El Padre Leonardo Castellani escribe sobre
Democratismo roussoniano
La Iglesia católica condenó al liberalismo
como “error teológico” diez o doce veces; y he saquí que los democristianos han
inventado una receta para suprimirle el veneno, combinándolo con una intensa
“piedad” católica. Ojalá que les vaya bien, pero yo no lo voy a ver. Más los
Papas que reprobaron a Rousseau, a Mazzini y a Lammenais lo hicieron apoyándose
en los escritos de los doctores católicos (pues uno es el carisma de “pastor”,
otro el de “doctor”) y los doctores católicos no escribieron porque sí, sino
señalando a punta de discurso los errores, incluso de filosofía natural, que
había en aquellos nefastos utopistas mamados. El más grande de esos doctores
fue un hombre de nuestra raza, nacido en la árida Extremadura, y el más florido
de todos los oradores, un poco por demás, para mi gusto, pero terriblemente
terminante y absoluto detrás de sus floreos [Donoso Cortés, marqués de
Valdegamas]: “El gobierno republicano es
el gobierno necesario a los pueblos ingobernables. –España tendrá que escoger
entre la dictadura del sable o la dictadura del trabuco.- Los eslavones (rusos) van a dominar a Europa.
–Francia se va a convertir en el club del mundo. –Inglaterra ha perdido su
coraza y va ser abatida; y entonces ¡ay de Europa! –El mundo actual se prepara
a ser unificado bajo la mano despótica de un plebeyo satánico y genial,
parecido a Bonaparte…”, etc. Y por encima de esos relámpagos, la idea que
más tarde en manos de Sardá y Salvany se convertiría en un libro malo
(literalmente hablando): El liberalismo
es pecado.
Es peor que eso, es un error; está basado en
errores. Poco importa que, después, otro doctor católico inglés haya
descubierto que en su fondo subyace, como en todas las herejías, una verdad enorme,
o mejor dicho, obnorme: una verdad que se ha vuelto loca. Tomen por ejemplo la
“soberanía del pueblo”. Santo Tomás hubiese dicho: “Si, en cierto sentido, si”.
Pero tomen la práctica actual: yo soy pueblo, y por lo tanto soberano, porque
si no soy peronista y no estoy “inhabilitado” me dejan votar; pero si no quiero
votar, el gobierno me sacude una multa que me balda. Si no veo en conciencia
por quien debo votar (yo no puedo ver el futuro y las promesas de los candidatos
son igualmente lindas), debería ser libre para votar o no; o no hay libertad.
Todas las veces que he votado en mi vida (menos una) me he equivocado. La carga
de mi conciencia ante este triste hecho, el gobierno la atropella como un
elefante en una cristalería: “Vote o pague”. Y después de votar ¿qué? Después
de votar, mi elegido triunfante (pues voté por el que vi que iba a ganar) hará
tranquilamente lo contrario de lo paraqué lo voté e incluso él me prometió
(¡un puesto!), y yo pueblo sigo siendo soberano; sin puesto y si acaso sin
comida.
Pobre pueblo, que votas hacia la derecha para
que te gobiernen hacia la izquierda –dijo un ilustre italiano contemporáneo. La
soberanía del pueblo es una cosa que existe para ser abdicada –justo al revés
de lo que soñó Rousseau. Pero aun así es menos peor este soberano embuste que
no el sistema puro de Rousseau, que sería el acabose perfecto si se quisiera
llevar a la práctica. La perfecta soberanía del pueblo se ha convertido en la soberanía
de la metreta o la soberanía de la mentira –o las dos conjugadas, como predijo
el elocuente Marqués de Valdegamas-; sólo que pulcramente ya no se llama
“dictadura”. En efecto, no lo es, es algo peor; el trabuco es ametralladora.
El democratismo roussoniano produjo algo que
no había previsto Rousseau; produjo los “politiqueros”, depositarios
obligatorios de la soberanía del pueblo; que constituyen una tribu variada
donde se hallan incluso ladrones y asesinos (aunque los peores son los
imbéciles) pero que se respetan mutuamente en el fondo, aunque se insulten pour la forme de vez en cuando; porque
entre bueyes no hay cornadas, hoy por mi mañana por ti, pájaros de una pluma
vuelan a una, el que con lobos anda a aullar se enseña, y limpio o no limpio,
poco importa el trigo si sale bodigo… Los “politiquetos” constituyen el Ersatz
de la antigua “nobleza” (lo cual prueba que este estamento social era de
natura, y por tanto insuprimible); solamente que tienen más privilegios y menos
responsabilidad que los antiguos nobles. Hablan un le4nguaje especial donde
está falsificado el signo TAO, siempre tienen con que vivir aunque no estén en
el candelero, sirven para todo tratándose de “puestos”, y a pesar de que muchos
acaban mal en este mundo (y todos ellos en el otro mundo, según el Dante, véase
el Cerchio 8º) hay más y más vocaciones de ellos, se reproducen enormemente, y
enjambran que da miedo. Y son siempre “legales”, están en la Legalidad.
Convengamos entre nosotros en que la Legalidad sería para los politiqueros una
cosa espléndida si no existiese Dios.+
Publicado por Stat Veritas, extraído de Dinámica Social, Nº 93, julio 1958
No hay comentarios:
Publicar un comentario