martes, 16 de mayo de 2017

El Crucifijo

D
ios se hizo hombre y murió en la Cruz para salvarnos. Dios se humilló hasta una muerte infamante, en el mayor acto de Amor que nunca hubo.

En el Crucifijo, atravesado por tres clavos, coronado de espinas, con una herida de lanza en el costado, está el Hombre-Dios, la causa de nuestra redención, el gran Débil y el Todopoderoso; el que es constantemente crucificado y constantemente triunfa.

El Crucifijo es el símbolo de nuestra Fe. No es la imagen de un benefactor de la humanidad; no es el retrato de un moralista sentencioso; no es el recuerdo conmovedor de la víctima de un odio injusto. ¡Es el signo de Dios!

Por eso este signo, en tanto signo de Dios Vivo, se clavó en los lugares donde debían levantarse nuestras ciudades, antes de que las manos industriosas amasaran el primer  ladrillo de adobe; se adelantó a la evangelización y a la conquista, se halló frente de nuestros ejércitos, estuvo presente allí donde se declaró nuestra independencia, santificó los lugares de nuestros padres, presidió los tribunales donde se dictaba justicia y los recintos donde se formaba la inteligencia; y acompañó a nuestros muertos hasta el último descanso.

El Crucifijo en la patria argentina habitada por argentinos siempre se vio rodeado de veneración, o, al menos de respeto. Hasta que un día la siniestra conjura extranjera que obedece a consignas internacionales de odio y de rencor, logró hacerlo arder como una tea en los templos de Buenos Aires y, en seguida, se deslizó al campo opuesto para conseguir que los mismos que dijeron venir a restaurarlo acabarán considerando su presencia incompatible con la educación de la niñez.

Y ahora, hace apenas unos días, se lo ha ofendido nuevamente siguiendo la misma táctica zigzagueante que pasa de un bando al otro, de un idiota útil a otro que lo es mayor, y ha conseguido esta vez, invocando la autonomía universitaria, que unos infelices sin nombre, sin tradición y sin arraigo conquistaran el  mérito de expulsar, por no interesa cuántos votos contra tantos, la imagen del Crucifijo del Aula Maga de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Plata.

¡Triste victoria! ¡Estúpida originalidad! ¿Es acaso la primera vez que se traiciona a Cristo y se lo vende?

¿Cuántas veces ha sido vendido y traicionado, por dinero, por odio, por ambición o por miedo!

¡Cuántas veces fue expulsado y cuántas entronizado en triunfo! Y así será una y otra vez hasta el fin de los tiempos.

Pero cada vez que ello sucede es ocasión para el cristiano de mostrarse débil o fuerte, miedoso o arrojado, cómplice o fiel. Cada vez que ello ocurre es ocasión para el cristiano de dar un testimonio. ¡Que éste sea el nuestro!

Desde lo alto de la Cruz eterna, de la Cruz inconmovible, se pueden ver hoy en nuestra patria, como en el día de la Pasión se vio en la humanidad entera, los rostros de los que aman, de los que odian, de los que olvidan, traicionan o tiemblan.

Unos, cobardes y encogidos miran a hurtadillas los que pasa, temblando: otros débiles y secos como ramas de árbol muerto, no se atreven a afirmar la divinidad de Cristo y hablan del gran misterio con un lamentable lenguaje humano; los más hacen como que no ven y se desentienden de todo lo que no sea su propio ombligo. Mientras los sucios hocicos de los miserables olfatean las huellas de la Dulce Víctima esperando que la sangre este seca para asestar entonces el golpe definitivo sobre el rebaño.

¡Todo está aquí entre nosotros, como entonces, representado! Los gobernantes hipócritas, los cristianos fariseos, los sacerdotes pusilánimes, los transigentes que transigen con todo, menos con algo que altere  su miserable bienestar, los soldados de corazón enmohecido y espada sin filo, los que preguntan ¿qué es la verdad? Y se lavan las manos en lugar de lavarse las conciencias.

¡Todos, como entonces, aquí, presentes!  Los que arrancan a la patria su tradición espiritual y la corrompen; los que no hablan cuando deben hablar y hablan cuando debieran guardar silencio; los que engordan con la miseria de los otros; los que predican austeridad y se enriquecen; los que elogian a la honradez, y roban, a la pureza, y fornican, a la paz, y buscan guerra, a la libertad, y oprimen, a la democracia, y odian al pueblo; los que calumnian, los que mienten; los que “cuelan el mosquito pero se tragan el camello”; los que callan la verdad o la dicen a medias.

-Todos están en torno a la Cruz, desde siempre y lo están también aquí en nuestra Patria! Pero la sangre de Cristo no se seca jamás; cae, gota a gota, hoy como ayer, como caerá mañana, por cada uno de los que lo enjuician, lo aman o lo abandonan.

“Ah, si hubiera estado yo allí con mis Francos! Gritó con ingenua espontaneidad el noble corazón de Clodoveo oyendo el Relao de la Pasión de Cristo.

Pero nosotros ¿qué? ¿Dónde están nuestros Francos? Puesto que la Cruz está aquí, a nuestro alcance, y en torno a ella  rondan los fariseos con su hipocresía, los Pilatos con su escepticismo, el Sanedrín con su odio y los discípulos con su debilidad.

-¿Dónde están nuestros Francos?

Nos están robando la Patria, están aflojando uno a uno todos los resortes espirituales, morales y materiales de la Patria; entregan nuestra economía, atentan contra nuestras tradiciones, injurian nuestro Dios. Y nosotros ¿qué? Dormidos, como los discípulos en el Huerto; o despiertos, bien despiertos, ocupados en la contabilidad de mil codicias.

Lo sucedido en la Universidad de La Plata es bien expresivo de lo que nos prepara para un futuro muy próximo. ¡Basta, pues, de entretenernos con sueños rosas de personal prosperidad y de egoísmo! El mundo se acerca al momento en que se planteará una guerra de religión  y en la que estar con Dios o contra Dios.

El comunismo acusa a Dios de ser un estupefaciente y en su reemplazo levanta un ídolo, despótico y cruel: el Estado materialista con mística, dogmas y culto propio.

El liberalismo, gran celestina de las fuerzas del odio, quiere lo neutro. Lo neutro, dice, no niega a Dios, se limita a prescindir de Él.

Pero lo neutro no tiene sexo y lo que no tiene sexo no puede transmitir vida: es impotente, eunuco, carece de virilidad. Por eso el liberalismo siembra… pero es otro el que recoge; pon las causas… y solloza como mujer ante las consecuencias.

El cristiano fiel, por el contrario, afirma al Dios Verdadero, al Dios en Cruz y hace suyas las palabras del Arcángel Miguel en el primer combate: “Quis ut Deus”,  “Quien como Dios” y con esa consigna se prepara para la lucha.

Porque sólo hay dos trincheras, dos campos opuestos y no más de dos: y lo que en medio queda sólo es ceguera, noche, desolación o muerte.

Alistémonos pronto, pues, porque el tiempo urge; alistémonos allí donde se defiende la Verdad con viril testimonio, y donde la farsa y la debilidad no tienen cabida.

¡Pero alistémonos antes de que sea demasiado tarde!

No suceda que cavilando y cavilando, pesando y midiendo las cosas, se acabe la paciencia de Dios y caiga en castigo su puño sobre nuestras cabezas


Publicado en el semanario “Azul  y Blanco”, Septiembre 1960.


 Comentario nacionalista: El Mundo soberbio, exitoso, protestante, no soporta a Cristo crucificado. El odio al Crucificado se manifestó a través de la Historia desde los tiempos primeros con los judíos, luego con  los protestantes y hace pocas décadas en la España republicana a  balazo limpio. Pocas décadas   atrás, un ex gobernador judío y KK, de Tucumán, y su pareja, arrojaron sobre Cristo su odio pérfido pretendiendo borrarlo de la bandera provincial; no se si lo habrán concretado; pero lo cierto fue que con la  intención insolente de los sionistas acometieron la procaz tarea, ante el silencio del pueblo en general, incapaz de dar su merecido a los  atentaron contra un símbolo de nuestra nacionalidad, que representa la esencia católica argentina; porque eliminada la Cruz se diluye su identidad en la globalización atea y apátrida.  ¡Ningún grito escandalizado se oyó! Exceptuando el noble, digno y patriótico de los nacionalistas y del excelente blog “Nacionalismo Católico San Juan Bautista”, que, como es lógico, poco repercute ante la indiferencia culpable  generalizada. El Obispo, y los sacerdotes, mudos y sordos, habrán pretendido justificar su bochornoso silencio argumentando el falaz ecumenismo promovido desde el Vaticano. El odio a Cristo y el ecumenismo modernista del Vaticano II confluyen


¡Vaya Ud. a insinuar siquiera que, por las mismas liberales razones,  debería  eliminarse la estrella de David de la bandera de Israel!