miércoles, 28 de octubre de 2020

 

 

¡Atención! Últimos adelantos científicos.

Desde hace años el señor Jack Cassudy, conocido vecino de Harlem, barrio de Nueva York, está aplicando una terapia asombrosa para curar el trauma de ciertas muchachas que se sienten frustradas en amores y  vuelcan sus neurosis en exhibir sus tetas siliconadas en público; bajo pañuelos  verdes.                               

Según se deduce de la lectura del tratamiento, se inspira en las enseñanzas del prodigioso psicoanalista dr. S. Freud, el que descubrió los misterios del alma humana; según afirman sus adeptos. El texto del tratamiento fue desarrollado y publicado, en forma de diálogo, para hacerlo más accesible, por el señor O’Henry, discípulo, de ese famoso sanador; (aunque esta afirmación no la puedo asegurar).                                      

Sólo por esta vez el blog ofrece, gratuitamente, a sus curiosos lectores, el maravilloso sistema del señor Cassidy; practicado desde hace siglos por antiquísimas tribus.  Al principio quizá resulte algo pesadito para las chicas malcriadas, pero en unos pocos días comenzarán a disfrutarlo y serán plenamente felices, como quería serlo la sra. Fink.  Dejo la lectura a vuestra discreción. Les deseo mucha suerte.

·                                                                       

 La señora Fink estaba de visita en el departamento de la señora Cassidy, que vivía en el piso de abajo.

¿Verdad que es hermoso?- dijo la sra. Cassidy

Volvió orgullosamente la cara para que su amiga lo viera. Uno de sus ojos estaba casi cerrado, y a su alrededor se veía una gran magulladura de un púrpura verdoso. Su labio estaba cortado y sangraba un poco, y a ambos lados de su cuello había rojas marcas de dedos.

-Mi marido no pensaría siquiera en hacerme eso dijo la sra. Fink disimulando su envidia.

-Yo no soportaría a un hombre que no me pegara po r lo menos un vez por semana –daclaró la sra. Cassidy-. Eso revela  que la aprecia a una ¡Vamos! Esta última dosis que me ha dado Jack no ha sido homeopática. Veo las estrellas aún. Pero Jack será el hombre más encantador de la ciudad durante el restro de la semana, para compensarlo. Este ojo me valdrá unas entradas para el teatro y una blusa de seda por lo menos.

-Confío en que el señor Fink es demasiado caballero para levantarme  la mano- dijo la sra. Fink, mostrándose complacida.

-¡Oh, vamos Maggie!- dijo la señora Cassidy, riendo-. Sólo estas celosa. Tu viejo es demasiado ceremonioso y lento para darte un puñetazo. Se limita a quedarse sentado y practica la cultura física con un periódico cuando viene a casa… ¿No es así?

-El sr. Fink, ciertamente, hojea los periódicos cuando vuelve a casa- admitió la sra. Fink asintiendo-. Pero claro está que no me pega para divertirse… Eso es indudable.

La sra. Cassidy rió, con la satisfecha risa de la madrina protegida y feliz. Con el aure de una cornelia que exhibe sus joyas, bajó el cuello de su quimono y puso demanifiesto otra magulladura que apreciaba como un tesoro, de color pardo con bordes oliváceos y color anaranjado, una magulladura casi curada ya, pero cara todavía a la memoria.

La sra. Fink capituló. Su aire solemne se relajó para dar paso  a una envidiosa admiración. Ella y la sra. Cassidy habían sido compañeras de trabajo en la fábrica de cajas de cartón de extramuros antes de casarse, un año antes. Ahora, ella y su hombre ocupaban el departamento de arriba y Maggie vivía abajo. De modo que más le valía no darse ínfulas con Mame.

-¿No te lastima cuando te zurra?- preguntó la sra. Fink con curiosidad.

-¡Lastimarme!- exclamó la sra. Cassidy, con un grito de placer propio de una soprano-. Bueno, pongamos por caso… ¿Se te desplomó encima alguna vez una casa de ladrillos?... Pues eso es precisamente lo que se siente… Como cuando a una la sacan de entre los escombros. Jack tiene una izquierda que vale por dos matinés y un par de vestidos de algodón nuevos… y su derecha -¡bueno!- para compensarla, se require un viaje a Coney Islad y seis pares de piezas de seda estampada de Lila.

-Pero… ¿Por qué te pega?- preguntó la sra. Fink con los ojos muy abiertos.

-¡Tonta!- dijo la sra. Cassidy con aire indulgente-. Pues porque está borracho. Eso le sucede generalmente los sábados por la noche.

-Pero… ¿Qué motivo le das?- insistió la buscadora de conocimientos.

-¿Acaso no me  he casado con él? Jack llega lleno de licor y yo estoy ahí…¿Acaso no basta con eso? ¿A quien tiene derecho de pegarle Jack sino a mi? ¡Me gustaría sorprenderlo pegándole a otra! A veces, es porque la cena no está pronta; y a veces porque lo está. Jack no es exigente en materia de motivos. Bebe hasta recordar que esta casado y entonces vuelve a casa y me ajusta las cuentas. Los sábados por la noche me limito a apartar del camino los muebles con puntas afiladas, para no lastimarme la cabeza cuando él empiece su trabajo. ¡Tiene un swing de izquierda que le sacude a una de lo lindo! A veces me doy por vencida en el primer round; pero cuando quiero divertirme durante la semana o deseo unos trapos nuevos, vuelvo en busca demás castigo. Eso fue lo que huci anoche. Jack sabe que desde hace  un mes, deseo una blusa de seda negra;y no creía que bastara un ojo megro para conseguirla. Mira Mag. Te apuesto el helado a que la trae esta noche.

La señora Fink estaba abismada  profundas cavilaciones.

-Mi Mart nunca me dio una zurra –dijo-. Es como dices, Mame: vuelve malhumorado y ya no tiene ganas de hablar y nunca me lleva a ninguna parte. Se lo pasa en casa, calentando la silla. Me compra cosas, pero con un aire tan sombrío que apenas las aprecio.

 La sra. Cassidy rodeó con su brazo a su amiga.

-¡Pobrecita! –dijo-. Pero no todas pueden tener un marido como Jack. El matrimonio no sería un fracaso si todos fueran como él. Lo que necesitan esas esposas descontentas de las cuales se oye hablar es un hombre que vuelva a casa y les de una paliza una vez por semana, y lo compensen luego con besos y bombones. Eso, les daría algún interés por la vida. Lo que quiero yo es un hombre dominador que la aporree a una cuando esté borracho y la abrace cuando no esté bebido. ¡Dios me libre del hombre que no tiene agallas para hacer ambas cosas”

La señora Fink suspiró.

 Repentinamente los pasillos se llenaron de sonidos. Un puntapié del señor Cassidy abrió la puerta. Sus brazos estaban cargados de paquetes. Meme se precipitó hacia él y se colgó del cuello. Su ojo bueno irradiaba la luz del amor que brilla en la mirada de la doncella maorí cuando recobra el conocimiento en la cabaña del galán que la ha aturdido de un golpe y la a arrastrado allí.

 -¡Hola vieja!- gritó el sr. Cassidy, desembarazándose de sus paquetes y levantando a su consorte del suelo con un poderoso abrazo-. Tengo entradas para la función del Barnum y Bailey, y creo que si rompes el bramante de uno de esos paquetes, hallarás la blusa de seda… ¡Oh, buenas noches sra. Fink! No la había visto. ¿Cómo va ese viejo Mart?

-Muy bien, sr. Cassidy- dijo la sra. Fink-. Gracias. Ahora, tengo que irme. Mart no tardará en venir a cenar. Mañana te traeré el modelo que necesitas, Mame.

La sra. Fink subió a su departamento y lloró un poco. Su llanto carecía de objeto, era uno de esos llantos que sólo conoce una mujer, sin razón alguna, totalmente  absurdo: el llanto más efímero e irremediable del repertorio de la pena. ¿Porqué no la habríanzurrado nunca Martín? Era tan grande y fuerte como Jack Cassudy. ¿Sería quizá porque no la amaba? Martín jamás reñía. En casa holgazaneaba yendo de un lado al otro, silencioso, malhumorado, ocioso. Era un excelente ganapán, pero desconocía los placeres de la vida.

El barco de los sueños de la señora Fink estaba encalmado.  Su capitán oscilaba entre la torta de pasas y su hamaca. ¡Si al menos hiciera temblar sus cuadernas o golpeara con el pie el alcazar de vez en cuando! ¡Y ella que había esperado un viaje tan alegre, tocando en los puertos de las Islas deliciosas! Pero ahora, para variar la metáfora, la sra.Fink estaba pronta a  tirar la esponja, exhausta, sin poder exhibir un sólo razguño como rastro de aquellos tranquilos rounds de la pelea con su sparring partner. Por un momento casi odió a Mame, con sus cortes y sus magulladuras, su bálsamo de regalos y besos, su borrascoso viaje con su piloto peleador, brutal, cariñoso.

El sr. F ink volvió a casa a las siete. Lo impregnaba la maldición de la domesticidad. No le interesaba vagabundear fuera de las puertas de su cómodo hogar. Era el hombre que había alcanzado el tranvía, la anaconda que se había tragado a su presa, el árbol que estaba tendido tal como cayera.

-¿Te gusta la cena, Mart?- pregunto la sra. Fink, que  había dedicado sus buenos esfuerzos a prepararla.

-Hum… Si –gruñó el sr. Fink.

Después de la cena reunió sus periódicos para leer y se sentó, después de quitarse los zapatos.

Que surja algún nuevo Dante, y me cante un círculo de perdición digno del hombre que se queda sentado en su casa sin zapatos. Hermanas de la Paciencia que a causa de los vínculos o los deberes habéis soportado las medias de seda, de algodón, de hilo o de lana… ¿Verdad que ese nuevo canto se justifica perfectamente?

 El día siguiente era el Día del Trabajo. Las tareas del sr. Cassidy y del sr. Fink se  interrumpían por un tránsito del sol. Los trabajadores, triunfantes, desfilaban y se divertían en otras formas.

La sra. Fink le llevó temprano su modelo a la sra. Cassidy. Mame se había puesto su blusa nueva. Hasta su ojo lastimado lograba emitir un centelleo festivo. Jack se mostraba fructíferamente arrepentido y ambos tenía un proyecto divertido para aquel día, con parques y picnics y cerveza por delante.

Un tempestuoso e indignado sentimiento de envidia se apoderó de la sra.Fink cuando subió a su departamento. ¡Oh,feliz Mame, con sus magulladuras y su rápido bálsamo! Pero… ¿Debía acaso tener Mame el monopolio de la felicidad? Ciertamente Martín Fink era tan hombre como Jack Cassidy. ¿Debía privarse siempre su esposa de palizas y de caricias? Una repentina y brillante idea dejó sin aliento a la sra. Fink. Ella le probaría a Mame que había maridos tan capaces de usar sus puños como cualquier Jack y quizás de ser tan tierno como él después.

La fiesta prometía ser nominal para los Fink. La sra. Fink tenía llenas las artesas de la cocina  de ropa de dos semanas, que había estado en remojo toda la noche. El sr. Fink estaba sentado sin zapatos leyendo un periódico. Así prometía trascurrir el Día del Trabajo.

La envidia conmovió tumultuosamente el pecho de la sra. Fink y surgió con más ímpetu todavía una audaz decisión. Si su hombre no la quería golpear… si no había probado aún su virilidad, sus prerrogativas y su interés por los asuntos conyugales, debía incitársele a cumplir su deber.

El sr. Fink encendió su pipa y se frotó pacíficamente un tobillo con el pie. Reposaba en el estado matrimonial como un terrón de grasa sin derretir en una torta. Aquellos eran sus modestos Campos Elíseos: quedarse sentado, abarcando a modo de sucedáneo el mundo con la palabra impresa entre las conyugales salpicaduras de jabonaduras y los agradables olores de los platos del desayuno que se iban y los del almuerzo que venían. No pensaba en muchas cosas: pero en lo que menos pensaba era en pegarle a su mujer.

 La sra. Fink hizo funcionar el grifo del agua caliente y colocó la tabla de lavar entre las jabonaduras. Del departamento de abajo llegó la alegre risa de la sra. Cassidy. Aquello parecía un insulto, una ostentación de su felicidad ante la no aporreada esposa del departamento de arriba. Ahora, le había llegado la hora a la sra. Fink.

Repentinamente ella se volvió como una fiera hacia el hombre que leía.

-¡Holgazán!-gritó-. ¿Debo romperme lo huesos trabajando y afanándome para adefesios como tú? ¿Eres un hombre o un perro de cocina?

 El sr. Fink dejó caer el periódico petrificado por la sorpresa. Su esposa temió que no la golpeara… que la provocación hubiese sido insuficiente. Saltó sobre él y lo golpeó de un modo salvaje en el rostro, con la mano cerrada. En ese instante sintió por él un escalofrío de amor, tal como no sintiera desde hacía mucho tiempo. ¡Levántate, Martín Fink, y ven a tu reino! ¡Oh, ahora ella sentiría el peso de la mano marital… nada más que para demostrarle que se interesaba por ella…

El sr. Fink se levantó de un salto, y Maggie volvió a propinarle un amplio swing en la mandíbula con la otra mano. La sra. Fink cerró los ojos en el terrible y feliz instante que precedió al inevitable golpe… murmuró el nombre de Mart… y se inclinó hacia el esperado vapuleo, ávida de recibirlo.

 En el departamento de abajo el sr. Cassidy, con aire avergonzado y contrito, le empolvaba el ojo a Mamie preparando la francachela. Del departamento de arriba llegaron una aguda voz femenina, un ruido sordo, uno tropezones y un forcejeo, una illa derribada… los inconfundibles sonidos de un conflicto doméstico.

¿Mart y Mag están riñendo? –dijo el sr. Cassidy a guisa de conjetura-. No sabía que solían reñir. ¿Subo a ver si necesitan un segundo para la pelea?

Uno de los ojos de la sra. Cassidy fulguró como un diamante. El otro parpadeaba por lo menos como si fuera de pasta.

Oh, oh, -dijo en voz baja y sin intención aparente-. Me pregunto si… ¡si!… Espera Jack, a que suba y mire.

La sra Cassidy subió a la carrera las escaleras. Cuando ponía el pie en el pasillo del piso de arriba, la sra. Fink salía como una exhalación de la cocina de su departamento.

-Oh, Maggi!- exclamó la sra. Cassidy, con deleitado murmullo-. ¿Te pegó? ¡Oh! ¿Te pegó?

La sra. Fink corrió hacia su amiga y abandonó el rostro contra su hombro y sollozó desesperadamente.

La sra Cassidy tomó entre sus manos la cara de Maggie y la alzó con dulzura. Aunque estaba cubierto de lágrimas, sonrojado y descolorido, su superficie aterciopelada, blanquirosada y adecuadamente pecosa no ostentaba un solo rasguño, una sola magulladura, un solo golpe  del cobarde puño del sr. Fink.

-Dímelo, Maggie, o iré allí yo y averiguaré yo misma –rogó Mame-. ¿Qué pasó? ¿Te lastimó…? ¿Qué hizo?

El semblante de la sra. Fink volvió a abandonarse desesperadamente sobre el pecho de su amiga. -¡No abras esa puerta, Mame, por amor de Dios! –sollozó-. Y no se lo diga nunca a nadie…, consérvalo en secreto. Mart… no me tocó siquiera y…, está…, oh, Dios mío…, está lavando la ropa…, ¡está lavando la ropa! +

O´Henry

En: “Tragedia en Harlem”

“Cuentos de Nueva York” (Austral).

No hay comentarios:

Publicar un comentario