jueves, 20 de febrero de 2025

 

Del gran nacionalista francés:

(A continuación reproducción íntegra del artículo publicado en la revista   Dinámica Social, aprox. 1950).

EL HOMBRE MODERNO ENTRE EL REALISMO Y EL UTOPISMO

Jaques Ponclard d’Assac

Como reacción del realismo contra el utopismo define al nacionalismo nuestro colaborador francés. Y al decir realismo quiere significar aquellas experiencias del pasado que constituyen el máximo legado de normas e indicaciones que deben guiar nuestra conducta política. El utopismo de las revoluciones y de todo movimiento social que se vuelve de espaldas al pasado, negándolo en su totalidad, constituye la otra faz del problema.

¿Ha superado la historia la idea de nación como fundamento de la convivencia? El nacionalismo ¿ha sido ya superado? Partiendo de ambos interrogantes Ponclard d’Assac considera las posibilidades y la actualidad del concepto de nación, poniendo de manifiesto las relaciones existentes entre el individuo, la familia y la nación, y remarcando el sentido en cierta manera determinista que rige el proceso natural de la vida nacional, sin negar, claro está la aplicación de la voluntad humana en una libre elección. Así cobra sentido la frase de Renán: “La existencia de una nación es un plebiscito de todos los días”.

Siempre de acuerdo con el pensamiento del autor, solamente queremos agregar, por nuestra cuenta, que en todo momento concebimos al nacionalismo, y ante todo a la nación, como una criatura viva, dinámica y actual; nunca como una jaula o un museo. (Dinánica Social.)-

 

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i se examinan los cuadros sociales a que pertenece necesariamente un individuo y frente a los cuales no es enteramente libre, se comprueba que todo individuo pertenece necesariamente a una familia y una nación.

“No sabemos si es justo que un hijo pueda elegir a su padre” escribe Charles Maurras,  “o que un ciudadano sea incorporado en una raza antes de haber manifestado su libre decisión, su libre elección. Lo que sabemos es que las cosas no pueden ocurrir de otra manera”.

La familia y la nación son pues, dos cuadros naturales a los cuales, sin la contribución de su voluntad, aun antes que esta se manifieste, la pequeñez del hombre se encuentra integrada. Nace de tal familia o de tal pueblo, como nace rubio o moreno, pequeño o grande, fuerte o débil. Puede nacer en una familia rica o pobre y en una nación poderosa o débil. No tiene sobre esto ninguna posibilidad de elección. Su pertenencia es fatal y obligatoria.

Aun cuando más  tarde intente renegar de su familia o de su país, no puede hacerlo sino artificialmente, como las mujeres morenas que se coloran los cabellos y no por eso pierden su complexión de morenas.

Sin embargo, con la aplicación de la voluntad, el hombre puede estrechar o aflojar los lazos naturales que lo ligan desde su nacimiento a su familia o a su pueblo. Puede adorar a sus padres o detestarlos, tener el sentido de la familia, buscar en ella su punto de apoyo moral o material para las luchas de la vida o separarse del todo, ser mal hijo, indiferente, cultivar su yo en lugar del nosotros familiar. De esta suerte los lazos naturales se distienden o se reafirman.

De la misma manera, en cuanto a su pertenencia al pueblo, el individuo llegado a la mayor edad puede discutirlo, renegar de él, sea que se integre a otra comunidad humana como emigrante, sea que se niegue a aceptar las cargas inherentes su cualidad de ciudadano de una nación y se proclame internacionalista, como hacen notoriamente los comunistas.

La pertenencia a los cuadros naturales de la Familia y de la Nación presenta, pues, un doble carácter de fatalidad imprescriptible y de adhesión voluntaria. Es en este sentido es como se puede comprender la frase de Renán: ”La existencia de una nación es un plebiscito de todos los días”. Y también esta página de Paul Bourget, que al contrario de Renán, insiste sobre la parte de fatalidad inexorable que determina la existencia de la Nación:

“Todo es condicionado en el universo psicológico. Hay un determinismo de nuestras emociones y de nuestras acciones, como hay uno que rige nuestro sistema nervioso y nuestra circulación. Esta doctrina evidente para cualquiera que conozca un poco de psicología científica, no disminuye las nociones de libertad y de responsabilidad. Por el contrario, las precisa. Somos libres a cada minuto de elegir entre muy pequeñas voliciones. Estas elecciones, indefinidamente repetidas se adicionan y crean en nosotros hábitos buenos o malos. Cada uno de nuestros actos está, pues, condicionado por otros dos elementos: el pasado de nuestros padres o nuestra herencia; el pasado de la clase a la cual pertenecemos, o nuestro medio. Estos dos factores están, a su vez condicionaos por un pasado más largo, por un medio más vasto, que es la Nación, condicionada también por la raza”.

Ya Blanc de Saint Bonnet había expresado la misma idea en esta fórmula luminosa: “Todo hombre es la adición de su raza”.

El individuo está formado, pues material y espiritualmente, por su familia, su nación y su raza. Constituye un eslabón entre quienes lo han precedido y quienes lo seguirán. Ha recibido de los primeros las marcas, las taras o las cualidades que necesariamente habrá de trasmitir a sus hijos.

Es libre de obrar contra su herencia y modificarla en cierta medida, pero en su rebelión permanece tributario de la marca que ha recibido. Se comprueba, por ejemplo, que hay una manera francesa de ser comunista, como hay  una manera alemana o rusa. Las cualidades o los defectos inherentes al hecho de haber nacido ruso, alemán o francés, se encuentran en la manera como reniega de su nación.

Lo cual conduce a decir con  Augusto Comte que “los vivos son gobernados por los muertos”, puesto que las maneras de sentir o de pensar y las reacciones, con frecuencia inconscientes, del individuo están constituidas por el subfondo de su personalidad ética, que es heredada y no adquirida.

 

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a idea esencial de los doctrinarios de la Gran Revolución francesa fue que el individuo era libre de todo nexo con el pasado, que la Sociedad era el fruto de un contrato y que el hombree podía modificarlo a su gusto cada vez que estimara haber  encontrado el orden político ideal.

La patria cesa, pues, de ser un territorio ocupado por hombres de un mismo grupo étnico, unidos por tradiciones e intereses comunes para identificarse con una ética.

La patria no es lo que es sino lo que se piensa. Y como las ideas no tienen fronteras, la patria revolucionaria tampoco las tiene y los autores de los Derechos del Hombre y del Ciudadano anunciaron que querrían hacer  “una declaración para todos los hombres, para todos los tiempos, para todos los países, y que sirviera de ejemplo al mundo”.

Pero puesto que se había propuesto a los individuos una noción abstracta de la patria, cada ciudadano venía a ser libre de formarse de ella una idea particular. En este sentido el comunismo desciende directamente de las ideas de 1789. La patria ideológica reemplaza a la patria de tierra y de sangre.

En tanto que existió la monarquía tradicional, la necesidad de definir  la nación no se presentó nunca. La Nación no se definía: existía como una familia vasta, más vasta que la familia de cada individuo. El padre era el Rey. Sus súbditos tenían que ocuparse solamente cada día en cumplir con su trabajo en el cuadro de su profesión. No se les pedía ni siquiera defender la Nación. Los voluntarios bastaban para ello.

Cuando el progreso de  la Revolución abolió la monarquía tradicional y colocó el poder en las manos de los pueblo, éstos tuvieron que definir sus límites y sus concepciones políticas. Así nacieron el principio de las nacionalidades y los partidos políticos.

El principio de las nacionalidades tendía a definir los contornos de la Nación heredada de la Corona. Y los partidos tendían a definir la organización política que habría de sustituir al poder real. La evolución era lógica. Constituía la historia del siglo XIX.

El principio de las nacionalidades engendró naturalmente complicaciones entre los pueblos. El odio al extranjero se convirtió en un deber nacional.                                         “Apelando al dulce nombre de la patria me estremecia de horror por el extranjero” escribió Béranger.

De esta suerte, la abolición de la monarquía tradicional y la proclamación de los Derechos del Hombre desembocaron en un fenómeno lógico : en la división de Europa en naciones furiosamente replegadas sobre sí mismas . Los pueblos aprendieron a odiarse. Franceses contra alemanes, italianos contra austríacos, rusos contra polacos, ingleses contra franceses, etc.

Los intereses comerciales divergentes exacerbaban estas animosidades .     Las guerras no eran luchas de príncipes entre sí  , sino movimientos  de    masas lanzadas unas contra otras.

 

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abía dos efectos ocultos en los principios de 1789. 1) Motivos de división y de odio entre los pueblos, como acabamos de verlo. 2) Motivos de división y de odio entre los hombres de un mismo pueblo.

El día en que cierto número de  individuos pertenecientes a pueblos diferentes profesaran los mismos odios  y compartieran las mismas ideas, sentirían la tentación irresistible en buscar en su comunidad ideológica una comunidad más verdadera que la de la Nación.

Fue esto lo  que se produjo en 1848 con la fundación de la Primera Internacional  , bajo la orden  de   Karl Marx :                                                          “ Proletarios de todos los países uníos”

Por otra parte, los excesos provocados por las luchas engendradas por el principio de las nacionalidades debían conducir a toda “inteligencia” a propugnar un universalismo democrático que encuentra su expresión en estos dos versos de Lamartine:

“ Soy ciudadano de todo espíritu que piense. La verdad es mi país ”.

Estos versos provienen de la misma época en que Schopenhauer escribía :     “ El patriotismo es la más tonta de las pasiones, y la pasión de los tontos ”.

Al fin del siglo XIX se produjo una reacción, enteramente sentimental, desde luego, que tuvo su expresión en Maurice Barrés.

“No encuentro –escribía Barrés en “Aamori et Dolori Sacrum”—sino un frío placer en el Museo municipal Corrrer y San Giovani et Paolo, donde se ven las efigies y las osamentas de los jefes venecianos. Estos no colaboraron a mi noción del honor. Cuando recorría a Grecia y me preocupaba más por las fortalezas que por los vestigios del helenismo, no eran los grandes guerreros comerciantes de Venecia a quienes evocaba, sino que todo mi corazón se reunía a mis señores naturales, los caballeros aventureros de Boroña y de Champaña”.

La ruptura con el Lamertine de “Soy conciudadano de toda alma que piensa” es clara. Mairice Barrés reafirmaba el valor particular de los recuerdos comunes del origen común. En relación con el internacionalismo democrático eso era ser “retrógado”

“Sean –replica Bourget--. Mirar hacia atrás no es siempre retroceder. Un enfermo no retrocede cuando pasa de cuarenta grados de temperatura a treinta y seis. Por el contrario, se dice de él que progresa”. Y denomina “reacciones del instinto” a ese sentimiento que Barrés acaba por definir, antes que nadie, como “Nacionalismo”.

“El Nacionalismo” no es un partido –escribía Bourget en el año 1909--. Es una doctrina como lo ha declarado Barrés en el título de una de sus obras. Esta doctrina deriva de la observación experimental de que el individuo no puede encontrar su amplitud, su fuerza, su expansión sino en el grupo natural del cual él proviene…El individuo es tanto más rico en emociones, tanto más abundante en fuerzas sentimentales, cuanto es menos individualista más completa e íntimamente bañado e incorporado en el alma colectiva, de la cual es sólo uno de los pensamientos, y en la acción general de que   es uno de los momentos. Pero ¿Qué es esta alma colectiva? Es obra de la tierra y de los muertos. Son las maneras de sentir que aquella elaboró en estos. ¿Y cuál es esa acción general? La tarea cumplida por nuestra raza. El órgano local de esta raza es la Nación, más profundamente es la región, y más profundamente aún es la familia. Mejor dicho, nación, región y familia ya no hacen sino una. La que empobrece o enriquece a la una, empobrece o enriquece a la otra”.

Como se ve, para Bourget, el Nacionalismo deriva de un observación experimental, a saber : que el hombre está indisolublemente ligado a su nación, y que todos los esfuerzos que haga para desprenderse de ella conducen al empobrecimiento de la nación o a su propio empobrecimiento.

La rebelión contra la Nación es una revuelta vana, puesto que es una rebelión contra la naturaleza, y contra la naturaleza nadie puede rebelarse.

“Era –dice el Padre de la Briére—la concepción política que en el gobierno del Estado considera sobre todo el interés nacional de preferencia a toda otra concepción jurídica o social. La supremacía del interés nacional se proclama en su esfera y en su orden, no por comparación con cualquier otro valor o cualquier otro derecho, sino por comparación con cada uno de los demás objetivos políticos y sociales que pueden tener legítima y razonablemente el primer rango en las preocupaciones de los hombres de Estado y en la gestión de la cosa pública”.

La definición del Padre de la Briére era importante en cuanto precisaba sin equívoco que el Nacionalismo no era un divinización del Estado, que se reducía a su esfera y a su orden, y que no podría, por ejemplo, entrar en conflicto con la Iglesia.

Los maestros del Nacionalismo del siglo XIX son cristianos. Hasta un incrédulo como Taine está obligado a reconocerlo por simple escrúpulo científico.

“Siempre, y en todas partes –dice en uno de sus libros—desde hace dieciocho siglos, tan pronto como el cristianismo flaquea, las costumbres públicas y privadas se degradan. En Italia, durante el Renacimiento, en Inglaterra bajo la Restauración, en Francia durante la Convención y el Directorio, se ha visto al hombre hacerse pagano como en los primeros siglos. De un sólo golpe se encontraba tal como fue en los tiempos de Augusto y de Tiberio; es decir, voluptuoso y duro. Abusaba de los otros y de sí mismo. El egoísmo brutal y calculador. La sociedad se convertía en guillotina y en un mal lugar”.

Nada opone, de consiguiente, al cristianismo y al Nacionalismo.

Por razón de su carácter tradicionalista, éste no podía ver en la Iglesia sino a la formadora de las generaciones de las cuales provenimos.

“Si la  patria –dice Bourget—es la tierra de los padres, como lo indica la palabra, es también la tierra de lo que fue lo mejor de su alma, el Dios en quien creyeron. Si no esto, no es nada. La religión no vincula solamente  los vivos entresí y con Dios, sino que liga  los vivos con los muertos por la comunidad sagrada de las esperanzas representadas en la de los rítos”.

 

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a escuela nacionalista del siglo XIX es, por tanto, nacionalista cristiana, aún cuando algunos de sus miembros sean agnósticos, y  Maurras  pudo escribir con justicia  Pío XI : “Nuestra enseñanza política tiene por objeto conducir una cantidad de protestantes , de librepensadores y de gnóstico a la fe de Iglesia”.

Y en 1939, Pío XII al levantar del Índice que había pesado durante un tiempo sobre la Acción Francesa escribía a la priora del Carmelo, la hermana de Santa Teresa, que se había convertido en la abogada de la Acción Francesa, lo siguiente: “Confiamos a tu solicitud filial el cuidado de hacerte el intérprete de Nuestros sentimientos acerca de esos hombres ( los nacionalistas de la Acción Francesa ) cuyos talentos son aún una bella promesa para la causa de Jesucristo. Y es así, a través de tu caridad, como Nosotros le enviamos, de todo corazón, la Bendición Apostólica ”.

La nube que había ensombrecido por algún  tiempo  las relaciones de la Iglesia y de la más vigorosa escuela nacionalista contemporánea se había disipado.

¿ Está sobrepasado el Nacionalismo ?  ¿ Las luchas que se anuncian no necesitan su desaparición en provecho de una comunidad más vasta que la Nación ?

No lo creemos.

¿ Dónde está esa necesidad ? ¿ Se piensa que la desaparición política de las naciones aumentaría la fuerza de occidente ? ¿ Pero quién dirigiría esta nueva comunidad ? No estando basada sobre el sentimiento nacional , sería necesario que se fundara sobre una ideología. ¿ Dónde está esa ideología común ? ¿ En la democracia ? Pero la democracia no es sino un sistema de gobierno dentro del cual se pueden introducir miles de ideologías diversas. Suprimido el interés nacional que hasta el presente conserva un mínimo de unidad en el interior de las democracias ¿ quién asegura la cohesión de esta comunidad democrática internacional ? ¿ La necesidad de la lucha anticomunista ? Puede ser ; pero en cuanto la necesidad no sea sentida, tampoco será compartida , y entonces no podrá haber cohesión.

 

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e cualquier manera que se mire el problema no se ven sino inconvenientes en la supresión de las naciones.

Con clara visión de la evolución del mundo, Salazar decía en 1946 : “ Tal vez se aproximen tiempos en que la gran división , el infranqueable abismo ha de ser entre los que sirven a la patria y los que la niegan ”.

Dos años más tarde planteaba este postulado al cual es necesario vincularse de manera inquebrantable: “ La organización del mundo interesado en mantener las bases de la organización occidental no puede hacerse integralmente ,  como es visible , en el plano internacional , sino apenas en el entendimiento  y el concierto de las soberanías nacionales ”.

Lejos de haber concluido, apenas comienza la misión del Nacionalismo.

Ahora conoce sus límites exactos, sus debilidades, sus herejías posibles . Tiene su experiencia de un cuarto de siglo en Portugal y más de diez años en España . Tiene su magnífica escuela francesa de Barrés  a  Maurras . Tiene sus maestros, sus políticos, sus mártires . Al calificarse como cristiano se une a la gran tradición de la Cristiandad que Bourget llamaba “ un concierto de pueblos independientes que gravitan alrededor un punto culminante donde está condensada la civilización ”.

Este Nacionalismo cristiano es el dirigente de la Nación , tal como la define Salazar : “Una entidad moral, que se formó a través de los siglos por el trabajo y la solidaridad de sucesivas generaciones, ligadas por afinidades de sangre y de espíritu y a la que nada repugna creer que tiene encomendada en el plano providencial una misión específica sobre el conjunto humano ”.

La crisis por la que atraviesa el mundo moderno no puede encontrar su solución sino en el nacionalismo cristiano, porque sólo él puede ligare al hombre a algo tangible. 

El hombre sin patria, sin familia y sin Dios no está ligado sino a la representación que él mismo se hace del universo”, ha observado con acierto el profesor De Corte. Platón había visto ya que “el hombre es el único ser de la naturaleza que puede escaparse de la realidad propia e instalarse en lo imaginario”.

 

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odo el problema del hombre moderno consiste en regresar a la realidad.

El hombre no llega a ella sin dificultades, sin  voluntad, sin pacientes búsquedas. En este aspecto está en condiciones inferiores al resto de la creación, si se contempla desde un ángulo materialista.

“Todos los seres vivientes –ha dicho el doctor Carrel--, con excepción del hombre, poseen una especie de ciencia innata del universo y de sí mismos. Este instinto los obliga a incorporarse en la realidad de manera completa y segura. Aquéllos no tienen la libertad de equivocarse ; solamente los seres dotados de razón son falibles y por lo mismo perfectibles”.

¿ Donde podría encontrar el hombre mejor el secreto de la conducta de su vida que en la Tradición, esa memoria de los pùeblos en donde se condenan todas las experiencias de nuestros antecesores  ?

Cuando se le preguntó a Paul Bourget qué método debía seguirse para encontrar esas  leyes de las cuales el mismo autor, de acuerdo con la escuela tradicionalista, aseguraba que eran indispensables para la sociedad, respondió:

“Buscar las prácticas que aseguraron a los pueblos la paz interior, la fuerza exterior y la permanencia”.

Y agregaba:

“El respeto religioso de la familia , de la tradición , de la propiedad , de la vida humana aparecen como la condición “ sine qua non ” de la prosperidad nacional a través de todos los países y todos los tiempos.  Hay pues, --y esta fórmula es de Le Play—una constitución esencial. Conformarse a ella es estar dentro del orden. Separarse de ella, así sea en nombre de las más seductoras perspectivas de justicia y de progreso, es producir un desorden cierto”.

Sólido y serio empirismo que frena lo imaginario donde el hombre se complace en emigrar, es la base misma del Nacionalismo que esencialmente es una reacción del realismo contra el utopismo . +

 

Jaques Ploncard d´Assac.

 

 

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