sábado, 8 de julio de 2023

 

Realeza Social de Cristo.

La auténtica Justicia Social

FUNCIÓN SOCIAL DE LA PROPIEDAD.

 

A continuación excelentes meditaciones de Fray STEPHANE PIAT O.F.M , en su libro “El Evangelio de la Pobreza” (Patmos, pg. 135). Donde expone muy claramente la arzón más apremiante e indispensable para la instauración de la Justicia Social auténtica; novedad asombrosa, milagrosa, en el mundo antiguo, fundada en las enseñanzas de N. S. Jesucristo:  el amor, la amistad, la comprensión social en orden a la grandeza patria y el bienestar común: rechazando el odio y el resentimiento marxista de clases que destruye todos los valores. Escribió el Padre Piat:

 

El sentido de la parábola está dirigido contra los privilegiados de la vida que pasan indiferentes ante la miseria del prójimo. Encastillados en sus riquezas como en una bastilla protegida por la ley, olvidan la función social asignada por el Creador a la propiedad. Así es como el dinero especula sin enlace con el bien general, se expatría buscando más amplios beneficios, se esteriliza al negarse a ser invertido, busca el goce o ansía el poderío sin llevar socorro a los desheredados, a los pequeños y a los débiles.

Y no es ello necesariamente por mala voluntad ni por ausencia de corazón. Es que no se ve, no se está habituado a ver el trágico ejército de los que sufren. ¿Cuántos franceses sabía antes de las insólitas nevadas de 1954 que hay niños en nuestro suelo que mueren de frío en infamen casuchas? ¿Cuántos ignoran todavía, a pesar de las manifestaciones sindicales, que hay salarios de hambre y que, a pesar de los trabajos de Josué de Castro y las publicaciones de la UNESCO, los dos tercios de los seres humanos están mal alimentados; algunos, en la India y en el Brasil, hasta punto de quitárseles las  ganas de vivir?

Sin embargo, los Papas han recordado, con gran vigor, las responsabilidades de la fortuna. “El hombre –dice León XIII, citando a Santo Tomás, en un párrafo capital de la Rerum Novarum – no debe considerar a las cosas exteriores como privadas, sino más bien como comunes, de tal manera que pueda hacer participar de ellas a los demás en sus necesidades”. La conclusión se impone: “En cuanto hemos atendido suficientemente a la necesidad y al decoro, es un deber dejar lo superfluo en el seno de los pobres…, deber que no es de estricta justicia, excepto en los casos de extrema necesidad, sino de caridad cristiana”.

Pío XI vuelve sobre esta enseñanza en Quadragésimo  Anno: “El hombre  no está autorizado para usar a su capricho de sus rentas disponibles, es decir, de las rentas que no son indispensables para el entretenimiento de una existencia conveniente y digna de su rango. Bien al contrario, un precepto muy grave ordena a los ricos a practicar la limosna y ejercer la beneficencia y la munificencia, según se desprende del constante y explícito testimonio de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia”.

Este deber es tanto más imperioso cuanto que, desde hace un siglo y medio, el régimen capitalista ha actuado inexorablemente en el sentido de un excesivo atesoramiento por parte de una ínfima minoría, frente a una dolorosa proletarización del conjunto de los asalariados. Es lo que Pío XI destaca con rasgos de fuego en la misma encíclica: “Importa atribuir a cada uno lo que le corresponde y poner de acuerdo con las exigencias del bien común o con las normas de la justicia social la distribución de los recursos de este mundo, cuyos graves desarreglos quedan atestiguados ante los ojos de los hombres de corazón por el flagrante contraste existente entre un puñado de ricos y una multitud de indigentes”.

Pío XII, que hace uso de este texto de su predecesor en su Carta del 5 de julio de 1952 en la Semana Social de Dijon, declara que este problema ha adquirido una nueva agudeza después de la guerra”. “Se plantea ahora –continúa- en una escala mundial, en la que los antagonismos son sorprendentes, y se agrava con los nuevos deseos desatados en el corazón de las masas por un sentido más vivo de las desigualdades de condición entre los pueblos, entre las clases y hasta entre los miembros de una misma clase.

Así, Nos mismos, en diversas recientes ocasiones, hemos deplorado el lamentable acrecentamiento de los gastos de lujo, de los gastos superfluos y fuera de razón, que contrastan duramente con la miseria de un gran número, ya entre las filas del proletariado de las ciudades y de los campos, ya entre la multitud de las gentes humildes a las que se clasifica de económicamente débiles.  A lo que podéis y debéis tender, tanto hoy como ayer, es una distribución más justa de la riqueza. Ello continúa siendo un punto del programa de la doctrina social de la Iglesia”.”…

 

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