Del gran nacionalista francés:
(A continuación
reproducción íntegra del artículo publicado en la revista Dinámica Social, aprox. 1950).
EL HOMBRE MODERNO
ENTRE EL REALISMO Y EL UTOPISMO
Jaques Ponclard d’Assac
Como reacción
del realismo contra el utopismo define al nacionalismo nuestro colaborador
francés. Y al decir realismo quiere significar aquellas experiencias del pasado
que constituyen el máximo legado de normas e indicaciones que deben guiar
nuestra conducta política. El utopismo de las revoluciones y de todo movimiento
social que se vuelve de espaldas al pasado, negándolo en su totalidad,
constituye la otra faz del problema.
¿Ha superado la
historia la idea de nación como fundamento de la convivencia? El nacionalismo
¿ha sido ya superado? Partiendo de ambos interrogantes Ponclard d’Assac
considera las posibilidades y la actualidad del concepto de nación, poniendo de
manifiesto las relaciones existentes entre el individuo, la familia y la nación,
y remarcando el sentido en cierta manera determinista que rige el proceso
natural de la vida nacional, sin negar, claro está la aplicación de la voluntad
humana en una libre elección. Así cobra sentido la frase de Renán: “La existencia
de una nación es un plebiscito de todos los días”.
Siempre de acuerdo
con el pensamiento del autor, solamente queremos agregar, por nuestra cuenta,
que en todo momento concebimos al nacionalismo, y ante todo a la nación, como
una criatura viva, dinámica y actual; nunca como una jaula o un museo. (Dinánica
Social.)-
S |
i se examinan los cuadros sociales a que pertenece necesariamente
un individuo y frente a los cuales no es enteramente libre, se comprueba que
todo individuo pertenece necesariamente a una familia y una nación.
“No sabemos si es justo que un hijo pueda elegir a su
padre” escribe Charles Maurras, “o que
un ciudadano sea incorporado en una raza antes de haber manifestado su libre
decisión, su libre elección. Lo que sabemos es que las cosas no pueden ocurrir
de otra manera”.
La familia y la nación son pues, dos cuadros naturales a
los cuales, sin la contribución de su voluntad, aun antes que esta se
manifieste, la pequeñez del hombre se encuentra integrada. Nace de tal familia
o de tal pueblo, como nace rubio o moreno, pequeño o grande, fuerte o débil.
Puede nacer en una familia rica o pobre y en una nación poderosa o débil. No
tiene sobre esto ninguna posibilidad de elección. Su pertenencia es fatal y
obligatoria.
Aun cuando más
tarde intente renegar de su familia o de su país, no puede hacerlo sino
artificialmente, como las mujeres morenas que se coloran los cabellos y no por
eso pierden su complexión de morenas.
Sin embargo, con la aplicación de la voluntad, el hombre
puede estrechar o aflojar los lazos naturales que lo ligan desde su nacimiento
a su familia o a su pueblo. Puede adorar a sus padres o detestarlos, tener el
sentido de la familia, buscar en ella su punto de apoyo moral o material para
las luchas de la vida o separarse del todo, ser mal hijo, indiferente, cultivar
su yo en lugar del nosotros familiar. De esta suerte los
lazos naturales se distienden o se reafirman.
De la misma manera, en cuanto a su pertenencia al pueblo,
el individuo llegado a la mayor edad puede discutirlo, renegar de él, sea que
se integre a otra comunidad humana como emigrante, sea que se niegue a aceptar
las cargas inherentes su cualidad de ciudadano de una nación y se proclame
internacionalista, como hacen notoriamente los comunistas.
La pertenencia a los cuadros naturales de la Familia y de
la Nación presenta, pues, un doble carácter de fatalidad imprescriptible y de
adhesión voluntaria. Es en este sentido es como se puede comprender la frase de
Renán: ”La existencia de una nación es un plebiscito de todos los días”. Y
también esta página de Paul Bourget, que al contrario de Renán, insiste sobre
la parte de fatalidad inexorable que determina la existencia de la Nación:
“Todo es
condicionado en el universo psicológico. Hay un determinismo de nuestras emociones
y de nuestras acciones, como hay uno que rige nuestro sistema nervioso y
nuestra circulación. Esta doctrina evidente para cualquiera que conozca un poco
de psicología científica, no disminuye las nociones de libertad y de
responsabilidad. Por el contrario, las precisa. Somos libres a cada minuto de
elegir entre muy pequeñas voliciones. Estas elecciones, indefinidamente
repetidas se adicionan y crean en nosotros hábitos buenos o malos. Cada uno de
nuestros actos está, pues, condicionado por otros dos elementos: el pasado de
nuestros padres o nuestra herencia; el pasado de la clase a la cual
pertenecemos, o nuestro medio. Estos dos factores están, a su vez condicionaos
por un pasado más largo, por un medio más vasto, que es la Nación, condicionada
también por la raza”.
Ya Blanc de Saint Bonnet había expresado la misma idea en
esta fórmula luminosa: “Todo hombre es
la adición de su raza”.
El individuo está formado, pues material y
espiritualmente, por su familia, su nación y su raza. Constituye un eslabón
entre quienes lo han precedido y quienes lo seguirán. Ha recibido de los
primeros las marcas, las taras o las cualidades que necesariamente habrá de
trasmitir a sus hijos.
Es libre de obrar contra su herencia y modificarla en
cierta medida, pero en su rebelión permanece tributario de la marca que ha
recibido. Se comprueba, por ejemplo, que hay una manera francesa de ser
comunista, como hay una manera alemana o
rusa. Las cualidades o los defectos inherentes al hecho de haber nacido ruso,
alemán o francés, se encuentran en la manera como reniega de su nación.
Lo cual conduce a decir con Augusto Comte que “los vivos son gobernados
por los muertos”, puesto que las maneras de sentir o de pensar y las
reacciones, con frecuencia inconscientes, del individuo están constituidas por
el subfondo de su personalidad ética, que es heredada y no adquirida.
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a idea esencial de los doctrinarios de la Gran Revolución
francesa fue que el individuo era libre de todo nexo con el pasado, que la
Sociedad era el fruto de un contrato y que el hombree podía modificarlo a su
gusto cada vez que estimara haber
encontrado el orden político ideal.
La patria cesa, pues, de ser un territorio ocupado por
hombres de un mismo grupo étnico, unidos por tradiciones e intereses comunes
para identificarse con una ética.
La patria no es lo que es sino lo que se piensa.
Y como las ideas no tienen fronteras, la patria revolucionaria tampoco las
tiene y los autores de los Derechos del Hombre y del Ciudadano anunciaron que
querrían hacer “una declaración para
todos los hombres, para todos los tiempos, para todos los países, y que
sirviera de ejemplo al mundo”.
Pero puesto que se había propuesto a los individuos una
noción abstracta de la patria, cada ciudadano venía a ser libre de formarse de
ella una idea particular. En este sentido el comunismo desciende directamente
de las ideas de 1789. La patria ideológica reemplaza a la patria de tierra y de
sangre.
En tanto que existió la monarquía tradicional, la
necesidad de definir la nación no se
presentó nunca. La Nación no se definía: existía como una familia vasta, más
vasta que la familia de cada individuo. El padre era el Rey. Sus súbditos
tenían que ocuparse solamente cada día en cumplir con su trabajo en el cuadro
de su profesión. No se les pedía ni siquiera defender la Nación. Los
voluntarios bastaban para ello.
Cuando el progreso de
la Revolución abolió la monarquía tradicional y colocó el poder en las
manos de los pueblo, éstos tuvieron que definir sus límites y sus concepciones
políticas. Así nacieron el principio de las nacionalidades y los partidos
políticos.
El principio de las nacionalidades tendía a definir los
contornos de la Nación heredada de la Corona. Y los partidos tendían a definir
la organización política que habría de sustituir al poder real. La evolución
era lógica. Constituía la historia del siglo XIX.
El principio de las nacionalidades engendró naturalmente
complicaciones entre los pueblos. El odio al extranjero se convirtió en un
deber nacional.
“Apelando al dulce nombre de la patria me estremecia de horror por el
extranjero” escribió Béranger.
De esta suerte, la abolición de la monarquía tradicional
y la proclamación de los Derechos del Hombre desembocaron en un fenómeno lógico
: en la división de Europa en naciones furiosamente replegadas sobre sí mismas .
Los pueblos aprendieron a odiarse. Franceses contra alemanes, italianos contra
austríacos, rusos contra polacos, ingleses contra franceses, etc.
Los intereses comerciales divergentes exacerbaban estas
animosidades . Las guerras no eran
luchas de príncipes entre sí , sino
movimientos de masas
lanzadas unas contra otras.
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abía dos efectos ocultos en los principios de 1789. 1)
Motivos de división y de odio entre los pueblos, como acabamos de verlo. 2)
Motivos de división y de odio entre los hombres de un mismo pueblo.
El día en que cierto número de individuos pertenecientes a pueblos
diferentes profesaran los mismos odios y
compartieran las mismas ideas, sentirían la tentación irresistible en buscar en
su comunidad ideológica una comunidad más verdadera que la de la Nación.
Fue esto lo que se
produjo en 1848 con la fundación de la Primera Internacional , bajo la orden de Karl
Marx :
“ Proletarios de todos los
países uníos”
Por otra parte, los excesos provocados por las luchas
engendradas por el principio de las nacionalidades debían conducir a toda
“inteligencia” a propugnar un universalismo democrático que encuentra su
expresión en estos dos versos de Lamartine:
“ Soy ciudadano
de todo espíritu que piense. La verdad es mi país ”.
Estos versos provienen de la misma época en que Schopenhauer
escribía : “ El patriotismo es la más
tonta de las pasiones, y la pasión de los tontos ”.
Al fin del siglo XIX se produjo una reacción, enteramente
sentimental, desde luego, que tuvo su expresión en Maurice Barrés.
“No encuentro –escribía Barrés en “Aamori et Dolori
Sacrum”—sino un frío placer en el Museo municipal Corrrer y San Giovani et
Paolo, donde se ven las efigies y las osamentas de los jefes venecianos. Estos
no colaboraron a mi noción del honor. Cuando recorría a Grecia y me preocupaba
más por las fortalezas que por los vestigios del helenismo, no eran los grandes
guerreros comerciantes de Venecia a quienes evocaba, sino que todo mi corazón
se reunía a mis señores naturales, los caballeros aventureros de Boroña y de
Champaña”.
La ruptura con el Lamertine de “Soy conciudadano de toda
alma que piensa” es clara. Mairice Barrés reafirmaba el valor particular de los
recuerdos comunes del origen común. En relación con el internacionalismo
democrático eso era ser “retrógado”
“Sean –replica Bourget--. Mirar hacia atrás no es siempre
retroceder. Un enfermo no retrocede cuando pasa de cuarenta grados de
temperatura a treinta y seis. Por el contrario, se dice de él que progresa”. Y
denomina “reacciones del instinto” a ese sentimiento que Barrés acaba por
definir, antes que nadie, como “Nacionalismo”.
“El Nacionalismo” no es un partido –escribía Bourget en
el año 1909--. Es una doctrina como lo ha declarado Barrés en el título de una
de sus obras. Esta doctrina deriva de la observación experimental de que el
individuo no puede encontrar su amplitud, su fuerza, su expansión sino en el
grupo natural del cual él proviene…El individuo es tanto más rico en emociones,
tanto más abundante en fuerzas sentimentales, cuanto es menos individualista
más completa e íntimamente bañado e incorporado en el alma colectiva, de la
cual es sólo uno de los pensamientos, y en la acción general de que es uno de los momentos. Pero ¿Qué es esta
alma colectiva? Es obra de la tierra y de los muertos. Son las maneras de
sentir que aquella elaboró en estos. ¿Y cuál es esa acción general? La tarea
cumplida por nuestra raza. El órgano local de esta raza es la Nación, más
profundamente es la región, y más profundamente aún es la familia. Mejor dicho,
nación, región y familia ya no hacen sino una. La que empobrece o enriquece a
la una, empobrece o enriquece a la otra”.
Como se ve, para Bourget, el Nacionalismo deriva de un
observación experimental, a saber : que el hombre está indisolublemente ligado
a su nación, y que todos los esfuerzos que haga para desprenderse de ella
conducen al empobrecimiento de la nación o a su propio empobrecimiento.
La rebelión contra la Nación es una revuelta vana, puesto
que es una rebelión contra la naturaleza, y contra la naturaleza nadie puede
rebelarse.
“Era –dice el Padre de la Briére—la concepción política
que en el gobierno del Estado considera sobre todo el interés nacional de
preferencia a toda otra concepción jurídica o social. La supremacía del interés
nacional se proclama en su esfera y en su orden, no por comparación con
cualquier otro valor o cualquier otro derecho, sino por comparación con cada
uno de los demás objetivos políticos y sociales que pueden tener legítima y
razonablemente el primer rango en las preocupaciones de los hombres de Estado y
en la gestión de la cosa pública”.
La definición del Padre de la Briére era importante en
cuanto precisaba sin equívoco que el Nacionalismo no era un divinización del
Estado, que se reducía a su esfera y a su orden, y que no podría, por ejemplo,
entrar en conflicto con la Iglesia.
Los maestros del Nacionalismo del siglo XIX son
cristianos. Hasta un incrédulo como Taine está obligado a reconocerlo por
simple escrúpulo científico.
“Siempre, y en todas partes –dice en uno de sus
libros—desde hace dieciocho siglos, tan pronto como el cristianismo flaquea,
las costumbres públicas y privadas se degradan. En Italia, durante el Renacimiento,
en Inglaterra bajo la Restauración, en Francia durante la Convención y el Directorio,
se ha visto al hombre hacerse pagano como en los primeros siglos. De un sólo
golpe se encontraba tal como fue en los tiempos de Augusto y de Tiberio; es
decir, voluptuoso y duro. Abusaba de los otros y de sí mismo. El egoísmo brutal
y calculador. La sociedad se convertía en guillotina y en un mal lugar”.
Nada opone, de consiguiente, al cristianismo y al
Nacionalismo.
Por razón de su carácter tradicionalista, éste no podía
ver en la Iglesia sino a la formadora de las generaciones de las cuales provenimos.
“Si la patria
–dice Bourget—es la tierra de los padres, como lo indica la palabra, es también
la tierra de lo que fue lo mejor de su alma, el Dios en quien creyeron. Si no
esto, no es nada. La religión no vincula solamente los vivos entresí y con Dios, sino que liga los vivos con los muertos por la comunidad
sagrada de las esperanzas representadas en la de los rítos”.
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a escuela nacionalista del siglo XIX es, por tanto,
nacionalista cristiana, aún cuando algunos de sus miembros sean agnósticos,
y Maurras pudo escribir con justicia Pío XI : “Nuestra enseñanza política tiene
por objeto conducir una cantidad de protestantes , de librepensadores y de
gnóstico a la fe de Iglesia”.
Y en 1939, Pío XII al levantar del Índice que había
pesado durante un tiempo sobre la Acción Francesa escribía a la priora del
Carmelo, la hermana de Santa Teresa, que se había convertido en la abogada de
la Acción Francesa, lo siguiente: “Confiamos a tu solicitud filial el cuidado
de hacerte el intérprete de Nuestros sentimientos acerca de esos hombres ( los
nacionalistas de la Acción Francesa ) cuyos talentos son aún una bella promesa
para la causa de Jesucristo. Y es así, a través de tu caridad, como Nosotros le
enviamos, de todo corazón, la Bendición Apostólica ”.
La nube que había ensombrecido por algún tiempo las relaciones de la Iglesia y de la más
vigorosa escuela nacionalista contemporánea se había disipado.
¿ Está sobrepasado el Nacionalismo ? ¿ Las luchas que se anuncian no necesitan su
desaparición en provecho de una comunidad más vasta que la Nación ?
No lo creemos.
¿ Dónde está esa necesidad ? ¿ Se piensa que la
desaparición política de las naciones aumentaría la fuerza de occidente ? ¿ Pero
quién dirigiría esta nueva comunidad ? No estando basada sobre el sentimiento
nacional , sería necesario que se fundara sobre una ideología. ¿ Dónde está esa
ideología común ? ¿ En la democracia ? Pero la democracia no es sino un sistema
de gobierno dentro del cual se pueden introducir miles de ideologías diversas.
Suprimido el interés nacional que hasta el presente conserva un mínimo de
unidad en el interior de las democracias ¿ quién asegura la cohesión de esta
comunidad democrática internacional ? ¿ La necesidad de la lucha anticomunista ?
Puede ser ; pero en cuanto la necesidad no sea sentida, tampoco será compartida
, y entonces no podrá haber cohesión.
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e cualquier manera que se mire el problema no se ven sino
inconvenientes en la supresión de las naciones.
Con clara visión de la evolución del mundo, Salazar decía
en 1946 : “ Tal vez se aproximen tiempos en que la gran división , el
infranqueable abismo ha de ser entre los que sirven a la patria y los que la
niegan ”.
Dos años más tarde planteaba este postulado al cual es
necesario vincularse de manera inquebrantable: “ La organización del mundo
interesado en mantener las bases de la organización occidental no puede hacerse
integralmente , como es visible , en el
plano internacional , sino apenas en el entendimiento y el concierto de las soberanías nacionales ”.
Lejos de haber concluido, apenas comienza la misión del Nacionalismo.
Ahora conoce sus límites exactos, sus debilidades, sus
herejías posibles . Tiene su experiencia de un cuarto de siglo en Portugal y
más de diez años en España . Tiene su magnífica escuela francesa de Barrés a Maurras
. Tiene sus maestros, sus políticos, sus mártires . Al calificarse como
cristiano se une a la gran tradición de la Cristiandad que Bourget llamaba “ un
concierto de pueblos independientes que gravitan alrededor un punto culminante
donde está condensada la civilización ”.
Este Nacionalismo cristiano es el dirigente de la Nación ,
tal como la define Salazar : “Una entidad moral, que se formó a través de los
siglos por el trabajo y la solidaridad de sucesivas generaciones, ligadas por
afinidades de sangre y de espíritu y a la que nada repugna creer que tiene
encomendada en el plano providencial una misión específica sobre el conjunto
humano ”.
La crisis por la que atraviesa el mundo moderno no puede
encontrar su solución sino en el nacionalismo cristiano, porque sólo él puede
ligare al hombre a algo tangible.
“El hombre sin patria, sin familia y sin Dios no está ligado sino a la
representación que él mismo se hace del universo”, ha observado con acierto el
profesor De Corte. Platón había visto ya que “el hombre es el único ser de la
naturaleza que puede escaparse de la realidad propia e instalarse en lo
imaginario”.
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odo
el problema del hombre moderno consiste en regresar a la realidad.
El
hombre no llega a ella sin dificultades, sin
voluntad, sin pacientes búsquedas. En este aspecto está en condiciones
inferiores al resto de la creación, si se contempla desde un ángulo
materialista.
“Todos
los seres vivientes –ha dicho el doctor Carrel--, con excepción del hombre,
poseen una especie de ciencia innata del universo y de sí mismos. Este instinto
los obliga a incorporarse en la realidad de manera completa y segura. Aquéllos
no tienen la libertad de equivocarse ; solamente los seres dotados de razón son
falibles y por lo mismo perfectibles”.
¿ Donde
podría encontrar el hombre mejor el secreto de la conducta de su vida que en la
Tradición, esa memoria de los pùeblos en donde se condenan todas las
experiencias de nuestros antecesores ?
Cuando
se le preguntó a Paul Bourget qué método debía seguirse para encontrar
esas leyes de las cuales el mismo autor,
de acuerdo con la escuela tradicionalista, aseguraba que eran indispensables
para la sociedad, respondió:
“Buscar
las prácticas que aseguraron a los pueblos la paz interior, la fuerza exterior
y la permanencia”.
Y
agregaba:
“El respeto
religioso de la familia , de la tradición , de la propiedad , de la vida humana
aparecen como la condición “ sine qua non ” de la prosperidad nacional a través
de todos los países y todos los tiempos.
Hay pues, --y esta fórmula es de Le Play—una constitución esencial.
Conformarse a ella es estar dentro del orden. Separarse de ella, así sea en
nombre de las más seductoras perspectivas de justicia y de progreso, es
producir un desorden cierto”.
Sólido
y serio empirismo que frena lo imaginario donde el hombre se complace en
emigrar, es la base misma del Nacionalismo que esencialmente es una reacción
del realismo contra el utopismo . +
Jaques Ploncard d´Assac.
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