del que se estaría dispuesto a admitir desde esa trinchera
(la violencia es mala, venga de donde venga, nos amonestarán, repudiándonos).
El problema es que la moralidad natural es un todo coherente e
irrenunciable en sí mismo.
No sólo en sus expresiones normativas (haz esto y evita aquello), sino, y
esto se olvida frecuentemente, en sus condiciones de ejecución. La exigencia
de la moral natural –la moral natural en el sentido natural- ni se ciñe a esos
dos ejes de “familia” y “vida” (ni menos al esquelético mínimum con que se
presentan), ni se limita a las obligaciones mismas, sino que abarca todas
las condiciones previas que permitan ese cumplimiento. Ése es el fundamento de
la doctrina política católica y no ningún capricho autoritario.
No se trata de confundirse sobre la viabilidad social de
estos reclamos. Hace demasiado
tiempo que cruzamos todos los límites y toda futura y eventual reconstrucción,
salvo milagro, será dolorosa, dura, combatida y lenta.
Se trata de no confundirse sobre la
naturaleza de nuestra moralidad ni sobre el alcance de nuestra doctrina. Como
diría Madiran, se impone un gran esfuerzo de clarificación. Antes de nada.
EL BRIGANTE.
http//iotaunum.wordpress.com.
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