jueves, 20 de febrero de 2025

 

Del gran nacionalista francés:

(A continuación reproducción íntegra del artículo publicado en la revista   Dinámica Social, aprox. 1950).

EL HOMBRE MODERNO ENTRE EL REALISMO Y EL UTOPISMO

Jaques Ponclard d’Assac

Como reacción del realismo contra el utopismo define al nacionalismo nuestro colaborador francés. Y al decir realismo quiere significar aquellas experiencias del pasado que constituyen el máximo legado de normas e indicaciones que deben guiar nuestra conducta política. El utopismo de las revoluciones y de todo movimiento social que se vuelve de espaldas al pasado, negándolo en su totalidad, constituye la otra faz del problema.

¿Ha superado la historia la idea de nación como fundamento de la convivencia? El nacionalismo ¿ha sido ya superado? Partiendo de ambos interrogantes Ponclard d’Assac considera las posibilidades y la actualidad del concepto de nación, poniendo de manifiesto las relaciones existentes entre el individuo, la familia y la nación, y remarcando el sentido en cierta manera determinista que rige el proceso natural de la vida nacional, sin negar, claro está la aplicación de la voluntad humana en una libre elección. Así cobra sentido la frase de Renán: “La existencia de una nación es un plebiscito de todos los días”.

Siempre de acuerdo con el pensamiento del autor, solamente queremos agregar, por nuestra cuenta, que en todo momento concebimos al nacionalismo, y ante todo a la nación, como una criatura viva, dinámica y actual; nunca como una jaula o un museo. (Dinánica Social.)-

 

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i se examinan los cuadros sociales a que pertenece necesariamente un individuo y frente a los cuales no es enteramente libre, se comprueba que todo individuo pertenece necesariamente a una familia y una nación.

“No sabemos si es justo que un hijo pueda elegir a su padre” escribe Charles Maurras,  “o que un ciudadano sea incorporado en una raza antes de haber manifestado su libre decisión, su libre elección. Lo que sabemos es que las cosas no pueden ocurrir de otra manera”.

La familia y la nación son pues, dos cuadros naturales a los cuales, sin la contribución de su voluntad, aun antes que esta se manifieste, la pequeñez del hombre se encuentra integrada. Nace de tal familia o de tal pueblo, como nace rubio o moreno, pequeño o grande, fuerte o débil. Puede nacer en una familia rica o pobre y en una nación poderosa o débil. No tiene sobre esto ninguna posibilidad de elección. Su pertenencia es fatal y obligatoria.

Aun cuando más  tarde intente renegar de su familia o de su país, no puede hacerlo sino artificialmente, como las mujeres morenas que se coloran los cabellos y no por eso pierden su complexión de morenas.

Sin embargo, con la aplicación de la voluntad, el hombre puede estrechar o aflojar los lazos naturales que lo ligan desde su nacimiento a su familia o a su pueblo. Puede adorar a sus padres o detestarlos, tener el sentido de la familia, buscar en ella su punto de apoyo moral o material para las luchas de la vida o separarse del todo, ser mal hijo, indiferente, cultivar su yo en lugar del nosotros familiar. De esta suerte los lazos naturales se distienden o se reafirman.

De la misma manera, en cuanto a su pertenencia al pueblo, el individuo llegado a la mayor edad puede discutirlo, renegar de él, sea que se integre a otra comunidad humana como emigrante, sea que se niegue a aceptar las cargas inherentes su cualidad de ciudadano de una nación y se proclame internacionalista, como hacen notoriamente los comunistas.

La pertenencia a los cuadros naturales de la Familia y de la Nación presenta, pues, un doble carácter de fatalidad imprescriptible y de adhesión voluntaria. Es en este sentido es como se puede comprender la frase de Renán: ”La existencia de una nación es un plebiscito de todos los días”. Y también esta página de Paul Bourget, que al contrario de Renán, insiste sobre la parte de fatalidad inexorable que determina la existencia de la Nación:

“Todo es condicionado en el universo psicológico. Hay un determinismo de nuestras emociones y de nuestras acciones, como hay uno que rige nuestro sistema nervioso y nuestra circulación. Esta doctrina evidente para cualquiera que conozca un poco de psicología científica, no disminuye las nociones de libertad y de responsabilidad. Por el contrario, las precisa. Somos libres a cada minuto de elegir entre muy pequeñas voliciones. Estas elecciones, indefinidamente repetidas se adicionan y crean en nosotros hábitos buenos o malos. Cada uno de nuestros actos está, pues, condicionado por otros dos elementos: el pasado de nuestros padres o nuestra herencia; el pasado de la clase a la cual pertenecemos, o nuestro medio. Estos dos factores están, a su vez condicionaos por un pasado más largo, por un medio más vasto, que es la Nación, condicionada también por la raza”.

Ya Blanc de Saint Bonnet había expresado la misma idea en esta fórmula luminosa: “Todo hombre es la adición de su raza”.

El individuo está formado, pues material y espiritualmente, por su familia, su nación y su raza. Constituye un eslabón entre quienes lo han precedido y quienes lo seguirán. Ha recibido de los primeros las marcas, las taras o las cualidades que necesariamente habrá de trasmitir a sus hijos.

Es libre de obrar contra su herencia y modificarla en cierta medida, pero en su rebelión permanece tributario de la marca que ha recibido. Se comprueba, por ejemplo, que hay una manera francesa de ser comunista, como hay  una manera alemana o rusa. Las cualidades o los defectos inherentes al hecho de haber nacido ruso, alemán o francés, se encuentran en la manera como reniega de su nación.

Lo cual conduce a decir con  Augusto Comte que “los vivos son gobernados por los muertos”, puesto que las maneras de sentir o de pensar y las reacciones, con frecuencia inconscientes, del individuo están constituidas por el subfondo de su personalidad ética, que es heredada y no adquirida.

 

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a idea esencial de los doctrinarios de la Gran Revolución francesa fue que el individuo era libre de todo nexo con el pasado, que la Sociedad era el fruto de un contrato y que el hombree podía modificarlo a su gusto cada vez que estimara haber  encontrado el orden político ideal.

La patria cesa, pues, de ser un territorio ocupado por hombres de un mismo grupo étnico, unidos por tradiciones e intereses comunes para identificarse con una ética.

La patria no es lo que es sino lo que se piensa. Y como las ideas no tienen fronteras, la patria revolucionaria tampoco las tiene y los autores de los Derechos del Hombre y del Ciudadano anunciaron que querrían hacer  “una declaración para todos los hombres, para todos los tiempos, para todos los países, y que sirviera de ejemplo al mundo”.

Pero puesto que se había propuesto a los individuos una noción abstracta de la patria, cada ciudadano venía a ser libre de formarse de ella una idea particular. En este sentido el comunismo desciende directamente de las ideas de 1789. La patria ideológica reemplaza a la patria de tierra y de sangre.

En tanto que existió la monarquía tradicional, la necesidad de definir  la nación no se presentó nunca. La Nación no se definía: existía como una familia vasta, más vasta que la familia de cada individuo. El padre era el Rey. Sus súbditos tenían que ocuparse solamente cada día en cumplir con su trabajo en el cuadro de su profesión. No se les pedía ni siquiera defender la Nación. Los voluntarios bastaban para ello.

Cuando el progreso de  la Revolución abolió la monarquía tradicional y colocó el poder en las manos de los pueblo, éstos tuvieron que definir sus límites y sus concepciones políticas. Así nacieron el principio de las nacionalidades y los partidos políticos.

El principio de las nacionalidades tendía a definir los contornos de la Nación heredada de la Corona. Y los partidos tendían a definir la organización política que habría de sustituir al poder real. La evolución era lógica. Constituía la historia del siglo XIX.

El principio de las nacionalidades engendró naturalmente complicaciones entre los pueblos. El odio al extranjero se convirtió en un deber nacional.                                         “Apelando al dulce nombre de la patria me estremecia de horror por el extranjero” escribió Béranger.

De esta suerte, la abolición de la monarquía tradicional y la proclamación de los Derechos del Hombre desembocaron en un fenómeno lógico : en la división de Europa en naciones furiosamente replegadas sobre sí mismas . Los pueblos aprendieron a odiarse. Franceses contra alemanes, italianos contra austríacos, rusos contra polacos, ingleses contra franceses, etc.

Los intereses comerciales divergentes exacerbaban estas animosidades .     Las guerras no eran luchas de príncipes entre sí  , sino movimientos  de    masas lanzadas unas contra otras.

 

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abía dos efectos ocultos en los principios de 1789. 1) Motivos de división y de odio entre los pueblos, como acabamos de verlo. 2) Motivos de división y de odio entre los hombres de un mismo pueblo.

El día en que cierto número de  individuos pertenecientes a pueblos diferentes profesaran los mismos odios  y compartieran las mismas ideas, sentirían la tentación irresistible en buscar en su comunidad ideológica una comunidad más verdadera que la de la Nación.

Fue esto lo  que se produjo en 1848 con la fundación de la Primera Internacional  , bajo la orden  de   Karl Marx :                                                          “ Proletarios de todos los países uníos”

Por otra parte, los excesos provocados por las luchas engendradas por el principio de las nacionalidades debían conducir a toda “inteligencia” a propugnar un universalismo democrático que encuentra su expresión en estos dos versos de Lamartine:

“ Soy ciudadano de todo espíritu que piense. La verdad es mi país ”.

Estos versos provienen de la misma época en que Schopenhauer escribía :     “ El patriotismo es la más tonta de las pasiones, y la pasión de los tontos ”.

Al fin del siglo XIX se produjo una reacción, enteramente sentimental, desde luego, que tuvo su expresión en Maurice Barrés.

“No encuentro –escribía Barrés en “Aamori et Dolori Sacrum”—sino un frío placer en el Museo municipal Corrrer y San Giovani et Paolo, donde se ven las efigies y las osamentas de los jefes venecianos. Estos no colaboraron a mi noción del honor. Cuando recorría a Grecia y me preocupaba más por las fortalezas que por los vestigios del helenismo, no eran los grandes guerreros comerciantes de Venecia a quienes evocaba, sino que todo mi corazón se reunía a mis señores naturales, los caballeros aventureros de Boroña y de Champaña”.

La ruptura con el Lamertine de “Soy conciudadano de toda alma que piensa” es clara. Mairice Barrés reafirmaba el valor particular de los recuerdos comunes del origen común. En relación con el internacionalismo democrático eso era ser “retrógado”

“Sean –replica Bourget--. Mirar hacia atrás no es siempre retroceder. Un enfermo no retrocede cuando pasa de cuarenta grados de temperatura a treinta y seis. Por el contrario, se dice de él que progresa”. Y denomina “reacciones del instinto” a ese sentimiento que Barrés acaba por definir, antes que nadie, como “Nacionalismo”.

“El Nacionalismo” no es un partido –escribía Bourget en el año 1909--. Es una doctrina como lo ha declarado Barrés en el título de una de sus obras. Esta doctrina deriva de la observación experimental de que el individuo no puede encontrar su amplitud, su fuerza, su expansión sino en el grupo natural del cual él proviene…El individuo es tanto más rico en emociones, tanto más abundante en fuerzas sentimentales, cuanto es menos individualista más completa e íntimamente bañado e incorporado en el alma colectiva, de la cual es sólo uno de los pensamientos, y en la acción general de que   es uno de los momentos. Pero ¿Qué es esta alma colectiva? Es obra de la tierra y de los muertos. Son las maneras de sentir que aquella elaboró en estos. ¿Y cuál es esa acción general? La tarea cumplida por nuestra raza. El órgano local de esta raza es la Nación, más profundamente es la región, y más profundamente aún es la familia. Mejor dicho, nación, región y familia ya no hacen sino una. La que empobrece o enriquece a la una, empobrece o enriquece a la otra”.

Como se ve, para Bourget, el Nacionalismo deriva de un observación experimental, a saber : que el hombre está indisolublemente ligado a su nación, y que todos los esfuerzos que haga para desprenderse de ella conducen al empobrecimiento de la nación o a su propio empobrecimiento.

La rebelión contra la Nación es una revuelta vana, puesto que es una rebelión contra la naturaleza, y contra la naturaleza nadie puede rebelarse.

“Era –dice el Padre de la Briére—la concepción política que en el gobierno del Estado considera sobre todo el interés nacional de preferencia a toda otra concepción jurídica o social. La supremacía del interés nacional se proclama en su esfera y en su orden, no por comparación con cualquier otro valor o cualquier otro derecho, sino por comparación con cada uno de los demás objetivos políticos y sociales que pueden tener legítima y razonablemente el primer rango en las preocupaciones de los hombres de Estado y en la gestión de la cosa pública”.

La definición del Padre de la Briére era importante en cuanto precisaba sin equívoco que el Nacionalismo no era un divinización del Estado, que se reducía a su esfera y a su orden, y que no podría, por ejemplo, entrar en conflicto con la Iglesia.

Los maestros del Nacionalismo del siglo XIX son cristianos. Hasta un incrédulo como Taine está obligado a reconocerlo por simple escrúpulo científico.

“Siempre, y en todas partes –dice en uno de sus libros—desde hace dieciocho siglos, tan pronto como el cristianismo flaquea, las costumbres públicas y privadas se degradan. En Italia, durante el Renacimiento, en Inglaterra bajo la Restauración, en Francia durante la Convención y el Directorio, se ha visto al hombre hacerse pagano como en los primeros siglos. De un sólo golpe se encontraba tal como fue en los tiempos de Augusto y de Tiberio; es decir, voluptuoso y duro. Abusaba de los otros y de sí mismo. El egoísmo brutal y calculador. La sociedad se convertía en guillotina y en un mal lugar”.

Nada opone, de consiguiente, al cristianismo y al Nacionalismo.

Por razón de su carácter tradicionalista, éste no podía ver en la Iglesia sino a la formadora de las generaciones de las cuales provenimos.

“Si la  patria –dice Bourget—es la tierra de los padres, como lo indica la palabra, es también la tierra de lo que fue lo mejor de su alma, el Dios en quien creyeron. Si no esto, no es nada. La religión no vincula solamente  los vivos entresí y con Dios, sino que liga  los vivos con los muertos por la comunidad sagrada de las esperanzas representadas en la de los rítos”.

 

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a escuela nacionalista del siglo XIX es, por tanto, nacionalista cristiana, aún cuando algunos de sus miembros sean agnósticos, y  Maurras  pudo escribir con justicia  Pío XI : “Nuestra enseñanza política tiene por objeto conducir una cantidad de protestantes , de librepensadores y de gnóstico a la fe de Iglesia”.

Y en 1939, Pío XII al levantar del Índice que había pesado durante un tiempo sobre la Acción Francesa escribía a la priora del Carmelo, la hermana de Santa Teresa, que se había convertido en la abogada de la Acción Francesa, lo siguiente: “Confiamos a tu solicitud filial el cuidado de hacerte el intérprete de Nuestros sentimientos acerca de esos hombres ( los nacionalistas de la Acción Francesa ) cuyos talentos son aún una bella promesa para la causa de Jesucristo. Y es así, a través de tu caridad, como Nosotros le enviamos, de todo corazón, la Bendición Apostólica ”.

La nube que había ensombrecido por algún  tiempo  las relaciones de la Iglesia y de la más vigorosa escuela nacionalista contemporánea se había disipado.

¿ Está sobrepasado el Nacionalismo ?  ¿ Las luchas que se anuncian no necesitan su desaparición en provecho de una comunidad más vasta que la Nación ?

No lo creemos.

¿ Dónde está esa necesidad ? ¿ Se piensa que la desaparición política de las naciones aumentaría la fuerza de occidente ? ¿ Pero quién dirigiría esta nueva comunidad ? No estando basada sobre el sentimiento nacional , sería necesario que se fundara sobre una ideología. ¿ Dónde está esa ideología común ? ¿ En la democracia ? Pero la democracia no es sino un sistema de gobierno dentro del cual se pueden introducir miles de ideologías diversas. Suprimido el interés nacional que hasta el presente conserva un mínimo de unidad en el interior de las democracias ¿ quién asegura la cohesión de esta comunidad democrática internacional ? ¿ La necesidad de la lucha anticomunista ? Puede ser ; pero en cuanto la necesidad no sea sentida, tampoco será compartida , y entonces no podrá haber cohesión.

 

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e cualquier manera que se mire el problema no se ven sino inconvenientes en la supresión de las naciones.

Con clara visión de la evolución del mundo, Salazar decía en 1946 : “ Tal vez se aproximen tiempos en que la gran división , el infranqueable abismo ha de ser entre los que sirven a la patria y los que la niegan ”.

Dos años más tarde planteaba este postulado al cual es necesario vincularse de manera inquebrantable: “ La organización del mundo interesado en mantener las bases de la organización occidental no puede hacerse integralmente ,  como es visible , en el plano internacional , sino apenas en el entendimiento  y el concierto de las soberanías nacionales ”.

Lejos de haber concluido, apenas comienza la misión del Nacionalismo.

Ahora conoce sus límites exactos, sus debilidades, sus herejías posibles . Tiene su experiencia de un cuarto de siglo en Portugal y más de diez años en España . Tiene su magnífica escuela francesa de Barrés  a  Maurras . Tiene sus maestros, sus políticos, sus mártires . Al calificarse como cristiano se une a la gran tradición de la Cristiandad que Bourget llamaba “ un concierto de pueblos independientes que gravitan alrededor un punto culminante donde está condensada la civilización ”.

Este Nacionalismo cristiano es el dirigente de la Nación , tal como la define Salazar : “Una entidad moral, que se formó a través de los siglos por el trabajo y la solidaridad de sucesivas generaciones, ligadas por afinidades de sangre y de espíritu y a la que nada repugna creer que tiene encomendada en el plano providencial una misión específica sobre el conjunto humano ”.

La crisis por la que atraviesa el mundo moderno no puede encontrar su solución sino en el nacionalismo cristiano, porque sólo él puede ligare al hombre a algo tangible. 

El hombre sin patria, sin familia y sin Dios no está ligado sino a la representación que él mismo se hace del universo”, ha observado con acierto el profesor De Corte. Platón había visto ya que “el hombre es el único ser de la naturaleza que puede escaparse de la realidad propia e instalarse en lo imaginario”.

 

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odo el problema del hombre moderno consiste en regresar a la realidad.

El hombre no llega a ella sin dificultades, sin  voluntad, sin pacientes búsquedas. En este aspecto está en condiciones inferiores al resto de la creación, si se contempla desde un ángulo materialista.

“Todos los seres vivientes –ha dicho el doctor Carrel--, con excepción del hombre, poseen una especie de ciencia innata del universo y de sí mismos. Este instinto los obliga a incorporarse en la realidad de manera completa y segura. Aquéllos no tienen la libertad de equivocarse ; solamente los seres dotados de razón son falibles y por lo mismo perfectibles”.

¿ Donde podría encontrar el hombre mejor el secreto de la conducta de su vida que en la Tradición, esa memoria de los pùeblos en donde se condenan todas las experiencias de nuestros antecesores  ?

Cuando se le preguntó a Paul Bourget qué método debía seguirse para encontrar esas  leyes de las cuales el mismo autor, de acuerdo con la escuela tradicionalista, aseguraba que eran indispensables para la sociedad, respondió:

“Buscar las prácticas que aseguraron a los pueblos la paz interior, la fuerza exterior y la permanencia”.

Y agregaba:

“El respeto religioso de la familia , de la tradición , de la propiedad , de la vida humana aparecen como la condición “ sine qua non ” de la prosperidad nacional a través de todos los países y todos los tiempos.  Hay pues, --y esta fórmula es de Le Play—una constitución esencial. Conformarse a ella es estar dentro del orden. Separarse de ella, así sea en nombre de las más seductoras perspectivas de justicia y de progreso, es producir un desorden cierto”.

Sólido y serio empirismo que frena lo imaginario donde el hombre se complace en emigrar, es la base misma del Nacionalismo que esencialmente es una reacción del realismo contra el utopismo . +

 

Jaques Ploncard d´Assac.

 

 

lunes, 17 de febrero de 2025

 

 

 ¡¡¡ UNA INVITACIÓN AL COMBATE

Y   A  LA  LUCHA !!!

La tragedia de la salvaje persecución, difamación, tortura y exterminio del gaucho indefenso, de sus familias, y de su patria, narrada en el Martin Fierro “es una invitación al combate y a la lucha”, para descubrir la verdad histórica y reestablecer la integridad patriótica del gaucho argentino.                                                                                     

Fue un escandaloso e indignante crimen cometido por los “próceres” unitarios , contra el patriotismo gaucho, pues trababa la entrega material y espiritual de la Patria al imperialismo. EL GAUCHO sólo les servía “ pa votar".                                                                                                                       

Hoy día ¿ quedará vigente en el alma de los argentinos una migaja de ese espíritu nacionalista necesario para reconstruir la nación ?  ¿ Un reflorecimiento del amor popular a la Patria ?  ¿ Una rebeldía exaltada para terminar con tanta corrupción y entrega ?                                                  

En el colmo de la ignominia  el nuevo “ presidente ” tendrá por consejeros a un rabino y al Viejo Vizcacha  !   ¡ Roguemos por la aparición de un Caudillo nacionalista que encabece la restauración de la Patria  !

A continuación excelente introducción al “ MARTÍN FIERRO”,  escrita por

ROBERTO DE LAFERRERE                                              Y PUBLICADA EN LOS Nº 13 Y 14 DE LA REVISTA ULISES (1966):

EL SENTIDO POLÍTICO DEL MARTÍN FIERRO.

Nadie discute ya los valores literarios de Martín Fierro, pero esta consagración, hoy unánime, no fue concedida fácilmente por los contemporáneos de su autor, quien durante años vivió desdeñado por los críticos y los profesores de literatura.   Las inteligencias más abiertas saludaron, es cierto, con elogio espontáneo la aparición del poema, pero en sus propias cartas o artículos se advierte cierto aire de benevolencia y de protección apenas disimulado en algunos. Se diría que, a pesar de las alabanzas, no todos se resignaban a tomarlo en serio como una obra de arte.

En general el gusto de la época lo tildó de chabacano y hasta de grosero, y un crítico notorio de entonces, el periodista Juan Carlos Gómez creyó sinceramente que la publicación de un elogio suyo, hecho en carta privada a Hernández había sido una infidencia del poeta, porque comprometía su prestigio de hombre de letras, y en una segunda carta, de tono irritado, colocó a Martín Fierro fuera de la literatura. Otros hicieron lo mismo con la omisión y el silencio, excluyéndolo de sus antologías y en la que apareció bajo el título de América Literaria , el prologuista Juan Antonio Argerich, exclamaba, al hacer el elogio de otros poetas: “¡ Qué diferencia con Ascasubi y con Hernández, lisa y llanamente insoportables y prosaicos !”

Es que lo hombres de esa época no obstante vivir  en medio de un materialismo desaforado seguían siendo románticos en literatura. La rusticidad de Martín Fierro, las impertinencias del viejo Vizcacha y sobre todo la herejía de que el héroe del poema fuese un gaucho de la Pampa ofendía su pulcritud estética y era también insoportable para ellos que pretendiera hacer obras artísticas en el estilo de las viejas milongas nacionales. No olvidemos tampoco para excusar de algún modo el juicio hostil de los contemporáneos de Hernández que, cuando Martín Fierro apareció en la ciudad, las composiciones de moda eran de muy distinto carácter y las niñas recitaban todavía con emoción estos versos de otro vate argentino, el más respetado de todos, por razones de orden militar y que yo voy a permitirme citar aquí, como documento de la época y, desde luego, sin denunciar al autor:

Vals alegre /Brota el piano/ Dame tu mano/ Ven a bailar/ Mira que todos/Ya se estremecen/ Como se mecen/ olas del mar.                                                                                                             

Es otro gusto, otro estilo, otra cultura, evidentemente.

Un inglés fue el primero en defender a Martín Fierro, entre nosotros. Después se oyeron las voces más autorizadas de Menéndez y   Pelayo y Unamuno, y lo que dijeron bastó, desde luego, para que durante años los críticos resentidos guardaran silencio y compostura. En los alrededores del año 10 , Leopoldo Lugones decretó la vuelta de Martín Fierro al mundo civilizado, pero hasta entonces el poema había corrido la suerte de su protagonista , desterrado entre los bárbaros y no había obtenido verdadera difusión sino en la Pampa. Pero si no estaba en las bibliotecas, se leía en todas las pulperías. Don Nicolás Avellaneda en carta escrita a un amigo, nos ha dejado el texto de un pedido de Martín Fierro recibido en Buenos Aires : “Mándeme 12 gruesas de fósforos, una barrica de cerveza, 12 Vueltas de Martín Fierro, y 100 cajas de sardinas”.

Pero nos equivocaríamos y mucho si atribuyéramos sólo a razones literarias la hostilidad a Hernández, cuyo origen principal debemos buscar en otra parte: en la médula misma del libro, en su inspiración política, en la crítica sagaz y despiadada que contiene de la realidad social de su época y que alude directamente a la historia y a la formación étnica del país. Es un repudio violento de la filosofía política predominante y de las injusticias que su aplicación importaba en los hechos. Es un alegato apasionado, un desafío a la polémica, la iniciación de un debate que se frustró en el principio, porque Hernández no encontró contradictores.

No dejó de verlo así el general Mitre y en carta pública que dirigió al poeta en 1879 se refirió a esa intención beligerante de Martín Fierro con estas claras palabras de censura: “No estoy del todo conforme con su filosofía social que deja en el fondo del alma una precipitada amargura sin el correctivo de la solidaridad social. Mejor es reconciliar los antagonismos por el amor y por la necesidad de vivir juntos y unidos, que hacer fermentar los odios, que tienen su causa, más que en las intenciones de los hombres, en las imperfecciones de nuestro modo de ser social y político”.

Ese antagonismo había nacido con la Revolución misma , dividida en dos tendencias claramente contrapuestas: la de los llamados reaccionarios porque respetaban el pasado del país y no querían independizarse sino en cuanto al régimen político y la que representó Mariano Moreno y que aspiraba no sólo a la soberanía propia, como los otros, sino borrar hasta el recuerdo del pasado aunque ello significase romper violentamente nuestra unidad histórica y el sentido que nuestra existencia tenía en el mundo. Por pensamiento tan curioso dejábamos de ser los conquistadores de América para convertirnos en algo así como los conquistados que se revelan.

La lucha que esa contradicción fundamental engendró en aquellos días de Mayo habría de prolongarse luego a través del siglo, cambiando de apariencias y de motivos inmediatos, pero sin perder nunca su significación primitiva. Con las provincias, las campañas bonaerenses y los suburbios porteños se sumaron a la tendencia reaccionaria que simbolizó Saavedra. El grupo opuesto, del que pronto sería Rivadavia la primera figura, lo constituyó la minoría ilustrada de Buenos Aires. El odio a España era lo que animaba a sus caudillos ese mismo odio que más tarde proclamaría Sarmiento, con su voz estentórea y Alberdi con las artes de su dialéctica más sutil. El haber sido españoles, el seguir siendo hispánicos por la raza, que es herencia de siglos, la Religión, que es eterna, y la lengua propia que no se aprende en las academias, se transformó con el tiempo en algo así como el pecado original de los argentinos del cual deben redimirse para pertenecer al mundo del progreso, de la civilización y de la cultura.

 Cuanto habíamos heredado de España, lo que constituía nuestra personalidad moral, intelectual y física, la esencia de los sentimientos nacionales la ley de nuestros hábitos de vida y hasta ese mismo espíritu de independencia que nos había permitido constituirnos en dueños de nosotros mismos, fueron considerados como una maldición o una desgracia. Nuestros ideólogos, erigidos en improvisadores de  la nueva nacionalidad, quisieron rehacerla conforme a una teoría del pueblo feliz y se propusieron que fuésemos cualquier cosa –rusos, suizos, alemanes, ingleses—menos lo que realmente éramos, porque Dios y la Naturaleza nos lo habían impuesto así. De este curioso modo de antiguo odio a los españoles, que se justificaba en la época de la guerra emancipadora, porque eran nuestros enemigos ocasionales se volvió, al prolongarse estérilmente y en virtud de las pasiones que encendían la lucha, en odio al criollo, al descendiente de los conquistadores, al nativo del país, que pronto se trabarían en conflictos con los extranjeros en todos los órdenes de la actividad social.

Las campañas, naturalmente, se levantaron siempre contra la política extranjerizante de los gobiernos o de los partidos, y los habitantes de la campaña cayeron por eso mismo bajo el anatema de los que sostenían esa política, quienes veían en el gaucho la oposición al progreso, el origen de la anarquía, la causa de todas las desgracias nacionales, la valla opuesta permanentemente a cualquier tentativa de civilización y de cultura.

En la época de Martín Fierro, la imagen falsa que se había construido del gaucho le exhibía inferior a su realidad como valor humano y como elemento social. Era mostrado por los gobernantes a la manera del indio salvaje del desierto, de psicología rudimentaria, más parecida a la de las bestias que la de los hombres, dominado todavía por los instintos, desprovisto de sentido moral, cruel hasta la ferocidad, vago y vicioso por naturaleza y sin otra cualidad descollante que su coraje de bárbaro y sus aptitudes para la vida de los ejércitos en campaña .       La palabra gaucho se había convertido en el lenguaje de la época como síntesis de los vicios más execrables y tomaba el sentido de una injuria para designar al adversario político. Para que la injusticia de esa execración colectiva fuese más irritante y contradictoria, las virtudes reales del paisano argentino se acumulaban en otros conceptos, designadas por otras palabras, que se aplican a otras entidades. Exaltábase a veces, cuando la política lo permitía y con caracteres heroicos la figura del conquistador español que representaba la civilización en América y la del soldado argentino de la guerra con España, que significaba en la historia la independencia política.

Entre tanto en el mundo real el gaucho y el soldado de las guerras habían sido una misma cosa, porque la inmensa mayoría de los soldados habían sido gauchos reclutados en el campo y casi todos los gauchos habían servido en los ejércitos de la independencia. Y una y otra palabra designaban verdaderamente al descendiente del conquistador español, es decir, al argentino contemporáneo.

La única voz poderosa que se levanta, que es un grito de rebeldía contra esa ingratitud y esa injusticia y resuena todavía a través de los años  es la voz de José Hernández. Su libro restaura la imagen adulterada del gaucho y le devuelve su brillo propio.

“Me he esforzado –dice él mismo- sin presumir haberlo conseguido, en presentar un tipo que personifica el carácter de nuestros gauchos concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse que le es peculiar; dotándolo de todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y de colorido, con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con todos los impulsos y arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado”.

El personaje que surge del poema, copia fiel de la realidad, nos revela a través de sus aventuras todos los sentimientos fundamentales del hombre civilizado y una organización de aptitudes superiores cuya originalidad, tan vigorosa en sus rasgos más característicos excluye toda posibilidad de paralelo con cualquier tipo popular de otras regiones de la tierra. Es siempre el español, como lo han destacado con tanta autoridad Menéndez y  Pelayo, Unamuno y Salvatierra, pero de modo adaptado a la Pampa que ésta imprime a su fisonomía un sello propio e inconfundible. Absolutamente distinto del infiel, porque tiene un pasado ancestral que rige su marcha sobre la tierra. En la vida de la Pampa el indio no conserva su pasado en ninguna de las formas del recuerdo y casi puede decirse que carece de alma porque no se ha independizado todavía de la materia y de los sentidos. Las únicas reacciones de que es susceptible son la de los instinto sanguinarios y rapaces. Con este admirable fondo Hernández coloca frente a frente al indio y al gaucho y por simple virtud de contraste la verdad surge de su poema con una elocuencia superior a la de cualquier demostración.

La vida interior es lo más rico en el gaucho y lo que mejor define su psicología de civilizado  en quien la rusticidad del medio no puede destruir sus cualidades  definitivamente realizadas, es un filósofo espontáneo.  “Qué singular es –dice Hernández en una de sus introducciones- y que digno de observación el oír a uno de nuestros paisanos más incultos, expresar en dos versos claros y sencillos máximas y pensamientos; máximas y pensamientos que las naciones más antiguas, la India y la Persia conservan como el tesoro inestimable de su sabiduría proverbial; que los griegos escuchaban con veneración de boca de sus sabios más profundos, de Sócrates fundador, de Platón y de Aristóteles: que entre los latinos difundió gloriosamente el afamado Séneca:  que la civilización moderna repite por medio de sus moralistas más esclarecidos y que se hallan consagrados fundamentalmente en los códigos religiosos, de todos los grandes reformadores de la humanidad”.

Es poeta por naturaleza. Canta –según Hernández- porque hay en él un cierto impulso moral, algo de métrico, de rítmico que domina en su organización y que lleva hasta el extraordinario extremo de que todos sus refranes, sus dichos agudos, sus proverbios comunes son expresados en versos octosílabos perfectamente medidos, acentuados con inflexible regularidad, llenos de armonía, de sentimiento y de profunda intención”. La interpretación poética de la Naturaleza inspira  a  Martín Fierro en sus soledades sus estrofas de más honda emoción. Brilla también en su alma con resplandores que no se han extinguido todavía, el sentimiento religioso en las invocaciones constantes a Dios, que Martín Fierro siente siempre a su lado y a quien encomienda su alma cuando corre peligro de muerte. No es menos visible en el poema la emoción familiar, el amor a la mujer y a los hijos y a la vida íntima de su rancho . Hernández nos presenta de este modo la imagen restaurada del gaucho , en un intento desesperado de devolverle el prestigio perdido bajo la prédica calumniosa de los políticos de la época. Así lo muestra dotado de potencias insospechadas para los hombres de las ciudades que habían caído en el mismo desprecio de sus compatriotas de las campañas. Todos los sentimientos y las tendencias nobles le pertenecen, la amistad desinteresada, la piedad por los débiles, la aptitud de comprender y admirar, el hábito de la reflexión, el pudor y la dignidad personales ; el espíritu de sacrificio y la resignación estoica en el dolor ; el valor moral y el coraje físico y, a despecho de su individualismo exagerado y de su genio vivo y levantisco, el acatamiento a la jerarquía y de la superioridad natural que a sus ojos se encuentra en el caudillo, a quien obedece cuando está a sus órdenes, como la lealtad de las sombras .

Y este ser tan original, tan rico en posibilidades magníficas, tan apto para superarse rápidamente, no por imposición arbitraria de modalidades extrañas a su ser, sino mediante la realización de sus propias potencias, que era en lo que hubiera consistido su verdadera cultura;  este hombre así pintado por Hernández en las páginas del Martín Fierro, era el mismo a quien, por un lado se lo asimilaba al indio, calumniándolo, y por otro se pretendía convertirlo en el obrero inglés de Alberdi.

Una aspiración cultural extravagante, concebida en lecturas incoherentes le declaró la guerra y los filósofos de la época decretaron que el argentino no podía ser la base de la argentinidad.

La persecución muchas veces despiadada y siempre humillante de que fueron víctimas los habitantes de los campos argentinos en el desarrollo de esa política extranjerizante, es lo que los marca Hernández con las vidas pintorescas y conmovedoras de Martín Fierro , Cruz , Picardía , el hijo de Cruz    y  los  dos hijos de Fierro.

(Textos del “Martín Fierro”, de José Hernández, Ed. Proa, Buenos Aires, 1942)

Monté y me encomendé a Dios/ Rumbiando para otro pago;/ Que el gaucho que llaman vago/ No puede tener querencia./  Y ansi de estrago en estrago/ Vive yorando la ausencia.  (pg. 55).                                                                                                          

El anda siempre juyendo/ Siempre pobre y perseguido;/  No tiene cueva ni nido,/ Como si juera maldito;/ Porque el ser gaucho… ¡barajo!,/ El ser gaucho es un delito.

Es como el patio de posta:/ Lo larga éste, aquél lo toma;/ Nunca se acaba la broma. / Dende chico se parece/ Al arbolito que crece/ Desamparao en la loma.

Y se cría  viviendo al viento/ Como oveja sin trasquila/ Mientras su padre en las filas/ Anda sirviendo al Gobierno/ Aunque tirite en invierno/Naaide lo ampara ni asila.

Le llaman gaucho mamao/ Si lo pillan divertido,/ Y que es mal entretenido/ Si en un baile lo sorprienden;/ Hace mal si se defiende/ Y si no, se ve… fundido.

No tiene hijos ni mujer,/ Ni amigos no protectores;/ Pues todos son sus señores,/ Sin que ninguno lo ampare./ Tiene la suerte del güey,/ Y ¿Donde irá el güey que no are?

Su casa es el pajonal,/ Su guarida es el desierto;/ Y si de hambre medio muerto/ Le echa el lazo a algún mamón,/Lo persiguen como a pleito/ Porque es un gaucho ladrón.

Y si de un golpe por ay/Lo dan vuelta panza arriba,/ No hay un alma compasiva/ Que rece una oración; Tal vez como a cimarrón/ En una cueva lo tiran.

Él nada gana en la paz/ Y es el primero en la guerra;/No le perdonan si yerra,/ Que no saben perdonar,/ Porque el gaucho en esta tierra/Sólo sirve pa votar.

Para él son los calabozos, / Para él las duras prisiones, / En su boca no hay razones/ Aunque la razón le sobre;/Que son campanas de palo/ Las razones de los pobres.

Si uno aguanta, es gaucho bruto/ Si no aguanta, es gaucho malo. / ¿Déle azote, déle palo!/ Porque es lo que él necesita./ De todo el que nació gaucho/ Esta es la suerte maldita.

Vamos, suerte, vamos juntos,/ Dende que juntos nacimos;/ Y ya que juntos vivimos/ Sin poderlos dividir,/ Yo abriré con mi cuchillo/ El camino a seguir.

El odio al gaucho se había incorporado también a la legislación oponiéndosele el inmigrante como rival afortunado en la distribución de la tierra y las funciones del trabajo.

Con empréstito inglés de 1824, uno de cuyos destinos principales y el único factible fue el establecimiento de pueblos y ciudades en la nueva frontera y en la costa del Atlántico, Rivadavia había iniciado el plan de colonización del país con poblaciones europeas. Sus panegiristas destacan este aspecto de su   acción como su más alto título de gloria. En la fundación de establecimientos en tierras enfiteusis dio siempre privilegio al extranjero sobre el nativo, sobre el cual pesaban además leyes de una ferocidad inigualada hasta entonces. Desde luego, no podía adquirir tierras públicas, porque éstas habían sido hipotecadas al pago de la deuda contraída y reducido por esto a la condición invariable de peón de estancia, se le exigía por leyes y decretos de gobierno la permanencia en la ocupación que tuviere, pues si la perdía era considerado vago y castigado con cuatro años de servicio militar. Pena igual o mayor le correspondía si llevaba cuchillo al cinto o era visto con frecuencia en las pulperías y en las carreras.

En la época de Martín Fierro esa legislación había sido resucitada después de la batalla de Caseros y como el desorden era mucho mayor entonces que bajo los gobiernos de Rivadavia, se la aplicaba con más arbitrariedad todavía por los jueces de paz y los comisarios de campaña. La política inmigratoria resurgía también con una virulencia sin precedentes conforme al plan trazado por Alberdi en sus Bases famosas. Respiraba siempre en el desprecio de lo español y de lo argentino y sobre todo en el miedo a la conquista violenta de nuestro territorio por lo europeos.  España había impedido que en América se cumpliera la ley de la dilatación del género humano.  –afirmaba Alberdi en las Bases . Nosotros detentábamos con justicia la exclusividad del dominio sobre nuestro territorio que no era nuestro, en rigor, sino del mundo . Pero la ley de dilatación se  cumpliría fatalmente o bien por los medios pacíficos o bien por la conquista de la espada. Y ante la amenaza del invasor nuestros filósofos sólo descubrían una solución posible: rendirse, entregando a la civilización el goce de este suelo.    El libro de Alberdi, traducido después al lenguaje de la Constitución nacional , no aspiraba a otra cosa que establecer el mecanismo o el sistema mediante el cual habría de operarse la invasión pacífica. Nunca se le ocurrió pensar que si nuestro destino era ser invadidos, debíamos aprestarnos a la defensa, para seguir siendo, porque ya lo éramos, un pueblo de militares y de guerreros. Rosas había probado que la resistencia era posible. Pero Rosas era la barbarie española resurrecta y nuestro ideal de hombres civilizados exigía  que nos convirtiésemos en un país de negociantes cartagineses,

Así, en las Bases, Alberdi nos daba los mismos consejos del Viejo Vizcacha al hijo de Martín Fierro. “ Ha pasado la época de los héroes –decía- entramos hoy en la edad del buen sentido  ” ¿ Qué hacer ante los probables atropellos de otros pueblos ?, “… “ No corráis a la espada ni gritéis ¡conquista! No va bien tanta susceptibilidad a pueblos nuevos que necesitan de todo el mundo para prosperar”. … “Hoy deben preocuparnos especialmente los fines económicos”… “La victoria nos dará laureles  ; pero el laurel es planta estéril para América . Vale más la espiga de la paz, que es de oro, no en el lenguaje de los poetas, sino en el de los economistas ”… “ Que cada caleta sea un puesto y cada afluente navegable reciba los reflejos civilizadores  de la bandera de Albión”. Oigamos ahora al maestro de Fierro (pg. 181):

Hacete amigo del juez, / No le des de qué quejarse;/ Y cuando quiera enojarse/ Vos te debés encoger,/ Pues siempre es buenos tener/ Palenque ande ir a rascarse.

[…] No te debés afligir/ Aunque el mundo se desplome. / Lo que más precisa el hombre/ Tener según yo discurro,/ Es la memoria del burro,/ que nunca olvida ande come.

 Dejá que caliente el horno/ El dueño del amasijo./ Lo que es yo, nunca me aflijo/ Y a todito me hago el sordo:/ El cerdo vive tan gordo/ Y se come hasta los hijos.

Es la misma moralidad, la misma filosofía escéptica, el mismo materialismo corruptor, como que la figura del Viejo Vizcacha no fue inventada enteramente por Hernández, sino que lo tomó del ambiente en que vivía.

Evidentemente Martín Fierro es un gaucho federal. La llegada de Rosas al gobierno había concluido con la legislación anterior, en cuanto se refería a los inmigrantes y al trato de los nacionales. Representante político de las campañas, gobierno aquel apoyado en éstas y contemplando sus intereses vitales. Lógicamente contó con su adhesión incondicional, transformada en fanatismo cuando el país fue objeto de agresiones armadas desde el exterior. En su época nació y vivió su primera juventud Martín Fierro. Lo recuerda con nostalgia en el segundo canto de su poema. Don Ricardo Rojas es quién nos ha dicho que esos tiempos felices que canta el payador son los tiempos de Rosas . Y debemos creerle.

La primera copla de este canto comienza con una clara alusión a los gobernantes del momento, que antes habían vivido en el destierro en Montevideo, en Bolivia o en Chile y recordaban con frecuencia sus amarguras, termina con una advertencia que es casi una amenaza :

Ninguno me hable de penas,/porque yo penando vivo,/Y naides se muestre altivo/ Aunque en el estribo esté/ Que suele quedarse a pie/ el gaucho más ad vertido.

Se ha dicho alguna vez, creo de por Lugones, que cuando Hernández escribía Martín Fierro había sido comisionado por Urquiza para levantar la campaña de Buenos Aires en una última revolución federal. Seguramente fue así.

La evocación del tiempo pasado inspira al poeta una conmovida narración que extiende a través de varias estrofas, describiéndonos la vida del gaucho en las estancias y en los campos. No citaré algunas, sino la más significativas (pg. 11).

Yo he conocido esta tierra/ En que el paisano vivía/ Y su ranchito tenía/ Y sus hijos y mujer…/ Era una delicia el ver/ Cómo pasaba sus días.

[…] Y apenas la madrugada/ Empezaba a coloriar,/ Los pájaros a cantar/ Y las gallinas a apiarse,/ Era cosa de largarse / Cada cual a trabajar.

[…] Y mientras domaban unos, otros al campo salían, y la hacienda recogían, /Las manadas repuntaban,/ Y asi sin sentir pasaban/ Entretenidos el día.

[…] Aquello no era trabajo,/ Más bien era una junción,/ Y después de un buen tirón/ En que uno se daba maña,/ Pa darle un trago de caña/ Solía llamarlo el patrón.

[…] Venía la carne con cuero,/ La sabrosa carbonada, /Mazamorra bien pisada,/ Los pasteles y el güen vino…/Pero ha querido el destino/ Que todo aquello acabara.

Estaba el gaucho en su pago/ Con toda siguridá;// Pero aura…                   ¡ barbaridá !,/ La cosa anda tan fruncida,// Que gasta el pobre la vida/      En juir de la autoridá.

Pues si usted pisa en su rancho/ Y si el alcalde lo sabe,/ Lo caza lo mesmo que ave,/ Aunque su mujer aborte…/ No hay tiempo que no se acabe/ Ni tiento que no se corte!

[…] Ay comienzan sus desgracias,/ Ay principia el pericón;/ Porque ya no hay salvación/ Y que usté quiera o no quiera, / Lo mandan a la frontera/ O lo echan a un batallón.

Así habían vuelto los malos tiempos para el gaucho. Los vencedores de Caseros no ignoraban que en los campos se levantaría la resistencia a su régimen. El viejo desprecio se había transformado en odio y en miedo. El terror que el gaucho inspiraba a Sarmiento es de no creerse, pero el general Paunero ha dejado testimonio de él en una carta escrita a Mitre, publicada en su archivo. Es que las campañas eran poderosas entonces, como pueden volver a serlo mañana. La prueba es la fuerza de Rosas que fundó su poder militar en los hombres del campo. De ahí su predominio de 25 años. Había sido invencible para los unitarios y sólo Urquiza, que representaba lo mismo que él en Entre Ríos, logró derrotarlo, aunque no sin recurrir a brasileros y orientales. Estos eran recuerdos que no se habían olvidado, como ahora, porque estaban demasiado cerca en el tiempo y seguían dando al horizonte político una fisonomía borrascosa. Urgía, pues, consolidar un predominio ocasional que había sido logrado en el azar de una batalla y que podía haber perdido de la misma manera. Y era urgente, sobre todo extirpar al gaucho, personaje impertinente que en las pulperías de los campos o de los suburbios conservaba la costumbre de gritar ¡Viva Rosas! cuando veía aparecer una fachada de extranjero.

Claramente nos dice Hernández que Martín Fierro fue una víctima de la política. Por las elecciones comenzaron sus desgracias (pg. 19)

A mi el jue me tomó entre ojos./ En la última votación/ Me había hecho el remolón/ Y no me arrimé ese dia,/ Y el dijo que yo servía/ A los de la exposición.

Y así sufrí ese castigo/ Tal vez por culpas ajenas./ Quesean malas o sean güeñas/ Las listas, siempre me escondo/ Yo soy un gaucho redondo/ Y esas cosas no me llenan. 

No quería votar y lo mandaron a la frontera, por vago y mal entretenido, pues su arresto se produjo en una pulpería. Picardía, el hijo de Cruz, que se había criado “desamparao como arbolito en la loma”, era fullero, pero no fue castigado por esto sino por razones también electorales. Andaba mal con el Ñato, que era oficial de policía y nos cuenta de este modo la escena de su arresto, con la de otros.

[Pg.223) Me le escapé con trabajo/ En diversas ocasiones;/ Era de los adulones,/ Me puso mal con el juez;/ Hasta que al fin una vez/ Me agarró en las elesiones.

Ricuerdo qu’esa ocasión/ Andaban listas diversas; /Las opiniones dispersas/ No se podían arreglar: / Decían q’el juez por triunfar,/ Hacía cosas muy perversas.

Cuando se reunió la gente/ Vino a proclamarla el ñato,/ Diciendo con aparato/ Que todo andaría muy mal/ Si pretendía cada cual/ Votar por un candidato.

Y quiso al punto quitarme/ La lista que yo llevé;/  Más yo se la mezquiné/ Y ya me gritó : --“Anarquista,/ Has de votar por la lista/ Que ha mandado el Comité”.

                                                                                                                               El análisis de otros aspectos del Martín Fierro exigirían demasiado tiempo. Importa, sin embargo, destacar ese espíritu polémico de que he hablado antes, ese propósito militante que le daba a Martín Fierro el carácter de un libro de batalla. Ya entonces se había advertido contra las tendencias extranjerizantes, aun en las clases cultas de Buenos Aires, que siempre fueron las más enamoradas de lo extraño. Los pedidos constantes de indemnizaciones que planteaban los residentes por intermedio de los cónsules habían movido al senador Laspiur a proyectar una ley que cortaba los abusos. Las protestas públicas de los ministros de Francia y e Inglaterra contra nuestra ley de ciudadanía irritaron el sentimiento patriótico de mucha gente provocando una reacción general en todas las capas sociales.

 Pero lo que más había excitado el espíritu público fue el contrato oficial de colonización del Chubut formalizado con una sociedad inglesa de Gales y que llevaba la firma del ministro del Interior, Dr, Guillermo Rawson. Por él se concedía tierra a los galeses en las condiciones comunes en este  género de operaciones. Pero una cláusula del mismo establecía textualmente que, “Cuando la población de la colonia haya llegado al número de veinte mil habitantes, entrará como una nueva provincia a formar parte de la Nación, y como tal se le acordará todos los privilegios y derechos componentes. Al mismo tiempo los límites de dicha provincia, quedarán definitivamente arreglados”. En pocos años, pues, de crecimiento normal, los colonos ingleses que vendrían al Chubut compartirían la soberanía nacional con los mismos derechos y privilegios que los tucumanos, los mendocinos, los cordobeses o los porteños.

La inaudita iniciativa conmocionó al país y en el Senado se levantaron las voces de dos viejos unitarios que habían combatido a Rosas, don Félix Frías y don Valentín Alsina, para señalar el peligro de la política inglesa en la Patagonia, frente a Malvinas, condenar el Contrato y sus autores y reclamar el rechazo de la Cámara. “… Son malos políticos –dijo don Félix Frías- aquellos que ignoran u olvidan que el amor a la humanidad no debe extinguir el sentimiento de patriotismo ni puede exonerarlos jamás de los deberes que los ligan al país en que han nacido”. El tiempo confirmó esos temores, pues los galeses que vinieron, en virtud de otro Contrato, levantaron un día la bandera inglesa y pidieron el protectorado del Imperio.

En Martín Fierro, obra de inspiración política disimulada bajo formas poéticas, no podía Hernández expresarse  con igual rotundez sin desnaturalizar el poema, pero las partes que lo constituyen, están impregnadas del mismo espíritu de protesta y contiene la misma acusación de falta de patriotismo a los gobernantes que se creían exonerados de deberes ineludibles.

Martín Fierro, he dicho, es un desafío, una invitación al combate, a la lucha. Ese es el sentido que en su lenguaje le da a la palabra cantar. Su reproche a Ascasubi y a Del Campo, con quienes no quiere ser confundido, consisten en señalarles que sólo buscan hacer reír a la gente con el lenguaje o las ocurrencias ingenuas de los gauchos.

(pg. 97) Yo he conocido cantores/ Que era un gusto el escuchar;/ Más no quieren opinar/ Y se divierten cantando;/ Pero yo canto opinando,/ Que es mi modo de cantar.                                                                                              

El desafío está expreso en esta otra copla (pg.9).

Yo soy toro en mi rodeo,/ y torazo en rodeo ajeno;/Siempre me tuve por güeno,/  Y si me quieren probar, / Salgan otros a cantar/ Y veremos quién es menos.                                                                            

No teme las represalias ni las venganzas de los que ataca, cuyos méritos conoce. Y lo dice:

(Pg. 9) No me hago al lao de la güeya/ Aunque vengan degollando;/ Con los blandos yo soy blando/ Y soy duro con los duros,/ Y ninguno en un apuro/ Me ha visto andar tituibeando-.                                                                             

En esta otra copla es claro que con las palabras sol y víbora alude a los poderosos y a los detractores:

(Pg. 9) Soy gaucho, y entiéndalo,/ Como mi lengua lo explica:/ Para mi la tierra es chica/ Y pudiera ser mayor./ Ni la víbora me pica/ Ni quema mi frente el sol.                                                                                              

Proclama también su independencia que nada coarta, porque de nadie necesita.

(Pg. 10) Yo no tengo en el amor/ Quien me venga con querellas; Como esas aves tan bellas/ Que saltan de rama en rama/ Yo hago en el trébol mi cama// Y me cubren las estrellas.                                                                                               

Agredido y tratado con desdén después de publicarse la primera parte del Martín Fierro insiste en la segunda que no está arrepentido y expresa su confianza en que tanto el pobre como el rico le han de dar la razón con el tiempo. La fe que le inspira su obra y su talento es magnífica y no sólo la oculta sino que la exhibe con orgullo.

(Pg. 97) Lo que pinta este pincel,/ No el tiempo lo ha de borrar;/ Ninguno de se ha de animar/ A corregirme la plana; No pinta quien tiene gana,/ Sino quien sabe pintar.

Y no piensen los oyentes/ Que del saber hago alarde:/ He conocido, aunque tarde,/ Sin haberme arrepentido,/ Que es pecado cometido/ El decir ciertas verdades.                                                                                             

Pero voy en mi camino/ Y nada me ladiará;/ He de decir la verdad,/ De naides soy adulón;/ Aquí no hay imitación,/Esta es pura realidá.

Y el que me quiera enmendar,/ Mucho tiene que saber; Tiene mucho que aprender/El que me sepa escuchar;/ Tiene mucho que rumiar/ El que me quiera entender.

Más que yo y cuantos me oigan,/ Más que las cosas que tratan, /Más que lo que ellos relatan,/ Mis cantos han de durar./ Mucho ha habido que mascar/ Para echar esta bravata.                                                                                                        

Nadie le corrigió la plana a José Hernández; nadie se atrevió a contradecirlo o a rectificarlo; pero nadie, tampoco, entre los hombres públicos que ejercieron o ejercen alguna influencia en la política del país tuvo nunca el coraje o la convicción patriótica suficiente para levantar como bandera el programa contenido en ese canto a la nacionalidad.  Los sabios de todas mentas que pontifican entre nosotros siguen avergonzándose de aquel compatriota estrafalario que mataba negros en los bailes y peleaba con la policía.   

Pero Martín Fierro no es un individuo concreto que pretendamos resucitar, sino el símbolo de una raza, de la raza nuestra, la de los hombres de este país, la de las mujeres de este país. Eso es lo que nos enseña defender José Hernández, cuya lección no hemos aprendido porque son demasiados los que creen todavía   que, como Ascasubi y del Campo, era también un artista que se divertían cantando, y no quieren descubrir en su drama, sino lo pintoresco y anecdótico.

Entre tanto, nadie deja ahora de ver claro, salvo los ciegos, como los peligros que veía Alberdi y que antes vio Rosas, son ciertos, y cómo la historia nos plantea de nuevo ante la avalancha que se vendrá de Europa sobre nosotros, con armas o sin ellas,  el viejo dilema que no hemos sabido reducir: o la entrega pacífica o la resistencia violenta. Si algo no dice el espectáculo del mundo en esta hora de liquidación general es que ningún país respeta a otro, si no se hace respetar ni está dispuesto a defenderlo, sino se defiende sólo y que los pueblos que sigan divididos como el nuestro, por reyertas internas sin sentido nacional, apasionándose por las cuestiones de los otros y olvidando las propias, están condenados a perecer bajo el yugo de los primeros que aparezcan con facha de vencedores, o de aquellos otros que se infiltran en silencio haciéndonos saludos amistosos.

Sin ideal nacional que reúna a todos los argentinos bajo una sola aspiración y nos sustraiga a las tutelas e influencias del exterior no realizaremos jamás los fines de la Revolución de Mayo ni podremos defender nuestro territorio o nuestras riquezas de las acechanzas extrañas. Nunca han sido más ciertas que ahora las palabras de Fierro con que termino esta conversación:

Los hermanos sean unidos/ Porque esa es la ley primera./ Tengan unión verdadera/ En cualquier tiempo que sea/ Porque si entre ellos se pelean/ Los devoran los de afuera.                                                                                                                                                                    

Roberto de Laferrere.


LA LECTURA DEL “MARTÍN FIERRO” DEBE SER NUEVAMENTE LECTURA OBLIGATORIA, PARA QUE LOS JÓVENES ARGENTINOS CONOZCAN LA VERDADERA HISTORIA NACIONAL; PLAGADA, DESDE 1852, DE CRÍMENES COMETIDOS POR LOS FALSOS “PRÓCERES” UNITARIOS CONTRA LOS PATRIOTAS FEDERALES; Y CONTRA LA SOBERANÍA PATRIA.

¡BASTA DE MENTIRAS, BASTA DE ENGAÑOS, BASTA DE OCULTAR LA VERDAD HISTÓRICA!

¡VIVA LA PATRIA!