martes, 10 de julio de 2018



El Padre Leonardo Castellani escribe sobre
Democratismo roussoniano

La Iglesia católica condenó al liberalismo como “error teológico” diez o doce veces; y he saquí que los democristianos han inventado una receta para suprimirle el veneno, combinándolo con una intensa “piedad” católica. Ojalá que les vaya bien, pero yo no lo voy a ver. Más los Papas que reprobaron a Rousseau, a Mazzini y a Lammenais lo hicieron apoyándose en los escritos de los doctores católicos (pues uno es el carisma de “pastor”, otro el de “doctor”) y los doctores católicos no escribieron porque sí, sino señalando a punta de discurso los errores, incluso de filosofía natural, que había en aquellos nefastos utopistas mamados. El más grande de esos doctores fue un hombre de nuestra raza, nacido en la árida Extremadura, y el más florido de todos los oradores, un poco por demás, para mi gusto, pero terriblemente terminante y absoluto detrás de sus floreos [Donoso Cortés, marqués de Valdegamas]: “El gobierno republicano es el gobierno necesario a los pueblos ingobernables. –España tendrá que escoger entre la dictadura del sable o la dictadura del trabuco.-  Los eslavones (rusos) van a dominar a Europa. –Francia se va a convertir en el club del mundo. –Inglaterra ha perdido su coraza y va ser abatida; y entonces ¡ay de Europa! –El mundo actual se prepara a ser unificado bajo la mano despótica de un plebeyo satánico y genial, parecido a Bonaparte…”, etc. Y por encima de esos relámpagos, la idea que más tarde en manos de Sardá y Salvany se convertiría en un libro malo (literalmente hablando): El liberalismo es pecado.

Es peor que eso, es un error; está basado en errores. Poco importa que, después, otro doctor católico inglés haya descubierto que en su fondo subyace, como en todas las herejías, una verdad enorme, o mejor dicho, obnorme: una verdad que se ha vuelto loca. Tomen por ejemplo la “soberanía del pueblo”. Santo Tomás hubiese dicho: “Si, en cierto sentido, si”. Pero tomen la práctica actual: yo soy pueblo, y por lo tanto soberano, porque si no soy peronista y no estoy “inhabilitado” me dejan votar; pero si no quiero votar, el gobierno me sacude una multa que me balda. Si no veo en conciencia por quien debo votar (yo no puedo ver el futuro y las promesas de los candidatos son igualmente lindas), debería ser libre para votar o no; o no hay libertad. Todas las veces que he votado en mi vida (menos una) me he equivocado. La carga de mi conciencia ante este triste hecho, el gobierno la atropella como un elefante en una cristalería: “Vote o pague”. Y después de votar ¿qué? Después de votar, mi elegido triunfante (pues voté por el que vi que iba a ganar) hará tranquilamente lo contrario de lo  paraqué lo voté e incluso él me prometió (¡un puesto!), y yo pueblo sigo siendo soberano; sin puesto y si acaso sin comida.



Pobre pueblo, que votas hacia la derecha para que te gobiernen hacia la izquierda –dijo un ilustre italiano contemporáneo. La soberanía del pueblo es una cosa que existe para ser abdicada –justo al revés de lo que soñó Rousseau. Pero aun así es menos peor este soberano embuste que no el sistema puro de Rousseau, que sería el acabose perfecto si se quisiera llevar a la práctica. La perfecta soberanía del pueblo se ha convertido en la soberanía de la metreta o la soberanía de la mentira –o las dos conjugadas, como predijo el elocuente Marqués de Valdegamas-; sólo que pulcramente ya no se llama “dictadura”. En efecto, no lo es, es algo peor; el trabuco es ametralladora.

El democratismo roussoniano produjo algo que no había previsto Rousseau; produjo los “politiqueros”, depositarios obligatorios de la soberanía del pueblo; que constituyen una tribu variada donde se hallan incluso ladrones y asesinos (aunque los peores son los imbéciles) pero que se respetan mutuamente en el fondo, aunque se insulten pour la forme de vez en cuando; porque entre bueyes no hay cornadas, hoy por mi mañana por ti, pájaros de una pluma vuelan a una, el que con lobos anda a aullar se enseña, y limpio o no limpio, poco importa el trigo si sale bodigo… Los “politiquetos” constituyen el Ersatz de la antigua “nobleza” (lo cual prueba que este estamento social era de natura, y por tanto insuprimible); solamente que tienen más privilegios y menos responsabilidad que los antiguos nobles. Hablan un le4nguaje especial donde está falsificado el signo TAO, siempre tienen con que vivir aunque no estén en el candelero, sirven para todo tratándose de “puestos”, y a pesar de que muchos acaban mal en este mundo (y todos ellos en el otro mundo, según el Dante, véase el Cerchio 8º) hay más y más vocaciones de ellos, se reproducen enormemente, y enjambran que da miedo. Y son siempre “legales”, están en la Legalidad. Convengamos entre nosotros en que la Legalidad sería para los politiqueros una cosa espléndida si no existiese Dios.+

Publicado por Stat Veritas, extraído de  Dinámica Social, Nº 93, julio 1958


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