A DEFENSA PROPIA, LA PENA CAPITAL Y EL SERVICIO MILITAR ¿SON
ANTICRISTIANOS?
El señor Albert C. Walsh respondió a esas preguntas, en la revista Verbo de
octubre 1981, afirmando : “la Iglesia Católica
siempre sostuvo el derecho a usar la fuerza en defensa propia, el derecho a
imponer la pena de muerte al culpable y el derecho a matar en guerra justa”;
y también el derecho a establecer el servicio militar, para endurecer la
voluntad, y ennoblecer a la juventud en el amor a Dios y a la Patria,
alejándola del hedonismo corruptor.
Por mi parte, agrego a la
antedicha las siguientes preguntas: ¿la defensa propia, la pena capital y el
servicio militar atentan contra el sentido común, o contra la prudencia
política? De ninguna manera, son actos de justicia, que más bien, en algunos
casos, son de imprescindible necesidad para acabar con la anarquía y la
corrupción moral y política. Si la enseñanza milenaria de la Iglesia, el
sentido común y la prudencia política admiten esos recursos, es porque protegen
el Bien común. Eso sí, para su ejecución, debería existir un Estado soberano, y
una Justicia proba e insobornable, que sepa, además, atemperar el juicio
misericordiosamente, cuando el bien del alma del condenado lo requiera, como
pide razonablemente el Padre Castellani.
En el estado anárquico de nuestro
país, con un gobierno cipayo, una Justicia estragada y un pueblo corrompido,
debería considerarse la posibilidad, de alguna manera, de su aplicación; aunque
ni el Estado ni la Justicia sean actualmente propicios; ni el Ejército parece
dispuesto a asumir su función de luchar por la paz; En nuestro país hay
crímenes y delitos tan monstruosos, manifiestos, y atestiguados que hacen
conveniente la aplicación de la pena capital.
De manera que la Defensa propia,
la Pena capital y el Servicio militar tienen una vigencia política fundamental
en la vida sana de la Nación. Aunque pataleen las “multinacionales”
progresistas y “zurdas”, que fomentan la corrupción. Para acabar con los
gravísimos males actuales contra el pueblo y la Nación.
A continuacion el artículo del
señor Walsh:
E
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s un mito pacifista que Jesucristo y la Biblia prohíben el uso de la fuerza
aún en defensa propia, que condenan la pena capital y proscriben la guerra.
Jesucristo y la Biblia no hacen nada por el
estilo.
Los pacifistas citan dos importantes dictados bíblicos, en el Antiguo
Testamento el mandamiento: “No matarás”, y en el Nuevo Testamento el consejo de
Jesús: “Da la otra mejilla”. Desde estas dos fuentes construyen ellos
principalmente su teoría de la no-violencia y pacifismo “cristianos”. Claman
diciendo que la muerte deliberada de un ser humano no está nunca justificada,
por lo tanto concluyen que es inmoral usar la fuerza mortal para repeler los
ataques criminales, para ejecutar a los criminales, y aún para usar las armas
en la guerra.
Con respecto al mandamiento “No matarás”, se debe hacer una distinción
entre la muerte justificada y la muerte injustificada de un ser humano. Todos
estamos de acuerdo en que una muerte injustificada y deliberada de un ser
humano es inmoral, lo que sería un asesinato, y el mandamiento ciertamente
prohíbe el asesinato. Y hubieron asesinatos y graves errores morales antes de
que los mandamientos les fuera dados a Moisés. Fue también un asesinato cuando
Caín mató a Abel.
Moisés no solamente recibió los Diez Mandamientos. Él preparó un detallado
código de leyes basado en los Diez Mandamientos. Su Código se encuentra
principalmente en los libros bíblicos del Éxodo, Levítico y en el Deuteronomio.
En su Código de leyes Moisés establecía que la pena de muerte debía ser
impuesta por varios delitos: adulterio, blasfemia, homicidio y muchos otros. El
mismo Moisés aplicó la pena de muerte después de haber recibido los Diez
Mandamientos, especialmente por la idolatría de los que adoraban el becerro de
oro. Además Moisés oro en favor del ejército israelita mientras se batía contra
los Amakelitas. Realmente uno de los deberes que dejó el más alto de los
sacerdotes judío era animar a las tropas que iban a batallar. Moisés nunca
condenó el uso de la fuerza, la pena capital o la guerra. Moisés fue el gran
legislador del Antiguo Testamento. ¿Podemos pensar entonces que él no
interpretó bien el mandamiento “No matarás”?
Siguiendo el ejemplo de Moisés hubieron muchos reyes y campeones judíos que
usaron la fuerza, impusieron la pena capital y emprendieron la guerra. Ninguno
de ellos fue condenado por obrar así: Josué, Sansón, Gedeón, David, Judith, los
Macabeos. Aún ellos fueron penados cuando mataron injustificadamente, como
David cuando envió a Uriah a que muera en la batalla para obtener a su esposa,
Betsabé; como el rey Ajab por matar a Nabot en un procedimiento legal para
obtener sus viñedos. Siempre fue hecha la distinción entre una muerte
justificada y una injustificada. No hay ciertamente ninguna garantía para las
teorías pacifistas en el Antiguo Testamento (San Lucas, cap. 6 v. 27 a 30).
En el Nuevo Testamento Jesucristo dijo: “Pero yo os digo a vosotros que me
escucháis: amada a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen,
bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian. Al que te hiere
en una mejilla ofrécele la otra, y a quien te tome el manto no le impidas tomar
la túnica; da a todo el que te pida y no reclames de quien toma lo tuyo. Tratad
a los hombres en la manera en que vosotros queréis de ellos ser tratados”. Él
no dijo, “Si un hombre golpea a tu esposa en una mejilla, déjale golpear en la
otra también; si alguien va a raptar a tu hija, déjale hacer; si alguien va a
matar a tu vecino, déjalo; o si alguien va a saquear los bienes de ti vecino,
no lo impidas”. El consejo de Cristo de
dar la otra mejilla está dirigido a cada uno de nosotros de manera individual;
si tu enemigo te va a golpear nuevamente, dale la otra mejilla, deja al ladrón
tomar tu túnica y tu capa. Además, son consejos de perfección espiritual, no
dictados de justicia. En justicia, no tienes que dar la otra mejilla ni
entregar tu capa y tu túnica. Si quieres ser perfecto en caridad como lo es el
Padre Celestial entonces da tu otra mejilla, pero no la de los demás. Y aún
más, si otros –como tu familia, por ejemplo- dependen de tu salud y de tu
riqueza o de tu tiempo y esfuerzo, no tienes derecho en justicia para dar la
otra mejilla ni para dejar al ladrón tu capa y tu rúnica. Tienes en justicia el
deber hacia aquellos que dependen de ti de resistir con la fuerza al que hace
el mal, aún con la fuerza mortal, para así no desproteger a los que dependen de
ti del sostén al que ellos tienen derecho. Las demandas de la justicia deben
der resueltas antes de que la caridad pueda ser practicada.
Cuando Nuestro Señor estaba comenzando su misión pública, Su primo, San
Juan Bautista, fue preguntado por algunos soldados que debían hacer ellos para
evitar el castigo de Dios. San Juan les contestó: “No hagáis extorsión a nadie
ni denunciéis falsamente y contentaos con vuestra soldada” (San Lucas, 3,14).
Cristo nunca corrigió a su santo primo.
Aunque Él tuvo muchas oportunidades para hacerlo, Jesucristo nunca condenó
el uso de la fuerza, la pena capital o la guerra. Se encontró con soldados en
varias ocasiones. Nunca les dijo que abandonen el ejército, que era malo matar
en guerra o pelear por su patria o por su gobierno. Por el contrario, dio la
más alta alabanza al Centurión romano (o comandante de Compañía) diciendo: “Yo
os digo que fe como ésta no la he hallado en Israel” (San Lucas, 7,9), y curó
al sirviente del Centurión. El Señor no le indicó al Centurión acerca de los
males de la guerra ni le ordenó que abandone el ejército.
Jesucristo nos enseñó no solamente con Sus palabras sino también con Su
ejemplo. Tuvo una gran oportunidad para condenar la pena capital por todos los
tiempos durante Su juicio frente a Pilatos. Cuando Pilato amenazó a Jesús por
permanecer en silencio, diciéndole: “¿No sabes que tengo poder para soltarte y
poder para crucificarte? (San Juan 19,10) Jesucristo no negó que Pilatos
tuviese tal poder para infligirle la pena de muerte. Por el contrario, le dijo
a Pilatos: “No tendrías ningún poder sobre
Mi si no se te hubiera sido dado desde lo alto” (San Juan, 19,11), con esto
admitía que Pilatos tenía tal poder para infligirle la pena de muerte, y que
este poder del Estado era divinamente ordenado. Aunque Pilatos le declaró tres
veces inocente, Jesús se sometió al juicio de Pilatos y murió en la Cruz. El
Señor pudo haber condenado la pena de muerte desde la Cruz, pero no lo hizo.
Jesús nunca negó al Estado el poder de imponer la pena de muerte. Jesucristo
nos dio el supremo ejemplo de obediencia a la autoridad civil: la autoridad
civil proviene de Dios.
La Iglesia Católica siempre sostuvo el derecho a usar la fuerza en defensa
propia, el derecho a imponer la pena de muerte al culpable y el derecho a matar
en guerra justa. La antipatía de los primeros cristianos al servicio militar se
debía a la idolatría practicada por el Ejército Romano y a la baja moral de
vida de los soldados. Muchos santos cristianos fueron guerreros: San Mauricio,
San Jorge, San Luis, Santa Juana de Arco. Y muchos reyes cristianos santos
impusieron la pena de muerte. El clamor de los pacifistas por la gloria de los
mártires cristianos por rechazar usar las armas es una falsedad.
Nuestro Señor dijo: “Benditos sean los que trabajan por la paz”. Todos
tienen el deber de trabajar por la paz. Algunos tienen el deber de luchar por
ella. Ellos también trabajan por la paz. +
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